El virus que torció la historia de Italia
¿Por qué Italia es el país más afectado por el coronavirus? En la desinversión sistemática de su sistema de salud está la respuesta más concreta.
Por Federico Larsen para L’ Ombelico del Mondo
Desde mediados de febrero de 2020, Italia se ha convertido en el centro de la atención mundial ante los efectos del Covid-19. La gran difusión, y especialmente el altísimo número diario de muertes de pacientes contagiados son reproducidos, sin esconder cierto asombro, en todos los diarios del mundo. A un mes y medio del comienzo de lo que ya se podría definir como una de las peores tragedias de la historia moderna italiana, es posible comenzar a analizar algunos de los datos socio-políticos que emergen de la coyuntura actual.
El “norte rico”
La región más afectada por la pandemia, la Lombardía, es una de las zonas más ricas y privilegiadas del mundo. La renta per cápita, parámetro indicativo de la producción local, es superior a los 37 mil euros anuales, inclusive mayor a las de Gran Bretaña o Francia, el doble de muchas regiones del sur como Calabria, y casi el triple de Argentina.
El primer caso se registró oficialmente el 18 de febrero en la provincia de Lodi, en un pueblo de 15 mil habitantes llamado Codogno. El hombre considerado el “paciente uno” de la epidemia en Italia, acudió dos veces al hospital local tras haber participado de tres cenas con amigos, un partido de fútbol y una maratón bajo los síntomas de la gripe. El 20 se confirmó que había contraído contagio con coronavirus, a pesar de no haber tenido contacto con posibles portadores sospechosos. Al conocerse la noticia, serpenteó de inmediato la indignación y el miedo en la población local. Codogno fue aislado por el ejército y la policía, y las autoridades locales suspendieron actividades masivas.
Según reveló un mes después la prestigiosa revista Nature, el coronavirus llegó a Lombardía muchísimo antes que ese 20 de febrero. Existen evidencias de que ya desde enero hubiese casos comunitarios de transmisión local, y que pasaron totalmente inadvertidos, y tratados como una simple gripe estacional.
Para el 23 de febrero, ya había 130 casos confirmados, 11 ciudades aisladas y se llegaron a suspender los últimos días de celebración del carnaval de Venecia. El 27, el ministro de Asuntos Exteriores y líder de uno de los dos partidos de gobierno, Luigi di Maio -del Movimiento 5 Estrellas- sostuvo en conferencia de prensa que lo que Italia estaba viviendo no era una epidemia, sino una infodemia, y culpó a los medios de comunicación de difundir temor infundado en la población. En ese mismo momento, el líder del otro partido de la coalición de gobierno, Nicola Zingaretti, secretario general del Partido Democrático, publicaba un video en redes sociales desde un aperitivo público en Milán, rodeado de jóvenes, en el que invitaba a “no perder nuestras buenas costumbres por algunos focos” de contagio. Diez días después, Zingaretti publicó otro video en redes sociales para anunciar que había dado positivo al test de Covid-19 y debía cumplir cuarentena.
El aislamiento social llegó tarde. Entre el 7 y el 8 de marzo, el primer ministro Giuseppe Conte lo decretó para casi todas las regiones del norte. Eran las dos de la mañana cuando se emitió la cadena nacional. A las 18 horas, el boletín diario del ministerio de Salud había anunciado un total de 5.883 casos y 233 muertos por coronavirus. En los días anteriores, hubo serias discusiones públicas entre las autoridades de las regiones, las provincias, los municipios del norte y el gobierno nacional sobre las medidas que debían tomarse. Ante el cierre desorganizado de vastos territorios de la zona, miles de personas decidieron abandonar sus casas para ir a refugiarse en lo de parientes en el sur. Para evitar que esto siguiera difundiendo el contagio, Conte extendió la cuarentena social obligatoria al resto del país a partir del 9 de marzo.
Pero el epicentro de la pandemia se mantuvo en el norte rico. Las medidas de aislamiento tuvieron un acatamiento muy laxo. La gente se resistió, trató de mantener su rutina, y las disposiciones oficiales fueron muy contemplativas al respecto. De hecho, recién el 30 de marzo se prohibió oficialmente salir a correr y hacer actividad física al aire libre.
El punto de inflexión, en el cual se comenzó a dimensionar un poco mejor lo que estaba sucediendo, para muchos fue el 19 de marzo. Ese día, los medios difundieron fotos y videos de un larguísimo convoy militar que desfilaba por las calles de Bergamo. Adentro había cientos de ataúdes de víctimas que ya no podían ser llevados al crematorio municipal, porque ya no daba abasto. Tampoco el de los municipios vecinos. En Bergamo, corazón italiano de la pandemia, los muertos ya ni cabían en la provincia.
El hospital principal de Bergamo, el Papa Giovanni Paolo XXII, cuenta con la sala de terapia intensiva más grande y moderna de Europa: totalmente colapsada. Hace más de un mes, la guardia registra hasta 70 ingresos por día. Un promedio de tres cada hora. Ni el mejor hospital en la tierra puede sostener un ritmo semejante a largo plazo. En uno de los territorios con el más alto nivel de vida del mundo, los hospitales debieron recurrir a las 10 mil máscaras de buceo donadas por la multinacional Decathlon, y adaptarlas a los respiradores para enfrentar la emergencia.
La capital de la provincia es una ciudad de 110 mil habitantes. Según datos difundidos por su intendente, Giorgio Gori, el promedio de muertes en los últimos años en el mes de marzo es de 98 fallecidos. Entre el 1 y el 24 de marzo se registraron 446, es decir 348 más. Los datos oficiales indican que hubo 136 fallecidos por Covid-19. Es decir que hay por lo menos 212 fallecidos por encima del promedio anual de la ciudad que no están siendo registrados. Los datos oficiales que se difunden a diario deben ser considerados como estimativos. La realidad se conocerá recién cuando la emergencia termine.
Por qué Italia
Existen algunas particularidades en la composición demográfica de Italia, que lo hacen un país particularmente vulnerable ante este tipo de eventualidades. En primer lugar, por ser el país con la población más envejecida de la Unión Europea (UE). El 22,6 por ciento de la población tiene más de 65 años, el dato más alto de la UE, cuyo promedio es de 19,7 por ciento (dato de todas maneras altísimo comparado con el 10,5 por ciento de Argentina). Un envejecimiento paulatino, pero sostenido en los últimos años: por cada 100 personas fallecidas sólo se registran 67 nacimientos. Y, a pesar de lo que sostengan los partidos soberanistas como La Lega de Matteo Salvini, los migrantes tienen una enorme importancia en el sostenimiento demográfico de Italia, ya que el 22 por ciento tienen padre o madre extranjera (14,9 por ciento tienen ambos padres migrantes). Al mismo tiempo, se tiende a ser padres y madres cada vez más tarde. Los relevamientos oficiales detectaron que en 2018 por primera vez las mujeres entre 35 y 39 años tienden a tener más hijos de las que tienen entre 25 y 29. Y no muchos. El promedio es 1,29 hijos por pareja. La convivencia intergeneracional en Italia también es particularmente difusa. El 66 por ciento de los italianos entre 18 y 35 años vive con sus padres y madres (72 por ciento de varones, 59 por ciento de mujeres). El promedio europeo está por debajo del 30 por ciento. Simplemente a partir de una lectura superficial de estos datos, se podría inferir que en Italia la población de riesgo representa una porción importante del total de los habitantes, y ésta tiende a convivir más con las generaciones más jóvenes. Ante las particularidades que este virus tiene en términos de contagio, hasta podría haberse previsto un impacto tan duro en caso de intervención tardía con estas circunstancias.
Pero hay un factor que resulta quizás aún más importante que es el estado del sistema sanitario italiano al momento de enfrentar la pandemia. Italia ha puesto las bases en los años del boom económico de las décadas de 1960 y 1970 para la consolidación de un Estado de bienestar de los más avanzados a nivel mundial. La atención sanitaria ha siempre sido una de las grandes joyas de este sistema de contención social. Pero la recesión de 1990 y, especialmente, la políticas de recorte al gasto estatal implementada por todos los países europeos tras la crisis financiera de 2008, afectaron especialmente al sector salud.
Los datos del gobierno italiano aseguran que el Estado ha aumentado el gasto en salud de 73 mil millones de euros en 2001, a 114 mil millones en 2019. Sin embargo, ese aumento nominal no se corresponde con la capacidad de acción del sistema. Si se analizan los datos aplicando el nivel promedio de inflación durante ese periodo (1,07 por ciento anual), se puede afirmar que entre 2009 y 2019 hubo un recorte de 37 mil millones de euros en el presupuesto sanitario. Según un estudio reciente de la Fundación GIMBE, este recorte encubierto significó la pérdida de 70 mil camas de hospital y 46 mil trabajadores y trabajadoras de la salud. Desde 2009, en ese ámbito se impuso un cupo a las nuevas contrataciones como parte de las medidas de austeridad para enfrentar la crisis financiera. Esto hizo que el promedio de edad de los médicos de planta en los hospitales italianos sea hoy de 55 años, y que buena parte de los que deberían enfrentar la pandemia en primera línea formen parte, en realidad, de la población de riesgo.
El progresivo desfinanciamiento del sistema sanitario fue prácticamente una política de Estado. Contribuyeron a ella todos los gobiernos de la última década, de todos los partidos y coaliciones: Berlusconi, Monti, Letta, Renzi, Gentiloni y Conte, en ese orden, fueron los primeros ministros que confeccionaron los presupuestos que bajaron el gasto en salud del siete por ciento del PBI en 2001 al 6,6% actual. Las reformas económicas ya aprobadas prevén llevar ese gasto al 6,5 por ciento en 2020, y al 6,4 por ciento en 2021, para cumplir con las metas presupuestarias impuestas por la Unión Europea.
Retrasos e intereses
Si las decisiones tomadas en los últimos años contribuyeron a alimentar la situación actual, las tomadas en las semanas mismas de difusión del virus tampoco demostraron ser de las más acertadas. El cierre de las escuelas fue decretado el 4 de marzo (y sólo en el norte), cuando ya había 3.800 casos confirmados y 107 personas fallecidas. La cuarentena llegó casi una semana más tarde y preveía enormes excepciones. La norma señalaba, por ejemplo, una lista de 80 sectores de la producción considerados indispensables, cuyos trabajadores debían seguir su labor en fábrica. La lista, sin embargo, además de la producción ligada al sector de salud y alimentos, incluía a call center, fabricación de neumáticos, cámaras de aire, sogas e hilos, lentes de sol y armas, además de metalúrgicos no ligados a la industria sanitaria y que emplean millones de personas obligadas a trasladarse. Se trata, no casualmente, de los sectores que responden a los grupos empresarios más poderosos de Italia, como Pirelli o FCA (ex Fiat). Una estimación de la Cámara del Trabajo de la Lombardía, reveló que sólo en Milán debían seguir trabajando unas 900 mil personas, 300 mil de las cuales pertenecientes a sectores no esenciales. En Bergamo, epicentro del contagio, la mayoría de las 370 empresas que producen un total de 650 millones de euros anuales en el territorio provincial, siguieron trabajando. Según el principal sindicato italiano, la Cgil, para el 25 de marzo aún había 12 millones de trabajadoras y trabajadores activos en todo el país, y el nivel de producción varía entre 25 y 50 por ciento, según el área geográfica. La situación se enfrentó recién luego de un paro general convocado por todos los sindicatos italianos para pedir la revisión de la lista de sectores esenciales, y la mejora de las condiciones laborales para quienes debían exponerse al riesgo de contagio. Era el 26 de marzo.
Que el gobierno haya tardado más de un mes en disminuir la producción y, por ende, la circulación diaria de personas en su territorio, responde a un temor muy generalizado en el mundo, que es la posible parálisis de la economía.
La organización que representa la industria italiana, Confindustria, se opuso con fuerza a los decretos sobre la cuarentena social, al sostener que se perderían unos 100 mil millones de euros de producción por mes en caso de parar más del 50 por ciento de la producción fabril. Un riesgo que, un país que tiene una deuda total equivalente al 134 por ciento de su PBI, no podría correr en tiempos normales. Pero estos no son tiempos normales. Una constatación que el gobierno de Conte decidió asumir tarde, pero con acciones significativas. Junto con España, Italia lideró la fronda en el marco de la Unión Europea para obtener la suspensión del pacto de estabilidad europeo, que limita el déficit fiscal al que pueden llegar los estados miembros, sin caer en las sanciones comunitarias. A pesar de la férrea resistencia de Alemania, Holanda y Francia (países ricos que aportarían la mayor cantidad de recursos al balance comunitario en caso de que Italia y España no cumplan con sus obligaciones), Roma y Madrid obtuvieron una suspensión temporal recién el 24 de marzo.
El paso sucesivo fue la propuesta de un gran “Plan Marshall Europeo” para apuntalar las economías más golpeadas del sur europeo. Una vez más, son Berlín y Amsterdam las que levantan una durísima resistencia a la colaboración con sus socios en mayores dificultades. Es que en el análisis de la situación en Italia se debe también tener en cuenta la ausencia total de solidaridad a nivel europeo.
Ni bien se detectaron los primeros casos de contagio en el continente, la receta que los países de la UE implementaron fue un claro “sálvese quien pueda”. La misma presidente de la Comisión Europea (CE) debió salir a pedir públicamente perdón el pasado 1 de abril, admitiendo que “frente a una respuesta común europea, demasiados países se concentraron en su propia casa. Fue una reacción perjudicial y evitable”. Y al día siguiente prometió intentar avanzar hacia el “Plan Marshall Europeo” en el próximo presupuesto europeo para 2021.
Es verdad, sin embargo, que en términos de políticas de sanidad y educación, todos los países europeos han sido históricamente celosos de su organización nacional, y jamás han querido compartir sus beneficios con el resto de los socios europeos. La propuesta de unificar las políticas nacionales en estos ámbitos estuvo de hecho en la base del fracaso del proyecto de Constitución Europea del periodo 2004-2005. Pero la insensibilidad y falta de preparación de la UE sostenidas durante un mes de contagio sorprendieron inclusive en países como Italia, donde partidos euroescépticos y soberanistas, como La Lega, se han convertido en la primera fuerza política hace ya algunos años. La situación rozó tintes tragicómicos cuando el gobierno de Conte denunció que República Checa se había quedado con unas 600 mil mascarillas directas a Italia provenientes de Moscú.
Y este es el otro dato relevante del fracaso político europeo ante la crisis por el coronavirus: quienes envían médicos, donaciones, formación técnica y apoyo logístico a Italia son China y Rusia, además de la más que honrosa excepción de Cuba, que a pesar de que Italia haya votado sistemáticamente en favor del embargo norteamericano en la Asamblea General de la ONU, envió una delegación de médicos recibidos casi como héroes en Cremona, Lombardía. Varios países de la UE, en cambio, llegaron inclusive a negar el permiso para el tránsito aéreo de los aviones rusos cargados con material sanitario para los hospitales italianos.
En síntesis, más allá de la clara gravedad de la pandemia causada por el coronavirus, la situación italiana deja a las claras que existen condiciones sociales y políticas que deberían ser analizadas para su revisión una vez terminada la emergencia. Queda claro, sin embargo, que mientras tanto el foco de atención deberá estar puesto en ese objetivo, a pesar de que la política y los influyentes sectores económicos italianos aún busquen ganar tiempo.
*Por Federico Larsen para L’ Ombelico del Mondo