Curar los males con las señales de la tierra
La UTT, Unión de Trabajadores de la Tierra, forjó un camino propio por más de diez años, con crecimiento sostenido en quince provincias y una agenda propia que se fue ampliando hasta llegar, en plena pandemia, a la presidencia del Mercado Central, un espacio alimentario-comercial históricamente conflictivo, que se ubica entre los más grandes de Sudamérica. Sobrepasando la marginalidad histórica de las zonas suburbanas y aguantando los embates económicos, el colectivo se hizo fuerte, tomó nuevas formas y visibilizó la agroecología, la soberanía alimentaria y la necesidad urgente de un cambio social en pos de tierra y techo al sector agrario más postergado. El trabajo en el Área de Género es uno de los reflejos de esta persistencia militante, una reconfiguración de la ruralidad, entrelazando al campo y la ciudad, dándole un sentido renovado a las viejas formas de la política gremialista.
Por Santiago Somonte para La tinta
En medio de la pandemia, en esta vieja cultura frita, cada gobierno -no hay sitio seguro en el mundo, ya sabíamos- toma decisiones que pueden profundizarse o mutar en cuestión de horas. Millones les imitan, corren en paralelo, con el atávico instinto de conservación, propio de cualquier especie. Más allá de cualquier alusión al carácter destructivo de la humanidad, surgen nuevas preguntas, interrogantes impostergables, que ahora resuenan más fuertes, cuando las urgencias se multiplican y algunos siniestros, siempre a contramano, no descansan. ¿Qué pasa con nuestros sistema de salud, el público y el privado? ¿Por qué aceptamos tanta desidia durante décadas? ¿Qué rol tuvo el Estado, en su burocrática y corrupta inmensidad, hasta este momento trágico? ¿Qué nivel de importancia real tienen, para la clase dirigente, lxs trabajadorxs de la salud, la producción y la educación? Cuerpos de pie enfrentando esta locura. ¿Por qué se subsidia con cifras millonarias a empresas millonarias y se precariza a gran parte de los sectores públicos y privados? ¿Hay o no hay dinero para modificar este estado de cosas? ¿Dónde está y quienes deberían tributarlo? ¿Cuál es el precio de un bienestar social acorde a necesidades, urgencias y nuevos hábitos de sociedades segmentadas?
En definitiva, este tiempo que nos acecha, y el nuevo orden mundial que parece asomar con aires de profecías cumplidas, trasluce viejas prácticas individualistas, rupturas imposibles de disociar, perpetradas por brechas enormes, forjadas a pura explotación y un enorme abanico de matices y contradicciones, que nos interpelan a cada momento del letargo pandémico.
Al margen de todo, es necesario permitirnos una o muchas abstracciones: pensar en quienes hacen de estos días una fortaleza esperanzadora, que reúnen la ayuda material, sanitaria y psicológica, que mantienen, por encima de cualquier riesgo, las frágiles bases de un país periférico, pero maravillosamente diverso, en este momento crítico.
Mujeres, familia, territorio, naturaleza: Cómo construir en la igualdad
Rosalía Pellegrini referente del Área de Género de la UTT, militante histórica de la organización, habla a la distancia, desde su casa en las afueras de La Plata. La cuarentena la encuentra en la crianza de sus hijxs y multiplicando tareas que van desde la coordinación de reuniones futuras, el funcionamiento y la asistencia a lxs cumpas de almacenes y mercados de Capital y Gran Buenos Aires, y llamadas con las policías locales… “Hay compañeros que viven en zonas rurales, donde no hay nada… Hicieron varios kilómetros para comprar y, al regreso, los detuvieron. Algunos tuvieron que quedarse en las quintas, donde sólo hay producción y riego. Tuvieron que dormir casi a la intemperie”, cuenta. Junto al nuevo presidente del M.C., Nahuel Levaggi y varixs compañerxs fundadores de la organización, forman parte de la generación que ronda los cuarenta años, rango etario que atraviesa a quienes lideran otros movimientos sociales: historias similares forjadas desde los márgenes hacia los espacios de poder; desde las ollas populares, los cortes y el campo profundo, ajeno a silobolsas y especulaciones en doláres, a los Verdurazos frente a la Casa Rosada. Un cúmulo de voluntades cohesionadas que tuvieron, en la persistencia, la concreción de algunos objetivos y la fuerza necesaria para otros que aún esperan.
En esta década, más allá de las variables políticas, los movimientos feministas han cuestionado al patriarcado que rige en las sociedades del mundo. Nuevas generaciones han recogido la posta de mujeres que, desde las ciencias, la política, las fábricas, el campo y sus propios hogares, enfrentaron la opresión machista.
“Empezamos hace cinco años haciendo encuentros entre mujeres agricultoras, compartiendo vivencias diarias, hablando de cómo era nuestra vida, las tareas al interior del hogar y en la producción, y así nos acercamos… A partir de esa confianza, empezaron a salir los primeros casos de violencia de género. El salvavidas que encontramos éramos nosotras mismas, desde nuestra organización. Empezamos a capacitarnos acerca de cuáles eran las violencias, en el acompañamiento en casos de violencia rural, pensando que, en el territorio, el Estado está súper ausente”. Entonces, los ejemplos surgen desde cuestiones tan básicas como atomizadas, tras siglos de patriarcado, de una construcción social de la que todos nosotros, los hombres, replicamos en mayor o menor medida:
“Para moverte en el campo, necesitás un vehículo. Si bien las familias suelen tener uno, las mujeres no manejan por cuestiones de género; entonces, salir se hace muy difícil. Están incomunicadas, aisladas, sin amigas porque no las dejan hablar con ellas. Desde esa realidad, pudimos resolver casos puntuales y aprender cada vez más. Nos transformamos en psicólogas y abogadas populares, recorriendo comisarías de la mujer, denunciando la violencia. Empezamos a hacer capacitaciones, articulando con las universidades…”.
Así se conformó la Secretaría de Género, con el aprendizaje diario y la ruralidad como contexto geográfico, ajeno al micromundo urbano, tan omnipresente en las redes sociales y el golpe efectista de la televisión: “No era solamente que a una compañera le pegaban una trompada. Estaban excluidas de un montón de cuestiones: el tiempo libre, el reconocimiento de las tareas de cuidado, en poder decidir sobre su cuerpo, acerca de si querían ser madres o no, en su sexualidad…”.
Lo propio ocurría con el trabajo diario, en la producción de alimentos, tan ignorado desde los gobiernos de turno y buena parte de ´la sociedad de consumo´, y tan vital en tiempos de desabastecimientos, sobreprecios y pánico generalizado. “En la quintas, muchas de las compañeras trabajaban como peonas, sin salarios. Si bien hay casos diversos, ellas no manejaban dinero. Tampoco decidían qué producir ni cómo hacerlo ni en qué momento. El modo de producción basado en agrotóxicos era implementado por la familia y llevado adelante por los varones, mientras que las mujeres querían trabajar desde la agroecología. Aún hoy, se repite la situación, pero se está revirtiendo”.
Los cambios son paulatinos, como la lucha por la soberanía alimentaria o el acceso a la tierra. Ralentizados por una coyuntura que obliga a atender incendios de casillas de familias compañeras en pleno campo, o casi en simultáneo, la atención a heridxs tras un Verdurazo, como a la prensa a partir de una foto que se viraliza retratando hambre y represión, en el mismo contexto. La organización, como todos los movimientos sociales, reconfiguran el mapa productivo ofreciendo nuevos-viejos modos de economía popular, equilibran fuerzas y ganan derechos sorteando el dedo acusatorio o la tutela de una política pendular e inestable. Padrinos políticos o carroñeros mediáticos al margen.
Rosalía retoma la idea de la construcción de un nuevo paradigma interno, que se reflejará en otras formas de convivencia, tras hechos concretos de violencia física. Desnaturalizar el “algo habrá hecho” fue el gen necesario para la conformación de la secretaría. Dar los debates e integrar en la discusión a los hombres de la organización resultó “un impacto muy fuerte”. Esas charlas comenzaron a reproducirse en las áreas de comercialización, alimentación, relaciones, políticas y profundizándose en talleres y encuentros regionales mensualmente, y, una vez al año, a nivel nacional.
“La construcción es con ellos, eso está claro, pero era necesario expandirlo a los referentes de cada área y construir una mirada de igualdad y revalorización de las mujeres: en nuestro cuidado, el de las familias, el territorio y la naturaleza. Era fundamental”, asegura. Así, surgió la idea, por parte de agricultoras, de reproducir la violencia padecida a través de obras de teatro. Esto produjo una identificación a partir de la representación, un espejo para los compañeros, en donde veían reflejadas las historias de sus familias y la que algunos, equivocadamente, repetían. Así, cada sector interno, incluido el Mercado Central, está representado por hombres y mujeres, en forma equitativa. El COTEPO, Consejo Técnico Popular, que orienta la organización en su paso hacia la agroecología, lo comanda Delina Puma. “Queremos construir en la igualdad: para progresar, precisamos construir criterios y avances políticos. Por eso, hay que salir de esos lugares históricos de privilegio”.
Conexiones urgentes con la tierra
“Hace un año, comenzamos a hacer encuentros de plantas medicinales entre mujeres. Aquello de cuerpo y territorio, que nos sonaba a libros de feminismo, fuimos haciéndolo propio. Nos pusimos en un rol activo, escuchándonos. Varias compañeras conocían plantas que usaban su familia cuando eran chicas, y que de grande habían dejado a un lado, porque la gente les decía que eran de otra época o representaban supersticiones. No son sólo talleres, son espacios en los que elegimos cómo usar nuestro tiempo, donde hacemos ceremonias y tratamos de reconectarnos con otros sentidos, con el sonido del viento, de la música y nuestro orígenes: el de aquellas mujeres de las que todas descendemos y también nos conectamos con lo externo. Convocamos a alguien que trae aceites esenciales, elementos para hacer repelentes de insectos para combatir el dengue o fabricamos tinturas madre que vendemos a bajo costo en nuestros almacenes”.
La artemisa annua es una planta también llamada ajenjo dulce. Al igual que el remanido Covid 19, según afirman con aparente veracidad los medios de comunicación, nació en China. Como una ingrata coincidencia del destino, se esparció por países de distintas latitudes, aunque ofrece efectos sanadores, afirma Rosalía, sin ánimo mercantilista en sus palabras: “Es una planta que, en estos días, está terminando su ciclo y comenzando a semillar. Es antiviral y fortalecedora del sistema inmunológico. La reconocimos junto a Joseph Pámies, un agricultor español que nos visitó en un encuentro. Él siempre había trabajado de forma convencional, con agrotóxicos, y, en un momento, se dio cuenta de que todo lo que había hecho no servía para nada e hizo la transición hacia la agroecología. En este período de pandemia, insistimos en que una actitud de resistencia y de cuidado es difundir el conocimiento de esta planta, que está alrededor nuestro, nos está llamando… Dos infusiones diarias, con una cucharadita de té, alcanzan”.
A miles de kilómetros de distancia, hace algunos años, Novaris se apropió de las propiedades benéficas de la planta, cuando la malaria asolaba África. Al igual que Bayer- Monsanto, que fumigaciones y semillas transgénicas mediante, intentan monopolizar cualquier territorio cultivable del mundo, la empresa suiza patentó y desarrolló una píldora, coartando cualquier otro uso en el continente más pobre del planisferio.
Mientras la oscuridad y el silencio cortan la noche, vamos perdiendo noción del tiempo en una cuarentena obligatoria que parece prolongarnos en letargos personales, a veces, introspectivos, otras, mundanos. Allá afuera, hay puñadxs de trabajadorxs que sanan, acompañan, producen y alimentan, viviendo una rutina también distinta, de cara a la supervivencia o el dolor. La incertidumbre del futuro inmediato es una breve interpretación que se ahoga en un presente que nos mantiene alertas.
Un último audio, desde la quietud y la cotidianeidad familiar del campo, llega reflexivo y buen consejero para sostener este tiempo, único, inédito, raro, distante de seres queridos y encuentros añorados: “Si en el lugar que habitamos hay veneno, hambre y muerte… ¿Cómo podemos pensar que nuestro cuerpo va a ser saludable? Todo lo que le pasa a nuestra tierra, al entorno que vivimos, nos afecta”. A pensarnos colectivamente entonces.
*Por Santiago Somonte para La tinta / Imagen de portada: Julieta Arévalo.