«Sostiene Pereira», combatir y desafiar la propia historia
Por Manuel Allasino para La tinta
Sostiene Pereira es una novela del escritor italiano Antonio Tabucchi, publicada en el año 1994. Ambientada en la ciudad de Lisboa, Portugal, la historia transcurre bajo la opresiva dictadura de Antonio de Oliveira Salazar.
Pereira, el personaje principal, es un periodista que ha abandonado la crónica negra para dirigir la sección cultural de un mediocre periódico de la ciudad, el “Lisboa”. Pereira prefiere la literatura del pasado, dedicarse a reivindicar a escritores desaparecidos y preparar necrológicas anticipadas. En la búsqueda de un colaborador, su vida se cruza con la de Monteiro Rossi, un joven filósofo que ha escrito una tesis sobre la muerte. Allí es cuando todo se transforma para Pereira: comienza una maduración interior y una dolorosa toma de conciencia que cambiará para siempre su vida.
“Antes de salir de su oficina, Pereira miró el termómetro que había pagado de su bolsillo y que había colgado detrás de la puerta. Marcaba treinta y ocho grados. Pereira apagó el ventilador, se encontró en las escaleras con la portera, que le dijo adiós señor Pereira, aspiró una vez más el olor a frito que flotaba en el zaguán y salió por fin al aire libre. Frente al portal se hallaba el mercado del barrio y la Guarda Nacional Republicana estaba estacionada allí con dos camionetas. Pereira sabía que el mercado estaba agitado porque el día anterior, en Alentejo, la policía había matado a un carretero que abastecía los mercados y que era socialista. Por eso la Guardia Nacional Republicana se había estacionado delante de las puertas del mercado. Pero el Lisboa no había tenido valor para dar la noticia, o, mejor dicho, el subdirector, porque el director estaba de vacaciones, estaba en Bucaco, disfrutando del fresco y de las termas, y ¿quién podía tener el valor de dar una noticia de ese tipo, que un carretero socialista había sido asesinado brutalmente en Alentejo en su propio carro y que había cubierto de sangre todos los melones? Nadie, porque el país callaba, no podía hacer otra cosa sino callar, y mientras tanto la gente moría y la policía era la dueña y señora. Pereira comenzó a sudar, porque pensó de nuevo en la muerte. Y pensó: Esta ciudad apesta a muerte, toda Europa apesta a muerte . Se dirigió al Café Orquídea, que estaba allí a dos pasos, pasada la carnicería judía, y se sentó a una mesa, pero dentro del local, porque por lo menos tenían ventiladores, visto que fuera no se podía ni estar a causa del bochorno. Pidió una limonada, fue al servicio, se mojó la cara y las manos, hizo que le trajeran un cigarro, pidió el periódico de la tarde y Manuel, el camarero, le trajo precisamente el Lisboa. No había visto las pruebas aquel día, por lo que lo hojeó como si fuera un periódico desconocido. Leyó en la primera página: `Hoy ha salido de Nueva York el yate más lujoso del mundo’. Pereira se quedó mirando durante un rato el titular, después miró la fotografía. Era una imagen que retrataba a un grupo de personas en camisa y canotié, que descorchaban botellas de champán. Pereira comenzó a sudar, sostiene, y pensó de nuevo en la resurrección de la carne. ¿Cómo?, pensó, si resucito, ¿tendré que encontrarme a gente como ésta con sus canotiés? Pensó que se iba a encontrar de verdad con aquella gente del velero en un puerto impreciso de la eternidad. Y la eternidad le pareció un lugar insoportable, sofocado por una cortina nebulosa de bochorno, con gente que hablaba en inglés y que brindaba exclamando: ¡Oh, oh! Pereira hizo que le trajeran otra limonada. Pensó si debería irse a casa para tomar un baño fresco o si no debería ir a buscar a su amigo párroco, don António, de la Iglesia das Merces, con quien se había confesado algunos años antes, cuando murió su mujer, y al que iba a ver una vez al mes. Pensó que lo mejor era ir a ver a don António, quizá le sentara bien. Y eso es lo que hizo. Sostiene Pereira que aquella vez se olvidó de pagar. Se levantó despreocupadamente, o más bien sin pensárselo, y se marchó, sencillamente, y sobre la mesa dejó el periódico y su sombrero, quizá porque con aquel bochorno no tenía ganas de ponérselo en la cabeza, o porque así era él, de esos que se olvidan las cosas”.
En la novela de Tabucchi, se respira constantemente el clima hostil de la época: la dictadura de Salazar, el furor de la guerra civil española llamando a la puerta y el fascismo italiano.
Pereira es una persona que en toda su vida trató de no involucrarse en cuestiones sociales y políticas para no tener problemas. Pero, a medida que avanza la relación con Monteiro Rossi y su novia Marta, siente mayores contradicciones y se cristaliza en él una fuerte crisis personal que comparte hablándole al retrato de su esposa fallecida hace unos años atrás.
Pereira contrató al joven para escribir necrológicas de escritores célebres todavía vivos, compuestas anticipadamente de modo que puedan estar listas en caso de la muerte de alguno. Pero Monteiro Rossi, en lugar de escribir las imparciales necrológicas solicitadas, decide hacer otras en las que ataca ferozmente a diferentes escritores (Marinetti, D’Annunzio, por ejemplo) por su adhesión al fascismo. Ante eso, Pereira se debate entre el deseo de ayudar a Monteiro Rossi y el de no verse envuelto en las cuestiones políticas enarboladas por el joven.
“Al día siguiente Pereira se despertó a las seis. Sostiene que tomó un simple café, y tuvo que insistir para que se lo trajeran porque el servicio de habitaciones no empezaba hasta las siete, y dio un paseo por el parque. También las termas abrían a las siete, y a las siete en punto Pereira estaba delante de la verja. Silva no estaba, el director no estaba, no había prácticamente nadie y Pereira se sintió aliviado, sostiene. Lo primero que hizo fue beber dos vasos de agua que sabía a huevos podridos y sintió una vaga náusea y retortijones de tripas. Hubiera querido una buena limonada fresca, porque a pesar de la hora matutina hacía ya cierto calor, pero pensó que no podía mezclar aguas termales y limonada. Entonces se dirigió a las instalaciones termales, donde le hicieron desnudarse y vestirse con un albornoz blanco. ¿Desea baños de barro o inhalaciones?, le preguntó la empleada. Las dos cosas, respondió Pereira. Le hicieron pasar a una habitación donde había una bañera de mármol llena de un líquido marrón. Pereira se quitó el albornoz y se sumergió en ella. El fango estaba tibio y daba una sensación de bienestar. Al rato, entró un empleado y le preguntó dónde debía darle el masaje. Pereira respondió que no quería masajes, sólo quería un baño y deseaba que le dejaran en paz. Salió de la bañera, se dio una ducha fresca, se puso de nuevo el albornoz y pasó a las habitaciones contiguas, donde estaban los surtidores de vapor para las inhalaciones. Delante de cada surtidor había varias personas sentadas, con los codos apoyados sobre el mármol, que respiraban las emanaciones de aire caliente. Pereira encontró un sitio libre y lo ocupó. Respiró a fondo durante algunos minutos y se sumergió en sus pensamientos. Le vino a la cabeza Monteiro Rossi y, quién sabe por qué, también el retrato de su esposa. Hacía casi dos días que no hablaba con el retrato de su esposa, y Pereira se arrepintió de no habérselo llevado consigo, sostiene. Entonces se levantó, se dirigió a los vestuarios, se vistió, se hizo el nudo de su corbata negra, salió de las instalaciones termales y volvió al hotel. En el salón restaurante vio a su amigo Silva tomando un copioso desayuno con bollos y café con leche. El director, afortunadamente, no estaba. Pereira se acercó a Silva, le saludó, le comentó que había tomado los baños y le dijo: Hacia las doce hay un tren para Lisboa, si pudieras acompañarme a la estación te lo agradecería, si no puedes, cogeré el taxi del hotel. Pero cómo, ¿ya te vas?, preguntó Silva, y yo que esperaba poder pasar un par de días en tu compañía. Discúlpame, mintió Pereira, pero tengo que estar en Lisboa esta noche, mañana tengo que escribir un artículo importante y, además, ¿sabes? , no me hace mucha gracia haber dejado la redacción a la portera del inmueble, es mejor que me vaya. Como quieras, respondió Silva, te llevo. Durante el trayecto no intercambiaron ni una palabra. Sostiene Pereira que Silva parecía estar molesto con él, pero que él no hizo nada para dulcificar la situación. En fin, pensó, qué le vamos a hacer. Llegaron a la estación hacia las once y cuarto, y el tren estaba ya en el andén. Pereira subió y dijo adiós con la mano desde la ventanilla. Silva le despidió con un amplio gesto del brazo y se marchó. Pereira se sentó en un compartimento donde había una señora que estaba leyendo un libro”.
Poco a poco, Pereira comienza a admitir la realidad del régimen dictatorial bajo el cual se vive. La violencia, el clima de intimidación, la censura a la que es sometida la prensa, todo aquello que no había querido o podido ver hasta ahora, se le presenta de una manera clara e inconfundible. Pereira ya no es el mismo. De repente, se le abre una vía de escape y la posibilidad de elegir un camino alternativo y más verdadero.
“A las seis y media Pereira oyó que llamaban a la puerta, pero ya estaba despierto, sostiene. Miraba las franjas de luz y de sombra de las persianas sobre el techo, pensaba en Honorine de Balzac, en el arrepentimiento, y le parecía que él también tendría que arrepentirse de algo, pero no sabía de qué. De repente sintió deseos de hablar con el padre António, porque a él podría confiarle que deseaba arrepentirse, pero no sabía de qué debía arrepentirse, sentía tan sólo una nostalgia de arrepentimiento, eso es lo que quería decirle, o quizá sólo le gustara la idea del arrepentimiento, quién sabe. ¿Sí?, preguntó Pereira. Es la hora del paseo, dijo la voz de una enfermera detrás de la puerta, el doctor Cardoso le espera en el vestíbulo. Pereira no tenía ganas de dar ningún paseo, sostiene, pero de todos modos se levantó, deshizo la maleta, se puso unos zapatos de rejilla, unos pantalones de algodón y una camisa ancha de color caqui. Colocó el retrato de su mujer sobre la mesa y le dijo: Ya ves, aquí me tienes, en la clínica talasoterápica, pero si me aburro me marcharé, por suerte me he traído un libro de Alphonse Daudet, asi puedo hacer alguna traducción para el periódico, de Daudet nos gustó sobre todo Le petit chose, ¿lo recuerdas?, lo leímos en Coimbra y a ambos nos conmovió, era la historia de una infancia y quizá pensábamos en un hijo que después nunca tuvimos, en fin, qué le vamos a hacer, de todas formas me he traído los Conte du lundi, y creo que estaría bien una novela corta para el Lisboa, bueno, ahora perdóname, tengo que marcharme, parece que hay un doctor que me está esperando, veamos cuáles son los métodos de la talasoterapia, nos veremos más tarde. Cuando llegó al vestíbulo, vio a un señor con una bata blanca que contemplaba el mar desde las ventanas. Pereira se le acercó. Era un hombre entre treinta y cinco y cuarenta años, con perilla rubia y ojos azules. Buenas tardes dijo el médico con una tímida sonrisa, soy el doctor Cardoso, usted es el señor Pereira, supongo, estaba esperándole, es la hora del paseo de los pacientes por la playa, pero si usted prefiere podemos quedarnos hablando aquí o salir al jardín. Pereira contestó que efectivamente no le apetecía mucho dar un paseo por la playa, dijo que aquel día ya había estado en la playa y le contó el baño que se había dado en Santo Amaro. Oh, magnífico, exclamó el doctor Cardoso, creía que tendría que vérmelas con un paciente más difícil, pero veo que la naturaleza todavía le atrae. Quizá más que nada me atraen los recuerdos, dijo Pereira. ¿En qué sentido?, preguntó el doctor Cardoso. Tal vez se lo cuento en otro momento, dijo Pereira, pero ahora no, quizá mañana”.
Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi es una novela que demuestra cómo la literatura puede convertirse en un modo de combatir y desafiar a la historia, a la propia, a la del país y el mundo.
Sobre el autor
Antonio Tabucci (Vecchiano, 1943) se ha impuesto como el mejor escritor italiano de su generación y goza de un amplio prestigio internacional: un escritor “situado a la cabeza de la literatura europea” (Miguel García-Posada), que ejerce “una fascinación sin par”, en palabras de José Cardoso Pires. Está también considerado como uno de los mejores especialistas y traductores de Pessoa. En esta colección, se han publicado Dama de Porto Pim, Nocturno hindú (Premio Médicis a la mejor novela traducida en Francia en 1987), El juego del revés, Pequeños equívocos sin importancia (Premio Selezione Campiello), La línea del horizonte, Los volátiles del Beato Angélico, El ángel negro, Réquiem, Sostiene Pereira (Premios Campiello, Viareggio-Répaci, Scanno y Premio dei Lettori) y Sueños de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa.
*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: Fernando Botero.