“No solo tenemos que expresarnos con nuestras propias voces, tenemos que poder mostrar nuestras propias diversas, fecundas y polifacéticas imágenes”

“No solo tenemos que expresarnos con nuestras propias voces, tenemos que poder mostrar nuestras propias diversas, fecundas y polifacéticas imágenes”
5 septiembre, 2019 por Redacción La tinta

El análisis de la fotografía de prensa venía siendo una deuda en nuestro país, por eso, el trabajo de Cora Gamarnik de los años 60 a los 80 sobre la misma fue un aporte preciso y bien recibido. En especial, por dejar de lado el estudio técnico para especialistas y adentrarse en el contexto sociopolítico en que se gestaban esas imágenes. Además, y casi como una necesidad de estos tiempos, siguió con sus reflexiones y lecturas de la actualidad en artículos para revistas, diarios, portales web y en su perfil de Facebook, ya sea con una imagen de la agenda o seleccionando fotos de sus distintos contactos que cubrieron un acontecimiento importante. Fue en la rosca de las redes sociales que se conoció con Diego Valeriano y Luciano Debanne, con quienes escribió «Una foto con Macri», el libro que se presentará este viernes 6 a las 19 hs en el Auditorio de la UEPC (San Jerónimo 560). Ese mismo día, pero a las 17 hs, ella también compartirá una charla titulada «El poder de las imágenes/ las imágenes del poder» en el Museo Dionisi (Palacio Dionisi Av. Hipólito Yrigoyen 622). Como anticipo de esto, Cora charló con La tinta.

Por Fernando Bordón para La tinta

Son las 10 am de un lunes que, por suerte, ya no es de agosto. Suelen decir que es el mes que hay que pasar, pero jamás dicen qué tipo de agosto. Este, del 2019, seguro que quedará en la memoria histórica de nuestro país. Sin dudas que una de las voces a la que se podrá volver para tener una lectura crítica de estos tiempos es la de Cora. En diferentes espacios, ha logrado dar su mirada reflexiva, analítica, sentimental y emocional de lo que ha sucedido en nuestro país.

Su precisión conceptual al hablar es acompañada por una calidez que logra atravesar la comunicación telefónica. Mi primera inquietud es cómo fue la experiencia de escribir junto a otrxs un libro: «Una foto con Macri». Ella me cuenta que siempre había escrito sola, tanto los textos académicos como aquellos que escribe en redes, que los define como pequeños textos de intervención o de batalla cotidiana.

“Fue todo un desafío encontrarme con ellos. En un texto que escribí para la presentación del libro, hablo del desafío que es escribir con otros que tienen estilos tan diferentes, personalidades tan distintas, lo que aprendemos, lo que cedemos, cuando decimos ‘esto no’. Al mismo tiempo, escribir con ellos ampliaba mis formas de mirar y decir. El resultado siempre fue algo muy distinto a lo que hubiese escrito sola. Por otro lado, me gustó esto de escribir más liviana en el sentido de lo académico, es otro tipo de escritura. Te das más permisos, escribís más libre”, reflexiona Cora.

Todo empezó desde lo lúdico; ellos ya venían escribiendo juntos y, un día, se sumó. Cuenta que ella pasaba alguna foto al grupo de chat en el que estaban lxs tres para ver qué surgía, si les interesaba, si servía como disparador. Lo que le pasaba con la mirada de sus compañeros es que, de alguna manera, ampliaban su mirada. Por eso, afirma que “hubo una apuesta a mirar con ellos, que, a su vez, tienen miradas agudas, sagaces, irónicas; a veces, filosas; a veces, amorosas”.


Pero el encontrarse nunca es ajeno a los contextos. Por eso, Cora dice que “fue también como una metáfora de lo que intuimos necesario para estos tiempos. Creo que nos juntamos porque cada uno a su modo -igual no quiero hablar por ellos, jamás aceptarían que sea su vocera-, pero creo que hubo algo como decir que son tiempos para juntarnos, mostrar que puede haber una amalgama de tres lenguajes distintos, tiempos para no estar solo. También creo que sentimos esa desesperación de que se queden cuatro años más y, además, a veces, nos divertimos, a veces, nos peleamos y así surgieron estos encuentros”.


-En la descripción del evento de Facebook de la presentación de el libro, dice «tres formas distintas de decir estos cuatro años». ¿Qué nos dejan o qué podemos decir de estos años de macrismo desde lo que tiene que ver con la imagen?

-Dejan muchísimo para pensar, para investigar, para estudiar, para analizar. Por un lado, apareció una nueva estética que ellos construyeron, la del cumpleaños de 15 permanente, del globo, de la fiesta en el momento del festival carioca además, no de cualquier momento. El baile en el balcón, el perro en el sillón. Para mí, esas son fotos clave que van a contar el macrismo en el futuro. Vinieron y alteraron todo lo que veíamos como imágenes oficiales del Estado, que tiene su símbolo máximo en la liviandad de un globo. Se corrieron de esos espacios solemnizados del poder, como si el poder no les interesase. Cualquiera, hasta un perro podía sentarse en el sillón presidencial. Quitaron el peso de lo histórico y de lo simbólico, estallaron esos lugares. Podía haber animales en los billetes y le pedían perdón por la angustia al querido rey. Igual, creo que no hay un solo modelo de construcción de la imagen en el macrismo, también está la familia feliz. Macri, su esposa y su hijita, lindos, blancos, sonrientes. Esos fondos al aire libre, con árboles detrás, como en un campo de golf permanente, también inauguró una nueva línea de imágenes de funcionarios. Me parece que hay mucho que tenemos que seguir pensando. Porque lo más interesante es pensar qué conectó a esas imágenes con sectores sociales que las valoraban positivamente, que sentían empatía e identificación con un tipo de imágenes, de algún modo, alejadas de la política tradicional.

Por otro lado, lo que pasó con la fotografía en el macrismo es que volvimos a ver los efectos del gas lacrimógeno, de las balas de goma, de la represión, de la persecución, de la gente detenida y violentada en las calles. La gendarmería ocupando el espacio público. Volvimos a ver a los fotógrafos y fotógrafas con marcas de balas de goma en sus cuerpos. Fotógrafos baleados vimos en las grandes marchas contra la dictadura de 1982 y en el estallido de diciembre 2001, pero hace tiempo que no veíamos esa brutalidad y persecución. Entonces, me parece que tenemos que hacer un doble análisis. Qué producción hicieron ellos, que fue muy estudiada, pensada, con mucha inversión, mucho traslado de la imagen publicitaria a la política y la aplicación de muchos estudios acerca de cuáles son las mejores formas de conectar esa imagen política. Por otra parte, se produjeron fotografías a pesar de todo eso y, de alguna manera, gracias a todo eso.

 

Pensaba en esto de la liviandad de la imagen que se produjo desde el oficialismo, ¿creés que, en ese sentido, superaron al menemismo?

-Menem cruzo límites que tampoco se habían cruzado antes, se sacó foto con la Ferrari, jugando al golf, él que supuestamente era un peronista, María Julia Alsogaray con su tapado. Todas esas imágenes también fueron los íconos del menemismo. Pero, cuando podía, Menem se sacaba una foto con un cuadro de Perón. Lo que hubo ahora fue una anulación de la historia, que también se dio desde el discurso, esa idea de “terminar con todo esto que nos hizo tanto mal”. Que, en realidad, es la política, la historia argentina, la historia de los movimientos sociales, sindicales. Todo eso es lo que no les interesa. Entonces, empieza una nueva historia desde cero: “todos juntos”, “somos un equipo”, “juntos podemos”. Creo que su intento fue, efectivamente, una refundación histórica anulando la historia.

Muchas veces, esas imágenes que genera el oficialismo son desenmascaradas y se le ven los hilos, ¿qué es lo que funciona de ellas para que mucha gente les siga creyendo?   

Cada vez que alguien del macrismo o Macri mismo se vio lanzado a la espontaneidad, podíamos ver la verdadera cara expuesta y transparente de su incapacidad y de sus limitaciones. Muchas veces, intentaron ocultarlo, pero con las redes sociales y la multiplicidad de cámaras por todos lados les costó un poco más. Igual, lo que llamamos blindaje mediático fue un éxito súper efectivo. Esto de verlos saludando al vacío, a una plaza sin gente, el montaje del supuesto viaje colectivo o los timbreos que eran todos armados y cuidados para que no se topen con ningún vecino indeseable. Ahí fuimos miles de personas que dimos pequeñas batallas cotidianas para desenmascarar esas puestas en escena, para reírnos de ellos y de ellas, y creo que, en ese sentido, las redes ayudaron mucho, para soportarlos haciéndonos compañía. Dimos unas pequeñas batallas semiológicas, podríamos decir, en estos tres años y medio, esas que se dan en la recepción. Se dan en la producción también, pero, a veces, era buscar las mismas fotos que ellos producían como imágenes oficiales, que compartían en sus redes y revelar en ellas el simulacro.

La otra parte que me preguntás es cómo le creían. Yo no creo que le creían. Creo que, sabiendo que eran puestas en escena, les parecía bien igual, lo creen necesario, cosas que se hacen como parte del juego político y, entonces, las justifican. Con argumentos como ‘todos las hacen’ y, encima, pueden pensar “ellos son tan sinceros que muestran los hilos, no se molestan en esconderlos”. Es tan duro el núcleo de apoyo, lo vimos este 24 de agosto, esa gente que salió a la plaza aún en este momento… aunque es un sector etario, social, geográfico y de clase muy determinado. Pero es gente que quiere creer, que está convencida. No es gente a la que los medios le ‘llenaron la cabeza’, como dicen algunos despectivamente. Es gente ya convencida que encuentra un espacio político que la representa, que le permite odiar sin tener que ocultarse, que quiere que se vayan los inmigrantes, que no haya planes sociales, que los ‘negros vayan a laburar y agarren la pala’. No es gente a la que podés convencer de otra cosa si le das otro contenido. Ellos se sienten representados por este gobierno, sintieron que por fin llegó alguien que piensa como ellos, quiere como ellos y rechaza a los otros y otras que no son como ellos.

El simulacro del colectivo

Batalla en la redes

La virtualidad, sin duda, se ha convertido en otro espacio más en donde darle disputa discursiva y simbólica al poder. Las redes han sido un terreno fértil para las fake news y trolls que se encargaban de tratar de monopolizar los discursos y relatos sobre nuestra realidad política, social y económica.

Pero también lo que trajo la tecnología es la apertura y la posibilidad de llegada a otras voces que pudiesen disputar ese discurso hegemónico. Cora encontró allí un espacio para realizar un gran trabajo discursivo en cuanto a la imagen, tanto la que se construía desde el poder como aquellas de la resistencia y lucha.

“La redes, en estos años, para muchos, se convirtieron en medios de comunicación, frente a la monopolización informativa, al cercenamiento de voces y la homegeneización de lo que estaba disponible en medios masivos. Las redes permitieron la aparición de una diversidad de fuentes, de voces, de imágenes. Así, nos pudimos ir armando como pequeños nichos (con lo complicado que es eso también), pero fuimos eligiendo con quién compartir esos espacios virtuales. En ese sentido, para muchos de nosotros, creo que es el caso que nos reunió a Diego Valeriano, a Luciano Debanne y a mí en este libro ‘Una foto con Macri’. Fue una forma de decir ‘acá está nuestra opinión, así vemos, de este modo intervenimos’. Se fueron armando pequeñas redes, cómplices, afectivas, con algo de sentidos de pertenencia, pequeñas trincheras donde resguardarse y, en lo posible, divertirse un rato.”

En cuanto a la fotografía de prensa, ¿cómo analizarías la función que cumplen las redes sociales?

-Fueron años de despidos, falta de trabajo, decenas de trabajadores de prensa que no tenían la posibilidad de poder vivir de ejercer su profesión en algún medio de comunicación. En ese sentido, fue sector muy golpeado. Se sumó el proceso de reducción de las plantas de trabajadores estables en los medios, de suplantar el papel por lo virtual, de reducción de costos, de desvalorización del trabajo profesional del fotógrafo, de los despidos a fotógrafos y fotógrafas, etc. Cambios que se venían dando ya en los medios, pero a eso se le sumó lo que hizo este gobierno en particular, lo que quintuplicó las cifras. Ahora también surgieron numerosos medios digitales, cooperativas, gente que, a pesar de no estar trabajando en los medios, salió a la calle igual, sintieron que era necesario mostrar lo que estaba sucediendo y lo hacían a través de sus redes. El canal más a mano para mostrar esa producción fueron las redes sociales, lo que dio un caudal de imágenes increíbles, claro, nadie cobraba por ellas. Pero maravillosas por su calidad, por lo que significaban y mostraban en esas plataformas que, en estos años, fueron únicas. Yo soy amiga en Facebook de cientos de fotógrafos y  fotógrafas en todo el país y en otros países, y eso me da un acceso privilegiado a una información visual que no podría encontrar en otro lugar. El tema es lo efímero de esas publicaciones, lo limitado que es llegar a tus contactos y a tus contactos definidos por el algoritmo que decide una máquina que piensa que, cuanto más encerrado estés con los parecidos, mejor. En ese sentido, yo intenté difundir cuando aparecían imágenes muy poderosas o significativas, o tal vez sencillas, pero que permitían un análisis en particular, que esas fotos circulen un poco más.

Mencionabas como momento de mucha represión contra los fotógrafos y fotógrafas los finales de la dictadura y el 19 y 20 de diciembre de 2001. ¿Creés que, en estos años, la fotografía de prensa cumplió el mismo rol de denuncia que en esos años? 

-Sí, creo que sí. Con diferencias obvias. No se puede comparar el macrismo con la dictadura. Por más que económicamente hayan muchas continuidades. Pero hay que ver también los cambios tecnológicos, generacionales, de época. Nuevas miradas, otras búsquedas, otras posibilidades, otras cámaras, otros tipos de fotógrafas y fotógrafos que no estaban en la dictadura. Por ejemplo, prácticamente, no había mujeres en las calles siendo fotógrafas. En el 2001 ya hay, pero muy poquitas y ahora hay muchísimas más. Entonces, ahí ya hay mucha más variedad de puntos de vista. Hay una mirada atravesada por las luchas feministas, por las discusiones alrededor de la diversidad, de lo que hay que mostrar, de lo que no. De los estereotipos a combatir. Hay muchas diferencias para conversar, pero, esencialmente, estos años volvió la foto explícita, el palo en la cabeza, el pibe arrastrado por la cana. Veníamos de otras búsquedas más metafóricas, de búsquedas visuales de otro tipo, de más experimentación, de más tiempo para armar trabajos de largo alcance. Bueno, todo eso, con la urgencia de lo que pasó estos años, se dejó de lado y se volvió a la huella, al documento urgente, a la prueba, a la urgencia que no te deja otra, a la foto-denuncia.

-Ante la urgencia, ¿se deja de lado la técnica?

No, la técnica no. Hay menos tiempo para la poesía, creo yo. Cuando vos estás en una marcha y la cana le dispara a un señor mayor, o una moto le pasa por encima a un pibe, sacás lo que podés, hacés lo que podés para que eso se vea. Y las búsquedas más poéticas ceden espacio.

-Claro, pienso en las fotos de Pepe Mateos en la estación Avellaneda cuando registra cómo la policía asesina a Kosteki y Santillán.

No fueron solo de Pepe Mateos, hubo varios fotógrafos ese día en la estación. Pero sí, exactamente, esas fotos movidas, mal encuadradas, que las sacaron mientras corrían. Justamente, esas marcas que se ven en la foto te hablan de las condiciones en que fueron producidas. No podés pararte cómodo a hacer un buen encuadre y elegir el plano y tener el tiempo para ver bien la luz. Eso lo vimos muchas veces estos años. Pero también vimos cómo logran imágenes bellas aún en esas condiciones.

El asesinato de Kosteki y Santillán

-A pesar de los cambios tecnológicos y de paradigma, la fotografía de prensa que denuncia sigue molestando al poder .

-Absolutamente, no tengo ninguna duda de que la fotografía de prensa, de todas y todos los que salieron con una cámara durante estos años, molestó muchísimo al poder. No solo lo molestó, también nos permitió tener otras formas de contar hoy el macrismo. Nos permitió ampliar las estrategias de visibilidad con las que se relató cada uno de los sucesos en estos años, nos permitió saltear un poco el blindaje mediático que envolvió al gobierno. Al ampliar la forma de verlos, se ampliaba también la posibilidad de pensarlos. Hubo fotos muy importantes, como la de la señora recogiendo las berenjenas del piso, de Bernardino Ávila, donde pudimos ver directamente las consecuencias de las políticas y de la economía que estamos sufriendo. Me parece que esa foto golpeó más al macrismo que ríos de tinta. Por la efectividad que tiene, por la empatía que causa, por la conmoción que te provoca, por la inmediatez de su mensaje, directo, comprensible. Tiene el poder de la sencillez.

 

Luchar por y con nuestras fotografías

Cora ha realizado un doctorado investigando la historia del fotoperiodismo en nuestro país en el período que va desde la década del 60 al 80 y siguió estudiando las imágenes en la postdictadura hasta la actualidad. Ha logrado recuperar ese corpus de imágenes de los periodos álgidos de nuestra historia desde una mirada de las ciencias sociales que, hasta el momento, no se había realizado. Un aporte que sirve para pensar y pensarnos como productores de imágenes.

Pero también para analizar qué efectos y el poder que producen las fotografías. En relación a eso, me comenta acerca de un artículo de su autoría sobre la foto en la se ve al represor Luciano Benjamín Menéndez, que está con un cuchillo a punto de embestir a unos manifestantes. Una foto de Enrique Rosito tomada en 1984 cuando el represor salía de un canal de televisión, luego de ser entrevistado por Neustadt y Grondona. En la puerta, lo esperaban alrededor de 15 personas, que eran militantes de partidos de izquierda y un grupo de Madres de Plaza de Mayo, que habían ido a repudiar su presencia. “La existencia de esa foto tan brutal -en realidad, los fotógrafos habían ido a cubrir la visita de Menéndez al canal- es la que la transformó un acontecimiento con tan solo 15 manifestantes en algo de trascendencia mundial”, sentencia.

Sobre esa misma idea, agrega: “pienso que con el verdurazo -salvando todas las distancias históricas- pasó algo similar. También eran 30 personas queriendo repartir verduras en Constitución. Un hecho que hubiese durado dos horas. Si no hubiese sido por la represión y esa foto, la gente habría agarrado las verduras y se hubiese difuminado la acción. La existencia de esa fotografía de la señora mayor, su pelo blanco, su ropa prolija, su dignidad pese a todo, teniendo que recoger la comida del piso, más la represión desmedida que hubo después, generó que el acontecimiento tenga una repercusión infinitamente mayor. Me parece que ese es un punto clave para entender cuánto pueden aportar este tipo de fotos a la movilización social. Cuánto la pueden complementar, potenciar. Cómo se relaciona la fotografía cuando está en las manos de los propios movimientos sociales, cuando los que luchan no son mirados y editorializados por otros, sino con una voz y una mirada propias. Ahí hay un gran tema para reflexionar, para producir y para intercambiar entre los distintos actores sociales, los que estudiamos estos temas, los fotógrafos y fotógrafas que están en las calles… ¿Qué queremos mostrar? ¿Cómo queremos contar lo que nos pasa?”.

Sobre todo, porque, en el discurso de los medios hegemónicos, las movilizaciones son relatadas más como un problema de tránsito y no se refleja la problemática por la que se está movilizando. La fotografía tomada por las organizaciones sociales u otrxs fotografxs disputa esa construcción discursiva.

El discurso oficial siempre va a desprestigiar y a estigmatizar a los manifestantes. Ese es su rol incluso. ¿Qué le podemos pedir a Clarín o a La Nación? El tema es qué hacen los movimientos sociales respecto de su propia imagen. Tanto de sí mismos como de sus acciones, porque tampoco hay una elaboración o una reflexión sobre eso. ¿Cómo quiero que me vean? ¿A quién le hablo con lo que hago? ¿Qué imagen das de vos mismo? ¿De tu grupo, de tus acciones? Así como decíamos que Macri planificaba a la enésima potencia su saludo con la vecina, por este lado, hay que empezar a pensar que esa no es una dimensión menos, que lo simbólico es una parte importante de toda lucha. Pensá, por ejemplo, esto. Hay una manifestación de 300 mil personas en la calle, un encapuchado rompe una vidriera. ¿Cuál es la tapa de los diarios al otro día? ¿Y qué genera eso? La fuerza de todas esas personas en la calle movilizadas se difumina, se tergiversa, se revierte o, por lo menos, no llega a tener todo efecto potencial que podría. Entonces, armaste con un esfuerzo enorme una movilización súper masiva, que queda en la experiencia de los que fueron, pero al resto de la sociedad que no se moviliza, que no está politizada, que no conoce a nadie que fue a la marcha, le llegan las imágenes de violencia, de los bancos de la plaza rotos, los canteros tan lindos pisoteados.  Desde el poder, está pensado generar ese tipo de imágenes; del otro lado, no está pensado cómo contrarrestarlo. Por eso, creo que es tan importante que pensemos qué imagen de nosotros queremos dar, como colectivos, como movimientos sociales, como actores políticos, no dejarlo librado al azar. Y mucho peor aún, no dejarlo librado a que lo cuenten otros, a que otros hablen por nosotras y nosotros. No solo tenemos que expresarnos con nuestras propias voces, tenemos también que poder mostrar nuestras propias diversas, fecundas y polifacéticas imágenes.

 

*Por Fernando Bordón para La tinta

Palabras claves: Bernardino Ávila, Cora Gamarnik, fotografia de prensa

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