Madrassas: La pedagogía del terror

Madrassas: La pedagogía del terror
20 febrero, 2020 por Tercer Mundo

Las monarquías del Golfo Pérsico destinan miles de millones de dólares para financiar planes educativos y religiosos con el objetivo de difundir una ideología peligrosamente conservadora.

Por Guadi Calvo para La tinta

A mediados de 2019, el príncipe Mohammed Bin Salman, heredero del trono y hombre fuerte del Arabia Saudita, le ordenó a Mohammed Al Issa, ex ministro de Justicia y erudito religioso -como para adaptarse a los tiempos post mesiánicos de Al Qaeda y Daesh, que tanto su padre y sus tíos han ayudado a crear y crecer-, que iniciara una campaña para limpiar la imagen ultraconservadora del reino y la suya, llena de puntos más que oscuros como el genocidio yemení, del que es el principal responsable, además del asesinato del periodista Jamal Khashoggi y del espionaje contra el CEO de Amazon, Jeff Bezos, por nombrar los más conocidos.

Con el trabajo encargado a Al Issa, también intentaba fortalecer los lazos con la base de votantes evangelistas de su gran aliado, el presidente estadounidense Donald Trump, y blanquear su lazo íntimo con Israel. De esta manera, Bin Salman podría mostrar al reino como un país moderno, alejado de los viejos modos de sus antecesores, financiadores del terrorismo en casi todas sus expresiones contemporáneas. El trabajo del ex ministro de Justicia no es sencillo, fundamentalmente, a la hora de quitar el rasgo más llamativo del reino: el oscurantismo religioso, que lo constituye de raíz, por lo que deberá comenzar a desfinanciar las estructuras, que, con el fin del de propalarlo, trabajó duramente por décadas y para lo que invirtió ingentes recursos económicos.

Se estima que, al menos, fueron 100 mil millones de dólares, aunque otras fuentes aseguran que fue exactamente el doble, lo que el reino saudita invirtió en la propalación del wahabismo (por su fundador Muhammad Ibn Abd Al Wahhab, 1703-1792), también llamado salafismo o Salaf As Salih (antepasados o predecesores piadosos), una de las interpretaciones más conservadoras del islam sunita.

Las inversiones sauditas estuvieron dirigidas a la creación de miles de escuelas coránicas -o madrassas- y mezquitas. El adoctrinamiento está a cargo de los imanes; el material de difusión: millones de coranes, publicaciones, revistas, programas de televisión y radio; edición de libros de texto, donaciones a universidades, centros culturales, tanto públicos como privados, y ciento de miles de becas para los miles de talib (estudiante) que interpretarían el Corán y sus hadices (dichos y acciones del profeta Mahoma) al uso wahabí.

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Esa gigantesca campaña para propalar su interpretación del sagrado Corán, muy adaptada a los propios intereses de la Casa Saud, no solo es dirigida a países islámicos, sino también a muchas grandes ciudades europeas y americanas, con la intención fundamental de cooptar a los miles de jóvenes descendientes de musulmanes, que se “perdían” en las pecaminosas sociedades occidentales. Durante el gobierno del rey Fahd Ibn Abd Al Aziz (1982-2005), solo para educar a niños musulmanes en países no islámicos de todo el mundo, el monarca donó recursos para la construcción de 210 centros islámicos, más de 1500 mezquitas, 202 colegios y casi 2000 escuelas que, al tiempo, funcionaban como madrassas. Solo en Estados Unidos se construyeron, en tiempos de Fahd, más de 25 edificios entre centros culturales, escuelas, universidades y mezquitas.

En Canadá, durante el reino de Fahd, se construyeron cinco mezquitas con sus respectivos centros islámicos, en Calgary, Quebec, Ottawa y Toronto, cuyo centro islámico costó cinco millones de dólares, además de la donación de 1,5 millones de dólares anuales solo para su administración.


En Europa, Fahd también fue extremadamente religioso, financiando la construcción y el funcionamiento de mezquitas y centros islámicos en Bruselas, Ginebra, Madrid, Gibraltar, Málaga, Londres, Edimburgo, Zagreb, Lisboa, Viena, y una larga listas de etcéteras, a razón de más de cinco millones de dólares por entidad, agregando la de Roma, en cuya mezquita, con una biblioteca y un auditorio, el rey invirtió 50 millones de dólares y donativos anuales de 1,5 millones.


Sin duda, tanto despliegue de recursos, más allá de la intención de llevar su cáustica visión del islam a cada rincón del mundo, estaba dirigido a la de formación de militantes de su causa, fundamentalmente, anticomunista en los tiempos de la Guerra Fría y, más tarde, con el triunfo de la revolución iraní en 1979, contra el chiismo, para lo que se preparó a miles de jóvenes en las estrictas enseñanzas de Muhammad Ibn Abd Al Wahhab, quien, en 1744, sellaría un pacto con Muhammad Bin Saud, emir de Diriyyah y fundador de la dinastía Saud, una alianza que ha llegado hasta nuestro días y se ha forjado a fuerza de matanzas, saqueos y supersticiones. En 1801, guerreros sauditas-wahabíes, después de cruzar las fronteras del actual Irak, saquearon Kerbala, la ciudad sagrada del chiismo, donde asesinaron a más de cuatro mil personas. En 1925, por orden del rey Abdulaziz Bin Saud, fundador de la moderna Arabia Saudita y padre de los seis reyes que lo sucedieron tras su muerte, ordenó la destrucción de los santuarios catalogados de “idólatras” del cementerio de Jannat Al Baqi, donde descansaban cuatro de los doce imanes chiitas. La escuela wahabita considera que la adoración en sepulcros o mausoleos, u otros ámbitos estrictamente consagrados, es considerada como bida’a, una innovación de los rituales practicados por los predecesores.

En 1932, después de establecerse el Reino a cambio del apoyo del clero wahabita en sus decisiones políticas, económicas y de seguridad, Saud le otorgó el control sobre las instituciones religiosas y educativas estatales, desde donde pudieron impartir su rígida interpretación de la Sharia. En 1945, a su regreso de la cumbre de Yalta, el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt se reunió a bordo de la nave USS Quincy con el rey Abdulaziz, donde quedó establecida una alianza que ha perdurado hasta hoy y es lo que permite al reino saudita exportar su ideología al islam, sin demasiado cuidado de provocar el enojo norteamericano, dada la excelente ecuación labrada en el Quincy: armas caras por petróleo barato y respaldo absoluto para mantener desunido al mundo árabe, en beneficio de Israel y en contra de Irán.

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El wahabismo, junto otras variantes siempre rigoristas como el maturidismo, el hanbalismo, el deobandismo o el jarichismo -este último prácticamente desaparecido-, han dado sustento filosófico a docenas de organizaciones terroristas que, desde Nigeria a Filipinas y tributarias tanto de Al Qaeda, Daesh o los Talibanes afganos, han intentado intervenir en la vida de cada uno de los 1.500 millones de musulmanes alrededor de mundo, aplicando la inclemente Sharia en cada lugar que han podido, teniendo como modelo a Arabia Saudita, donde cualquier infracción a esas normas puede ser castigada desde la pena de muerte a la decapitación, que suele ser el modo preferido de los déspotas de Riad; o según que sean “faltas menores”, como la aplicada al blogger Raif Badawi en 2014, quien, por difundir noticias del reino, mereció 10 años de prisión, mil latigazos, en cómodas cuotas de 50 cada viernes durante 20 semanas, la prohibición de viajar, utilizar medios informáticos y una multa de un millón de riyales saudíes (unos 270 mil dólares estadounidenses).


La red de madrassas financiadas con el petróleo saudita, y la Agency For International Development (USAID) -entidad enmascarada de la CIA-, en muchos casos, se limitaron a agregar una simple aula a la mezquita del pueblo y, en otros, como sucede en Baluchistán, la provincia cesionista de Pakistán que tiene cerca de mil kilómetros de frontera con el siempre “peligroso” Irán, levantaron un importante edificio para albergar la madrassa de Dar Ul Uloom, a la que asisten unos 1.500 alumnos internos y otros mil externos. Generalmente, estas escuelas fueron estratégicamente emplazadas en regiones de extremada pobreza en Pakistán, Indonesia, Filipinas, Malasia, Tailandia, India y muchas partes de África, para que niños y jóvenes de esas áreas, sin posibilidades económicas para acceder a una educación laica o estatal, pudieran ser reclutados fácilmente utilizando sus infinitas necesidades. El adoctrinamiento consiste, por lo general, en solo la repetición ad infinitum del Corán y sus hadices, que se aprende a recital estrictamente en árabe, los que, en muchos casos, desconocen absolutamente. Sin demasiadas explicaciones, miles de ellos fueron enviados a campos de entrenamientos militares como los que existen en las Áreas Tribales Administradas por el Gobierno Federal (FATA), en Pakistán, durante los años de la guerra antisoviética en Afganistán (1979-1992).


Nada menos que el mítico mullah Mohamed Omar, fundador del Talibán en 1994, junto a ocho antiguos ministros del interregno talibán en Afganistán (1996-2001), recibieron educación no sólo religiosa, sino también militar en la madrassa Jamia Darul Uloom Haqqania (Verdad y Realidad) de Akora Khattak, en la provincia pakistaní de Khyber Pakhtunkhwa, cerca de Peshawar, la última ciudad antes de llegar al paso de Khyber, la misma zona que, en el año 330 (a. d. C.), Alejandro Magno y sus ejércitos utilizarían para llegar a India. Hoy, Peshawar, la capital de la Provincia Fronteriza del Noroeste (PFNM) -una región montañosa e inaccesible, habitada sólo por pastunes como las provincias afganas de Kunar, Nangarhar, Paktia y Kohst, al otro lado de la frontera-, se convirtió en un centro de traficantes de armas y de opio, informantes, reclutadores y de múltiples servicios de inteligencia que pululan por los pasillos del bazar de Qissa Khawani (mercado de los contadores de cuentos), un nombre más que apropiado para la actualidad.

La madrassa Haqqania se ha convertido en ejemplo a seguir en la “pedagogía” wahabita, no solo para las escuelas coránicas de Pakistán, sino para los centenares de ellas que imparten su diatriba fanática alrededor del mundo. El Mawlānā Sami Ul Haq, director del instituto fundado en 1947, es el líder del bloque parlamentario Muttahida Majlis I Amal (MMA), el partido político más radical de Pakistán, y un gran promotor de Al Qaeda y de los talibanes. Su madrassa hoy cuenta con cerca de tres mil estudiantes, los más chicos de solo cinco años, que viven en el campus. Según El Mawlānā, la escuela se financia solo con aportes “privados”.

Estas escuelas coránicas ofrecen alojamiento, alimentación y educación de forma gratuita, lo que para muchas familias es el único acceso real a la educación. Las madrassas, en ciertas regiones, son mucho más numerosas que las escuelas estatales y no pertenecen al Estado, sino a diferentes agrupaciones de la orden wahabitas, financiación no solo por Arabia Saudita, sino por algunas organizaciones radicadas en Reino Unido, que son solo enmascaramientos de los propios capitales provenientes de Riad, y por Estados Unidos, que, desde los años de la guerra antisoviética, ha comprendido la utilidad que tienen para sus políticas en los diferentes países musulmanes. Si no, que lo diga el líder de la revolución libia, Mohamed Gadaffi, y el actual presidente sirio, Bashar Al Assad.

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Un estudio, realizado después del ataque a las Torres Gemelas en 2001, dejó al descubierto que, en Pakistán, existen 27 veces más madrassas que en 1947, cuando se produjo la partición entre Pakistán e India. En ese momento, eran 245, mientras en 2001 llegan a las casi siete mil.


El plan saudita-norteamericano para la extensión de las madrassas wahabitas en el mundo musulmán se produjo en la década de 1980, por el temor que provocó el triunfo de la Revolución Islámica de Irán, cuya concepción es profundamente anti-norteamericana, en rechazo a las décadas de entrega de esa nación de parte de la monarquía Pahlevi, lo que podría provocar que un fantasma comience a recorrer Medio Oriente: el fantasma del chiismo.


Durante la dictadura del general Muhammad Zia Ul Haq (1978-1988), cerca de 800 mil estudiantes pasaron por las madrassas, aventajando por mucho a la educación pública de Pakistán, donde la tasa de alfabetización apenas alcanzaba el 42 por ciento, cifra que continúa en franco descenso. La casi desaparecida educación pública obligó a vastos sectores de la población a enviar a sus hijos a las madrassas, donde, además de la comida y el alojamiento, reciben una educación, aunque rigorista e inútil para la vida moderna, gratuita. En el gobierno de Zia Ul Haq, mientras que los fondos que no invirtió en educación los utilizó para equipar a las fuerzas armadas, especialmente a la aviación con cazas norteamericanos F-16 de última generación.

En El Cairo, los institutos educativos dependientes de la universidad de Al Azhar, quizá la más prestigiosa del mundo sunita, pasaron de 1.855 centros, en el año 1986, a 4314 en 1996, gracias a los aportes sauditas. En Tanzania, Riad destina un millón de dólares anuales solo para la construcción de madrassas. En Mali, las escuelas coránicas reciben a casi el 30 por ciento de los niños escolarizados, a pesar de la guerra que, desde 2012, el país libra contra diferentes organizaciones armadas de credo wahabita.

En las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central (Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán y Kirguistán), el wahabismo avanzó tras el triunfo en Afganistán, donde el comunismo había debilitado instituciones islámicas moderadas, dando lugar a que los veteranos de la guerra afgana, junto a miles de jóvenes musulmanes locales identificados con la victoria de los muyahidines, conformaran organizaciones fundamentalistas, las que alcanzaron su esplendor en la guerra chechena.

La gran mayoría de estas madrassas son fundamentalistas y sustentan la interpretación más literal y atrabiliaria de los textos sagrados, y utilizada por las corrientes más duras del pensamiento islámico. Prácticamente, ninguna de ellas prepara a sus alumnos para adaptarse a la sociedad contemporánea con todos sus cambios y respeto a las diferencias.

Sus “planes de estudios” se centran en aprender a cumplir con los ritos, cómo realizar correctamente las abluciones antes de cada rezo, controlar severamente la longitud de las barbas propias y las del vecino; en algunos casos, sí hay materias como la geometría: se la enseña a partir de Euclides y la medicina, a partir de Galeno. El Corán es memorizado, repitiendo como una salmodia sin ningún análisis crítico, cada versículo del libro sagrado y sus hadices hasta alcanzar la condición de hafiz, el que conoce de memoria el Corán.

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Las madrassas de la orden deobandi son una de las tantas escuelas wahabitas para las cuales todavía el sol gira alrededor de la tierra y se reservan asientos para los djinns, entidades ciertamente perversas que Alá habría creado con fuego sin humo, unos 2.000 años antes de Adán y Eva. Sus egresados también deben combatir lo que se entiende como prácticas anti-islámicas de los propios musulmanes, como hacer plegarias sobre la tumba de un santo o asistir a las lamentaciones chiitas durante Ashura, el sacrifico chiita en recordación de la muerte de Alí, el yerno del profeta, muerto en la batalla de Kerbala en el año 680. En sus aulas, también circulan manuales de imágenes violentas y mandatos militares, acompañadas por versículos del Corán. En una de ellas, se podía observar a un muyahidín que, a pesar de que su cabeza había sido arrancada, todavía sostenía con particular enjundia su Kaláshnikov. Cuando los talibanes tomaron el poder en Afganistán, ese tipo de manuales fue distribuido rápidamente en todas las madrassas del país.


Muchas madrassas pakistaníes no solo han promovido la violencia, sino que hasta han dado entrenamiento militar clandestino a sus alumnos que luego terminaron luchando en Afganistán y Cachemira, o en atentados contra las minorías chiitas e hindúes de Karachi (Pakistán). De los 620 sospechosos de terrorismo que están prisioneros en Guantánamo, 540 son egresados de madrassas pakistaníes. Otros muchos “licenciados” han terminado sus días luchando en lugares tan remotos como Borno, en Nigeria; Marawi, en Filipina; o en París, Francia.


El mawlānā Masood Ashar, quien fuera un estrecho colaborador de Osama Bin Laden y fundador de la organización Jaish E Muhammuad (el Ejército de Mahoma), que opera en la Cachemira india, cursó sus estudios en la madrassa ultra integrista de Binor Town, en Karachi.

En la actualidad, la mezquita Lal Masjid (Mezquita Roja) ubicada en el centro de Islamabad, la capital de Pakistán, construida por el gobierno en 1961 y, desde 1980, solventada por Arabia Saudita y Estados Unidos, es frecuentada por las élites económicas y políticas del país. Cuenta con una red de madrassas en las que estudian alrededor de 10 mil alumnos, su clérigo mayor es el mawlānā (maestro) Abdul Aziz Ghazi, hijo del mawlānā Abdullah, quien sostuvo con fanatismo la predica antisoviética en los años de la guerra afgana. En la actualidad, con la misma vehemencia, su hijo ha dado apoyo al Daesh y al Talibán, y, de alguna manera, también sus diatribas se dirigen contra Estados Unidos y Occidente en general.

Entre el 3 y el 11 de julio de 2007, un grupo de fundamentalistas junto a estudiantes, con cientos de rehenes, ocuparon la Lal Masjid encabezados por los mawlānās Abdul Aziz Ghazi y su hermano Abdul Rashid, tras haber secuestrado a siete trabajadores chinos que se encontraban en un prostíbulo con “doncellas” también chinas, faltando a la ley coránica obviamente.

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El presidente Pervez Musharraf (quien, en enero pasado, le fue anulada su condena a muerte, luego de ser acusado de imponer el estado de excepción y decretar la detención de decenas de jueces) ordenó el inmediato bloqueo a la mezquita, lo que se saldó con el asalto final conocido como “Operación Silencio”, en la que murieron el segundo de la mezquita, Abdul Rashid Ghazi, junto a unas 300 personas, entre rehenes y estudiantes mientras el mawlānā Abdul Aziz Ghazi fue detenido cuando intentaba escapar vistiendo una muy casta burka. Encarcelado hasta 2009, fue liberado de sus cargos en 2013 y, desde entonces, sigue inoculando odio a cientos de jóvenes necesitados de educación y trabajo. Nadie se ocupa demasiado de sus actividades.

La larga lista del odio wahabita no se extingue con los chiíes, sino que se extiende a casi todo lo que esté vivo y que no responde fielmente a su interpretación del Corán, propagando su odio hacia a cristianos, judíos, sufíes, musulmanes sunitas no rigoristas, hindúes, budistas, agnósticos, ateos y otros más, entre los que podría estar usted incluido.

*Por Guadi Calvo para La tinta

Palabras claves: Al Qaeda, Arabia Saudita, Medio Oriente

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