La Virgen Cabeza, una rebelión popular y delirante 

La Virgen Cabeza, una rebelión popular y delirante 
18 diciembre, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

La Virgen Cabeza es una novela de la escritora Gabriela Cabezón Cámara, publicada en el año 2009. Es una historia exquisita que viaja a lo profundo del conurbano bonaerense sin escalas. En la villa El poso, la travesti Cleopatra tiene una revelación mística: se le aparece la Virgen María. En ese momento, Cleopatra decide dejar de prostituirse y comenzar a buscar soluciones para las problemáticas de la villa. Obra milagros (o, por lo menos, parecen serlo) y es por eso que tanto villeros como outsiders (gente de clase media/alta y famosos) acuden a ella. Esto es una noticia y Qüity, una periodista locuaz que está en busca de una historia marginal para retratarla, se adentra en la villa para conocer bien de cerca el fenómeno.

Todo parece encaminarse de una manera perfecta, pero ni los milagros ni la celebración ni la música que revienta los pasillos de El Poso protegerán esta rebelión popular, anticlasista y transgénero de la policía corrupta. 

libro-virgen-cabezon-camara“Me dolía la muerte, la de él y la mía y la de mi hija que todavía no estaba viva en sentido estricto, que no había nacido quiero decir, me dolía todo: cuando se abre la conciencia a la muerte o la muerte a la conciencia algo se abisma en el centro del ser, se fisura de nada y la nada lacera más que la tortura, en el sentido de que angustia, asfixia, obsede y sólo se puede desear que cese. Soñaba con los muertos yo, con todos los que se murieron y fueron enterrados unos arriba de los otros por siglos y milenios hasta hacerse parte de la corteza terrestre. Pero lo que más me torturaba era soñar con mis muertos haciéndose rápidamente, gracias a la madera terciada de sus ataúdes baratos, tierra en el cementerio de Boulogne. Kevin, Jonás, la Jéssica, todos se me hacían suelo, humus, pampa húmeda, abono de los claveles y malvones que adornaban sus tumbas miserables. Miles de años después, cuando del mundo de Homero no quedan más que unas piedras y unas columnas de mierda amontonadas para placer de turistas y arqueólogos, soñaba y veía a Kevin con la misma desesperación que Odiseo a su madre: sigue sin ser posible abrazar a los muertos, hechos sólo de una memoria que también se muere. Con Kevin soñaba. Aparecía en cualquier parte de cualquier sueño y nunca era asombroso: yo estaba en mi casa y lo encontraba, siempre a la mañana y siempre en la cocina. Había visto en las filmaciones ese cuerpito desordenado por la muerte, la sangre fluyendo de su cabeza hasta que se secó Kevin y después la sangre también se secó. Lo encontraba en la cocina a la mañana, entonces, y no me sorprendía: lo estaba esperando y nadie se sorprende mucho cuando lo que espera aún contra toda esperanza llega. Casi naturalmente le hacía la leche y elegía sus galletitas preferidas: de las surtidas con formas de animales, separaba todos los elefantes rojos para él, Kevin, mi hijito, pensaba yo.  Su muerte había terminado de alumbrar mi maternidad, me había hecho madre de él, que me contaba en la cocina de mis sueños qué había pasado esos días que no nos habíamos visto. Y no había pasado nada, me contaba la villa sin mí, como si lo que hubiera dejado de estar no fueran él y la villa sino yo.  Quiero decir: como si no estuvieran todos, él también, sí, muertos y la villa pasada por arriba con topadoras, convertida en vientre de cimientos de negocios inmobiliarios y él, Kevin, mi nene, en un amasijo chiquitito de huesos y gusanos revolviéndose en la entraña de una tierra vecina, ahí nomás, en el cementerio de Boulogne”.

Qüity se enamora de Cleopatra y comienzan una historia de amor intensa y verdadera. En la novela, hay marginalidad, dolor, humor, pibes chorros, chongos, droga y, como no podía ser de otra manera, un elemento que terminará siendo desencadenante: la policía invariablemente corrupta. Pero La Virgen Cabeza no es sólo una historia de amor entre una periodista y una travesti que asegura comunicarse con la virgen. Es el relato desenfrenado de lo que ocurre en El Poso, un barrio popular de la provincia de Buenos Aires, donde la urgencia es sacar a los pibes del paco y a las pibas de la calle.

“Al rato dejé de pensar y me dejé arrullar por las avemarías y me acordé de mí en mi época de Dios. Una nena de túnica blanca y pelo largo, ondeado en la frente, la fiesta de comunión, hacía calor. Había esperado algo que no pasó, no sé bien qué, alguna clase de éxtasis.  La hostia me decepcionó como algunos años más tarde me decepcionarían las drogas, aunque insistí más con la merca que con Dios. Cuestión de lecturas: durante bastante tiempo me resultaron más accesibles los beatniks que San Agustín.  Era un día muy caluroso, presumo que un 8 de diciembre, como se acostumbraba. Mi mamá hizo una fiesta. Vinieron mi tía, mis primos, los vecinos, no sé quiénes más; podría preguntarle a mi mamá si me importara pero lo que me importa es que nunca entendí nada del catecismo, si era Dios, ¿cómo se dejaba hacer eso? Soy un animal más primario que Dios yo, no puedo entender que se deje torturar alguien que puede evitarlo. “Es malo eso”, le tuve que decir a Kevin, que parecía dispuesto a enterrarse en el barro y sacarme de mis cavilaciones. “No podés meter las manos ahí, es un asco”. Pensé que iba a llorar, le armé una pelota se papel y se puso a patearla. Nunca falla. Tan opaca como el catecismo me resultaba la santidad: alguna fantasía de ser misionera en el África tuve, pero más por Tarzán y por el prestigio de viajar por el mundo que por complacer a ningún dios inútil. La muerte me quedaba muy lejos y Dios me servía sólo para desear con interlocutor. Creo que no volví a desear tanto como para armarme otro a quien pedirle. No sé por qué se recuerdan ciertas cosas y no otras, ni cómo se encadenan las asociaciones, pero tengo la certeza de haber sentido, en el justo momento en que estaba pensando en desear y en Dios, un perfume, el de Jonás, mi dealer y mi amante. Y me acuerdo de la calentura, “Te tengo en la mira”, me dijo, “Disparame entonces”, le contesté: los diálogos no eran nuestro fuerte. Me abrazó por la espalda y el cuerpo le latía a él también, “No podés bajar la guardia así”. A veces puedo, hay felicidad en el cuerpo, a veces. ¿Qué hacía ahí? -¿Qué hacés vos acá?-preguntó primero. -Vine a conocer a Cleopatra. Me alegraba verlo, no podía sacarle las manos de encima cada vez que lo encontraba. Kevin nos rescató cuando estábamos por tirarnos en ese barro de mierda para coger sin preocuparnos por la pequeña multitud que seguía rezando avemarías. “Agua”, dijo, “¿Querés Coca, Kevin?”, el nene sonrío, “Coca”, y Jonás le dio la botellita. “Es mi tía, Cleopatra”. -Qué familia religiosa, tu mamá también era mística, ¿no? – Sí, pero Cleopatra es hermana de mi papá. -Debe estar orgulloso – Ahora. Antes decía boludeces tipo “en esta familia seremos faloperos pero putos no”. La noche del milagro estaba en la comisaría uno que trabajaba con él, que después le contó todo y el viejo se quedó pensando. “Cleopatra la loca de El Poso”, declaró después de un rato, “tiene que ser el puto del orto de mi hermano Carlos Guillermo”. Lo impresionó mucho, vino a pedirle perdón y a proponerle vengarse de los que la habían violado. Cleopatra le explicó que no, que hay que perdonar, que ojo no le habían sacado ninguno y los dientes los había perdido hacía mucho. Por suerte no aceptó la revancha, el viejo boqueó, ni en pedo iba a poder reventar a una comisaría entera con detenidos y todo. Recuerdo, con la leve incredulidad que causa recordar amores, que la verga de Jonás se me hacía norte. Mi cuerpo tendía hacia ella con una certeza de brújula, de agua que cae. Otra vez Kevin, llorando porque se le cayó la Coca-Cola. Fuimos a comprar una. “Kevin también es sobrino de Cleopatra, hijo de Jéssica”. “Sobrino-nieto, entonces”. No seríamos publicitarios, pero parecíamos una familia feliz los tres rumbo al quiosco”. 

Lo marginal impera durante toda la obra. A partir de una visión mística que tiene Cleopatra, en la villa, se organizan para armar un estanque con peces y, así, alimentar a todos los vecinos. 

La novela contribuye con la tarea constante de romper con la heteronormativa. La familia está conformada por dos mamás, un hijo muerto con el que no compartían lazo sanguíneo y una niña en camino.

“Se reflejaba en el agua turbia del estanque. Miraba para abajo con las manos extendidas, siempre lista para dar refugio. A veces, cuando llovía, los chicos anudaban un nylon entre sus brazos y se armaban una carpita considerable.  Por más villeros y chorros que sean, a los pendejos les gusta jugar.  Como un Narciso pobre y vestido de equeco, en el agua turbia del estanque, decía, la Virgen de El Poso se miraba de noche y día. Y día y noche las carpas le rompían el reflejo con sus saltitos blancos, naranjas y rojos. Y marrones también, por el barro que levantaba su voracidad inquieta. Los vecinos la cuidaban a la Virgen. Le ponían piloto si llovía, pulóveres si hacía frío. ¿Vería su efigie de espantapájaros la Santa Madre? Para Navidad le enredaron lucesitas en los rayos dorados. Que simbolizaban la virginidad lo supe mucho después. ¿Por qué rayos, Cleo?, pregunté. ¿La tendría brillante o aguerrida la Santa Madre?  No sólo ella miraba al estanque. La villa entera lo miraba. El caos villero se ordenó como si los años de miseria y precariedad, los pasillitos llenos de mierda, los pedazos de chapa, los ladrillos de diferentes clases y tamaños, las paredes en falsa escuadra, los pibes desaforados, todo se hubiera originado en la falta de un estanque. En cuanto lo terminamos, cada cosa empezó a parecer parte de un plan, algo con sentido y objetivos. Como si ese miserable laberinto hubiera sido objeto de diseño, la miseria empezó a ser austeridad <<Lo que es el estanque es la villa>>, decía Daniel y de alguna manera Cleopatra también lo pensó y coronó la puesta en abismo colocando otra Virgen sobre la muralla: un rectángulo contenía a otro y a los dos los protegía una Santa Madre. Entre esas dos madres se quedaron los pibes. Querían bombear, hacer guardia, alimentar a los peces, organizar las cosechas. En el espejo del estanque se vieron también ellos y se encontraron, aun en la previsión de lo más feroz. Porque ellos sabían con qué bueyes araban y se dieron cuenta de que a nosotros también iban a echarnos las redes y se quedaron igual, entre las dos vírgenes, para dar pelea”.

La Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara es una novela que tiene un lenguaje coloquial, preciso y con una mixtura justa entre el lunfardo y el uso de palabras en inglés. También utiliza elementos de la literatura fantástica para contar la historia de Cleopatra, una travesti carismática entregada al plan salvador que le dicta la Virgen en un barrio marginal de la Provincia de Buenos Aires. 

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(Imagen: Pablo José Rey)

Sobre la autora

Gabriela Cabezón Cámara es autora de las novelas Las aventuras de la China Iron (2017) y La Virgen Cabeza (2009); de las nouvelles Romance de la negra rubia (2014) y Le viste la cara a Dios (2011); de las novelas gráficas Y su despojo fue una muchedumbre (2015) y Beya (Le viste la cara a Dios) (2011) -ilustradas por Iñaki Echeverría-, y del libro de relatos Sacrificios (2015). Ha sido traducida al inglés y al italiano. Estudió Letras en la UBA. En 2013, fue escritora residente en la Universidad de California en Berkeley. Desde entonces, coordina talleres y clínicas de escritura, y enseña en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Trabajó como editora de Cultura en Clarín y, actualmente, ejerce el periodismo de manera independiente en medios como Crisis, Página/12 y Fierro. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Gabriela Cabezón Cámara, La Virgen Cabeza, literatura, Novelas para leer

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