Cualquier escritura sobre Joker domesticaría a Joker

Cualquier escritura sobre Joker domesticaría a Joker
16 diciembre, 2019 por Redacción La tinta

Por Eugenia Boito para La tinta

Joker desdice la escritura, el comentario; las formas de la sinopsis y la crítica. El intento de hablar/escribir es aquello a lo que nos agarramos por la asfixia en la que quedamos convertidos. Por lo menos, para mí, esa fue la vivencia. Volver o más bien hacer palabra, soplo de aire con otros, para otros y para uno, es un intento por salir de la asfixia; un intento desesperado de volver a trazar el afuera y el adentro con el decir una palabra. Sentir el aire que pasa por la garganta y se hace voz, salir-se, poder escuchar-se para volver después de una inmersión horrorosa.

El nacimiento y la muerte tienen por materia -cruel materia- al aire. El nacimiento es un primer respiro que abre lacerando los pulmones, arañazos en carne virgen y aún húmeda; la muerte es el último respiro, último donde ya no hay más, ya no más. Corte y sequedad para devenir de nuevo agua.

Joker nace por lo menos dos veces. Joker nace como payaso nombrado por su padre, cuando llama payasos a los miserables. Padre que nomina a los otros; pero, en el hijo, el efecto de ser nombrado es singular y cruento. Cuando Joker nace por ¿segunda? vez sobre el móvil policial, escupe sangre -no aspira aire- y no lo recibe un padre, sino una fratría de payasos que lo celebra como uno más. Pero todos mantienen una distancia con la careta de payaso. Joker, no.

Entre la cara que respira y la careta, hay aire. Incluso se puede, se podría, jugar con la respiración, con el aire que hay entre la careta y el rostro. Esto deviene para mí en un raro recuerdo infantil, el iterativo juego de respirar entre, en el espacio que se vuelve húmedo entre el rostro y el plástico cuando nos escondíamos atrás de una careta. A veces, me pasó que lo interesante estaba ahí, en ese entre la cara y la careta; la respiración y la humedad en el plástico. De a ratos, se me perdía el mundo o, más bien, el afuera, el juego social de las máscaras con otros y me quedaba en esa húmeda y tibia experiencia de sentir mi respiración; respiración que se hacía aire, agua y raro sonido del eco al chocar tan cerca contra el plástico.

Pero máscara y cara no tienen sentido para Joker. ¿Máscara que se va pegando tanto a la cara que no deja aire? ¿Cara que, por fin, sale de lo profundo, se hace piel y escupe sangre?

Pero no sé si, aunque sea en este sentido, podemos pensar en profundidad y superficie. Eso es todo el mundo social, el mundo de las reglas con las que juegan tanto el Padre como los payasos. Donde jugamos desde niños, donde hay caretas y espejos que domestican.

Yo no puedo escribir más sobre Joker.

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*Por Eugenia Boito para La tinta.

Palabras claves: Cine, Joker

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