Aquel mayo iaioflauta

Aquel mayo iaioflauta
5 mayo, 2020 por Tercer Mundo

Movilizaciones callejeras, toma de bancos, acciones en plena vía pública para denunciar a las corporaciones y al gobierno español. Ese es el ejemplo de hombres y mujeres que no dejaron que la edad les quitara los sueños de justicia.

Por Ezequiel González Carrera para La tinta

“Somos más, tenemos tiempo y no olvidamos”.

(Tweet iaioflauta)

Hoy es mayo y me levanté pensando en los iaioflautas. Me acordé de Antonio, de Celes, de María. ¿Qué habrá sido de ellos? Mayo es mayo en todos lados, en Córdoba, Chicago, París o Barcelona: mayo es mayo. Pero aquel mayo -sobre todo, aquel mayo- fue iaioflauta.

Mayo 2012, Barcelona. Celestino no, mejor Celes, el nombre completo le hace recordar a cuando su padre le daba una hostia por alguna travesura. Es hijo de migrantes malagueños y, durante el franquismo, lo detuvieron tres veces. Tiene 62 años y, antes de ser jubilado, ha sido electricista, instalador, montador comercial y algún que otro oficio. Está casado con una feminista, es papá de un abogado y una ingeniera en telecomunicaciones que se tuvo que ir a trabajar a Alemania. Viste, en el tono de los grises, ropa de algún hipermercado y camina con las piernas abiertas como un pato. Con su cara afeitada por la máquina y la calva, por la vida, hace una mueca de perilla, sonríe y dice: Yo soy indignado, sí, pero de toda la vida.

Hace un año, en mayo del 2011, se acercó a ver lo que estaba sucediendo en Plaza Cataluña. Una multitud había salido a la calle. Comenzó a charlar con los indignados y a sentirse identificado con sus reclamos. Alucinaba pepinillos. Con otros abuelos, viejos conocidos de luchas anteriores, pensaron que allí y ahora empezaba una nueva movida. La mayoría de la gente era joven y tenía una forma de explicar las cosas con mucha sencillez. Pocas palabras, intenso contenido: “Le llaman democracia y no lo es”, “No somos mercancía en manos de los mercados”, entre otras que lucían sus pancartas y prendían fuego en la sociedad. Los abuelos querían participar en este nuevo movimiento, pero, por su edad, no encajaban demasiado. Tampoco les convencían sus métodos: divulgar sin tapujos por las redes sociales sus acciones, demasiado delator. Mejor la clandestinidad, como en sus años contra Franco, una red de confianza de boca-oreja: cuando te llaman, no preguntes. Durante los meses que siguieron, Celes se juntaba con los otros abuelos y pensaban qué, cómo: la gente tiene miedo y cree que no se puede hacer nada. Y nosotros, gente mayor, podemos con nuestras acciones decir sí se puede y no nos pasa nada. La solución es crear una masa crítica de personas que digan que el sistema tiene que ser otro.

Así, empezaron a hacer algunas ocupaciones en diferentes lugares estratégicos: la central del Banco Santander, la agencia de calificación Fitch, el Fomento de Trabajo Nacional. Después de cada acción -como denominan a cada acto rebelde que realizan-, se iban a tomar un vermú, demostrando una actitud ante la vida: entender que la acción, la movilización, ocupar algo, es parte de lo cotidiano. Cuando Esperanza Aguirre (Presidenta del Partido Popular –PP- de Madrid) se refirió a los jóvenes indignados del 15-M como unos perroflautas, seguramente no pensó que sus palabras inspirarían el nombre de un incipiente grupo de abuelos y abuelas que comenzara a germinar por aquellos mayos.

España marcha iaioflauta la-tinta
Imagen: Ezequiel González Carrera

Perroflauta, según la Fundéu, es un tipo de persona, habitualmente joven y con aspecto descuidado, que puede verse como un hippie en su acepción más moderna. Noviembre los sorprendió almorzando en un restaurante de comida china, a pocos metros de Plaza Urquinaona; venían de ocupar un ambulatorio en reclamo a los recortes de salud y, entre arroces y cervezas, comentando a la buena de Aguirre, se dijeron: si ellos son perroflautas, nosotros seremos los iaioflautas. Iaio, en catalán, significa abuelo.

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Hoy es día de taller de redes sociales para los iaioflautas. Otra de las actividades que realizan. Quieren aprender a manejar los nuevos instrumentos de comunicación para llegar más lejos. El Ateneu Roig, centro cultural ubicado en el bohemio barrio de Gracia, se viste de aula informática a cargo de un profesor que pasaría por nieto de los alumnos, que permanecen hipnotizados frente a los monitores.

—Hola, Jordi, hijo mío, estamos contentas, me ha llamado la Isa, la madre del Isma y me ha dicho que a las seis les dejaban ir… No, las condiciones no las sé… ¡Qué hija puta! ¡Qué cabrona la tía!


Los insultos en el teléfono son de María, dirigidos a la jueza que tiene a cargo la libertad de los tres jóvenes encarcelados, sin motivos claros, el día 29 de marzo de 2012 por las manifestaciones de la huelga general en toda España. Una más en esta seguidilla de reclamos en épocas de recortes. Ha puesto como condición que mutis, que no hagamos ningún recibimiento, si no, se vuelve para atrás, cabrona de mierda, es que estamos en un país que se nos ha vuelto tan de mierda después de tanto luchar, les comenta María a las seis iaioflautas (cinco mujeres y un hombre) que están en las computadoras de la otra sala. ¡Hija de puta!, le contestan.


María es catalana, hija de inmigrantes andaluces. Su padre estuvo en la Guerra Civil, luchó por La República y acabó en un campo de concentración. Llegado a Barcelona, se hizo tranviario por cuarenta años y se jubiló. En esos años, María estudió en colegios de monjas y aprendió a rezar mucho. En la adolescencia, sus inquietudes políticas la llevaron a esconder libros abajo del colchón para que su madre no la reprendiera. Hasta que, un día, su hermano la acusó y su madre, más asustada que enojada, traspasó la acusada a su marido. Lo que hace la chiquilla lo quisiera estar haciendo yo, así que déjala, le contestó el marido. Eran otras épocas. Había que ser una mujer de tu casa. Las mujeres éramos una mierda y todavía hay alguno que se lo cree, cuenta María. Empezó a trabajar en el taller de costura con la madre, pero, a los dos años, se fue a la metalurgia, porque pensaba que era una buena opción para explicar a los trabajadores sus derechos sindicales: se hizo del movimiento obrero. Cuando tuvo a la primera de sus dos hijas, largó todo y dedicó trece años a la crianza. Hace ocho años que es viuda y decidió dejar de trabajar. Tiene voz de fumadora, la altura de Shakira y, en su cabello rubio, un corte moderno, desmechado, desparejo. Hace algo con la mirada que, a sus 61 años, le mantiene la sensualidad intacta. Acompaña la sonrisa con unas patitas de gallo que delatan la simpatía de muchos años. Lleva un bolso imitación de Dolce Gabana, se lo compró por 18 euros a un marroquí y lo usa al revés para que no se vea la etiqueta. Porque no se van a creer que llevo yo un bolso de Dolce Gabana, ¡de cuándo a dónde!, se ríe. Un día, María compró un chaleco amarillo fosforescente por dos euros, de los que usan las personas que trabajan en la recolección de residuos. Le escribió algunas consignas reivindicativas y, esa tarde, se lo puso en la acción que llevaron a cabo los iaioflautas. Pensó que era algo diferente y serviría para resaltarlos. Hoy, todo el mundo reconoce a los iaioflautas por esos chalecos que otras iaias hacen en serie por 15 euros, los venden a 20 y la ganancia la usan para otras necesidades.

La clase terminó y lo que las iaias callaban frente al monitor lo vuelcan en la cantina del Ateneu. Seis iaias hablando al unísono. Temas políticos y sociales, pero también salen a la luz otras verdades. A esta edad, los hombres dan mucha faena y poca de éstas, dice María y se toca la zona del pubis. ¡Porque aunque tengas marido, tienes que buscarte un querido!, remata para que todas se rían. Dicen que han luchado toda la vida por un futuro mejor. Me preguntan por las iaias de Plaza de Mayo. Alzan sus copas y brindan por la libertad y la justicia. ¡Salud!

España iaioflautas protestan en banco caixa penedes la-tinta
Imagen: Ezequiel González Carrera

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Faltan solo dos días para la movilización que se realizará en conmemoración del primer aniversario del movimiento del 15-M. El Ateneu Roig presta nuevamente su salón a los iaioflautas. La asamblea es su método de organización. Así se decide la próxima acción, que definen como desobediencia civil pacífica con métodos lúdicos. Celes propone temas y anota las soluciones. También apunta en una libreta el orden de los disertantes a medida que piden la palabra; nadie se pasa por alto a ningún compañero. Usan un megáfono para impregnar sus ideas y los más graves se lucen a capela. Alguno habla en catalán, pero la mayoría lo hace en castellano. Un iaio explica que al movimiento se lo quiere criminalizar y que tienen que poner de su parte para que esto no suceda; su fuerza ha sido casualmente la de ser pacíficos, esa es su mejor arma, dicen. En el salón, son más de setenta, casi todos sentados en sillas de plásticos. El pelo blanco es mayoría y, por poco, son más hombres que mujeres. Celes dice que están siendo un punto de referencia para mucha gente y lo que hacen no es una tontería, es una cosa muy gorda, ¡y ellos lo saben!, grita con la mano en alto. Los iaios aplauden y vivan el grito de Celes, que toma coraje y sigue con el discurso: ya somos muchos, pero tenemos que ser todavía más, así no habrá quien nos pare. ¿Saben por qué se acojonan? Porque hay personas que sacan el teléfono (saca el suyo del bolsillo y lo muestra bien arriba) y, cuando hacemos una acción, sacan fotos y las mandan. Eso llega a nueve mil personas y, además, llega a Acampada Barcelona: 40 mil, a DRY (Democracia Real Ya): 150 mil, llega a todo el mundo, a Nueva York, a China y ese es nuestro gran poder. Las redes son los métodos nuevos. Lo necesitamos. Por eso, es importante que el que no tenga correo electrónico, se agencie, un hijo, un nieto, un amigo o un vecino que lo ayude, aconseja Celes.

Los iaios miran el celular de Celes que sigue arriba. Los jóvenes del 15-M les han pedido que pasado mañana vayan a la cabeza de la manifestación por seguridad, creen que la policía los respetará más. Establecen el lugar de encuentro para el día 12, algunos preguntan: ¿dónde? ¡En la calle, la primera a la izquierda!, grita Celes. Todos ríen y aplauden.

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Pueblo de Montcada. Por la mañana, Antonio desayuna un café con leche y magdalenas. Se viste con su chaleco fosforescente, despide a su esposa y se une a la marcha del pueblo para caminar unos 14 kilómetros hasta Plaza Cataluña, en Barcelona. Hoy, comienza la conmemoración del primer aniversario del 15-M. Antonio camina siete horas hasta llegar a destino. Es una hazaña para alguien de 74 años. Viejo migrante de Cuenca, se tuvo que ir por falta de trabajo. Durante cuarenta años, construyó con sus manos uno de los templos más monumentales del mundo: el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Hizo de todo un poco, entre encofrador y colocación de azulejos. No es católico, pero está orgulloso de haber formado parte de semejante obra. Hoy, jubilado de 1.300 euros, papá de dos hijas y abuelo de tres nietos. Todos están orgullosos de su lucha, aunque la esposa se preocupa porque la policía no lo vaya a golpear. Pero él no tiene miedo, no consiguieron amedrentarlo ni siquiera en los años franquistas, cuando alguna vez lo agarró la policía secreta y le dijo, luego de perdonarle la vida, esta tarde has vuelto a nacer.

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Son las seis de la tarde, una multitud se concentra en Plaza Cataluña y sus alrededores bajo un sol amenazado por nubes. Comienza la movilización hacia Plaza Universidad. Celes tiene una remera amarilla del 15-M y encima el chaleco fosforescente. Está a la cabeza de 200 mil personas, según los organizadores, o 45 mil según la policía. De cualquier forma, junto a algunos jóvenes, organiza a millares de indignados. Se mueve todo el tiempo, habla con los polis para que se corran, se comunica con su teléfono para ver cómo va todo más atrás. Twitea. Bromea con los jóvenes, se ríe, baila, abraza a uno de ellos. Unos metros atrás, con una pancarta de los iaioflautas que ocupa toda la calle, aparece el resto de chalecos fosforescentes custodiando la camioneta de sonido. Aquí va Antonio, sosteniendo la pancarta. María baila al son de la indignación: Resistiré, defenderé todos mis derechos, la educación y sanidad jamás se esfumarán, y aunque los mossos (policía catalana) tengan orden de acallarnos (¡buuu!, gritan) estando unidos lucharemos y estaremos siempre en pie; resistiré para seguir luchando, soportaré los golpes y jamás me rendiré, los iaioflautas venimos de muy lejos, resistiré, ¡resitireeé….! Muchos aplausos después de la canción. ¡Iaioflautas, iaioflautas! canta la multitud que rodea a los iaios. A los viejos parecen gustarle estos mimos.

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Imagen: Ezequiel González Carrera

Celes sigue a la cabeza haciendo avanzar a la masa indignada, piensa que hoy va a cambiar el vermú por un gin tonic y se ríe. Desde las nueve de la mañana, está ultimando detalles, está cansado. A las siete de la tarde, se nubló y ¡la calle es nuestra!, grita uno que da pie a otros cánticos: ¡Que no, que no, que no nos representan! ¡Por un gobierno fachas, esto nos pasa! ¡Menos policía y más educación!


Cuando pasan frente a la bolsa de comercio, gritan: ¡Culpables! ¡La bolsa o la vida! Y después de 24 cuadras del Ensanche barcelonés (son muy largas) y dos horas, la movilización retorna a la plaza: ¡Llegamos a casa!, gritan algunos. Los iaioflautas se dispersan. Celes camina solo, mira el teléfono, cruza la calle, sale de la plaza, se pierde entre los peatones indiferentes que salen de comercios con sus bolsos de compras. La plaza se hace noche y está llena de carpas. Algunos dormirán aquí, los iaios no.


Antonio sigue dando vueltas, está contento, renovado. ¿Cómo puede estar tan bien después de caminar todo el día con setenta y cuatro años? Se cruza con un joven de treinta y pico que pertenece al movimiento Democracia Real Ya (DRY) y se ponen a discutir. El del DRY tiene la cara pintada de amarillo y blanco -los colores institucionales-, una gorra y una remera amarillas, también del DRY. En la mano, una carpeta de recolección de firmas y un megáfono colgado en su hombro izquierdo. Dice, con una ronquera posmanifestación, que deberían echar a todos políticos. Antonio disiente, dice que todo esto debería derivar en un partido político revolucionario y así poder cambiar las cosas, que, aunque admira al movimiento, esto no es suficiente. El del DRY dice que hay que ver cómo se van a dar las cosas, que primero hay que hacer con la asamblea, porque es la gente la que tiene que elegir su futuro, esa es la fuerza que tienen, sin políticos corruptos. Antonio lo mira dudoso, pero el del DRY le dice que, cuando tengan a los cinco millones de parados, ya va a ver cómo va a cambiar la situación, que se quede tranquilo. Antonio lo mira como quien ha luchado toda su vida y le dice que ojalá, pero lo ve un poco difícil aunque él también va a hacer todo lo posible. Antonio cree en la política como herramienta para cambiar las cosas. El del DRY está muy excitado y ahora dice que los políticos tienen miedo. Antonio le contesta que no, no tienen miedo. ¡Ah, que no! Mire el helicóptero que nos está sobrevolando contando las cabecitas. No se preocupe que, con el tiempo, vamos a obtener lo que queremos. Antonio lo mira fijo, antes de morirme quisiera ver una república democrática y popular, le dice. El del DRY responde que valora mucho lo que hacen los iaioflautas, que son admirables. De fondo, Bob Marley cantando Could You Be Loved.

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Al día siguiente, la plaza ya es hogar de los indignados, pero está cercada por fuera: el Corte Inglés, Hard Rock Café, Fnac, McDonalds, el Banco de Crédito Español, el Banco de España, BBVA y Movistar. Adentro, las carpas son de educación, desahucios, feminismo, inmigrantes indignados, libertades, ecologistas, caso Islandia, etc. Por toda la plaza, se dispersan charlas de estos temas que congregan a diversa cantidad de oyentes. El sol rebota en el suelo y te liquida. Está para mar, pero ellos acá. De vez en cuando, el viento acerca el agua de las fuentes que cae como llovizna y refresca a esta gente indignada. En una tienda, se venden suvenires del movimiento. Los prendedores de los iaioflautas salen a 1 euro: son los más demandados porque mola, son lo mejor, un ejemplo a seguir, dice el indignado veinteañero que los fabrica a la vista.

María estuvo por la mañana. Celes cuenta que la movilización de ayer fue una de las más grandes de los últimos tiempos. Antonio cuenta que duerme poco porque está muy contento por lo que pasa. La señora anoche lo retó, pero sigue muy orgullosa. Pasa más de doce horas en la plaza, todo el tiempo parado, escuchando, hablando. Dando entrevistas a las mayores cadenas de televisión española, también ha dicho lo suyo en micrófonos belgas e ingleses. Come lo necesario, cuando tiene tiempo, porque el primer día trajo un bocadillo de la casa y volvió intacto. Antonio mueve las manos cuando habla, aunque, por lo general, siempre mantiene la mano derecha en el bolsillo. A veces, no escucha muy bien y dice ¿aha?, mientras encoje la cara. La piel curtida, ojos que parecen celestes atrás de las gafas oscuras, pantalón gris, camisa mangas cortas de vestir -que debe haber estrenado hace ya muchos años-, zapatos negros. Yo qué sé, me estoy rejuveneciendo con la lucha, es que el ambiente que hay… dice para encontrarle alguna justificación a su resistencia. Recuerda cuando estuvo en el servicio militar y le hacían romper filas, los demás decían: “¡Franco!” Y él: “¡Mierda!”. Nunca lo pillaron porque se camuflaba entre la gente. Ahora, agarra un megáfono al frente de una asamblea donde hay más de 100 personas y dice: Yo creo que utilizan a la crisis para conseguir el objetivo de ellos, aquí todas las propuestas son válidas, pero lo que tenemos que hacer es terminar con el sistema político que tenemos. Una: nada de monarquía. Segundo: ni Felipe ni Rajoy ni Zapatero. Y nada más vecinos, ¡adelante con todas las luchas! La asamblea rompe en aplausos, es uno de los más aplaudidos. Una chica sonríe y mira su chaleco de iaioflauta. Antonio la saluda, Marina le responde con otra sonrisa.

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Imagen: Ezequiel González Carrera

A: ¿Querías hacerme alguna pregunta?

M: Solamente estaba viendo el chaleco. Perdón que los interrumpa.

A: No, no, ¡qué va! ¿Sabes algo de los iaioflautas?

M: Os vi en una manifestación de educación. Y me pareció súper bien.

A: Nosotros buscamos derechos para ustedes.

M: Me parece que falta romper la barrera inter-generacional. Nuestros padres no nos pueden dar los conocimientos que ustedes, crecemos muy mimados y con su experiencia no pasaría esto.

A: Exactamente, por eso hacemos esto. Y alentamos a los jóvenes a que salgáis a la calle.

M: Mis padres me dicen que no salga a la calle, que yo tengo que estudiar.

Antonio, sorprendido e impotente, piensa si callar para no contradecir a los padres de esta castaña rizada de 19 años o decir lo que realmente piensa. Ella denuncia indignada a toda su familia, como una niña de clase media-alta rebelde. Antonio cumple el rol de abuelo, le insiste en que no deje los estudios. Que no le vaya a pasar como a él, que no tuvo tiempo, que aproveche. Usted es muy majo e inteligente, y tiene mucha vida, responde ella. Se despiden con un beso por mejilla. Ella le promete un poema y un dibujo. Él le recuerda que no deje de estudiar. Marina se marcha con sus ojos azules a otra parte. Antonio se queda en la plaza. Antonio siempre se queda.

***

Plaza Universidad, ocho de la mañana, el último día promete sol. Las acciones son a los iaioflautas lo que el agua de la piscina mágica a los ancianos de Cocoon: rejuvenecen, son una fiesta. Antonio llegó primero. ¿Cansado? ¡Qué va! Dice que lee los chalecos y se carga las pilas. Esta vez, los iaios se han dividido para estar presentes en las distintas acciones que se llevarán a cabo en diferentes ángulos barceloneses. Acá, son quince. Celes organiza con el teléfono en la mano. María no está, llevó su simpatía a otra acción. El megáfono lo toma una chica de veintilargos con una camiseta verde que dice “stop desahucios” y grita: Hoy, luchamos contra los desahucios que se están llevando a cabo contra la gente que no puede pagar. Pues venga ¡ánimo! Aplauden y van. Los chalecos fosforescentes cruzan la calle aplaudiendo. Silbatos, bocinas, cantan: ¡Qué pasa, qué pasa, que no tenemos casa! ¡No es una crisis, es una estafa; no es una crisis, es una estafa! El megáfono ahora lo lleva Celes, avanza. Caminan dos cuadras hasta un banco: Caixa Penedés. La puerta está cerrada, aunque el horario pegado en el vidrio diga lo contrario. Y con el ritmo de ¡Meeessi, Meeessi! que se escucha en el Camp Nou, ellos entonan: ¡Culpaaables, culpaaables! Una chica saca un billete de 5 euros, levanta la mano y lo flamea enérgicamente, ¡Queremos ingresar!, grita. Todos ríen, sacan billetes y hacen lo mismo. Los balcones, curiosos, sacan fotos. Los iaios les responden con otro cántico: ¡No nos mires, únete; no nos mires, únete! El lugar está lleno de micrófonos y cámaras. Están las principales televisoras de España; Antonio les canta sus verdades a esos micrófonos que pocas veces escuchan. Ya es famoso, en estos cuatro días, tiene más cámara que Robert De Niro. Otro dirige la orquesta: ¡Le llaman democracia y no lo es, le llaman democracia y no lo es! ¡Dictadura es lo que es, dictadura es lo que es! A las 9.30, después de tanta presión, los policías -aunque cueste creerlo- obligaron a los banqueros a que los atiendan. Entonces, ingresa una de las de camiseta verde con un damnificado y afuera se festeja: ¡Sí se puede, sí se puede! ¡Vivan los iaioflautas!, grita uno de veinte y pico. ¡Vivan!, responden los otros cuarenta. (Aquí el “¡Sí se puede!” está claramente en las antípodas del que después adoptarán los macristas en Argentina).

Una columna de iaioflautas sale para otra misión. Entre los combatientes que marchan, están Celes y Antonio, que comenta que van consiguiendo su objetivo y llamar la atención, no solamente aquí en España, sino en todo el mundo.

A las 13.30, llegan a la Fiscalía Superior de Cataluña. El lugar está atestado de policía secreta, que de secreta tiene poco. Rápidamente, son reconocidos por los iaioflautas. Lo hacen para atemorizar, intimidar. No lo consiguen, al menos, no a los iaioflautas, que los enfrentan cantando: ¡Que no, que no, que no tenemos miedo! En el lugar, hay otros indignados y iaiaflautas que llegaron de otras acciones, entre ellas María. Sus patitas de gallo se potencian con la sonrisa que nos regala. Cuenta que el reclamo ahora es por los recortes en sanidad, que están significando la muerte de personas. De repente, cortan el tránsito y comienzan a sembrar el ancho del asfalto con placas mortuorias y cruces negras con leyendas de muerte. Todo se vuelve trágico, lúgubre, tétrico: “muerto por hospital sin médicos”, “mis pulmones no entendieron una lista de espera tan larga”, “criminales pusieron precio a mi cronicidad”, “su corazón no tenía papeles”. ¡Todos muertos!, ordena alguien a los gritos y unos treinta se mueren en medio de la calle. Antonio está tirado en el asfalto, tieso, los ojos cerrados. Al lado, una cruz negra con inscripciones de R.I.P: Antonio está muerto. Los indignados y iaioflautas callan. Pasan unos minutos. El silencio duele. Los peatones y automovilistas curiosos observan la performance de reojo. ¡Y un día nos despertamos y vivimos! ¡Y la puta mierda, vamos a luchar!, grita un indignado y los muertos se levantan. ¡No nos mires, a ti también te matan!, les cantan a los curiosos que observan. Antonio se levanta, despacio, no necesita ayuda: Antonio está vivo.

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Imagen: Ezequiel González Carrera

El profesor de informática de los iaios también es un indignado y está acá. Lo llama a Celes para que informe las buenas nuevas. Celes agarra el megáfono: información de primera mano -sonríe-, aceptan negociar en Caixa Penedés donde estuvimos hace un rato y en Bankia y en Caixa Catalunya también. Aceptaron negociar el tema de las hipotecas con las personas que estaban afectadas. Parece una pequeña victoria, pero es una victoria muy importante, porque afecta a personas…Y sólo las pequeñas victorias construyen grandes victorias, dice. Los iaioflautas revientan en un solo canto: ¡Sí se puede, sí se puede, sí se puede! Muchos aplausos.

***

A fines de 2018, volví a Barcelona. Caminando por La Rambla, me encontré de casualidad en la marcha de protesta por el 12 de octubre. En otros lugares de la ciudad y, sobre todo, en otras partes de España, se celebraba el día de la hispanidad. Pero acá estaban quienes la denostaban; la mayoría eran grupos de inmigrantes. Cantaban, hacían performances. Marchaban hasta la estatua de Colón que da al Mediterráneo. En un rinconcito, en silencio, pude ver los chalecos fosforescentes distintivos de los iaioflautas. Después de casi siete años en los que se volvieron tan famosos e inspiraron a iaios y iaias de todo el mundo que replicaron su idea, su resistencia, la energía para seguir luchando. Apuré el paso al ritmo de mi emoción. Eran pocos, no más de diez. Busqué como un niño a mis viejos conocidos. Pero ya no estaban, ni Celes, ni María, ni Antonio. Eran otros y otras, solo reconocí a dos que supe ver en aquel mayo de 2012. ¿Qué hacían acá? En la pancarta que sostenían, leí su proclama. Decía, en catalán, algo así como: “Nosotros también fuimos y somos víctimas del imperio español”. Me agarró una nostalgia fuerte. El nudo en la garganta dio paso a una sonrisa. Entonces, recordé las palabras que, sentados en alguna plaza hace muchos años, me dijo la iaia María: Hay que aprovechar ese coletazo que te da la vida que es el último. Aprovechar tu tiempo en algo útil. Cuando haces una acción, la adrenalina sube mucho, estás en pleno apogeo y también recibimos mucho cariño de parte de los jóvenes, y, entonces, uno dice: vale la pena seguir adelante.

*Por Ezequiel González Carrera (texto y fotos) para La tinta

Palabras claves: España, Indignados, protesta

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