El último pedido (en memoria de Joncka Emma R. J.)

El último pedido (en memoria de Joncka Emma R. J.)
15 abril, 2020 por Redacción La tinta

Por Maxonley Petit para La tinta

Joncka Emma, R J, era un joven haitiano de 23 años que vivía en Rosario desde hace dos años. Estudiaba ingeniería mecánica en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Perdió su vida trágicamente el viernes 10 de abril, cerca de las 22:30, cuando un colectivo público lo aplastó con su moto, mientras trabajaba como cadete para una de las plataformas de entregas. Escribo las siguientes líneas en su memoria.

Apenas habían pasado algunos minutos después de que el reloj marcó las diez horas, cuando una notificación interrumpe por enésima vez la discusión que lleva con sus compañeros de trabajo. Reunidos frente a una farmacia o un restaurante, ellos también se encuentran atentos al pitido de su teléfono móvil para comenzar la aventura.

No es difícil reconocerlos a estos héroes que se enfrentan al coronavirus para satisfacer las necesidades y caprichos de los clientes más exigentes. Los ves todos los días deambulando por las calles, en bici o en moto, soportando el peso de una enorme mochila cuadrada, ya sea roja, naranja o amarilla, sin cobertura de sus empleadores o del mismísimo Estado.

Pero esta horrible mochila no pesa más que los peligros a los que están expuestos, ni que los insultos y las malas maniobras de los conductores de automóviles, que ellos esquivan para entregar el pedido a tiempo.

Si bien no quería abandonar el grupo de los compañeros (porque iba a ser su turno de contar un chiste), la hamburguesa que debía entregar no podía esperar, debía llegar caliente, porque el cliente se muere de impaciencia en la comodidad de su cuarentena.

Había prometido contar el mejor chiste de la noche cuando regresara. Lo que no sabía es que nunca regresaría. No sabía que, a unos pocos metros de distancia, iba a ser víctima de la broma más rara de su corta existencia. ¿Es este el chiste que le prometió a sus compañeros? Si es así, está muy lejos de ser el más gracioso de la noche. Es, francamente, de mal gusto.

Tal vez, si hubiera tomado otro camino para llevarlo a Roma, este último paquete podría haber sido entregado.

¿Y si fuera inevitable? ¿Ignoraría estos metros de distancia para abrazar fuertemente a sus colegas, contar su chiste y reírse a carcajadas como nunca lo hizo?

Si lo supiera, ¿podría haberse tomado un momento para responder a este mensaje de su padre y decirle a su madre diabética que sea fuerte, porque estos dos años lejos de ellos serán para siempre? Tal vez, no debería haber dudado tanto antes de salir, debería haberse quedado en casa y haberse preparado más para la reapertura de las clases. Al menos, su familia estaría orgullosa de verlo convertirse en el gran ingeniero que siempre soñó ser.

Si alguien sabe cómo hablar con él, díganle que me han dicho que es una buena persona y que me encantaría conocerlo.

También díganle que todos los medios en Argentina lo hicieron pasar por culpable y que aquellos que no recibieron sus entregas aprovecharon la oportunidad para insultarlo con comentarios racistas y xenófobos.

Díganle que su destino podría haber sido muy diferente si fuera europeo o norteamericano. Que, desafortunadamente, no habrá justicia para él, porque cometió el pecado de ser un inmigrante negro y pobre. También díganle que las autoridades locales, en desprecio de su memoria, se limitan a decir: “lo siento”.

Díganle que todos sus colegas y la comunidad haitiana de Argentina en general le han dado un aplauso digno de su heroísmo y que, todos juntos, seguimos esperando escuchar el mejor chiste de la noche.

Díganle que, incluso si se olvidó de resucitar este domingo de Pascua, todavía puede regresar, porque este no fue el último pedido… Y su familia está esperando una última entrega, el diploma de ingeniero que prometió.

*Por Maxonley Petit para La tinta. 

Palabras claves: accidentes laborales, Haití

Compartir: