La escritura, territorio donde se construye la memoria 

La escritura, territorio donde se construye la memoria 
27 marzo, 2020 por Gilda

Por Erica Aisa para La tinta

“Hay un motivo para que haga estas cosas, para que hurgue en los papeles y en la vida de su madre como lo está haciendo. Es que su madre le pidió que, llegado el caso, se ocupara de leer las cartas”. 

Así, con el aviso de estar leyendo una letra ajena, entramos al relato que propone María Teresa Andruetto en Lengua Madre (Mondadori, 2010) y, a la vez, nos sentimos como en casa, como si esa caja, esas historias hablaran de nosotros, de nuestra propia vida. Quizás porque estamos marcados por los que alguna vez se fueron, por los que alguna vez llegaron de otras tierras y las cartas fueron esa manera de permanecer cerca, de seguir conectados a la tierra y a la sangre. 

Con esa sonoridad, con esa cadencia que parece que la narradora te estuviera contando la historia mientras comparten un café, entramos a la ausencia, al vacío que atraviesa el relato. La última dictadura militar en Argentina es el contexto de esta novela y también el territorio donde se arma y desarma la trama, donde se tensionan las vidas. Nada de lo humano le resulta ajeno a Andruetto y su escritura es su mejor presentación. 

El relato avanza con cartas, en un lenguaje escrito, pero que recupera la lengua, la manera de hablar de quien escribe y de quien lee. En esos textos que fueron transportados por un camionero, Julieta, la protagonista que llegó de Munich luego de que su mamá murió, lee a su abuela, quien le cuenta del pueblo a su mamá que vive escondida en el sótano de una casa en la Patagonia. 

Así, nos enteramos de que Julieta nació en ese sótano y, cuando tenía dos meses, sus abuelos maternos la fueron a buscar, que creció en un pueblo de llanura, con sus abuelos que la criaron como hija, esperando cartas de su madre y escribiéndole. Una apropiación amorosa que funciona como reflejo de las vidas que fueron diezmadas en esa época, de voces silenciadas. Julieta lee y busca su verdad, y cada lector puede buscar la suya, reemplazar nombres y sentir que es también su historia. 

Si nos guiamos estrictamente por ese molde, todo es un fracaso de antemano: ¿podemos acceder a la verdad? ¿Es esto posible? 

Entre cartas, leemos retazos de vidas y la certeza que encontramos -o reafirmamos- es que, leyendo, nos hallamos. La escritura, entonces, como la metáfora más completa de lo que implica estar en casa, construir un lugar para habitar. 

“Cardando lana, abriendo vellones apelmazados, clavando en la tela de colchón la aguja”. 

La memoria como un vellón apelmazado, que necesita abrirse. Apertura. El pasado que vuelve, como una gran aguja colchonera y hay que saber usarla, clavarla en el lugar preciso para que cosa, para que teja, para que una y no rompa. 

Andruetto, como si fuera una experta en manejar la aguja, da pinchazos, domina la lengua y va tejiendo cada dato, cada nombre, cada momento y lugar. Cuenta, narra, se narra y también nos narra, con la única certeza de que la única verdad posible es una construcción y que su edificación está hecha de palabras. Somos este relato que nos cuenta. 

Voces que resuenan en el presente 

No hay otra manera de mirar el pasado si no es desde el presente, aunque parezca un oximorón y la búsqueda, la necesidad de saber quién es, quiénes somos, pincha fuerte, deja marca. 

La historia de Julieta, buscándose, está contenida en el territorio de la ficción, pero remite a los relatos de nietos recuperados por las abuelas de Plaza de Mayo, historias de apropiaciones, de vidas falsificadas que, a fuerza de lucha y búsqueda persistente, encontraron luz. 

En Lengua Madre, la protagonista se va encontrando con ella, con su madre, con su historia, pero, allí, donde podría concluir, la escritora nos dice que la memoria es un músculo vivo, que se ejercita. 

“Muertos sus abuelos y su madre, ya no tiene adónde regresar. Sabe que el exilio es eso: no saber a dónde regresar. Así, sin esperanza y ya sin centro, vuelve a lo que fue. En busca de lo olvidado, al encuentro de lo oscuro, de lo ciego”. 

Andruetto se adelanta para contarnos lo que vamos a leer en otra historia y lo hace antes de que el libro exista. La escritura va develando lo que está oculto. 

Como si de una continuidad se tratara, aun sabiendo que las historias nunca son lineales, en Los Manchados (Random House, 2015), la narradora la cuenta a Julieta en un viaje a Tama, la tierra de su padre. Viaja, busca, indaga y, a la vez, evita. Uno lee y piensa que bien podría haber llamado a su padre o haber viajado a Suecia, donde él vive. Pero no, como si eso no alcanzara, como si hubiera que ir más lejos, al origen, a la tierra del nacimiento, donde se empezó a tejer originariamente la historia, para ir más hondo, porque hay otras voces que necesitan ser habladas, ser escuchadas. 

En Los Manchados, se encontrará con las voces de mujeres de otros tiempos, con sus padecimientos, con las injusticias vividas y, quizás en sus rostros curtidos, se acerque a esa pregunta sobre la tristeza que le llega por las tardes. 

Hay de nuevo una letra escrita, pero que suena, que se escucha y recupera esa tonada, esa manera de dejar caer las letras. Las voces que van contando sus versiones de los hechos, puntos de vista matizados con el color de la tierra, con los olores de esas casas marcadas por lo femenino, de hombres lejos, ausentes, trabajando en las minas, de mujeres que llevan todas sus apellidos maternos, como ella, como Julieta, que fue anotada con el apellido de su mamá, pero que viaja, llega a Tama y busca la espesura de la sangre paterna y se encuentra con la historia de un padre que no sabe quién es su madre ni su padre exactamente, que alguna vez los buscó, pero no dio con ellos. 


La escritura de Andruetto está marcada por la presencia de mujeres, son las protagonistas, las dueñas de todo el amor y también de todas las desgracias.


Maternidades que no han podido ser como hubieran querido, hijas con más de una madre, mujeres violentadas, cuerpos arrebatados. Ella le ofrece a la narradora la confianza en la palabra para que haga lugar, para que estire la arruga que forma el pliegue en la tela. Las palabras como actos de fe, de permanencia, de resistencia. 

“¿La pérdida de memoria es una metáfora?” 

Esta pregunta queda suspendida en el aire, en la página de Lengua Madre. Flota. Cada lector podrá otorgar respuestas, seguramente, provisorias todas. 

En Los Manchados, alguien pierde la memoria, podría ser la madre de Nicolás, la abuela de Julieta, pero no se sabe con certeza. De un día para el otro, se olvidó de todo y regresó a otra memoria, más antigua y al nombrarla, la recupera, la trae al presente. 

Julieta no puede llegar a ese pasado, porque no estuvo en él, pero, sin embargo, puede seguir buscando y encontrar palabras para nombrarlo, para construirse, edificarse y ser ella, lo que es, con las manchas del pasado y las voces que la narran. 

La ficción y su posibilidad de construir verdades 

¿Cuánto de todo esto es ficción? ¿Cuánto de todo esto es realidad? ¿Será que mujeres de otros tiempos le contaron las historias que ella relata? ¿Será la flecha de lo real que entró a la ficción?, como se pregunta Andruetto. 

Hay nombres que vuelven una y otra vez, que son nombrados en los libros, hay un contexto donde las historias se van entramando. En La mujer en cuestión (Sudamericana, 2009), novela que es previa a las dos referidas, la escritura descubre la vida de Eva y cómo fue atravesada, modificada por la dictadura militar. Hay voces en un pueblo que la van contando, como si hiciera falta reafirmar que nunca somos una individualidad, sino varias versiones de uno mismo. 

En Cacería (Mondadori, 2012), hay un cuerpo de una niña violentado por el poder que, a su vez, repite la historia de su madre, y nos remite a las historias de Los Manchados; una pianista que su memoria está fija en el pasado y once cuentos más, donde lo particular de sus personajes, en apariencia, vidas sencillas, explotan en lo sintético del género. 

Está Andruetto en estas tramas: hay pasajes cordobeses, el exilio en la Patagonia y un camionero que llevaba cajones de muertos para esos lugares, que a ella le llevaba cartas y la invitaba a comer en cada visita. Hay historias de piamonteses, nombres y músicas que remiten a Italia, como su papá. Hay estudios de letras y muchas referencias a libros y autores que se van mencionando, como si se hablara de otra cosa más importante que la centralidad de la lectura en la vida de la escritora. Hay historias que se cuentan en los lugares donde parece que no pasa nada, como en el pueblo donde se crió. Incluso, si se mira bien, se la puede ver a ella en una foto, María Teresa Andruetto contenida en Lengua Madre, jugando a ser un personaje de esa trama. 

La poeta uruguaya Idea Vilariño decía: “Cuando escribo, nunca miento. Puedo mentir en la vida de todos los días, pero no cuando escribo”

Andruetto dice que la ficción es la forma estética de la mentira y “que, en sus mejores momentos, o en las mejores escrituras, la ficción es una mentira que nos permite atisbar a una verdad más verdadera que la verdad. La clave no está en los hechos, sino en el relato de esos hechos, en el mejor modo de decir algo”

*Por Erica Aisa para La tinta.

Palabras claves: Derechos Humanos, Dictadura Cívico-Militar, Lengua Madre, literatura, María Teresa Andruetto, Nietos

Compartir: