Relatos salvajes: el bajo umbral de la empatía

Relatos salvajes: el bajo umbral de la empatía
20 agosto, 2019 por Gabriel Montali

Por Gabriel Montali para La tinta

La escena volvió a repetirse hace unos días, mientras caminaba hacia la sucursal de un banco preocupado por el poco dinero que me quedaba en la cuenta. No recuerdo cuándo fue la última vez que pude pasar un día entero sin comparar mi sueldo hobbit con los troles de Mordor: el ogro de Rentas, el nazgul de Fibertel y el orco de Epec. De golpe, la frenada de un auto pone mis pensamientos en pausa. En la esquina, dos conductores se insultan: “¡Bajate si sos macho! ¿Y vos quién te creés? Mirá si no te van a gorrear, la recalcada…”.

Mientras un grupo de curiosos se amontonaba en la esquina para observar la discusión, atentos, pero distantes, como quien mira un talk show por la tele, volví a preguntarme qué motivos nos llevan a protagonizar estas situaciones.

Hagamos a un lado la inquietud sobre si son más habituales que en otros tiempos, porque no hay estadísticas que permitan elaborar una respuesta. Hay, por supuesto, una epidemia de viralizaciones: el caso más reciente es el video que muestra la golpiza con que Esteban González Zablocki, estudiante de karate, asesinó al taxista Jorge Gómez a mediados de julio en la ciudad de La Plata.

También Córdoba tiene sus historias de furia. En el último tiempo, fueron llevados a juicio los casos del hombre que fue apuñalado durante una discusión de tránsito ocurrida en la rotonda del Orfeo Superdomo y el del sujeto que disparó contra una persona que había ocupado “su lugar” de estacionamiento frente a una guardería.

Como la viralización facilita el ruido mediático, pero no alcanza para afirmar que exista un incremento de estos episodios, es mejor que nos concentremos en los motivos. De modo que volvamos a la pregunta: ¿qué lleva a ciudadanos corrientes, anónimos, carne en la picadora de estas moles de concreto, a perder las bridas que sujetan la razón para agarrarse a trompadas por un roce con el auto, una bolsa de basura mal puesta o un cruce de chicanas futboleras?

Ley-Ambiente-Colectivo-Manifiesto-discusion-enfrentados-01
(Imagen: Colectivo Manifiesto)

¿Es la economía?

En medio de un período de crisis económica que se profundizó durante el gobierno de Mauricio Macri, es evidente que el malhumor social está ligado, al menos en parte, al empobrecimiento de la población. Según un informe del Centro de Estudios de la Nueva Economía, a comienzos de junio, la inflación acumulada desde 2016 era del 200 por ciento. Lejos se mantuvieron los salarios de alcanzar esa cifra. A punto tal que el cóctel entre crisis y políticas de ajuste, en buena medida, explica la magnitud del sopapo electoral que acaba de recibir el macrismo.


Entre los especialistas en ciencias sociales, es habitual que se mencione la recesión como una variable explicativa de la violencia urbana. Sin embargo, la inestabilidad económica y la inflación no son novedades para nuestro país. Muy por el contrario, se trata de rubros marcados por una histórica mirada pesimista: la idea de que, en estas tierras, todo ciclo de ilusión acaba en un cataclismo. De ahí que sea necesario buscar explicaciones que trasciendan la coyuntura económica, como así también la hipótesis, un tanto llana, según la cual es el estrés que nos genera el mundo moderno lo que causa estos estallidos de furia… Como si el problema fuera que estamos cada vez más ocupados y no que trabajamos cada vez más para ganar cada vez menos, o peor: que cada día son más las personas excluidas del mundo del trabajo.


En ese sentido, el politólogo Xavier Crettiez elabora una lúcida interpretación en su ensayo Las formas de la violencia. Para empezar, el autor clasifica estos relatos salvajes dentro del marco de las violencias “interindividuales”, aunque con atributos que los distinguen de otros fenómenos parecidos. A saber: sus protagonistas no son organizaciones colectivas ni tampoco poseen objetivos políticos o materiales. Es decir, no se trata ni de sujetos contestatarios ni de ladrones. Lo que destaca a estas personas es cierta “relajación de las costumbres cívicas”, cierto “retorno al salvajismo”, que Crettiez atribuye a conductas completamente racionales.

En parte porque su origen siempre tiene alguna relación con expectativas no satisfechas por el orden social –en materia económica, claro, pero también de salud, educación, trabajo, confianza en las instituciones públicas, etcétera–, que configuran un potente sentimiento de marginación de la posibilidad de llevar a cabo una vida digna. Pero, sobre todo, porque, más allá del contexto, la violencia nunca deja de estar ligada a la cultura que organiza la convivencia social en un momento determinado; cultura que brinda a la violencia ciertas características a la vez que la acepta, tolera, rechaza o reprime dependiendo de los actores y los acontecimientos en los que ella se manifieste.

Debemos hacernos, entonces, una pregunta fundamental: ¿qué papel juega en estas riñas urbanas el neoliberalismo?, que es la cultura que atraviesa todas las dimensiones de nuestra vida cotidiana, entre ellas, nuestro comportamiento con los demás. Y remarco la idea de cultura porque el neoliberalismo es mucho más que un conjunto de recetas económicas. Es, ante todo, el imaginario o la manera de entender el mundo, y de pensarnos en él, que legitima esas políticas y les arrima votos en las elecciones.

Crettiez insiste en que estos episodios no pueden comprenderse por fuera de una cultura organizada en función del lucro y el consumo. Con todos nuestros sentidos atravesados por el deseo de posesión, la vida misma se convierte en una cosa, en otra mercancía secuestrada por la religión del costo/beneficio. Y así como consumimos bienes materiales, también consumimos cuerpos, vínculos, experiencias. La lógica individualista del lucro cosifica a las personas y las convierte en un objeto útil para nuestra satisfacción o en un mero accidente del paisaje cotidiano.

Violencia-policial-machista-Colectivo-Manifiesto-02
(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Consultados por La tinta, los sociólogos Pedro Lisdero y Francisco Falconier coinciden con esta perspectiva. Investigadores del CONICET e integrantes del Programa de Estudios sobre Acción Colectiva y Conflicto Social de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Lisdero y Falconier destacan dos factores que permiten apreciar estos fenómenos “en tanto ecos de la convergencia de distintos procesos sociales que ponen al descubierto transformaciones estructuradas en las últimas décadas”.

Un primer factor apunta a los cambios en el rol del Estado. Los especialistas afirman que la creciente debilidad de las instituciones en la gestión de aspectos básicos para la construcción de un sentido de comunidad tiene correlato en la consolidación de un modelo de sociabilidad centrado en el “consumo a cualquier precio”, la “competencia como regla de vida” y las “salidas individuales como las únicas posibles”. De modo que, en los procesos de constitución de las identidades, según sus palabras, “los actores estatales, el trabajo, el barrio y los espacios que organizaban la experiencia cotidiana, se diluyen detrás de la centralidad informe del mercado”.

Así, el segundo factor es consecuencia del primero. De acuerdo con estos especialistas, el resultado de la indiferencia social es la normalización de reacciones inhumanas frente a un otro que ha sido deshumanizado. La violencia, entonces, antes que un hecho anómalo, se vuelve un comportamiento lógico frente al sujeto convertido en cosa. Y es por eso que deberíamos entender estos episodios no como una forma de locura, sino como una de las tantas expresiones de la razón neoliberal, que abarca desde los discursos meritocráticos hasta los ideales de justicia por mano propia.


¿Puede haber conciencia de igualdad, de democracia, donde no hay conciencia de compasión?, se pregunta Crettiez. Por supuesto que el neoliberalismo no es la única matriz de poder que incide en la naturalización de la crueldad. Lisdero y Falconier recuerdan la influencia que todavía tiene el colonialismo en América Latina, al que habría que añadir el imaginario patriarcal. Las tres lógicas se combinan en una manera de entender el mundo que asigna o recorta atributos de humanidad de acuerdo a la posición económica, el género o el color de la piel.


En efecto, dentro de cada uno de nosotros, incluso en quienes nos oponemos a esas matrices, germina una insensibilidad que nos habitúa a la disecación de lo vivo. Es ese bajo umbral de la empatía el combustible que estalla en los relatos salvajes, pero que también está presente en la estéril inercia del consumo o en la indiferencia frente al pibe que vende estampitas en la calle.

Es ese sustrato cultural la vocecita que grita “sheriff, ladrá ladrá y mordé”, y que compone el paisaje urbano de las canciones de Radiohead: el sujeto mal dormido que baja del tren en la madrugada y que avanza hacia su trabajo mientras lo atropella una multitud de rostros grises y miradas vacías. Cáscaras que vienen y van sobre un escenario que alguna vez fue distópico y que hoy es real, hoy es nuestro.

Ley-Ambiente-Colectivo-Manifiesto-discusion-enfrentados-02
(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Gabriel Montali pata La tinta.

Palabras claves: colonialismo, neoliberalismo, Patriarcado, violencia

Compartir: