«Que aparezcan todas las voces desaforidas»

«Que aparezcan todas las voces desaforidas»
29 mayo, 2020 por Gilda

El acceso democrático a la belleza y al conocimiento conlleva una responsabilidad del Estado, pero también impone a quien accede una actividad laboriosa, que compite con otras propuestas del ecosistema cultural menos demandante. Sentarse a leer, caminar un museo, en ambas, permanecer en silencio y, muchas veces, estar solo. En diálogo con Lalengua, el director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, y la directora del Museo del Libro y de la Lengua, María Moreno, hablaron sobre las posibilidades de romper las barreras entre lo “culto” y lo marginal, de democratizar las instituciones que conducen, de abrirlas para ser habitadas y, así, hacer justicia a su condición de “públicas”. 

Por Juan Funes y Ariadna Dacil Lanza para Lalengua 

“En este momento podríamos estar alrededor del fuego, contándonos un cuento y hablando como si no tuviéramos escrituras”, ambienta Juan Sasturain, director de la Biblioteca Nacional, para crear una escena que nos saca del confinamiento pandémico. Empezamos a hablar y parece como si las brazas crepitaran – ¿o es la conexión que está fallando? – en el fondo de una conversación acerca de lo que persiste de una cultura, más allá de si el soporte es un libro, una muestra, un monumento o un relato oral destinado a ser guardado solo en las memorias oyentes. Las bibliotecas, los museos, las casas culturales, son espacios que alojan aquellas historias y moldean identidades. ¿Cómo pensar y poner en juego desde el Estado esta complejidad de relatos acumulados, a los que se agregan los ignorados y los emergentes? El director de la Biblioteca Nacional y la directora del Museo del Libro y de la Lengua, María Moreno, conversaron con Lalengua sobre estas cuestiones.

Si en algo coinciden Sasturain y Moreno es en borrarle cualquier halo de monumento a las instituciones que conducen. El primero le asigna cierta “incomodidad” a la Biblioteca, porque “no es un lugar de tránsito habitual”. “Es intimidatoria. Hay que convertir el monumento en un lugar de acceso fluido, que pueda ser usado, no contemplado. Cuando se los monumentaliza se los congela. Es como editar las obras completas de Borges en cuatro o cinco tomos duros que se hacen más difícil de leer que esos libritos sueltos”, explica.

Lo mismo le ocurre a María Moreno con la palabra Museo: “Remite a Lo Importante, objetos valiosos, antiguos, sagrados, intocables, a un relato ya establecido por los epígrafes de lo que allí se muestra , a la visita de puntillas o al paso mesurado pero canchero de los enterados”. Ella prefiere llamarla “Casa”, siempre que se la vacíe “de su impronta doméstica para significar pública, incluso conservando ese pasado del sentido: ‘casa pública’”. El Museo, al que Moreno dice que por su “vertiente pop” no le disgusta pensar como “la boca con rouge de la cara escrita de la Nación”, también va a ser “un lugar para disidentes sexuales y el debate sobre el trabajo sexual. Me gusta eso de casa como espacio que llama a ser habitado”.

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Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Imagen: Ezequiel Kopel)

Legados y proyectos

Pensar una biblioteca-casa desde los márgenes; alojar las diversidades en una identidad compleja y en movimiento; transmitir la pasión por la lectura y la importancia de los cuerpos como transmisores; flexibilizar el concepto de libro para lograr una democratización de las lecturas. Tales son algunos de los desafíos que se plantean Moreno y Sasturain, después de cuatro años en los que el gobierno de Cambiemos abandonó gran parte de los proyectos culturales que habían comenzado sus antecesores, Horacio González y María Pía López. Por citar dos ejemplos paradigmáticos impulsados durante la dirección de González, la editorial de la Biblioteca Nacional casi no publicó durante la última gestión, y el Museo del Libro y de la Lengua fue cerrado. En el caso de la editorial, había publicado antes de diciembre de 2015 más de 400 títulos, pero la gestión de Cambiemos no le dio valor, “porque no se consideraba que sea una función que la Biblioteca Nacional necesariamente asumiera”, dice Sasturain. La editorial quedó así “prácticamente anulada” por una “cuestión de concepto de la cultura para el neoliberalismo”, agrega el actual director.

Para Moreno la desarticulación de los proyectos anteriores de la Biblioteca por parte de Cambiemos tiene una explicación sencilla: “Macri fue un CEO en devastación simbólica. En principio se hizo desaparecer el cargo de Director del Museo, que pasó a ser una mera dependencia de la Biblioteca Nacional. Se destruyó la muestra permanente sobre la Lengua, precisamente donde se podían oír las voces de pueblos originarios, todas aquellas lenguas ilegitimadas por el Estado Nación y se dejó inundar la sala David Viñas que llegó a oler a podrido. Es decir, se dejó que se pudra un espacio cuyo nombre es el de un intelectual crítico, esa especie que el filósofo Alejandro Rozitchner asocia a la melancolía política”.

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(Imagen: Ezequiel Kopel)

Pese al abandono de la gestión anterior, Moreno celebra haber heredado una “craneoteca”, en alusión al equipo que fue conformado en tiempos de María Pía López con quien no propone “una gestión como corte en aras de dejar otra marca a modo de firma”, sino más bien un lazo de “parentalidad” y que, en todo caso, “la diferencia” le va a “corresponder a la lectura de les que vengan al Museo”. Una de las formas que adquiere ese lazo será el feminismo: “Como feminista me interesa tomar el legado simbólico de María Pía López que fue la anfitriona de la maratón contra el femicidio, de marzo de 2015. Me gustaría que el Museo sea el espacio de los debates de los feminismos, que funcione allí una suerte de asamblea permanente”, apunta Moreno.

Una propuesta para perforar un poco el tiempo y espacio del confinamiento, es Mientras tanto donde el Museo propone lecturas del aislamiento por parte de artistas, escritores y pensadores publicados en el canal de la BNMM en Youtube. “Hay una sección que se llama ‘Subrayados feministas’ que es al mismo tiempo un catálogo en vivo de textos feministas de todas las épocas, un museo del rostro de activistes y académiques y un incentivo a la lectura”, cuenta Moreno.

En tiempos en que los libros y las bibliotecas ya no son el exclusivo depositario de los saberes de una sociedad, ¿cabe preguntarse por la democratización de la  lectura y el acceso a los relatos? La proliferación de dispositivos desde los que se lee ¿son el reservorio actual? Sasturain parece tener la convicción de que sí: “Lo que persiste desde el comienzo de los tiempos son los relatos, las ficciones, el sustento de los sentimientos detrás de eso, y eso puede ser en una pantalla o puede ser en un jeroglífico sobre una tableta, es la misma compulsión. La forma de acceder a los relatos va cambiando”. En la misma línea, para Moreno “cada une de nosotres tiene asociada la pasión de leer a algún cuerpo presente bajo la figura de maestres, profesores, dadores del leer y eso no puede ser sustituido por ninguna transmisión virtual”. Su idea no propone un límite sino que insiste en que “atento a que hoy se lee en todas partes: en las redes, en los pdf, de oído en las letras de los géneros populares, en la poesía difundida por Instagram y Youtube, tenemos que seguir pensando eso”.

Ambos describen un escenario donde conviven esa difuminación de relatos con el encarecimiento de los libros y un mercado editorial competitivo. Entonces ¿para qué sirven o cómo servirse de las bibliotecas? “Durante mucho tiempo, en la época de la biblioteca de Alejandría, era el lugar reservado para muy pocos, que eran los custodios de los saberes, una especie de cosa religiosa donde estaba todo lo que se sabía. La democratización de los libros es un fenómeno del Siglo XIX cuando las bibliotecas se convirtieron en el espacio democrático ya que los libros, que estaban en las casas algunos pocos, pasaron a una biblioteca entre comillas pública, es decir, donde uno iba a leer porque no tenía la plata para comprárselos. Una biblioteca el lugar donde se lee gratis”, explica Sasturain. En el Siglo XXI la situación ha cambiado, fundamentalmente por la caída del monopolio del libro. “La posibilidad de acceder a la lectura pasaba nada más que por el objeto material del libro y no estaba en ningún otro lado. Hoy en día podes no tener ni un libro en tu casa, porque el objeto libro ya no tiene el monopolio de esos saberes, y eso no está ni bien ni mal. Es más, yo creo que está muy bien que sea así, pero eso resignifica el concepto mismo de libro, lo hace mucho más flexible”.

Moreno comparte -sin haber conversado al respecto- con Sasturain, la reivindicación de aquello que está en los márgenes, una tácita recuperación de lo no fijado, de lo que hoy es desplazado y mañana puede volverse centro, como “el tango en tanto riqueza literaria y donde estalla el impacto del modernismo, marcado por ‘Rubén’, el tango de la altísima poesía de Cadícamo, o Manzi”. Lenguajes y expresiones movedizas, que hablan, como dice Sasturain, de que “no hay progreso en el sentido más profundo. Hay innovaciones, hay un sucesión de oleadas de cambios tecnológicos que van modificando nuestra vida cotidiana”. Cambios que mueven lugares no ingenuos y que explicitan posiciones en pugna subyacentes como en el caso del lenguaje inclusivo o el “regreso a la oralidad” con el que “algunos se aterrorizando por cómo, a través de los medios de comunicación actuales o los medios virtuales, se ‘corrompe’ la escritura, pero lo que se hace es retornar a la oralidad, se escribe como suena”.

La Biblioteca Nacional cuenta con una ventaja en relación a la heterogeneidad de los lenguajes, que tiene que ver con una perspectiva que se le dio desde su origen. “Una de las cosas hermosas que tiene la Biblioteca es que aquellos que la pensaron, la fundaron, y la llevaron adelante, desde Mariano Moreno a Paul Groussac, Borges u Horacio González, aplicaron un concepto muy amplio en su vocación de reservorio”, apunta Sasturain. El director subraya que «el patrimonio de la Biblioteca trasciende largamente los libros”. Los nueve pisos del edificio de estilo brutalista, que parece un plato volador de concreto, guardan materiales culturales diversos: “El repertorio de partituras musicales de música popular argentina está toda, un repertorio de vinilos de 30 o 40 años corridos; hay un repertorio de imágenes que ni les digo, el noticiero panamericano que semanalmente se veía en los programas cinematográficos, es decir, la cantidad de testimonios referidos a la historia de nuestro país es increíble”, comenta Sasturain con entusiasmo. “Es de una riqueza conmovedora, y eso está para ser consultado, utilizado y muchísima gente lo usa. Es algo que tenemos todos”, invita.

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Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Imagen: Ezequiel Kopel)

Identidad como popurri

Entre los proyectos editoriales más activamente impulsados por una institución estatal figura la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) y el Centro Editor de América Latina (CEAL) en tiempos de Boris Spivacow, con una política que explícitamente aspiraba a “crear lectores”. ¿Es posible, desde una institución estatal, ir en busca de lectores? “No se pueden crear lectores, pero sí sugerir sentidos en la lectura, transmitir la propia pasión de haber leído cierto libro”, dice Moreno, y como apelando a la escena alrededor del fuego, agrega que “para eso es necesario el cuerpo con cuerpo”. Sasturain se reconoce como “un lector creado por los libritos baratos de Eudeba”. Eran tiempos donde el concepto “un libro al precio de un kilo de pan” signaba la política del Centro Editor, pero Sasturain trae un ejemplo más reciente: “En el campo editorial y de las responsabilidades del Estado, el hecho de generar libros baratos y saturar las bibliotecas de libros como en tiempos de Horacio González es un gesto. Horacio fundó la editorial de la Biblioteca Nacional y publicó más de 400 títulos, un proyecto que después de Eudeba ha sido el proyecto editorial del Estado más importante de la época de la democracia”.

Cuando se le pregunta por los cánones que deben pagar las universidades por las fotocopias que consumen sus alumnos a asociaciones como CADRA, que nuclea a editoriales y escritores, el nuevo director de la Biblioteca Nacional expone una tensión: “El Estado ocupa su lugar pero no puede tomar una actitud represiva en todos los órdenes, lo que puede es tener actitudes positivas y activas en cuanto a la circulación del libro, el acceso al libro barato, etc. El hecho de que se hayan diseminado millones y millones de ejemplares de libros argentinos a lo largo de la ‘década ganada’, que ya sabemos cuál es, es un gesto del Estado. Esos gestos no faltaron. Lo que pasa es que hay muchas variables en una sociedad como la nuestra que son muy difíciles de manejar, porque tiene que participar toda la comunidad y hay intereses contrapuestos. Lo importante es a qué tiende el Estado: si a dejar todo librado a las políticas del mercado, que en el caso de los libros significaría dejar que siempre solo algunos se enriquezcan, o intervenir activamente para llegar a compensar los desequilibrios”.

Además de ocuparse de la disponibilidad y el acceso a los libros – en su versión tradicional, en fotocopia, o en formatos digitales -, la Biblioteca aparece como una institución de reserva da la “identidad nacional”. ¿Existe una posibilidad de síntesis ante tal mandato o se trata más bien de habilitar la diversidad?. Sasturain compara a la BN con un espejo donde ver una identidad pero con todas nuestras contradicciones; Moreno habla de la identidad “pero como popurrí o tutti frutti”. ¿Cómo se habitan esas contradicciones desde un lugar como ese? “Me gusta pensar una identidad que no pueda leerse como catálogo cerrado y mucho menos basada en la sangre o la Nación. Y me gusta mucho algo que posteó en su muro Paola Cortés Rocca sobre el feminismo, no como una práctica identitaria sino una herramienta de análisis, un sistema de lectura e interpretación y un motor de la acción”.

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(Imagen: Ezequiel Kopel)

La pretensión de un popurrí de identidades que circulan por la Biblioteca y por el Museo, ¿llevará también a una búsqueda por la circulación trasmuro de los edificios centralizados en la Ciudad de Buenos Aires? “La oportunidad federal está ahora asociada a lo digital, pero no descuento un Museo Ómnibus o mejor ‘Bañadera’, vehículo que ustedes seguramente no vieron nunca”, juega Moreno con la imagen de una suerte de ómnibus sin techo de la década del ´30 utilizado para paseos o excursiones. “Este es un país no subdesarrollado sino mal desarrollado, en forma deforme, desigual, que se ha repetido desde la época de la Colonia y que durante toda nuestra época como república independiente no se ha modificado. Es en gran medida la estructura de lo económico y lo cultural centralizado en el puerto. Ha habido modulaciones, pero está en la estructura de nuestro país. Lo que culturalmente siempre hacemos es tratar de buscar las maneras de atenuar de equilibrar de mejorar esa situación que a veces es un dato perverso de la realidad”, explica Sasturain, quien por esa misma lógica de desarrollo decidió en el año ‘64, con 18 años, migrar desde Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, hacia la Capital para estudiar Letras en la Facultad de Filosofía de la UBA.

Dentro de la misma Capital Federal también existe un reparto desigual en relación a lo cultural – y en muchos otros aspectos -, y la ubicación de la biblioteca no es ajena a ello. Ese fue uno de los motivos por los cuales en 2015 Horacio González había inaugurado la sede Sur de la Biblioteca Nacional, en el antiguo edificio de la calle México 564, construido en el siglo XIX originalmente como sede de la Lotería Nacional, y en el que vivieron, entre otros directores, Groussac y Borges. Sasturain aclara que las obras para recuperar el espacio para la Biblioteca Nacional están “absolutamente en pié”, ya que se trata de uno de los objetivos que se propuso la gestión del ministro de Cultura, Tristán Bauer. “Lo bueno es que nosotros reivindicamos saludablemente la pertenencia de ese espacio para la BN, que es el anexo Sur de la vieja biblioteca. Todo el patrimonio borgeano está ahí. Eso es una asignatura pendiente, pero ya está en vías de concreción. Ese va a ser el lugar de Borges en Buenos Aires”, anticipa el director de la biblioteca.

*Por Juan Funes y Ariadna Dacil Lanza para Lalengua. Fotos: Ezequiel Kopel.

Palabras claves: Biblioteca Nacional, Cultura, Juan Sasturain, literatura, María Moreno, patrimonio cultural, y lMuseo del Libro y de la Lengua

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