Atahualpa Yupanqui: “Canto popular es no ir al olvido”

Atahualpa Yupanqui: “Canto popular es no ir al olvido”
22 mayo, 2020 por Gilda

Emblema de la música argentina, Atahualpa es un emocionador de oyentes y un encantador de intérpretes. Desde La tinta, nuestro humilde homenaje.

Por Redacción La tinta 

“Mi nombre completo es Héctor Roberto Chavero Aramburu y Otaegue, así no más: mitad vasco y mitad indio, pero en la tierra de mi padre –Santiago del Estero– se habla el quechua, no el quechua del Perú ni el de Quito, sino una especie de dialecto indígena.
De chiquito, aprendí historias y cosas de incas; por eso, tal vez, cuando a los 14 años llegó la hora de firmar mis primeros poemas, me pareció normal hacerlo como Atahualpa Yupanqui.
Desde entonces, prefiero que me llamen así”.

La cooperación libre, diciembre de 1979

Héctor Roberto Chavero nació en 1908, en Juan de la Peña, un pueblo de Pergamino al norte de la provincia de Buenos Aires. Fue criado en otro pueblo de Junín y, antes de los 10 años, ya vivía en Tucumán, y su vida estuvo signada por las mudanzas, los viajes y los exilios. “He sido un caminador toda mi vida; he vivido con los ojos abiertos y la oreja alerta”, decía y quizás sus recorridos y los múltiples caminos andados le fueron alimentando la sensibilidad por los paisajes y sus gentes.

Cuando aún muy joven, arrancó viaje por Jujuy, los Valles Calchaquíes y el país hermano Bolivia, y, en 1931, se quedó en Entre Ríos. En 1932, a los 24 años, se exilió por primera vez de Argentina y partió a Montevideo, después de participar de la sublevación de los hermanos Kennedy contra el general Uriburu, junto a Gregorio Pomar y el escritor Arturo Jauretche. 

En el 1945 -y hasta 1952-, en un acto público realizado en el Luna Park, Yupanqui se afilió públicamente al Partido Comunista y formó parte del grupo de poetas llamado “La Carpa”. 

Su segundo exilio fue en 1949 y, censurado y prohibido por el peronismo, partió a Europa. Al siguiente año, en su gira por París, la gran artista Edith Piaf lo invitó a actuar y compartir escenario. Este hecho le abrió las puertas al mundo musical internacional, firmó contrato con La Boîte à Musique (BAM) y ganó el premio de la Academia Charles Cros al mejor disco en lengua extranjera.

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En 1952, Yupanqui regresó a Buenos Aires y, en 1953, se desvinculó del PC a través de una nota en La Nación en la que escribió: “Con el fin de desvirtuar interpretaciones equívocas, me veo obligado a dejar sentado públicamente mi alejamiento absoluto y definitivo -por propia convicción- del Partido Comunista, desde hace aproximadamente dos años. Que sólo me guía el anhelo de sumarme al engrandecimiento cultural de mi Patria y a la difusión de los motivos musicales folklóricos de la nación”. 

De esos tiempos, hay una anécdota muy difundida, nunca con fuentes comprobables y jamás confirmada por Atahualpa: se supone que el mismísimo Perón, al cruzarse al músico en un festival, le dijo: «Negro, dejate de joder, con esa cara que tenés, ¡¿cómo no sos peronista?!». 

En 2013, al presentar el libro Hombres y caminos. Yupanqui, afiliado comunista, sus autores Schubert Flores Vassella y Héctor García Martínez explicaron a Página 12: “La incorporación orgánica de Atahualpa al PC ocurre en momentos del ascenso vertiginoso del peronismo, que lo desplaza en la relación con la clase trabajadora. Concluye una época en la cual el comunismo constituía el polo cultural más atractivo para la intelectualidad. Para colmo, Yupanqui renuncia en malos términos: la dirigencia lo considera un traidor, mientras que para el justicialismo, que protagonizará la vida cultural de ahí en más, no es un hombre fiable. También Atahualpa clausura esa etapa de su vida. Entre la decepción y el desengaño, se juramenta no incursionar más en política partidaria”.

Por ese entonces, ya Yupanqui iba y volvía entre sus casas en Buenos Aires y el Cerro Colorado, y las giras. En 1971, Alfredo Zitarrosa entrevistó al argentino para el semanario Marcha de Uruguay. En esa nota, el uruguayo habla a calzón quitado con Yupanqui. Lo caracteriza como un hombre al que la fama le “abarca significados más hondos, sobrevive a innumerables contingencias a lo largo de cincuenta años de canto y guitarra campesinos, que ocupan en su voz y por gracia de su sensibilidad casi todo lo que va del siglo”. El uruguayo le preguntó al nuestro sobre sus logros y Atahualpa respondió: “Recoger fruto se llama ‘consideración popular’, eso, esa es la ganancia, mi ganancia es esa”. Al siguiente año, el escenario del Festival Folklórico de Cosquín fue bautizado con su nombre.

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Si bien las dictaduras que siguieron en nuestro país no quisieron a Yupanqui, al principio, sus discos y libros siguieron vendiéndose abiertamente. En 1976, según el libro Cartas a Nenette, compilado por Víctor Pintos, el músico manifiestó su conformidad con la llegada de los militares y le escribió a su esposa y socia creativa Antonietta Paule Pepin-Fitzpatrick: “En buena hora llegan los hombres del ejército. Tengo esperanza de que, sin hacer de ‘magos’, puedan arreglar algo de ese derrumbe económico y moral de mi tierra. Será tarea lenta, pero, si hay mano firme, que la hay, los criollos volveremos a respirar el aire antiguo y sagrado de sentirnos en paz, trabajando, y las familias con los niños en las escuelas y tranquilidad en el corazón”. 

Como dijo Zitarrosa, don Atahualpa Yupanqui era uno de los más controvertidos creadores populares del Río de la Plata. A pesar del respaldo inicial que él y otros artistas dieron al gobierno de facto, al poco tiempo, sus producciones fueron prohibidas nuevamente, porque ya eran parte del folclore y su legado estaba afincado mucho más allá de lo musical.


Sus canciones se convirtieron en testimonios artísticos de las identidades excluidas: los campesinos, los originarios, los solos. Todos profundamente conectados con la naturaleza, paisaje primordial de la obra de Yupanqui. 


Con un mismo amor por la tierra, por las tradiciones, por el respeto de la dignidad humana y no la vergüenza de tener cara de indio, que, en muchos lugares de nuestro continente, trata de ocultarse para disimular lo que uno tiene de tierra y borrar al abuelo, a los antepasados, en lugar de enorgullecerse y aceptarlo como parte de nuestra cultura” dijo para la revista El Correo de la Unesco, en 1992, a los 82 años. 

Atahualpa es una de las máximas figuras del folklore argentino y es considerado un prócer de la cultura popular latinoamericana. Repleto de contradicciones, igualmente, ha sido siempre identificado -e interpretado- con la defensa de los derechos y las realidades de los excluidos. Falleció el 23 de mayo de 1992 en Nimes, Francia.

A casi tres décadas de su muerte, su obra sigue siendo referente de la música y la poesía, tan viva hoy como ayer, porque como él mismo afirmaba “canto popular es no ir al olvido”.

*Por Redacción La tinta.

Palabras claves: Atahualpa Yupanqui, Música, Música popular argentina

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