Lavarse las manos
Por Mario Pecheny
Para enfrentar una epidemia que ya se ha cobrado vidas, entre otras medidas, hay que lavarse las manos. Pero lavarse las manos implica cambiar estructuras. (Sí).
En nuestro país, todavía cuesta entender que usar cinturón de seguridad, algo barato y fácil, salva vidas y evita daños irreparables. Sin embargo, muchos no lo usamos, o hacemos como que lo usamos, o lo hacemos sólo si pensamos que el policía está mirando. Algo tan bobo como ponerse el cinturón.
Lavarse las manos implica adquirir un hábito que nos protege y protege a los demás, un hábito que, al hacerlo, nos recuerda que somos potencialmente vulnerables y que somos potencialmente capaces de hacer daño.
Lavarse las manos supone que haya agua (caliente, de preferencia), jabón y algo limpio para secarse las manos. ¿En cuántos de nuestros lugares de estudio y de trabajo se cuenta con estos insumos tan sofisticados y caros?
Lavarse las manos implica, pues, para las autoridades y para cada cual, hacerse cargo. No voy a hacer el juego de palabras fácil.
Otra cosa: Las políticas de salud rara vez son democráticas. Pensemos en las vacunas que son “obligatorias”. Pero también en las cuarentenas. No son democráticas ni opcionales, pero sí tienen que ser razonables. Hay maneras de medir esa razonabilidad, aunque, por supuesto, las respuestas algorítmicas no son tales.
Una medida coercitiva y extendida, como la cuarentena ahora implementada en Italia o la que implementa la Universidad Nacional de Buenos Aires, tiene que ser razonable y eficaz. Razonable: una medida se justifica a) por la amplitud de la epidemia, es decir, el número y proporción de la población afectada; b) por la velocidad y facilidad de propagación; c) por la letalidad, es decir, la proporción de casos que terminan en la muerte.
Un virus puede ser muy letal (es decir, matar a una altísima proporción de personas infectadas), pero poco prevalente (es decir, que poca proporción de la población está infectada) y, a su vez, puede expandirse rápidamente o lentamente. Un virus puede ser poco letal (es decir, matar sólo a unos pocos infectados), pero altamente prevalente (gran parte de la población está infectada). Y un virus puede no sólo matar, sino producir malestar, enfermedad, invalidez, etc.
A su vez, hay infecciones virales que son prevenibles, o son curables, otras apenas controlables y otras, poco y nada.
La infección por el coronavirus tiene, por ahora, baja prevalencia (son relativamente pocos casos, es poca la proporción de personas infectadas), pero la progresión de la infección parece ser poco controlable, la velocidad de transmisión, por ahora, es impredecible y la letalidad medida, al día de hoy, (2%-4%) es muy alta. Dos a cuatro por ciento es muy alta: llevado a escala, por ejemplo, si hay 100 mil personas infectadas, se mueren de dos a cuatro mil.
Ante la duda, es mejor la precaución. Las teorías conspirativas y la salida individual no aportan nada. Las epidemias nos muestran que es imposible bajarse del planeta.
*Por Mario Pecheny./ Imagen de portada: AP.
*Estudia hace años políticas sobre salud, género y sexualidad.