Infancia Trans: cómo es criar a Gema

Infancia Trans: cómo es criar a Gema
26 junio, 2020 por Redacción La tinta

Por Romina Andrea Pezzelato para La tinta

Hace tiempo, me ronda esta idea como pregunta y me lleva a diferentes lugares. En estos días especialmente, ya que se está cumpliendo un año del día en que Gema me dijo en el baño: “Mamá: para ser una nena de verdad, yo quiero tener otro nombre”. Tragué saliva y le dije: “Claro, hija, eso puede cambiar”. Ella me dijo con la mirada fija: “Gema, así me quiero llamar”. De ahí hasta acá, miles de situaciones, conversaciones, llantos y desconciertos. Hasta ceder del todo a su verdad. 

Ante nada, para saber cómo es criar a una niña trans, es importante saber a qué se refiere “eso”. Se trata de una personita que, en nuestro caso, cuando fue capaz de utilizar la palabra de manera más o menos compleja (a partir de los dos años), nos manifestó su sentirse nena.

Esto fue algo más o menos oído y más o menos cintureado por nosotres (Marco, mi compañero y yo). Su genitalidad, es decir, el sexo asignado al nacer, es el de un varón. ¿Y esto cambió? No. Eso no cambió en nada, lo que pasó fue que nuestro hijito fue capaz de decirnos, pedirnos, llorarnos su sentirse nena. Claramente nena. Gema no se reconocía en el varón que le decíamos que era.


A fuerza de insistencias como: “Quiero que me digas hija, no hijo”, de amiguitas y primes que supieron entender de entrada, fue que, luego de un año, entendimos que nuestro hijito era una niña. Por propia decisión, por sentirlo desde lo más profundo de su ser. Esa verdad nos trajo.


Fue una verdad incómoda, claro. Marco lo supo contar en una carta que hizo pública el año pasado cuando el nudo en la garganta se nos volvió el mayor de los orgullos, ya que la Gemi festejó sus cinco añitos con su nombre elegido. Fue un cumpleaños de esos fuera del tiempo, lleno de amor, lágrimas que iban y venían entre risas. De sentirnos familia gigante festejando con amor a nuestra hijita. Ella feliz. Desplegando alegría, iniciativa, libertad.

En la carta con motivo de su cumpleaños, Marco decía: «(…) Fueron días muy intensos. Guardados en casa: hablando, pensando, revisando, llorando. Amando su decisión. Envidiandolé su coraje. Le puso pausa al jardín, a la gimnasia artística y al mundo, y, a los días, nos pidió volver; pero volver nueva y volver Gema. Y así fue. (…) Tiene un hermano León que la ama y que pasó de no saber qué joraca pasaba en esos días de transición, a las broncas y los abrazos infinitos”.

Gemita enseña con su palabra y con su cuerpo, con su existencia toda, que las personas somos lo que sentimos bien, bien adentro. Que puede haber varones con vulva y mujeres con pene. Situación a la que el mundo adulto debe poner cuerpo y corazón. Pienso en las maestras, familias de amiguites no tan cercanes, el club de fútbol, etc. Todas personas que, de a poco, dejaron de mirarla de reojo, se corrieron de muchos de sus prejuicios y pudieron mirarla como ella se muestra, como ella es.

La primera vez que vimos su nombre escrito en un papel formal, fue en el carnet del club al que íbamos semanalmente a llevar y buscar a León de Fútbol. Ese grupo de mamás que sostiene tantas gestiones nos dio ese primer gesto conmovedor.

Desde que asumimos que Gema es Gema, todo se alivianó. Se fue la tensión de la pregunta de gente ajena a nosotres, que al verlo varoncito y con pollera: ¿es nene o nena? Se fue nuestra angustia de no saber si estaba bien o mal acompañarla. Porque Gema es, ante nada, una niña feliz. En los días cercanos a su cumpleaños, cantaba: “Yo soy muy cantada porque soy feliz”. Frente a semejante declaración: ¿quién puede declararse objetor?

Cuando pienso en cómo es criar a Gema, cómo es acompañarla, pues: es sacarle los piojos baño de por medio. Retarla cuando insiste con el teléfono: proponerle otra cosa. Dosificarle sus permanentes ganas de armar planes día y noche con amigues. Celebrarle cada tarea que manda para el jardín (aunque, cada vez, le ponga menos empeño). Acompañarla en su reafirmación de “lo femenino”, estando alertas de no caer en posiciones binarias, pero atendiendo a su momento. A sus cinco años.

¿Cómo es? Como criar a cualquier niñe. Hoy, es así. Para que sea así, hemos transicionado con ella. Hemos enfrentado comentarios, preguntas, inquietudes, angustias propias y ajenas. Si pienso hacia adelante, mucho de eso retorna, claro. Pensar en su adolescencia, en su corporalidad, en los vínculos, los amores, son cosas que me llevan de nuevo a la preocupación.

Pero hay algunos mojones que me dan tranquilidad. La ley que contempla su existencia, la despatologiza, la protege. Su convicción hasta para hacer una galletita y darlo todo hasta probarla.

El clan de amores que nos rodea. Su simpleza y claridad para decir cada cosa que siente. Su hermano León que sigue haciendo preguntas de las más ondas a las más llanas y lo entiende todo. 

Hace unos días, hacían con Marco una actividad para el jardín y él le preguntó: «¿Qué cosa le hace falta a las personas para sentirse con energía para vivir?» (era una consigna referida a los tipos de energías en la naturaleza). Ella pensó y dijo: “Mmmm… ¿abrazos?”.

Gemita está rodeada de abrazos y su existencia abraza, sin dudas, el camino de infancias que respiran la libertad y cantan su felicidad. Nuestra hijita es nuestro orgullo.

*Por Romina Andrea Pezzelato para La tinta.

Palabras claves: Infancia, LGBT, niñez, Transgénero

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