Cabeza parlante, grotesca, borradora

Cabeza parlante, grotesca, borradora
23 junio, 2020 por Redacción La tinta

Por Silvina Mercadal para La tinta

En sus apuntes sobre lo que denomina tecnologismo –en tanto ideología de la técnica–, Héctor Schmucler afirma: “Para la técnica moderna, el tiempo ha concluido: el futuro está contenido en el presente”. La cita abre una dimensión profunda para pensar las prácticas pedagógicas mediadas por la tecnología porque nos coloca frente a tendencias del mundo social que implican cambios en las relaciones de los individuos entre sí y en vida personal que se afirman o confirman con estas prácticas.

Una colega con la que trabajo me propone “sistematizar” nuestra experiencia educativa en la pandemia para participar en la convocatoria de un equipo de investigación que organiza una publicación sobre los efectos del COVID-19 en los procesos de aprendizaje de estudiantes de nivel secundario y superior. En su propuesta, hay una demanda: ¿demanda de re-definición de la experiencia quizás? implícita en el reconocimiento de que nuestra práctica docente se ha tornado alienante con la mediación tecnológica, demanda de reflexión para pensarnos y pensar decisiones que nos cosifican porque no participamos en su gestación, que se imponen como continuidades en un “presente interrumpido” (1). A medida que reconocemos dimensiones de análisis, se torna evidente lo que ha estado operando como construcción ideológica en la virtualización de las clases: se han impuesto ciertas metáforas institucionales que funcionan como pantalla respecto de la complejidad de la transposición –que no es tal– de las prácticas pedagógicas en situaciones de co-presencia y su traslado –que no es tal– a los entornos virtuales.

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(Imagen: «Eraserhead» (1977) David Lynch)

En las universidades nacionales, predominan distintos términos para nominar este pasaje: “migración al ámbito virtual”, “enseñanza virtual”, “excepcionalidad pedagógica”, entre otros. La referida “excepcionalidad pedagógica”, por caso, si bien acierta en describir el contexto, hace chocar dos términos y, en su concreción, describe de manera sintomal lo excepcional en esta situación: aprender. Luego, “adecuación a la modalidad virtual”, si exploramos la etimología de “adecuación”, encontramos que consiste en “arreglar algo para que se acomode a otra cosa”, algo que se presenta como un movimiento –un paso– en verdad supone una profunda transformación. Sin mencionar la constelación de tecnicismos que operan como tecnologismos (sensu Schmucler) y rodean las prácticas docentes: “virtualización de contenidos”, “tutoriales para el uso de plataforma de videoconferencias”, “tutoriales de plataforma Campus Virtual”, “catálogo de herramientas accesibles online”, “incorporación de recursos informáticos”, entre otras.

En el blog Lobo Suelto, la antropóloga Rita Segato publicó un análisis en el que considera al COVID-19 como Ernesto Laclau analizó a la figura de Perón en la política nacional: “un significante vacío” al que diversos proyectos de poder le tendieron su red discursiva. Desde una perspectiva lacaniana y retomando aquello que se llama “la irrupción de lo real”, refiere que, mientras el virus forma parte de la “marcha azarosa de la naturaleza” y una consecuencia del trato abusivo del medio ambiente, las tentativas de narrarlo buscan “ordenar” el desconcierto que provoca, llenar ese vacío. Así, por un lado, lidiamos con la pluralidad de sentidos que se atribuyen a ese significante vacío –derrumbe del capitalismo, establecimiento de una forma de control total vía tecnologías digitales, abordaje bélico y derivación hacia una actitud autoritaria–, mientras, por otro lado, se van ordenando en tramas micro-políticas los mandatos –los significantes amos– a los que debemos responder.

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(Imagen: «Eraserhead» (1977) David Lynch)

En el portal de noticias de una universidad, se exhibe el siguiente título “La universidad no se detuvo ante la excepcionalidad”, cuando la posibilidad de hacer lugar a la reflexión es siempre una pausa, todo lo contrario a ese elogio explícito a “no detenerse”. Segunda construcción ideológica, el tiempo del capital es el tiempo de la imposibilidad de detenerse, evidencia de esta fase apocalíptica del capital que avanza buscando construir, en cada pequeña parcela de la vida aún vivible, un mundo a su imagen. El imperativo a continuar tuvo su correlato en diversas acciones: “cargar” contenidos en un aula virtual, “sostener” el contacto a través de mensajes personales, proponer actividades de “foro”, devenir cabeza parlante o, aún peor, cabeza borradora –como el mítico filme Eraserhead de David Lynch–, el ensueño tecnológico en este tiempo de aislamiento social para muchos devino pesadilla. En esta asociación aleatoria, pero significativa como todas las elaboraciones del inconsciente, encontramos la reseña del citado film por Adrián Massanet “Cabeza borradora: niños deformes y mentes grotescas”. Así, quizás entre lo deforme y lo grotesco, hemos experimentado nuestras prácticas fuera del aula.

En la bajada de la nota, un canto de sirena recubre las dimensiones de la pesadilla: “Clases por videoconferencia y acompañamiento a estudiantes. Más de 500 aulas en el Campus Virtual. Actividades de formación, catálogos y contenidos editoriales. Producciones audiovisuales y trabajos de mantenimiento y limpieza. Algunos de los ejes que sostuvo la comunidad universitaria”.

En esta situación, ¿cabe reconocer el velo de la fantasía actuando? Según Zizek, la ideología no sólo penetra los aspectos en apariencia menos ideológicos de la vida cotidiana, también se materializa en objetos concretos, donde se evidencian los antagonismos inherentes: la tendencia a la abstracción, la cosificación de los vínculos, la ritualidad de situaciones –que, en este caso, se presentan como “continuidades”–, entre otros.

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(Imagen: «Eraserhead» (1977) David Lynch)

Con respecto a la escena fantasmática de la ideología, la pregunta que corresponde hacer es: ¿Para qué mirada se escenifica? ¿Qué narración se pretende sustentar? En la continuidad de las actividades educativas, en un mundo social que expone un proceso de mutación vertiginosa, quizás hay una suerte de operación ideológica de doble ganancia, pues la continuidad se presenta como “contención” y “acompañamiento” de los estudiantes, es decir, con toda una retórica del rol del cuidado que los infantiliza, al tiempo que la universidad se muestra empeñada en conjurar la incertidumbre y ofrece “educar” en una modalidad que encuentra obturada la posibilidad de construir aprendizajes significativos, los que siempre se confirman en el cuerpo, en el diálogo que posibilita el reconocimiento, en la expresión del rostro, en el brillo de una mirada absorta y comprensiva.

“La academia se siente cómoda preparando el porvenir. Difícilmente se ve a sí misma en medio de la tormenta”, escribe Schmucler. Luego, reconoce que la educación siempre parece trabajar para el futuro, aunque el futuro es parte de lo que se realiza en el presente.

En el contexto de aislamiento social decretado por el Estado, en un marco de excepción que refuerza el control policial sobre la población, cabe preguntarse: ¿Qué clase de porvenir estamos preparando? De acuerdo a la afirmación de Schmucler, preocupa conjeturar que la universidad en una alianza tácita –o táctica– con el poder político está definiendo las formas de aquello que, desde la doxa, se llama “la nueva normalidad”.

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(Imagen: «Eraserhead» (1977) David Lynch)

Por último, el tiempo apocalíptico de esta fase del capital se puede pensar de dos maneras. Por un lado, en los signos manifiestos de la catástrofe que implica la pretensión de dominación, cosificación y destrucción de la naturaleza. Y, por otro, como revelación. Schmucler –que recupera los apoyos de la pequeña y fea teología–, escribe: “La revelación apocalíptica (apocalipsis: del griego, revelación) es misteriosa e incómoda para la razón utilitaria. Alude al cuerpo y al goce. Elude la metafísica y la instrumentalidad. Nos acerca al amor –fusión dionisíaca, encarnación del verbo, trascendencia de la vida–. Destruye sin violencia (con fuego simbólico porque arde en nosotros) la fraternidad fraticida (la fraternidad es el pacto para la distribución de la herencia), esa fraternidad que se opone al amor fusional, puro amor”.

*Por Silvina Mercadal para La tinta / Imagen de portada: Fotograma de la película «Eraserhead» (1977) de David Lynch.


Nota. Retomo aquí esta expresión del ciclo de diálogos “Instantáneas de un presente interrumpido”, organizadas por CIPECO, la SeCyt y el IECET-CONICET en la FCC (Universidad Nacional de Córdoba). El nombre del ciclo invoca la frase del escritor brasileño Fernando Sabino: “Hacer de la interrupción un camino nuevo”.

Palabras claves: aislamiento social, educación, pandemia, Tecnología

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