Cuando el peligro es pequeño somos felices, un retrato de la intimidad
Por Manuel Allasino para La tinta
Cuando el peligro es pequeño somos felices es la primera novela de Victoria Schcolnik publicada en marzo de este año. En ella se expresan las voces de Anna y Lobo, los integrantes de una pareja que se desarma y en ese proceso se perciben las heridas astilladas de la infancia y la desesperación por lo que ya no alcanza para construir un vínculo.
La historia del desastre de esta pareja comienza cuando Anna deja a Lobo solo en la casa. Desde allí, el relato no es otra cosa que el intento fallido de volver, una y otra vez, a ese momento inicial.
“El pueblo en el que viven es demasiado grande como para que el mapa entre en su cabeza. Por eso, casi siempre sale con Lobo. Nunca tuvo sentido de la orientación, y las veces que se perdió fueron una pesadilla, buscando un teléfono como una loca, marcando los números con la sensación de que los dedos estaban a punto de rompérsele. Cree que el miedo a perderse empezó de chica, cuando volvía con sus padres de la costa, la noche en que recibieron la llamada desde la casa del abuelo. Tomaron una ruta equivocada, hicieron varios kilómetros en la dirección contraria. Mientras, el abuelo recostado en la cama, hacía circular las últimas espirales de aire por los pulmones. Desesperados por no encontrar el camino, el padre frenó el auto en un cruce de rutas. Alrededor había solo campo. Un rayo iluminó la noche. Fue más aterrador observar la llanura interminable que mantenerse en la ceguera de la oscuridad. En ese mismo instante, el abuelo vio a su hija y a sus nietos paradas en un círculo, debajo del cielo. Anna pensó que el destello podía causarle un daño cerebral, había leído que una fuerte exposición a la luz generaba convulsiones en los niños. Deslizó su mano por el cuero del asiento y tocó los dedos de su hermana, los tenía tensos y fríos, y aunque no le devolvían la tibieza, al menos estaba cerca para cerrar los ojos con calma. La intensidad del rayo hizo que el padre dudara del camino. Dio vuelta el auto y aceleró, obsesionado con un perder más tiempo. Ellos creían que la muerte del abuelo estaba en otra parte adonde debían llegar. Pero la muerte no es un lugar sino un momento”.
Victoria Schcolnik describe a una pareja que se arma, se desarma, se compone y se descompone. Con una prosa ajustada y sobria relata el instante en que dos personas tuvieron algo y lo perdieron. Hace un cautivante retrato de la intimidad que va y viene por sus puntos de fuga, su locura solapada, su violencia contenida y su soledad compartida.
“Mira el jardín y detiene la vista en donde Anna siempre se sienta con sus libros, justo abajo de la higuera. Él nunca había prestado atención a ese hábito, hasta que una tarde recostado en el sofá se quedó hipnotizado, viendo cómo le brillaba el pelo al sol. Ella solía cargar una pila de libros y un lápiz, y se protegía del calor contra el tronco del árbol. Esa tarde, Lobo notó que además de leer se le crispaban los rasgos, hasta que liberaba la tensión de la cara moviendo los labios. ¿Estaba leyendo o hablaba sola? Lobo se fue dando cuenta, observando día tras día en la impaciencia de sus gestos que la mente de Anna había dejado de soportar la velocidad de lo que pensaba. Lo que le estuviera dando vueltas en su cabeza nada tenía que ver con los libros. Las frases que decía, y que Lobo apenas podía distinguir en la mímica de su boca, eran el zumbido de ella misma. Si ese acto era un delirio o una liberación, no le importaba a Lobo. Él quería entender qué hacía Anna bajo la sombra de la higuera, de qué lo dejaba afuera, a él, que siempre la escuchaba, que había sido su testigo, y que dominaba el laberinto de su mente como si hubiera hallado la salida”.
La primera novela de Victoria Schcolnik editada por Mardulce es la historia del final de una pareja: Ana y Lobo. Está escrita con una particularidad, en una página es Lobo contando la ruptura; y en otra página, es Ana quien da su versión. Pero no es la misma escena desde dos puntos de vista sino que cada uno trata de ir para atrás en el tiempo para intentar comprender que fue lo que sucedió.
“Luego de unos años de que falleciera su abuelo, murió su padre. Y esta vez Anna entró en una profunda tristeza. Una noche se hundió en el sillón del living mirando por horas la silla en donde se había sentado el padre la última vez que lo había visto. Desde ese momento, Anna comenzó a obsesionarse con algún lugar de la casa. Empezaba ordenando, reacomodando los muebles, después pintaba una pared o se pasaba una tarde entera buscando un florero. Hacía todo lo que estuviera a su alcance para borrar esa juntura en el ambiente de donde salía, como un residuo imparable, la memoria. Los brazos y las piernas de Anna se le aflojaron a medida que quedaba más absorta sobre los almohadones del sillón. Entonces fue cuando pensó en aquel chico con las piernas amputadas al que le había tocado asistir en su primer trabajo. La impresión del recuerdo le hizo levantar los pies del piso. El cerebro, como suele ocurrirles a aquellas personas, armaba una virtualidad, en donde él seguía sintiendo las piernas aunque le faltaran. ¿Una comprensión o una demencia? Por eso Anna quiso destruir la silla, porque el olor de la madera -que no recordaba haber notado antes- le hacía pensar en el padre. Aunque no estuviera más, parecía haberse multiplicado en cada rincón de la casa: la muerte, al igual que la amputación, era un distorsión de la presencia”.
Cuando el peligro es pequeño somos felices de Victoria Schcolnik es una novela que relata la ruptura de una relación amorosa desde dos puntos de vista, con una bella reflexión sobre cómo la infancia tiene consecuencias en la pareja; y cómo nos relacionamos con el dolor.
Sobre la autora
Victoria Schcolnik nació en Buenos Aires en 1984. Es Licenciada en Comunicación y escritora. Ha publicado los libros de poemas El refugio (abeja reina, 2008) y Una tierra (Curandera, 2011). Sus poemas también fueron editados en la antología La última poesía argentina (Ediciones en Danza, 2008). Desde 2013 es directora de Espacio Enjambre -pequeño centro de investigación sobre escritura-, donde también coordina talleres de narrativa y poesía.
*Por Manuel Allasino para La tinta / Imagen de portada: Lucía Prieto.