¿Y ahora qué? Movilización y lucha social en tiempos de pandemia

¿Y ahora qué? Movilización y lucha social en tiempos de pandemia
26 junio, 2020 por Redacción La tinta

Por La liga tensa para Lobo suelto

La escritura es movimiento, pero, una vez digitada su letra, trazado su verbo, su estabilidad siempre la pone en una relación de desventaja temporal respecto al acontecimiento. Desde hace años, perseguimos ese acontecimiento que llamamos manifestación, movilización, protesta. Desde hace años, nos movemos con ella e intentamos ser movidas por sus lógicas y transformaciones. Entre manifestaciones y silencios, una conversación continua que, a veces, intenta volverse texto, organizarse para poder ser compartida.

Organizar pensamiento es como coreografiar ideas y ya sabemos que cuando la coreografía se vuelve dispositivo de captura tiende a inmovilizar aquello que se fija. La paradoja de la liga tensa es que, aunque quisiéramos estacar de una vez y para siempre las ideas, cada vez que intentamos organizar pensamientos sobre la manifestación, algo nos desestabiliza. Como si una broma del destino nos echara en la cara la cualidad del objeto de nuestro estudio. Un terremoto, una crisis no esperada, el nacimiento de un nuevo modo de protesta en un lugar remoto, una causa no prevista que desestabiliza el sistema: cada vez que intentamos hacer de esta exploración un texto, algo parece interponerse. Algo nos detiene: no podemos escribir, hay que pensarlo todo de nuevo. La pandemia fue la gota que derramó el vaso y que nos hizo zambullirnos en la aceptación de que nunca podremos escribir si esperamos que la movilización se detenga para hacerlo.

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(Imagen: La tinta)

Una situación que afectara al movimiento social planetario es algo que sólo nos habíamos animado a imaginar en la especulación o en la teoría. Si bien un movimiento contra el calentamiento global se estaba cocinando en muchas ciudades del mundo de manera más o menos simultánea, su resonancia se expresaba sobretodo en países ricos. Y aunque en el presente no concretamos los proyectos de movimiento internacional que nuestras luchas desearían, hoy el movimiento se ve afectado globalmente y el motivo no resulta ni de nuestra decisión ni de nuestras convocatorias.


Pero movimiento es movimiento. Y lo que piensa tiene que irse sacudiendo con ello. Escribimos entonces desde este suelo móvil y saludando la obsolescencia que el presente va imprimiendo como suelas de unas botas muy pesadas, sobre cada uno de nuestros textos. Aún así, escribimos. Escribimos y mientras escribimos hay que pensarlo todo de nuevo.


¿Cómo esta situación extraordinaria modifica cosas que veníamos pensando, prácticas que veníamos sosteniendo? ¿Cómo pensamos ahora la calle? ¿Acaso el no juntarse dificulta la acción política? ¿Acaso lo erótico de las luchas está mermado hasta que podamos volver a la calle? ¿Qué de las luchas que venían sucediendo y se encuentran con esta pandemia-cuarentena-aislamiento? ¿Qué hacer, cómo se organizan y cómo son los movimientos y redes que surgen a raíz de la pandemia? ¿Que será de las manifestaciones que se vienen? ¿Qué manifestaciones alternativas surgen en este tiempo como fruto de la imaginación social ante la emergencia? ¿Cómo se construye y persiste la sensación colectiva de lo que es y no es una emergencia? ¿Cómo se expanden las funciones limitadoras de las fronteras?

Este texto es un paseo –con (y sin) tapabocas– por algunas de estas preguntas. Empecemos por la última.

Las Fronteras

Una medida global, aunque diferenciada, fue el cierre de muchas fronteras. La gran mayoría de las fronteras a nivel mundial aún están cerradas a mediados de junio del 2020 y podemos observar una dicotomía entre el libre paso del virus y el control absoluto de las poblaciones. El cierre de las fronteras es efectivamente algo que nos remite a las guerras, o a situaciones extremas de defensas del territorio, o a discursos sensacionalistas de solidaridad nacional. Sin duda, no es ni tan nuevo ni tan extraordinario: la libre circulación es un discurso hipócrita que dicta quién sí tiene efectivamente acceso a esa libertad y quién no. Una ilusión controlada. Sin embargo, ahora mismo, esta realidad se generaliza y exacerba; los discursos nacionales retumban en un cuarto cuadrado y cerrado, como si estuviera vacío.

Y este impedimento a la circulación se puede entender, pero se complica cuando lo pensamos en las fronteras de los Estados-nación que imponen una vigilancia extrema a los flujos de las personas, ya sean trabajadorxs, migrantxs, e incluso de las mercancías. Y se develan de nuevo las estrategias de control económico que tienen unos países sobre otros… ¿cómo podemos explicar que lxs mexicanxs no pueden cruzar hacia Estados Unidos, pero lxs gringxs sí hacia a México? Esta situación reaparece en muchas otras fronteras entre países ricos y países pobres, como es el caso de todo el Mediterráneo. Si antes impedían el paso migratorio por miedo a lxs pobres, ahora lo impiden por miedo a lxs apestadxs.

La situación de lxs migrantxs centroamericanxs que ya era terriblemente frágil, con el virus se ha vuelto una pesadilla: muchxs han estado en movimiento continuo, sin tener ningún refugio donde guardarse, atrapadxs entre la fronteras norte y sur de México: desde el 21 de marzo, gracias a una disposición especial, los agentes migratorios estadounidenses pueden regresar a lxs migrantxs de manera inmediata por la frontera que cruzaron, sin pasar por ningún trámite burocrático ni aceptar ninguna solicitud de asilo.

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(Imagen: La tinta)

Simultáneamente, países como El Salvador y Honduras (de donde provienen muchas de estas personas) alarmados por la situación cerraron sus fronteras no solo a lxs extranjerxs, sino también a sus ciudadanxs, mientras que Guatemala prohibió el tránsito de transmigrantxs en su territorio. Dada la imposibilidad de regresarlxs a sus países, las autoridades migratorias mexicanas están transportando a lxs migrantxs desde la frontera norte hasta la frontera con Guatemala “donde pueden tratar de autodeportarse, cruzando por algún punto ciego”. En ocasiones, del otro lado del río Suchiate, las fuerzas armadas guatemaltecas lxs han esperado para impedirles el paso. Otra estrategia ha sido liberar a las personas en las calles de varias ciudades del sur del país. Con la mayoría de los albergues cerrados y grandes dificultades para encontrar dónde resguardarse, lxs migrantes atrapadxs en México se siguen moviendo, rebotando entre las fronteras norte y sur.

A su vez, mientras escribimos esto, surge en Uruguay una nueva alarma fronteriza: aparecen muchos casos nuevos de contagio en el departamento de Rivera. Uno de los departamentos fronterizos con Brasil, se vuelve el número uno de casos en el país, dando paso a una serie de controles militares y sanitarios que devienen en la paranoia de lxs habitantxs de muchos otros departamentos fronterizos con ese país. Bolsonaro anunció en el inicio de la crisis que esperaba que un 70% de la población sería infectada. Las poblaciones más expuestas son –como siempre– las que tienen formas de vida más precarizadas. Entre los sectores con más enfermxs y muertxs, se encuentra la población negra. En un artículo titulado “Bienvenido al Estado suicida”, Vladimir Safatl observa cómo el gobierno bolsonarista es impermeable a cualquier lógica de autopreservación que implicaría afrontar la pandemia a través de acción colectiva y redes de solidaridad: “La decisión fue, sin embargo, el coqueteo continuo con la muerte generalizada. Si aún necesitamos una prueba de que estamos lidiando con una lógica fascista de gobierno, esta sería la definitiva. No se trata de un Estado autoritario clásico que usa la violencia para destruir enemigos, se trata de un Estado suicida de tipo fascista que solo encuentra su fuerza cuando pone a prueba su voluntad frente al fin”.

Impresiona notar que la cuarentena y el estado de excepción policial se hayan logrado implantar por vía de la salud y no de la seguridad, por convencimiento social y no por la fuerza (aunque la fuerza siempre venga a apoyar cualquier política estatal). La limitación de flujo de la gente, el altísimo volumen de datos personales entregados por voluntad propia y la sistematización del estado de excepción a una escala tan enorme como la hemos visto a nivel global, y tan exhaustiva como la hemos visto a varios niveles locales, no es solamente una medida de emergencia frente a la pandemia. Es también (y quizá sobre todo) un ensayo de proporciones nunca antes vistas de mecanismos de regulación policial del mundo entero.


Una regulación policial literal, con fuerzas armadas desplegadas en las calles y las carreteras, pero también a nivel ideológico: a fin de cuentas, el odio a los grupos marginales, empobrecidos y racializados se ha visto “justificado” bajo la amenaza de contagio desde siempre, y en un momento histórico tan tendiente al fascismo, el COVID-19 es más leña a un fuego ya ardiente.


¿Cómo y con qué desean terminar los Estados –los de tipo fascista, pero también todos aquellos cuyo cometido y propósito es ejercer soberanía sobre sus territorios? Se podrían pensar paralelismos entre las políticas anti-virus y las medidas contra el terrorismo. Las formas de “combate” y discurso marcial que los estados nación utilizan ¿revelarían acaso una sed de legitimación de la guerra? Esta retórica autoriza de pronto la instalación en la calle de estados de excepción en los que reprimir, arrestar, multar y golpear es posible; ante el enemigo invisible, el pobre es el enemigo. Siembran el miedo en el cuerpo a niveles tan profundos que nos siembran también la duda de si esta vez es válido tenernos bajo control. Los pueblos piden el control de los pueblos… y así, surgen los odios más irracionales, las tripas más policiales de la gente, las violencias más largas, lentas e irreparables, el fascismo…

Quisiéramos agradecer con esto a los medios masivos por sus mentiras, manipulación, retórica de mierda, e incitación a la no escucha. Por suerte, y por otros medios hay quienes siguen defendiendo el apoyo mutuo y organizando solidaridades…

Si bien esto ha surgido a escala de las naciones, en donde se interrumpieron total o parcialmente los pasos fronterizos, también se observan mecanismos de aislamiento a nivel de las regiones. En muchos pueblos de México y Uruguay, por ejemplo, lxs pobladorxs cerraron carreteras con retenes para impedir el paso a lxs citadinxs urgidxs por huir de la ciudad y así impedir el paso del virus. En este caso, el sentido cambia radicalmente; aquí la gente se hace cargo de su propia realidad (partiendo de que la realidad está jodida en términos de salud pública en zonas rurales), ejerciendo la autonomía. Si de confinamiento se trata, no podemos asumir que las reglas pensadas desde lo urbano se impongan de la misma manera en un contexto rural. 1 kilómetro en la ciudad no es igual a 1 kilómetro en el campo.

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(Imagen: La tinta)

Al respecto, vale la pena poner atención a lo que dicen lxs zapatistas sobre el aislamiento y la continuidad de las luchas. Es interesante cómo al principio de la pandemia las normas de distanciamiento parecían conservadoras y fascistas, y la resistencia a hacer cuarentena, radical. Y cómo esto se fue invirtiendo hasta llegar a las manifestaciones de ultraderecha contra la cuarentena y al menosprecio de los contagios de parte de algunos reaccionarios jefes de estado como Bolsonaro y Trump, o como algunas declaraciones personales de López Obrador. Queda claro que la forma de sostener los cuidados frente a una crisis de salud puede funcionar de manera muy distinta de un contexto a otro, y que no hay acciones intrínsecamente ideológicas. La forma de practicar el corte de flujos, la cuarentena o incluso la resistencia a frenar, son siempre situacionales, y sus implicaciones políticas e ideológicas también lo son.

¿Qué es de las luchas que venían sucediendo y se encontraron con la crisis-pandemia?

El caso de Chile es particularmente triste para la región latinoamericana: un movimiento gigantesco y actuante fue interrumpido por el miedo generalizado de los cuerpos. Un miedo a un virus mucho más fuerte del miedo a los militares que ya lanzaban balas a quemarropa en distintas ciudades para disuadir manifestaciones. La población se encierra, y el gobierno afirma doblemente el encierro declarando un estado de sitio militar como el de la dictadura en tiempos de Pinochet. Manda a tapar con pintura todas la expresiones pictóricas urbanas, fruto del levantamiento, y a poner vallas alrededor de la Plaza Dignidad, lugar de encuentro para las protestas santiaguinas de los viernes.

En Uruguay, se estaba armando un movimiento de resistencia a la Ley de Urgente consideración que la coalición presentó como campaña electoral integrando un conjunto de medidas de todo tipo – desde ajuste económico a aumento de la represión – el movimiento quedó relativamente suspendido (mientras que el proyecto de ley no detuvo su marcha hacia el parlamento).

En Argentina, con el recién asumido gobierno peronista-kirchenrista de Alberto Fernández, vemos que hoy en las calles se convoca a manifestaciones anti-comunistas contra la cuarentena obligatoria. Al mismo tiempo, las personas piden renta básica universal con imposición al capital financiero. Los deliverys se organizan para hacer paro.

Los feminismos piensan en las implicaciones de la reclusión sobre la vida de las mujeres y en todos lados aumenta el número de femicidios y violencia machista.

En el inicio las marchas y manifestaciones de calle (casi) desaparecen, pero reaparece la organización popular con las ollas, las redes de distribución y acopio de alimentos, la ayuda mutua. ¿Podríamos pensar las ollas y demás acciones de solidaridad como una manifestación? Ya no como protesta, pero como manifestaciones a favor de sostener la vida.

En México, con el inicio de la cuarentena se detuvieron algunas de las luchas (o por lo menos se desintensificaron), pero las causas siguen en el plano digital y por otros medios. Un ejemplo son las madres buscadoras que el 10 de Mayo (día de las madres en México) inician varias campañas digitales para recordar que siguen buscando a los más de 60 mil desaparecidos en el país. En algunas ciudades y entidades, pequeños grupos hasta deciden salir a manifestarse en la calle, manteniendo las precauciones necesarias. Pocas semanas después, el 4 de Junio, a pesar de estar en el pico de contagios en la ciudad, un grupo de aproximadamente 50 familiares de desaparecidos inicia un plantón afuera de palacio nacional. Cínicamente, hasta el día de hoy el presidente no los recibe alegando la necesidad de respetar las medidas de distanciamiento social y la sana distancia, cuando claramente las ha incumplido en cualquier otro contexto.

Quizás las dificultades económicas que trae el COVID-19 han provocado que muchxs defensorxs del territorio, mujeres en resistencia y defensoras de derechos humanos a lo largo del continente se enfrenten a una precarización de la vida. De cumplirse las predicciones de la debacle económica que nos espera, podemos suponer que estaremos frente a una sociedad entera en necesidad de resolver sus necesidades de subsistencia básicas, y surge la pregunta de si se logrará tener la fuerza necesaria para sostener aquellas causas que no son tan urgentes para la supervivencia inmediata.

Más allá de la especificidad de cada movimiento, podemos decir que este virus transversal ha provocado que de manera simultánea en el planeta se ponga el foco sobre la vida y la muerte, sobre la salud, sobre la reproducción de la vida. El virus ha evidenciado enormes carencias provocadas por políticas públicas nefastas, así como la tan omnipresente necropolítica; ha tirado abajo los mitos de países supuestamente desarrollados y nos ha recordado nuestra fragilidad compartida (aún si a escalas extremadamente distintas).


La cuarentena ha puesto el foco en cosas que, aunque siempre ahí, suelen estar emborronadas por la pátina de la “normalidad”. Cosas obvias como que quien no tiene casa no se puede quedar en casa, quien no tiene trabajo no puede encerrarse a trabajar, lxs migrantxs no pueden parar su movimiento, muchas mujeres quedan encerradas con sus agresores, las trabajadoras sexuales están totalmente desprotegidas, las empresas de delivery son pura explotación descarnada, si no ganas dinero no puedes pagar la renta, cobrar renta no es trabajar, lxs trabajadorxs de la basura están expuestxs a lo que sea que haya en la basura, la pobreza y la vulnerabilidad de la salud están racializadas, etcétera.


Todo esto se sabe de sobra, pero a la luz de la pandemia ha cobrado nuevos tintes que le dan un aire “fresco”; que de pronto traen al campo de la discusión pública injusticias sistémicas del capitalismo. Hay flotando en el aire un regreso al mainstream de cierto discurso comunista y/o anarquista sobre solidaridad de clase, sobre la fuerza de la clase trabajadora, sobre quién tiene la capacidad de detener o poner en marcha tal o cual maquinaria, sobre el apoyo mutuo. Ha habido, incluso, apariciones de guillotinas en algunas protestas de Estados Unidos y Puerto Rico, y frases como “Eat the rich” (Cómete a los ricos), han recobrado visibilidad. La discusión revivida estos últimos días por Anonymous sobre una red de trata sexual infantil internacional, suma también al sentimiento ya popular sobre la crueldad y amoralidad de las clases altas. Un sentimiento que ha acompañado a las protestas desde que existen: mientras lxs muchxs luchamos por sobrevivir, los pocos violan y matan niñxs. La fabulosa y real asimetría de esta ecuación, que existe desde el medioevo y probablemente es real desde entonces.

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(Imagen: La tinta)

Se habla mucho de cómo la crisis del COVID-19 va a reconfigurar la vida, se habla de la nueva normalidad, de un antes y un después, de un cambio drástico inimaginable. Y sí, es un hecho histórico importante al que hay que prestarle mucha atención, claramente toda crisis es un campo de pruebas para nuevas políticas capitalistas y nuevas estrategias de represión; pero también hay un enorme esfuerzo por mantener cierto tipo de status quo. Una cosa nos queda clara: nunca ha habido una normalidad real, ni puede, por lo tanto, haber una nueva. Es infame que, justo en estos tiempos y justo por esta causa, el dueño de Amazon esté a punto de ser el primer trillonario del mundo, mientras que en su país van ya cien mil muertos, y cuatro millones de personas han sido despojadas de sus trabajos. La enormidad de las protestas de los últimos días en más de 140 ciudades de Estados Unidos, llegando hasta las puertas de la casa blanca, la cada vez más innegable legitimidad del uso de la violencia y la destrucción por parte de lxs manifestantes frente a un gobierno que no escucha y sólo mata, son una clara muestra de que ningún virus detiene los motines. De que si al inicio de esta complejísima narrativa creímos que el miedo al COVID-19 podría ser un factor definitivo de desmovilización social, nos apresuramos a juzgar. Es, por supuesto, un factor de ralentización de algunos movimientos de resistencia, y desde el inicio ha sido instrumentalizado de esa manera, pero claramente no es definitivo y en el fondo, si acaso, logrará añadir nuevos instrumentos a la ya nutrida caja de herramientas de la protesta.

Pero aún con el virus la gente sale a la calle

Quizás muchas personas se estén guardando en su casa más como acción solidaria para no aumentar el número de contagios y saturar los sistemas de salud pública, que por un miedo al contagio. Al fin ¿qué tanto miedo nos puede dar morir por una gripe, comparada con las violencias sistémicas y represivas que se viven en lo cotidiano a lo largo de todo un continente? Un virus, por lo menos, no es un carabinero que te dispara a los ojos, o un policía que te tortura sexualmente o que te golpea hasta matarte. No es un gobierno que toma medidas que atentan contra cualquier posibilidad de tener una vida digna, y que usa su fuerza para reprimir cualquier intento de organización ciudadana. Si en un principio parecía que no veríamos protestas en las calles por un tiempo, la precariedad económica y el descontento social es tan grande que las protestas no han tardado en reaparecer.

En Chile, alrededor del 19 de mayo, cientos de manifestantes salieron a tirar piedras y hacer barricadas por el hambre que, luego de cuatro semanas de cuarentena, se vive en las familias de los barrios populares.

En Ecuador, desde el 18 de mayo, miles de personas salieron a protestar en varias ciudades exigiendo al gobierno de Lenin Moreno que se reintegren lxs trabajadorxs del Sector Público (despedidos alegando falta de presupuesto), que se garanticen los derechos laborales de lxs trabajadorxs y se detengan los enormes recortes presupuestales hacia las universidades públicas.

En Guadalajara, México, tras el asesinato policial de Giovanni, un adolescente racializado, “por no traer cubrebocas”, ha habido una nueva ola de manifestaciones, muchas veces con acciones directas incluidas. En la primera de ellas, paradójica, pero no sorprendentemente, la policía golpeó brutalmente a una adolescente y se difundieron imágenes del ataque. El gobernador respondió apoyando a la policía, criminalizando la protesta y enrejando espacios públicos. El debate sobre racismo de Estados Unidos viene a mezclarse con el mexicano, por un lado incitando a la protesta y por otro trivializando el profundo racismo y anti-indigenismo nacional.

En Estados Unidos, el asesinato de George Floyd, una nueva víctima de la brutalidad y racismo de la policía, detonó una enorme ola de indignación nacional. En los últimos días de Mayo amanecieron con edificios en llamas y enfrentamientos violentos, a pesar del constante aumento de muertes y contagios. Con el correr de los días en varios otros países del mundo se fueron sumando manifestaciones antirracistas con el mismo tenor y prácticas que las de Estados Unidos: se han tumbado estatuas de colonos, de esclavistas, monumentos al racismo sistémico de la colonia, desizado banderas de la confederación.

En la nueva ola de protestas antirracistas de ese país hay una claridad genealógica que nos da pistas sobre cómo los movimientos sociales generan y transmiten conocimiento. Claramente Minneapolis aprendió de Ferguson, para empezar. La forma en la que la información de seguridad circula en las redes, la insistencia en no llevar celular a las protestas, en cubrirse las caras, el cabello, los tatuajes, en usar ropa no identificable, son cosas que, si bien siempre han sido importantes, con el incremento de las cámaras de vigilancia en los últimos años, se han vuelto centrales. El abierto posicionamiento de figuras públicas a favor del looting y el rioting (en español, saqueo y revuelta) es cada vez más generalizado.

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(Imagen: La tinta)

Las tácticas de control siempre tienen más de una arista: hasta hace meses tener la cara tapada era un signo abierto de rebelión o de afronta a las autoridades. En algunos países se prohibió ir a protestas con el rostro cubierto, o era causal de sospecha o de detención. A partir del COVID-19, el cubrebocas es el mínimo gesto de cuidado que se espera de la gente, y aunque haya una discusión sobre su efectividad para evitar la transmisión del virus, hay también una especie de acuerdo generalizado sobre su uso, más como una especie de “etiqueta de la pandemia”. La criminalización de la cara tapada pierde sentido hoy, y la seguridad implementada por el estado, y por el estado de las cosas, ayuda a lxs manifestantes a ocultar sus rasgos distintivos. El cubrebocas cobra importancia como símbolo también: las últimas palabras de George Floyd fueron “I can´t breath” que, no es ninguna coincidencia, fueron también las últimas de Eric Garner, otro hombre negro asesinado sin motivo por un policía en Nueva York hace seis años. La frase, entonces como ahora, se ha vuelto un lema de la protesta y aparece escrita sobre los cubrebocas de lxs manifestantes, volviéndola polisémica: se sabe que la población negra ha sido la más afectada por la pandemia en el país, y esto tampoco es casual, es una evidencia de la asimetría que hay en el acceso a la salud y en lo racializada que está la pobreza.

¿Qué hay de los nuevos movimientos y redes que surgen a raíz de la pandemia?

Al verse desnudado el sistema económico opresor, de manera tan burda, surge y resurge en numerosísimos países del mundo, la posibilidad de una militancia a favor del Ingreso Básico Universal / renta básica universal. Evidentemente en cada país se discute desde lugares distintos, y las autoridades lo toman más o menos en cuenta según los casos. Pero lo que es muy cierto, es que nunca había tenido tanta fuerza a nivel global un tema que antes se asociaría a un par de locos radicales de izquierda.

En Estados Unidos, particularmente en los ángeles, se levantó un movimiento muy potente contra las rentas. La Rent Strike de Boyle Heights, el barrio mexicano por tradición en aquella monstruosa ciudad, es una realidad. La Tenant Union, algo así como una unión organizada de vecinxs, o una asamblea popular de habitantxs del barrio, decidió llevarla a cabo de manera bien radical, con absoluta consciencia de lo que ello podría llegar a significar en un país como el gringo, en un estado como California, en una ciudad como Los Ángeles. Este es sólo un ejemplo. Sin embargo, la discusión se ha tenido en prácticamente todas las ciudades que instauraron un confinamiento, parcial o total, y en las que evidentemente la actividad económica de todxs se ve reducida a un mínimo o simplemente desapareció.

A pocos meses del inicio de la pandemia, es posible ver que se van gestando algunos cambios que no necesariamente están siendo impulsados por los movimientos sociales, pero que responden a algunas de sus exigencias. Aparece una colección incompleta y en evolución de iniciativas que emergen a raíz de la pandemia, y que podrían significar cambios sustanciales en nuestros modos de vida (por ejemplo en “Los nuevos posibles” ).

¿Cómo pensar la interrupción en este escenario?

Veníamos pensando en la interrupción en relación con las huelgas, los paros. En este presente pandémico, por un lado, descubrimos que parar del todo y en casi todos lados se vuelve posible, algo que no sabíamos si algún día se lograría o no. Y parece que efectivamente sí lastima a las macroeconomías basadas en el mercado. Pero siendo una interrupción dictada desde el poder, ¿tiene sentido compararla?

Ha habido muchas formas en que el poder ha aplicado la interrupción; las diferencias entre una nación y otra son muy grandes y, como en el caso de Chile y muchos otros, la interrupción ha sido perfecta para retomar el control e incrementar las medidas represivas. Pero en términos globales, la interrupción la provocó un virus, no el poder. En las respuestas de Trump y Bolsonaro al COVID-19, queda claro que la interrupción no es algo deseable para el poder. Tener la experiencia de desacelerar la máquina del Capital a nivel global, es algo que no se había visto antes, así como no se había experienciado un suceso que atravesara simultáneamente tantas capas de vida en el planeta y que pone el foco de atención en asuntos vitales primarios.

Junto a la mirada internacional, parece importante no olvidar pensar la relación entre lo global y lo local. Si la enfocamos desde la dupla global-nacional la mesa parece lista para alimentar el régimen neoliberal. Pero si ponemos el lente en la relación entre lo internacional y lo local en tanto espacios autogestivos, autónomos, quizá podamos llegar a ver lo que desde ahí se está armando. Y viralizarlo.

*Por La liga tensa para Lobo suelto / Imagen de portada: La tinta.

Palabras claves: coronavirus, Desigualdad, movimientos sociales, pandemia

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