¡Bienvenides al mundo del festejo infantil!

¡Bienvenides al mundo del festejo infantil!
31 octubre, 2019 por Redacción La tinta

En la ciudad de Córdoba, desde hace tres décadas, comenzó a configurarse un prolífico mercado orientado al festejo de cumpleaños infantiles y la expansión de emprendimientos destinados a la celebración de niñes. Este proceso no puede pensarse por fuera de la invención socio-histórica de infancias, de las transformaciones en las configuraciones espaciales y de cambios en las relaciones de poder entre madres, padres e hijes. Como parte de nuestros estudios de posgrado en la UNC, realizamos, entre los años 2012 y 2017, un trabajo de campo en esos espacios donde se explotaba la obligación moral, el deseo y la tradición generalizada de homenajear a les niñes con formas especiales.

Por Cecilia Castro para La tinta

Mercantilización de los cumpleaños

La investigación mostró a Pumper Nic y Neverland como las empresas pioneras en incluir en sus “combos” el festejo infantil. Ambas, a tono con las ideas de mercados globales, adaptaron su infraestructura para la organización de cumpleaños brindando este servicio de manera complementaria a su negocio principal. Entrada la década de 1990, las grandes cadenas multinacionales como McDonald‘s y Burger King hicieron que el protagonismo de Pumper Nic en el mercado disminuyera. En este contexto, también se organizaron emprendimientos comerciales de carácter familiar que ofrecían trasladar al ámbito doméstico parte de los atractivos que brindaban las empresas de comida rápida mediante el alquiler de castillos inflables. Esta actividad, poco especializada, complementaba los ingresos económicos del grupo familiar que consiguió comprar esos bienes con sus ahorros o con el dinero de la indemnización laboral de algún integrante. Para algunas familias, esas celebraciones en locales de hamburguesas resultaron demasiado onerosas. En tanto, para quienes podían costearlas, esas fiestas, inicialmente atractivas, perdieron su brillo. En esta dinámica, aumentó la importancia que les niñes daban a los cumpleaños, se incrementó la presencia de sus compañeres escolares y la familia fue relevada de la gestión del festejo.

La creciente demanda de formas especiales para festejar los cumpleaños infantiles y la “novedad” de hacerlo fuera del hogar se articuló con la gestación de agentes capaces de satisfacerla y de inventar nuevos (y repetidos) modos de celebrar. Quienes “descubrieron el negocio” y otres que se sumaron a la “movida comercial” alquilaron locales o edificaron en sus domicilios un espacio destinado a la fiesta y la alegría por el paso de los años. Para ello, se valieron de los excedentes económicos producidos por el alquiler de equipamiento para festejos domiciliarios o recurriendo a préstamos familiares o en entidades financieras. Así, comenzaron a ofertarse servicios de comida, bebidas y entretenimiento a cargo de personal especializado en locales exclusivos o salones para tales fines. Estos comercios ofrecían un lugar “seguro y confortable” para les adultes, decoración divertida y temática para les homenajeades, recepción de invitades, distribución de alimentos, animación y organización de juegos.

Esa modalidad de celebración de los cumpleaños infantiles se afianzó con el cambio de siglo adaptándose las propuestas para todos los gustos y los niveles adquisitivos. La gran mayoría de quienes se dedicaban al comercio de la felicidad se definían como “emprendedores”. Algunes desarrollaban actividades comerciales y festivas desde la adolescencia (organizaban eventos escolares, animaban cumpleaños en domicilios). Había quienes relacionaban su interés con la figura de alguna amistad o pariente, hermane o prime, de mayor edad, que les inició en la actividad. Una gran proporción, cuando finalizaron la escuela media, optaron por integrarse al mundo laboral antes que continuar con sus estudios universitarios. Para otres, trabajar en la animación infantil les permitía poner en funcionamiento saberes adquiridos en determinados trayectos educativos (docencia de nivel inicial, teatro, educación física) que podían concluir o no. Estas actividades laborales, según decían, les posibilitaron una buena proyección económica, administrar sus horarios y ser sus “propios jefes” sin renunciar al desarrollo de sus intereses artísticos y/o pedagógicos.

La producción de fiestas infantiles resultaba un modo particular de incorporarse al mercado laboral y satisfacer necesidades económicas tanto como una posibilidad para su ejercicio profesional. En ese hacer, se desarrollaban en armonía el “negocio” y la “vocación”. En este mundo asociado con el ocio, se interrelacionaban variadas actividades y agentes. Entre ellos, el estado municipal que, frente a la expansión de los salones, reguló el funcionamiento de los mismos y los definió como “espectáculo público” mediante la Ordenanza municipal N°10.840 de 2005. En la actualidad, la cantidad de locales habilitados en la ciudad supera el centenar.

Como los “mundos del arte”, en la definición de Howard Becker, los “mundos del festejo infantil” suponían relaciones de “cooperación y competencia” entre diferentes participantes. Referimos a dueñes de salones, encargades, animadoras y animadores, maquilladores y maquilladoras, fotográfes, personal de cocina y limpieza, agentes estatales. Elles estaban relacionades con otres que, si bien no participaban directamente en las fiestas, formaban parte de este “mundo”: almacenes de bebidas y alimentos de copetín, locales de cotillón, profesionales de la repostería, del diseño gráfico y marketing, contadores y contadoras, revistas de distribución barrial y digital abocadas a la promoción de servicios festivos. Esta red de producción trabajaba para otro conjunto heterogéneo de personas que necesariamente debían estar presentes en los salones para que los festejos pudieran concretarse: cumpleañeres, invitades, familiares. Elles estaban posicionades como co-productores y consumidores de la alegría gestada y gestionada en cada una de las celebraciones. En tanto agentes interdependientes y que transitaban por este mundo de producción cultural, contribuían de manera diferencial en la creación de una experiencia social relacionada con un momento del ciclo vital.

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(Imagen: La tinta)

El género: un recurso para expandir la oferta

En los días de la etnografía, además de analizar las formas de construcción de la innovación en materia de celebración infantil, advertimos la incorporación y el proceso de profesionalización que tenía como principales protagonistas a mujeres. Principalmente, fueron ellas quienes, hacia el final de la primera década del siglo XXI, encontraron en el “sistema género/sexo”, siguiendo a la antropóloga y activista queer Gayle Rubin, un recurso para construir novedades festivas. A la oferta de cumpleaños “mixtos”, se sumaron salones exclusivos para el festejo de cumpleañeras con propuestas de divertimento como: “Fiestas de princesas”, “Té en París”, “Spa”, “Princesas y Piratas”, “Cumple Frida”. En paralelo, se propagaron emprendimientos que se promocionaban en redes sociales (fundamentalmente, Facebook, Instagram, WhatsApp) que ofrecían para las celebraciones infantiles domiciliarias algunos de esas propuestas lúdicas y determinados productos: alimentos “saludables”, alquiler de mobiliario y mesas dulces, banderines artesanales, confección de souvenirs, tortas con decoraciones profesionales, carpas “tipi”, spa infantil, maquillaje artístico, ambientaciones de hogares con diseños específicos basados en la iconografía de las industrias culturales infantiles. Así, encontramos que este mercado se segmentaba cada vez más en estratos socio-etarios y genéricos.


A partir de las observaciones participantes en esos festejos, encontramos que los meandros de la feminización estaban a cargo de jóvenes animadoras que disponían y manejaban, con gran maestría, repertorios técnicos capaces de gestionar la alegría, los cuerpos y la feminidad de las niñas en colaboración con otras mujeres del entorno familiar de las cumpleañeras. Fundamentalmente, las madres, tías, abuelas procuraban delegar el festejo de niñas en manos “femeninas”, aludiendo a que las animadoras “daban más confianza”. Aquí, operaba un imaginario muy poderoso que asociaba a los varones (de animadores) como más susceptibles de producir malos tratos y/o los calificaban como “potenciales abusadores”. Esta justificación continuaba apoyándose en el estereotipo de que ellas eran las “mejores cuidadoras” de les niñes y que desempeñaban esa tarea con “mayor felicidad”.


Ese andamiaje simbólico basado en la relación de tipo emocional “diferencial” que “supuestamente” tendrían las mujeres para con las infancias cooperó de manera eficaz con esta división sexual del trabajo presente en los espacios de celebración infantil que reclutaban mano de obra femenina. Según advertimos, las animadoras que, con su trabajo, permitían que las familias pudieran delegar en ellas el festejo y las actividades de cuidado eran quienes tenían menos acceso a los derechos relacionados con el vínculo laboral.

Preparativos

Al interior de las familias, también operaba una división sexual del trabajo en relación al festejo de los cumpleaños. Principalmente, eran las mujeres quienes asumían la “planificación general” (averiguar precios y seleccionar el salón, compra de alimentos para les adultes). En estas actividades, solían intervenir la red más amplia de parientes de les celebrades (abuelas, tías, suegras, cuñadas), ya sea porque se ofrecían para colaborar o directamente le asignaban alguna función específica (ocuparse de la torta, souvenirs, decoración, cubrir determinados gastos, traslados, vigilancia de les niñes). Entre las mujeres, se producían relaciones de “endeudamiento” en un entramado de intercambios de dones y contra-dones que se ponía en funcionamiento en torno a las fiestas infantiles.

El día del evento, las familias se ocupaban de que, fundamentalmente, les cumpleañeres tuvieran una presentación personal más elaborada o “especial”. Algunes utilizaban un atuendo que podría ser catalogado como “infantil”, otres solían presentarse, según describió De Belli en su análisis sobre fiestas de cumpleaños en Brasil, como “adultos en miniatura”. En estas instancias, la ley binaria e ideal regulatorio de la masculinidad y feminidad modelaba los cuerpos montados y ornamentados diferencialmente para la fiesta. En los varones, se hacían determinados arreglos del cabello a base de gel que daban forma a “crestas”. En cambio, a ellas, sobre el pelo, les hacían trenzas o colocaban hebillas y, en ocasiones, vinchas con brillos, lentejuelas o con diseños florales. Al momento de seleccionar los vestuarios, para ellos, recurrían al uso de pantalones mientras que, para ellas, vestidos, polleras y, algunas veces, calzas. Esto generaba una desigual distribución en las posibilidades de movimiento y desplazamiento en los juegos.

Festejar

Al ingresar a los salones, niñes y adultes seguían sendas diferentes. Les adultes tenían asignado un “sector” identificado como “sala de los papis”. Aquí, compartían alimentos, solían dialogar en semicírculos armados por lazos de parentesco o de amistad. Estas eran las configuraciones a través de las cuales circulaban mates, saberes de crianzas, anécdotas familiares. Otros grupos se organizaban con “las mamis del colegio”. Las familias de les invitades dependían de las “agitadas” agendas infantiles festivas y recreativas. La gran mayoría se quejaba porque las fiestas que requerían su compañía o la gestión del traslado no les permitía disfrutar tiempo personal o del fin de semana. La presencia de adultes era menor a medida que aumentaba la edad de les cumpleañeres cuando los festejos se hacían mayormente entre grupos de pares.

Una vez que se completaba (o casi) la lista de invitades, les animadores anunciaban las diversas rutinas lúdicas y reunían a les participantes con el propósito de coordinar los movimientos a través del micrófono, con silbatos o aplausos. Luego de una ferviente bienvenida al cumpleañere, se armaba un tren humano y dirigían a les niñes al sector destinado a la alimentación. Los salones montaban una mesa repleta de recipientes atiborrados con alimentos de rápida digestión y con alto contenido de azúcar y sodio. También había vasos con bebidas abrumadoramente dulces. Así, se incorporaba el combustible que pronto se quemaría en saltos, gritos, carcajadas y llantos, y en el baile durante las tres horas que solían durar los eventos.

Participar de un cumpleaños en un espacio mercantilizado suponía la conquista de diversos estados como la estimulación a través de movimientos corporales aeróbicos. Otros estados festivos provenían del correr, cantar con micrófono y luces, escalar y atravesar laberintos en peloteros, saltar en camas elásticas, disfrazarse de un personaje favorito. Les niñes se sumergían en esas acciones y quienes intentaban “salirse” se veían prontamente arrastrades literalmente por otres hacia el centro del lugar o expulsades a sus márgenes de ese “agite” gestado por el personal de animación en colaboración con el público.

Visto desde el exterior, los festejos parecían que se presentaban como una masa multiforme de niñes moviéndose en direcciones variadas. Sin embargo, había un orden que regía las relaciones en torno a la figura del cumpleañere. Les amigues estaban muy próximes, eran les primeres en llegar y en ser seleccionades para realizar las actividades, aparecían en las fotografías y su ausencia podía desencadenar la tristeza del cumpleañere y la frustración de su familia.

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(Imagen: La tinta)

Como parte del divertimento, se montaban “miniboliches”, “minidisco”, “fiestateen”. Una vez en la “pista”, les niñes de menor edad recibían la atención cuando daban sus primeros pasos en relación a la música o seguían animadamente la coreografía que sugerían les animadores. Esa mímesis de les niñes “imperfecta” e “incompleta”, y, por lo tanto, “graciosa”, atraía la curiosidad de les mayores. Adultes y niñes se congregaban en una acción danzante. Estas y otras propuestas para el divertimento se destinaban a “integrar” a les adultes al mundo infantil. Un continuo proceso de socialización instruía a las familias en esos guiones y aquello que se esperaba que realizaran. Como parte del mismo, cabe destacarse la cadena de festejos que hacían que cualquier niñe que festejara su cumpleaños en un salón comercial ya hubiera participado en el de sus hermanes mayores, primes, vecines o compañeres del colegio. Como sus padres y madres, entre otres familiares, les niñes ya conocían las formas en que debía producirse la alegría, devenida mercancía y un recurso gestionable.

A una hora señalada, se detenía el dispositivo festivo. Les invitades se retiraban envueltes en una rara mezcla de excitación y cansancio mientras les animadores preparaban todo para un nuevo festejo. Con respecto a las repercusiones de las celebraciones de cumpleaños, las familias también evaluaban a los mismos utilizando sus recuerdos de experiencias leídas a la luz de su posición actual.

En aspectos similares a las performances patrióticas que analizó Gustavo Blázquez, en torno a la organización de un cumpleaños, también existía un interés socialmente construido que procuraba transformarlos en un objeto interesante por el cual tanto les homenajeades, sus familiares, organizadores y organizadoras de fiesta luchaban por las definiciones legítimas de cómo debía ser: qué comer, cómo, cuándo y de qué manera, modalidades de juego, tipo de música. Este acuerdo implícito llenaba a las celebraciones de cumpleaños de juicios estéticos y morales. A través de esos homenajes y los modos específicos de hacerlo, se producían subjetividades infantiles diferenciadas en términos de género, edad, clase/raza.

En las celebraciones mercantilizadas, las redes afectivas y familiares debían ser capaces de “dar amor” y “divertirse”, ya que se presuponía y publicitaba que los “salones” se ocupaban del resto. Al mismo tiempo, eran escenarios privilegiados para la acción estatal mediante las actividades de “habilitación y recaudación”, así como para la (re)producción de subjetividades emprendedoras. Apoyándose en la dinámica de objetivación/interiorización de ese estilo y sus “imperativos” (autorrealización, flexibilidad, profesionalización y alegría), se tejían las redes de sociabilidad que constituían los “mundos del festejo infantil” en la Córdoba contemporánea.

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(Imagen: La tinta)

*Por Cecilia Castro para La tinta.

Palabras claves: cumpleaños infantiles, Género, Infancia, Infantil

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