Pandemias sin corona

Pandemias sin corona
11 junio, 2020 por Redacción La tinta

En Argentina, hay más de 38 naciones indígenas que, a lo largo y a lo ancho del territorio, tienen en común una vida en cuarentena: comunidades aisladas y el virus del extractivismo.

Por Lara Otero y Cin Musso para Casa Ninja Amazonia

En medicina, el término “cuarentena” se utiliza para describir el aislamiento de personas o animales durante un período de tiempo no específico como método para evitar o limitar el riesgo de que se extienda una enfermedad o una plaga. Uno de los términos más buscados, junto con “pandemia” en la RAE en estos últimos meses a razón de la avanzada internacional del Covid-19 en todo el mundo. Sin embargo esta palabra masivamente actual tiene otra vigencia para los pueblos originarios. 

En Argentina hay más de 38 naciones indígenas que a lo largo y a lo ancho del territorio tienen en común una vida en cuarentena: aislamiento social, discriminación, cercenamiento y abandono, de generación en generación, de gestión a gestión. Viven permanentemente expuestas a la desterritorialidad, el extractivismo y las fumigaciones. El agronegocio desmonta, contamina y desplaza las comunidades a la desidia y la hambruna. Comer es un privilegio peligroso que implica conseguir la atención del Estado, la asistencia de organizaciones sociales y ONG y sortear la violencia cotidiana de terratenientes, guardias privadxs y la red de policías e instituciones represivas.

La situación de vulnerabilidad en los territorios se agudiza con la pandemia, dejando al descubierto la pobreza estructural, la postergación histórica y la exclusión sistemática. ¿Cómo quedarse en casa sin agua potable, comida, ni asistencia sanitaria, expuestxs a las fumigaciones, el racismo, la violencia machista, las enfermedades virósicas, el dengue, la desnutrición y el desmonte?

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(Imagen: Lara Otero)

Cuerpo como territorio 

Desde las cosmovisiones indígenas, no hay separación entre comunidad y naturaleza, entre humanidad y animalidad, todxs somos hijxs de la tierra. 

En el camino por la supervivencia, las cosmovisiones del mundo y las posibilidades de reinvención son fundamentales, distintas y diversas. Invocar la matria se presenta como un llamamiento imprescindible al reconocimiento del cuerpo como el primer territorio. Un espacio de batallas y memorias desde donde construir identidad y situar el conocimiento. Los cuerpos testimonian, movilizan, permiten, resisten, disfrutan, construyen y resignifican, sienten, abrazan y evocan lo ancestral como cuerpo colectivo.

Menos que humanos, inferiores y animales fueron clasificados los cuerpos indígenas desde el especismo y la supremacía blanca en el camino occidental hacia la fundación de la patria. Naciones enteras destinadas a la no existencia, apropiadas para ser esclavizadas y colonizadas. Categorizadas como bestiales, negaron sus identidades y toda posibilidad de soberanía y autodeterminación. Confinadas al exilio, el destierro comenzó con la negación propia del ser y el derecho a la tierra, hasta la anulación de las condiciones necesarias para la reproducción de la vida en todas sus dimensiones: culturales, materiales y espirituales. 

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(Imagen: Lara Otero)

A través del extractivismo, el capitalismo explota los territorios y los cuerpos. Por su carácter de animal no humano, el especismo releva la animalidad al status de objeto y lo pone al servicio del consumo social. Basado en la superioridad, el colonialismo administra y clasifica el universo identitario.

Quizá es momento de preguntarnos qué responsabilidad tenemos en este engranaje que permite que la cadena de objetización y mercantilismo de las otredades siga abasteciendo el mercado… 

El poder de resignificar

Nombrar-se hackea al lenguaje (y el sistema) desconfigurando lo conocido y planteando reordenamientos. Devela la mirada monopólica construida e impuesta que responde a los intereses excluyentes de una minoría hegemónica. Un modelo patriarcal, heteronormativo, colonial y capitalista dominante que ejerce potestades para clasificar quienes somos y quiénes podemos ser. Género, clase y raza interaccionan como prototipos claves de fragmentación de la identidad social, trazando una línea imborrable entre dominadorxs y dominadxs. Resignificar-se es subvertirse. 

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(Imagen: Lara Otero)

Al cuidado de la salud de las commodities

Hace más de dos meses que el desarrollo de la vida, tal como la conocemos se detuvo. Se suspendieron actividades en las escuelas y las universidades, giras y mega eventos, copas y partidos de fútbol. Actividades laborales, con excepción de las esenciales. Se abandonaron masivamente las calles y los abrazos con el objetivo de cuidar la salud, evitar el contagio, el incremento de la circulación comunitaria, el aumento de casos y el crecimiento de las tazas de muertxs. Sin embargo, las fumigaciones y los desmontes no han cesado, ni han sido prohibidas (muy por el contrario, fue un oportunismo propicio en varios países sudamericanos) sus actividades en un llamamiento al cuidado de la salud y el medioambiente. Topadoras y cadenas asaltan los montes y arrasan con todo a su paso.

El 20 de mayo para conmemorar el día de la deforestación, la NASA eligió una imagen satelital del Gran Chaco, la región boscosa más importante de Latinoamérica, después del Amazonas. En las provincias del norte -Chaco, Salta y Santiago del Estero- fueron desmontadas más de 6.500 hectáreas de bosque nativo para ampliar la frontera agrícola desde que comenzó el aislamiento social obligatorio. En Argentina el 80% de los cultivos se realizan con semillas transgénicas y con la intervención de químicos venenosos. Vómitos, dolores de cabeza, manchas, tumores y malformaciones, problemas respiratorios, eczemas en la piel y cáncer son las afecciones con las que viven las poblaciones expuestas a las fumigaciones realmente efectiva en la eliminación de hierbas perennes y también, de todo tipo de vida. 

Una foto: el agua que toman las comunidades wichí y con la que riegan huertas comunitarias es transportada en bidones de glifosato abandonados en el monte.

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(Imagen: Lara Otero)

La disputa por la vida

A pesar de las denuncias y los informes de especialistas, autoconvocadxs, organizaciones e incluso instituciones del Estado como CONICET y el INTA, el modelo insostenible de agricultura industrial sigue creciendo y los gobiernos hacen oídos sordos. Avanza sobre ecosistemas, hábitat y comunidades enteras. Envenenando ríos, aires, suelos y la salud de todo lo que vive en la tierra. 

También crecen los casos de persecución y hostigamiento a comunidades originarias, como el violento desalojo de la comunidad mapuche Buenuleo (Bariloche), el abuso policial hacia mujeres de la comunidad Mapuche de Pillán Mahuiza (Corcovado, Chubut), el asesinato de un joven qom, baleado por la espalda por la guardia privada de Eduardo Eurnekian, cuando cazaba para comer, durante la cuarentena.

La pandemia sin cuarentena

Los abusos sexuales y los femicidios son la cara más inhumana de la pandemia machista. A nivel nacional son más de 117 femicidios de mujeres, niñas, trans y travestis en lo que va del año, de los cuales 57 se produjeron durante el aislamiento preventivo y obligatorio. Aunque el número sigue en aumento, no toma hasta ahora ninguna línea de los discursos oficiales ni es parte de los comités de crisis.

Mujeres y disidencias del Abya Yala denuncian la invisibilización de la violencia y los efectos del patriarcado originario (sistema milenario estructural de opresión contra las mujeres originarias cuyas bases se sustentan en la  filosofía que norma la hetero-realidad cosmogónica como mandato, para la vida mujeres y hombres y su relación con el cosmos, configurando roles, valores y principios).

El Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir denuncia la naturalización del abuso sexual como una práctica criminal disfrazada de pauta cultural, denominada “Chineo”, como otra violencia sistemática que sufren las niñas y jóvenes originarias en sus territorios cuando son tomadas, perseguidas y violadas por jóvenes criollos en manada. El silencio se impone con complicidades estatales, humillación y amenazas.

En la comunidad wichí Misión Chaqueña, ubicada en Salta, la presencia del ejército, cuya misión es abastecer al territorio de agua genera conflictos, angustia e incertidumbre a gran parte de la población cuando los soldados se alcoholizan y buscan “divertirse” con niñxs y jóvenes de la comunidad. Muchxs debaten si alzar sus voces oscilando entre el temor a represalias y a quedarse sin acceso al agua potable. 

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(Imagen: Lara Otero)

¿Podemos desandar el antropocentrismo y volver a conectarnos con todo ser sintiente abandonando las premisas mecanicistas y totalitarias basadas en el control y la explotación? 

Los feminismos del Abya Yala, indígenas y comunitarios proponen recuperar parte del espíritu de construcción y efervescencia que las feminidades evocan eróticamente cuando ejercen su sentido creativo. Con esto nos referimos a la invención de herramientas que suscitan cotidianamente para recrear el mundo, ese mundo desigual que las oprime, objetualiza y castiga en un cruel y amplio abanico de formas. Herramientas colectivas, comunitarias, humanas e históricas profundamente sabias y arduamente estratégicas. Nos invitan a re-conectar con nuestra ancestralidad, descolonizando los saberes y las epistemologías, desglobalizando las identidades y los consumos, reconociendo y respetando la biodiversidad en una vuelta a la agroecología, la libre determinación de los pueblos y la soberanía alimentaria.

¿Qué estamos preparadxs para transformar?

¿Qué privilegios estamos dispuestxs a ceder?

*Por Lara Otero y Cin Musso para Casa Ninja Amazonia. Imagen de portada: Lara Otero. 

Palabras claves: agronegocios, colonialismo, cuarentena, extractivismo, pandemia, pueblos originarios, soberanía alimentaria

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