María Domecq, una historia familiar silenciada 

María Domecq, una historia familiar silenciada 
20 noviembre, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

María Domecq es una novela de Juan Forn publicada en el año 2007. En ella, el protagonista luego de sobrevivir a un coma pancreático, conoce a María Domecq, quien padece lupus y debería estar muerta según los cánones de la medicina, y a Noboru Yokoi, quien debería estar muerto según los cánones de la historia. Una es argentina, el otro es japonés; y ambos encarnan el secreto mejor guardado de una familia en cuyo pasado se entretejen la génesis de la ópera Madame Butterfly, la guerra del Paraguay, la semana trágica de 1919 y la bomba atómica de Nagasaki, entre otras cosas. 

juan-forn-3En esos veinte años desde 1885 hasta 1905 y saltando por tres continentes, una pequeñísima anécdota de la vida portuaria japonesa se convirtió, en diferentes manos, en nouvelle francesa, cuento norteamericano, vaudeville atlántico y, por fin, gran ópera italiana. En ese itinerario, el personaje fue cambiando diametralmente de signo, desde su hierático materialismo inicial (símbolo del traicionero Oriente a los ojos occidentales) al lírico romanticismo que la convirtió en heroína por excelencia del rubro inmolación por amor. La puesta de Butterfly en Buenos Aires (aclamada por un público delirante, según los diarios de la época) fue dirigida por Arturo Toscanini. Puccini asistió a la representación; de hecho permaneció casi tres meses en la ciudad, abrumado por los homenajes locales: no sólo asistió a la puesta de Butterfly, también estuvo presente en las funciones, igualmente aclamadas, que se hicieron de Manon Lescaut, La Boheme y Tosca.  Incluso tuvo la cortesía de componer a pedido un himno escolar que se cantó en los establecimientos porteños durante meses, además de participar en unas cuantas partidas de caza de ciervo y jabalí junto al melómano Ezequiel Paz, director del diario La Prensa y promotor de la visita de Puccini a la Argentina.  Cuando los biógrafos mencionan que Puccini no sólo visitó el Departamento de Policía sino también varias comisarías de provincia durante aquel viaje, nada dicen si esas actividades se debieron al intento de averiguar in situ algo acerca de la muerte de su querido hermano Michele, ocurrida en nuestro país en oscuras circunstancias, quince años antes. Lo poco que se sabe de esa historia es lo siguiente: además de sus cinco hermanas mujeres, Puccini tenía un único hermano varón llamado Michele, el benjamín de la familia, en el que convivían el talento musical y la bohemia. En vista de las penurias económicas que le deparaba la vida como músico a su hermano mayor, Michele decidió probar suerte en el nuevo mundo y se embarcó hacia la Argentina en 1880. Las cartas que le envía a su hermano se interrumpen en 1887, luego de anunciarle que ha conseguido un empleo interesante como maestro de música en un liceo de señoritas de Jujuy, por el cual le pagarán trescientos escudos al mes. Al parecer, Michele era tan mujeriego como su hermano mayor, y en su nuevo puesto enamoró a la prometida del gobernador de Jujuy. Cuando los rumores del romance llegaron hasta la gobernación y el ofendido envió una patrulla extraoficial a escarmentar al atrevido italiano, Michele huyó a Buenos Aires con lo puesto. Pero tampoco ahí estaba a salvo: el largo brazo del gobernador (que también era senador nacional por su provincia) llegaba hasta la capital, razón por la cual el atribulado Puccini abandonó su escondite en una pensión de la calle Cerrito, dispuesto a cruzar al Brasil en forma furtiva. En este punto hay discrepancia entre los biógrafos de Puccini: algunos dan por muerto a Michele en el accidentado trayecto por ríos y selvas; otros afirman que logró llegar hasta Río de Janeiro, y recién allí murió, con sólo veintiséis años, víctima de las fiebres que había contraído en Buenos Aires o durante el viaje”.

La novela abarca varias culturas y varias generaciones de una familia de la alta burguesía argentina.

Todo comienza cuando Juan Forn a fines de los años noventa, estando a cargo de una sección en un diario muy importante, debe llenar un bache imprevisto con una nota sobre Madame Butterfly, la ópera de Puccini que en esos días se presentaba en Argentina.  «Una pequeñísima anécdota de la vida portuaria japonesa», que entre 1885 y 1905 se convirtió, en diferentes manos, «en nouvelle francesa, opereta europea, cuento norteamericano, vaudeville atlántico y, por fin, en gran ópera italiana». Tras el cataclismo del páncreas a Forn se le aparece, en pleno proceso de recuperación, una mujer que leyó su nota: María Domecq. La aparición de esta mujer le ayudará a descubrir, entre otras cosas, que el bisabuelo mítico y heroico fue el ideólogo de las masacres de la Semana Trágica a comienzos de 1919.

“Los que hayan estado alguna vez en situación semejante en una redacción periodística, escribiendo contra reloj mientras los de Taller reclaman que entreguemos el texto de una vez, quizá puedan entender el modo impunemente melodramático con que cerré aquella nota: ¿cómo iba a perderme la presunta relación del almirante con esa historia? ¿Cómo iba a callar aquella aparición del japonés en nuestra casa, cuando mi abuela se negó a recibirlo? El párrafo final decía: <Han pasado casi cincuenta años desde entonces, pero aquella desafortunada tarde en que mi abuela repudió a su medio hermano japonés (como, supongo, lo habrán repudiado en su tierra de origen por ser hijo de madre soltera y de gaijin), él le mandó decir que igual iba a quedarse en la Argentina. Si se quedó, debe estar esperando todavía, haciendo honor al dicho acerca de la paciencia oriental. Yo voy a ir a buscarlo. Y, cuando lo encuentre, en la vida real o en esa vida paralela que son las novelas para los novelistas, le diré que no hay excusas que justifiquen aquel comportamiento de mi familia. Y ojalá que él me permita escuchar de su boca la historia de mi madre, la mujer que le dio al almirante un hijo en el Japón: esa versión de Butterfly que quizás a nadie en el mundo le importe pero a mí sí> ¿Era una bravata, una impostación? Sí, lo reconozco. Pero también acentuaba operísticamente el vínculo entre Japón, Butterfly y la Argentina, si conseguía que quienes leyeran la nota sintiesen al menos el diez por ciento de lo que sentía yo en esos momentos: ¿o no era poderosa la idea de que el hijo de Madame Butterfly había peregrinado hasta el otro extremo del mundo en busca de su padre, para que su media hermana argentina se negara a recibirlo?  Fue de las pocas veces que experimenté dentro de una redacción esa épica de lo efímero que alimenta la leyenda del periodismo.  En el momento en que puse el punto final y dejé que el texto partiera a Corrección, en el momento en que miré con ojos enrojecidos la redacción semidesierta y me eché contra el respaldo de mi silla pitando el enésimo, y completamente insaboro cigarrillo de aquella jornada laboral, tenía la convicción más absoluta de que saldría a buscar, y de que iba a encontrar, a aquel japonés. Después de canibalizar en una infame nota, escrita de relleno y contra reloj, un tema digno de una novela -el tema, quizá, de toda mi vida como novelista -me juré a mí mismo que iba a hacer algo más que escribir una novela: la iba a vivir, literalmente. Era medianoche cuando salí del diario. Horas más tarde caí desplomado en la cama, como sospecho que habrán hecho los demás que trasnocharon conmigo. Sé positivamente que en esa trasnochada, como en todas las que participé en mi vida, hubo gente que bebió y se metió mucha más basura en el cuerpo que yo en el mío. Para mis parámetros, y los de aquellos compañeros de juerga, yo era un moderado. Sin embargo, el que al día siguiente tuvo una pancreatitis fulminante que lo mandó en como al hospital no fue ninguno de esos sátrapas hermosamente autodestructivos, sino yo”.

Entre Juan Forn y María Domecq nace una relación efímera pero al mismo tiempo muy intensa. Juntos emprenderán un camino lleno de búsquedas y aventuras.

La novela es confesional, luminosa, y  es un cruce entre experiencia y escritura, autobiografía y crónica familiar. Como en toda obra de Forn, la novela,  a pesar de sus precisiones históricas, es una maquinaria narrativa donde ningún engranaje gira en falso.

“Pero yo era incapaz de recordar una sola imagen de lo que había soñado aquella noche, eso que tanto había aterrorizado al pobre santo de Emilio, que había hecho cuatrocientos kilómetros desde la costa para instalarse junto a mi cama del hospital en cuanto supo de mi internación. Por más esfuerzos que yo hubiese hecho desde entonces, La Pesadilla seguía siendo un misterio absoluto para mí. En cambio, la mano de María Domecq sobre mi mano, en aquel bar frente al hospital, era una certeza: la primera sensación totalmente bienvenida por mi propio cuerpo, no sólo desde que me había despertado del coma en el hospital sino desde mucho antes. Aunque todos mis huesos estuvieran pidiendo a gritos una cama, que el mundo me diera un respiro y siguiera un rato su curso sin mí, lo que sentí en ese momento fue que podía quedarme a vivir en aquel bar, a cambio de que se prolongara esa sensación.  Porque María Domecq no sólo entendía lo que me pasaba: llevaba décadas con la muerte respirándole en la nuca, cada hora de su vida. Y, sin embargo, bastaba escucharla, bastaba simplemente estar un instante frente a ella para sentir que estaba viva de una manera que yo, al menos, nunca había visto.  Era como si estuviese enferma de vida. Y me contagiara. –Estás blanco como un papel –dijo de pronto ella. Voy a llamarte un taxi. –Esperá –dije, y apreté su mano para que no me soltara, para comprobar que existía, para absorber unas gotas más de su vitalidad antes de levantarme y salir a la calle. Vamos juntos en el taxi. Te llevo adonde vayas”.

María Domecq de Juan Forn es una novela que cruza la historia íntima con la historia universal de la mano de una potente narración que gira en torno a la decadencia de una clase social y el poder curativo del amor.

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Sobre el autor

Juan Forn ha publicado los siguientes libros: Corazones (novela, 1987), Nadar de noche (cuentos, 1991), Frivolidad (novela, 1995), Puras mentiras (novela, 2001), La tierra elegida (crónicas, 2005), María Domecq (novela, 2007) Ningún hombre es una isla (crónicas, 2009) y Los viernes (tomos uno, dos y tres; 2015,2015 y 2016, respectivamente). Trabajó quince años como editor (primero en Emecé, luego en Planeta) y otros cinco como editor del suplemento Radar de Página/12, y desde entonces vive en Villa Gesell. Tradujo a Yasunari Kawabata, F. Scott Fitzgerald, John Cheever y Hunter Thompson. Dirige para Tusquets la colección de rescates Rara Avis.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Juan Forn, literatura, María Domecq, Novelas para leer

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