Escribir, tocar el cuerpo

Escribir, tocar el cuerpo
19 marzo, 2020 por Claudia Huergo

Por Claudia Huergo para La tinta

Cuántos años hace ya que Jean Luc Nancy dijo: escribir, tocar el cuerpo. La escritura es la única operación que toca el cuerpo. Recibí esa noticia con una especie de alivio. Escribir no era un placer, tampoco una necesidad, pero sí un tipo de acción específica. Algo se realiza allí, quizás el derrotero de una intensidad va encontrando sus canales, sus derivaciones, sus expresividades y, de repente, ese movimiento, esa agitación entra en una zona de silencio. Se arma una calma expectante. Me imagino cuando una ballena se sumerge y no se sabe por dónde va a emerger, si a kilómetros de distancia de donde la vimos o, exactamente, debajo de tu bote.

Una amiga refiere su gusto por la pesca nocturna. Una sola vez, cuando era chica, la llevaron, seguramente por insistencia suya, a ese ritual exclusivo a los varones de la familia. Para ella, fue una experiencia iniciática: la noche estrellada del dique La Viña, el leve mareo de no estar en tierra firme, el ritmo del agua golpeando la madera, el farol a gas y ese enorme silencio. Como no quiso agarrar ni por un momento la caña, ni ensartar lombrices en el anzuelo, y a duras penas aceptó oficiar de femenina armando y repartiendo los sánguches a los pescadores, no la llevaron más. Porque no hacía nada.    

Unos días antes de presentar mi primer libro de poesía, se lo doy a leer a mi hijo. Se lo di a leer porque tampoco iba a poder impedir que lo hiciera. Eso me tuvo inquieta, expectante. Básicamente, me preocupaba que le fuera a hacer mal.

El niño ya se sabía revelado como poeta en un acróstico sobre mi nombre que le proponen escribir en la escuela, en tercer grado, supongo por el día de las madres. En las primeras letras, apela a sentidos más clásicos de lo que se supone que esperan que se escriba sobre una madre. Carismática para la C, linda para la L y así sucesivamente. Pero, en la U, hace otra cosa. Escribe: una estrella que grita dolorida. Allí está el poema. Allí está el cuerpo y el afecto ingresando a la escritura con la fuerza de un paredón de agua. Como una creciente. Quizá con la misma fuerza con que yo intentaba, en aquel momento, poner diques a mi dolor, a mis duelos: que no lo toquen. Un dique contra el Pacífico. 

Márgenes, cuidados, paciencia

Intentar cuidar al otro de las propias intensidades supongo que fue un aprendizaje temprano, sobre todo, cuando una detecta que el margen que tienen los propios cuidadores respecto a alojar las líneas de singularización que rápidamente se manifiestan en las existencias era poco. Poco margen. Las estrategias de silencio, pasividad y disimulo, tan necesarias hasta que se logra armar una salida, un pasaje a otra cosa, también van creando zonas de silencio, mundos paralelos que, quizá tiempo después, una escritura, o un análisis, logren relevar, y no sólo relevar, en el sentido de un trabajo de archivo, sino enriquecer, ficcionalizando, es decir, volviendo reales y realizando. Los tiempos de una inscripción sensible necesitan también los tiempos de las nuevas fuerzas que llegan allí a producir traducciones, actualizaciones, nuevos campos de legibilidad. Lo que produjo, por ejemplo: no son 30 pesos, son 30 años. Los efectos de marea feminista han sido también, o fundamentalmente, de ese orden: nuevas traducciones, nuevas actualizaciones para ese registro sensible, esas huellas acalladas que seguirán proliferando y generando mutaciones, tránsitos, permeando el campo del deseo de formas que no conocemos.

Mucha paciencia, entonces, para los que están en un bote sin que su actividad sea reconocible, para los que no se dedican al avistaje de ballenas (y sin embargo), para los que leen constelaciones y gritos de estrella en una consigna escolar, para los que trabajan en construir un dique contra el Pacifico. Mucha paciencia y mucho cuidado sobre esos devenires.

Volviendo a esas huellas, las inscripciones, transcripciones, traducciones, lo que no necesariamente es literatura, o no todavía. O no aún. O nunca quizás. No importa. A veces, es más importante vivir y hacer vivir. De todas formas, la letra está trabajando allí. Escribir, dice Deleuze, no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propias. La literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo. 

Y si no, díganme quién no se detuvo como ante una pared de concreto contra ese verso de Alejandra: Explicar con palabras de este mundo que partió un barco de mí, llevándome. Para mí, en mi adolescencia, fue realmente un choque fuerte, con efectos. La piloteé un rato, ocupada seguramente  en esa cosa de encajar en el mundo. Pero algo de mí se fue para siempre por ese resumidero. Supongamos que después vino Borges diciendo: ya no seré feliz, tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo. 

Mundos

Encontrar un lenguaje es encontrar un mundo. No un mundo feliz, un mundo seguro. Un mundo. Creo que mucho de lo que se ha escrito sobre el suicidio de Alejandra es una marca de la intolerancia hacia los armados de mundos y a las salidas del mundo. Un testimonio de la pobreza de mundos que tenemos. 

Margarite Duras dice: me dije que uno escribe siempre sobre el cuerpo muerto del mundo y también sobre el cuerpo muerto del amor. Que es en los estados de ausencia donde se hunde el escrito, no para reemplazar nada de lo que ha sido vivido o supuestamente ha sido, sino para consignar el desierto dejado por ello.

Alianzas

Filósofos amigos vienen hablando de la poesía, de lo poético, como el lugar donde se realiza una escritura con un máximo de cuerpo. 

Ajustar el pensamiento a la experimentación, pensar con los pies, ajustar la experimentación al cuerpo, enganchar la escritura a la experimentación, son todas imágenes que balizan la zona problemática de las trascendencias, el mundo preclaro de las ideas que prometen venir a organizarnos y resolvernos la existencia. 

Una escritura con un máximo de cuerpo es, entonces, la que avanza sobre las zonas de silencio, de catástrofe. Produce relevamientos afectivos, inventarios ficcionales. Es lo que permite el despliegue de las potencias contenidas en el acontecimiento. Incluso, la potencia de lo que no se puede. Porque el grado cero de la potencia debe ser el único momento donde todo es posible. Donde está momentáneamente suspendido nuestro paquete de datos, la capitalización de nuestras conexiones. Un máximo de cuerpo en la escritura supone, entonces, hacer ingresar lo que declina, lo que nunca va a ser dominante, lo minoritario. Pero que tiene el valor de tomarte por el cuello, sacudirte, abrir respiraderos en las zonas de asfixia. Todos los que estamos aquí tenemos una clara percepción de lo que han sido estos últimos cuatro años y de lo que está siendo en nuestro continente esta ofensiva restauradora, conservadora, fascista, racista, capacitista, sexista. Diego Sztulwark propone en su libro La ofensiva sensible: si pensar de otra manera requiere sentir de otra manera, a la batalla de las ideas debería precederla, o al menos acompañarla, una ofensiva sensible. Otro filósofo, Bifo Berardi, a quien Diego retoma, dice: ocupamos las calles, pero el poder no está en las calles. El poder financiero no está en las calles. El poder financiero no está en ninguna parte. ¡Ni siquiera en los bancos! Está en el ciberespacio, en una dimensión puramente abstracta que no podemos tocar, no podemos detener, no podemos destruir. Entonces, ¿por qué salir a la calle y ocupar? Su respuesta fue: no hemos tratado de detener el capitalismo financiero. Hemos intentado reactivar nuestro cuerpo. Por eso, salimos a las calles. Esta fue una acción poética, no una acción política.

Y nos encanta

Cada una de las consignas que han abierto, en este tiempo, respiraderos a la opresión contienen ese pulso vital, ese máximo de cuerpo, de allí su capacidad de proliferación, de re-sensibilización del tejido social. La diferencia que no logra captar cierto psicoanálisis –o que se niega a reconocer- apelando a las clásicas advertencias sobre el “efecto de masas” es la diferencia entre lo que funciona como mandato, lo que invita a seguir una orden, con lo que propone un proceso, una experimentación situada, una pregunta sobre nuestras maneras de vivir. Es no poder –o no querer- diferenciar entre consignas que mueven a aglutinamientos totalizantes, de consignas que surgen como ofensivas sensibles a la violencia que devenires minoritarios enfrentan todos los días. Esas consignas traen saberes estratégicos que revolucionan molecularmente las vidas, desarmando el aislamiento y silenciamiento del dolor singular al ponerlo en una trama colectiva. 

Finalizamos con el pulso que nos marca el III Comunicado intergaláctico, vía Vitrina Distópica, sobre la revuelta en Shile:

·(…) Y ahora, justo ahora, es que no se puede hablar en tercera persona, es donde el impersonal que es esta interioridad común que desborda, que se aburre, se cansa, se chatea, se harta, se une. Es ahora que quiere tener que hacerse presencia incontenible: masa. O sea, potencia, acto, acción. En donde nadie fue, significa todxs estamos; en donde tocan a uno, todxs paramos y les paramos la mano, porque si tenía sentido decir la sociedad del cansancio, era para reactivar los miembros, para encontrarnos en este hastío y convertirlo en rabia, digna y hermosa, violenta como no puede sino ser.

Y sabemos que esto es solo el principio, y nos encanta».

*Por Claudia Huergo para La tinta. Texto presentado en las Jornadas organizadas por el Colectivo Kayros “La escritura: inscripción y deconstrucción de los cuerpos” en la ciudad de Córdoba, 6 de abril de 2020.

 

Palabras claves: Claudia Huergo, Hasta Mancharse, literatura

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