Una postal futbolera de Luis Sepúlveda
Si bien en su obra no hay mucho de fútbol, Luis Sepúlveda alguna vez contó cuán íntima es la relación de la pelota con su desembarco en el arte de la escritura. «Crecí en un barrio proletario de Santiago de Chile y, aunque en mi casa había algunos libros, sería de una vanidad espantosa decir que se trataba de una biblioteca, y más todavía culpar a esos inocentes libros de lo que hago. No. Yo me hice escritor por el fútbol».
Por Juan José Panno para Página/12
Mucho se ha escrito en estos días sobre el chileno Luis Sepúlveda, fallecido en un hospital de Asturias, víctima del maldito coronavirus. En este diario Silvina Friera trazó una hermosa semblanza en la que hizo referencia, a su obra, su militancia política y entre otras cosas, a la amistad con Osvaldo Soriano.
Tenían muchos puntos de unión con el Gordo y el más divertido era preguntarse en qué hoteles valía la pena robarse una toalla. El humor y el fútbol los llevaban a recorrer siempre caminos conocidos. Soriano le hablaba de San Lorenzo. Sepúlveda, de su querido Magallanes. El autor de El viejo que escribía novelas de amor y Patagonia Express también hablaba de fútbol y literatura con Juan Sasturain, cada vez que se cruzaban.
En la narrativa de Sepúlveda no hay mucho de fútbol, pero en el 2014 escribió una columna en Clarín en la que cuenta que su ingreso a la literatura estuvo vinculado a la bendita pelota. Es una deliciosa historia de amor que aquí se reproduce:
«A veces, motivado por amigos he hecho algunas confesiones referentes a cómo y por qué diablos decidí ser un escritor o, dicho de una manera más modesta, acercarme a la literatura. A veces envidio a los escritores y escritoras que confiesan haber vivido en compañía de vetustas y bien surtidas bibliotecas familiares, a las que con cierta coquetería culpan de “haber despertado la vocación”. No es mi caso. Crecí en un barrio proletario de Santiago de Chile y, aunque en mi casa había algunos libros, sobre todo literatura de aventuras, Jules Verne, Emilio Salgari, Jack London, Karl May, sería de una vanidad espantosa decir que se trataba de una biblioteca, y más todavía culpar a esos inocentes libros de lo que hago. No. Yo me hice escritor por el fútbol.»
Mi sueño era destacarme en el fútbol y llegar a ser un día profesional de ese gran deporte. Me veía con la camiseta del club de mis amores, el Magallanes, el decano del fútbol chileno y, si todo iba bien, algún día vestiría la roja camiseta de la selección chilena. No jugaba mal. Era delantero en el equipo infantil del «Unidos Venceremos F. C.», uno de los cuatro clubes de mi barrio Vivaceta, ilustre rincón de Santiago salpicado de fábricas textiles, burdeles, quilombos, boliches en los que servían vino recio, dos estadios y orgullosamente proleta. Además, el barrio era cuna del «Chamaco» Valdés, que por entonces jugaba en el Colo Colo, acababa de ficharlo La Juve en Italia y, desde luego, era delantero de la selección.
Mi acercamiento a la literatura empezó un domingo de verano y mientras, con mis botines de fútbol al hombro, caminaba hacia el estadio Lo Sáenz, propiedad del sindicato Santiago Watt, que aglutinaba a los obreros de la compañía chilena de electricidad, «Chilectra», campo en el que se disputaba la copa del barrio. En esos años, uno cuidaba muy bien sus botines, los embadurnaba con grasa de caballo y, según las características del campo de fútbol en que se jugaba, se cambiaban los tapones blandos, de goma de viejos neumáticos cuando se jugaba en cancha de tierra, duros, generalmente de suela cuando el terreno estaba muy seco, y livianos, casi siempre de hueso, cuando teníamos el placer de jugar en un campo de césped».
Una mañana de domingo camino del estadio vi un camión de mudanzas frente a una casa. Una nueva familia llegaba a vivir en mi barrio, una pareja de adultos trasladaban muebles desde el camión a la vivienda, me ofrecí a echar una mano y, cuando cargaba una pequeña mesa, la vi. Era la chica más hermosa que había visto en mis trece años de vida. Fue verla y transformarme en una furia cargadora de sillas, mesas, colchones, atados de ropa, cajas. A decir verdad, la chica más hermosa que había visto en mis trece años de vida me invitó sin demasiado entusiasmo. Y yo marché al estadio repitiendo su nombre: Gloria. Me sentía en la gloria. Aquella mañana jugué mal. Muy mal. Incluso perdí varios pases que eran mi especialidad… Ese partido terminó en derrota del Unidos Venceremos F.C. Todos mis compañeros me insultaban, el Mister llamaba a la calma diciendo que la nobleza del fútbol está en saber encajar las derrotas. Y yo seguía en la gloria.
Cuando cumplió años Gloria le regalé la foto de la selección chilena de fútbol con la firma de todos los cracks (que en el campeonato mundial, jugado en Chile en 1962, es decir hacía muy pocos meses, habían logrado un tercer lugar que honraría para siempre al fútbol chileno). Horas, días, semanas, meses me había costado conseguir todas esas firmas, entre las que destacaban las de Michael Escutti, el portero, de Jorge Toro, el goleador máximo, de Leonel Sánchez, Tito Foulleaux, de Eladio Rojas que les metió a Lev Yashin un gol de media cancha y el portero ruso, La Araña Negra, lo aplaudió. En esa foto estaban todos los inmortales. Me llegó la respuesta menos esperada, pero me marcó de por vida «–No me gusta el fútbol– respondió. Y en esa frase conocí el veneno de los amores imposibles, el cruel significado del off side…. Me gusta la poesía– dijo antes de desaparecer de mi vida».
En esos días le cayó la oportunidad de leer el libro de su compatriota Pablo Neruda («Veinte poemas de amor y una canción desesperada»).. Al leer el poema veinte sentí que Neruda lo había escrito pensando en mí, y en mi gloria perdida. Dejé de jugar en el Unidos Venceremos F. C., regalé los botines a un amigo, en la cajita de cartón original, con varios juegos de tapones y una lata de grasa de caballo… De potencial crack pasé a ser oyente del fútbol por la radio, seguidor de las emociones que trasmitían Sergio Silva y Darío Verdugo… La vida es una suma de dudas y certezas. Tengo una gran duda y una gran certeza. La duda es si la literatura habrá ganado algo con mi militancia en la palabra escrita. Y la certeza es la de saber que, por culpa de la literatura, el fútbol chileno perdió a un gran delantero».
*Por Juan José Panno para Página/12