Conjunto vacío, las heridas del exilio

Conjunto vacío, las heridas del exilio
6 noviembre, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

«Conjunto vacío» es la primera novela de Verónica Gerber Bicceci publicada en el año 2015. En ella, Verónica, una artista visual mexicana, hija de exiliados políticos argentinos, regresa a su departamento en Argentina después de una ruptura amorosa. Vuelve a ese espacio que alguna vez compartió con su hermano y del que un día su madre desapareció en forma misteriosa y repentina. “Para olvidar a alguien hay que volverse extremadamente metódico”, dice Verónica. Es por ello, que se dedica a contarse y contar su propia vida, en desorden, como no puede ser de otra manera.

El libro de Gerber Bicceci es muy original en su forma de decir. Se utilizan recursos narrativos (párrafos cada vez más cortos, capítulos cada vez más sintéticos), lingüísticos (escrituras ilegibles, lenguajes infantiles, idiomas inventados) y gráficos (los diagramas de Venn que se usan en la teoría de conjuntos) con el fin de completar una historia que conquista desde la primera página.

conjunto-vacio-veronica-gerber-libro¿Cómo fue que llegamos aquí, a este punto? Todo se remonta a dos días antes de mi cumpleaños número quince. Invierno de 1995. Entonces Yo (Y) tengo todavía catorce años y mi Hermano (H) diecisiete, a punto de cumplir dieciocho. Era temprano en la mañana, estábamos saliendo a la escuela y Mamá (M) dijo que no. Dijo que era mejor quedarse en casa.  Dijo que no prendiéramos la tele, que no prendiéramos nada. Dijo que había que guardar silencio. Nunca cumplí los quince, y eso que ya habíamos encargado un pastel de chocolate amargo para una fiesta que nunca se hizo. Su interminable ausencia – la de Mamá (M)- se llevó todos nuestros cumpleaños, enredó el paso del tiempo.  No hay causa  econocible, sólo efectos. Corrijo: solo una frontera en el espacio-tiempo, flujos turbulentos, entrecortados. Entre cortados. Solo una serie de pistas dispersas, sin sentido. Un conjunto que se va vaciando poco a poco. Fragmentos desordenados. Corrijo: añicos. Repito: invierno de 1995. Mamá (M) empieza a hablar de los árboles del parque. Dice que en las cortezas se ven rostros. Que todos esos rostros miran hacia la casa. Que todos esos rostros nos miran. Nos ordena dejar de regar las plantas. Si algo llegara a pasarme, dice. ¿Pasarte qué?, mi Hermano (H) y Yo (Y) respondemos en coro… Después ya no logramos entender qué dice. ¿O es que no nos oye? ¿Qué dices, Mamá (M)? Así es como empieza a difuminarse”.

Conjunto vacío está narrado con una voz de una hondura conmovedora y desgarradora. Están presentes el amor y el desamor, las consecuencias del exilio, los ciclos vitales, las raíces familiares y las nuevas relaciones.

La protagonista para lidiar con la soledad emprende un inesperado proyecto: trazar con pintura negra y blanca las vetas de dos hojas de triplay; se trata de un ejercicio Zen y la oportunidad para descifrar la historia del árbol y el tiempo desordenado que representan sus anillos. Con el correr de los meses, Verónica, deberá ordenar el archivo de una escritora argentina exiliada en México, Marisa Chubut, y descubrirá que esta solía recortar a las personas de las fotografías y guardar los paisajes vacios; y también que escribió el mismo libro decenas de veces durante su vida.

“Para olvidar a alguien hay que volverse extremadamente metódico.  El desamor es una especie de enfermedad que solamente puede combatirse con rutina.  Yo (Y) no lo sabía, lo descubrió mi instinto de supervivencia. Por eso empecé a buscarme actividades y a ponerles un horario. Me recostaba boca abajo sobre el gran tablón de madera toda la mañana y seguía el dibujo de una veta con un pincel lleno de pintura negra o blanca o gris. Dos o tres vetas por día, no más. Si intentaba pintar una cuarta me temblaba la mano y me salía de la raya. A veces tenía que usar un pincel de tres pelos, a veces una pequeña brochita. Era, sobre todo, un ejercicio de paciencia. Mientras pintaba recordé a mi maestro de escultura del primer año de la carrera. Era japonés. Sus veinticinco años viviendo en México habían pasado en balde porque hablaba español como si acabara de llegar; es decir, casi no lo hablaba. Su mayor  reocupación escultórica era que entendiéramos el ciclo de la vida. La primera clase nos llevó en metro a comprar cuatro gallinas a la Merced. En un bautizo pagano decidimos llamarlas Klein, Fontana, Manzoni y Beuys. Vivieron en una enorme jaula dentro del taller todo el semestre. Las sacábamos a pasear por los patios de La Esmeralda dos veces por semana, había turnos para darles de comer anotados en el pizarrón y algunos, no entiendo muy bien cómo, lograron encariñarse con ellas. Al final del semestre Mifusama Suhomi llegó con una olla gigante y mucho carbón diciendo que teníamos que matarlas. Se hizo un enorme silencio. Él mismo les torció el cuello y las desplumamos entre todos. Cocinó una sopa de la que todos teníamos que comer para completar el ciclo. Vida muelte-vida, dijo. Nunca volví a comer algo igual. No sé si era un buen artista, pero tenía madera de chef. Y aunque su español era endeble, utilizaba las palabras exactas, tal como lo haría un sensei. Dos fueron más que suficientes para entender algo esencial y complejo como que las cosas empiezan, luego terminan, y luego vuelven a empezar. Su clase era de lo más extraña: nos mostró qué es y cómo se hace el yeso, en lugar de enseñarnos a usarlo para hacer moldes y vaciados. De dónde viene el mármol, en lugar de darnos un martillo y un cincel. Con la madera sucedió lo mismo; Pala hacel tabla tliplay, álbol gila dentlo de sacapuntas gigante, viluta de tlonco aplastada en glan plancha. En esa clase me enteré de que las vetas de la madera cuentan con detalle las aventuras de un periodo específico de tiempo del árbol. Me gustaba creer eso, que cada veta de mis tablas contaba una historia distinta para no tener que pensar en la mía. El área de cada veta corresponde a un anillo del tronco, y cada anillo puede corresponder, aunque no exactamente, a un año de vida del árbol. Después supe que hay una ciencia que estudia eso. La dendrocronología puede calcular la edad de un tronco siguiendo, del centro hacia afuera, el crecimiento radial de los anillos que se dibujan en él. Me hubiera gustado ser dendrocronóloga. Pero en las tablas de triplay no se ve la edad de un árbol. El gran sacapuntas giratorio rebana el tronco con un ángulo inclinado. Ese corte en diagonal lo desordena todo: en cada viruta hay distintos momentos salteados de la vida del árbol, no una cronología lineal y mucho menos concéntrica”.

Conjunto vacío es un libro concebido como una pieza de arte visual que renueva de manera magistral el panorama de la narrativa latinoamericana contemporánea. Verónica Gerber Bicecci se define a sí misma como «una artista visual que escribe» y eso se refleja en la novela.
El comienzo de la novela se abre con un final, una ruptura amorosa que deja a la protagonista (Yo (Y)) girando en falso, de vuelta en la casa materna, hilando otros finales y otras desapariciones. Muy pronto el texto deja paso al dibujo para que de tanto en tanto diga a su modo lo que «no se puede contar con palabras». En las representaciones gráficas de la teoría de conjuntos, Gerber Bicecci, encuentra formas nítidas, diagramáticas, para figurar «con precisión casi científica»; la historia familiar, la soledad o el vacío. De ahí que todos los personajes: Tordo (T), Hermano (H), Mamá (M), Alonso (A), Marisa (M); lleven nombres con los que animan las incidencias del relato y también letras, que les dan una función más abstracta en el juego proteico de los diagramas.

“A través de ellos se puede ver el mundo desde arriba, por eso me gustan los diagramas de Venn. No hay mucha documentación al respecto, pero durante la dictadora en Argentina se prohibió la enseñanza en las escuelas. Sabemos, por ejemplo, que un jitomate pertenece al conjunto de jitomates (JI) y no al de cebollas (C) ni al de chiles (CH) ni al de cilantro (CI) ¿Dónde está la amenaza en un razonamiento como ese? En la teoría de los conjuntos, los jitomates, cebollas y chiles podrían darse cuenta de que son alimentos distintos, pero también de que tienen cosas en común, como el hecho de que todos podrían pertenecer al conjunto salsa pico de gallo (SPG) y, al mismo tiempo, al Universo (U) de plantas cultivadas (PC) y, tal vez, unir fuerzas contra algún otro conjunto o Universo (U), por ejemplo, el de la salsa picante enlatada (SPE). En pocas palabras, hacer una comunidad de vegetales.  Los diagramas de Venn son herramientas de la lógica de los conjuntos. Y la dictadura, desde la perspectiva de los conjuntos, no tiene ningún sentido porque su propósito es, en buena medida, la dispersión: separar, desunir, diseminar, desaparecer. Tal vez es eso lo que les preocupaba, que los niños aprendieran desde pequeños a hacer comunidad, a reflexionar en colectivo para descubrir las contradicciones del lenguaje, del sistema.  Visto así, desde arriba, el mundo revela relaciones y funciones que no son del todo evidentes”.

Conjunto vacío de Verónica Gerber Bicecci es una novela deliberadamente fragmentada y desordenada en dónde los lectores deben ir componiendo con un ojo enfocado en el texto y otro en los dibujos. Bajo la pretensión científica de los diagramas y las observaciones distantes del telescopio, late una prosa íntima, precisa y honda que cuenta las heridas del exilio, las desapariciones y la desilusión amorosa.

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Sobre la autora

Verónica Gerber Bicecci. Artista visual que escribe. Nació en 1981 en Ciudad de México. Ha publicado también Mudanza (Auieo-Taller Ditoria, 2010), un original libro de ensayos con elementos autobiográficos sobre cinco escritores que se convierten en artistas visuales. Se graduó de la Licenciatura en Artes Plásticas de la ENPEG, La Esmeralda, y de la Maestría en Historia del arte de la UNAM. Ha expuesto individual y colectivamente en diversas instituciones de su país y del mundo. Es editora en la cooperativa Tumbona Ediciones y tutora del Seminario de Producción Fotográfica del Centro de la Imagen. En 2013, Conjunto vacío obtuvo el Tercer Premio Internacional de literatura Aura Estrada, por decisión unánime del jurado conformado por Alejandro Zambra, Vivian Abenshusan, Guadalupe Nettel, Gabriela Jáuregui y Álvaro Enrigue. En 2014, Gerber Bicecci recibió una mención honorífica en el Premio Nacional de Ensayo sobre Fotografía.

*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de tapa: Oda Schaber. 

Palabras claves: Conjunto Vacío, literatura, Novelas para leer, Verónica Gerber Bicceci

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