«La lucha contra la opresión es una y debe expandirse hacia todos los seres que tengan la capacidad de sentir»

«La lucha contra la opresión es una y debe expandirse hacia todos los seres que tengan la capacidad de sentir»
2 agosto, 2019 por Redacción La tinta

Por Laura Cedeira para Revista Almagro 

Malena Blanco tiene 40 años y dejó de comer animales a los 11. «¿Esas vacas que matan son las milanesas que comemos?», les preguntó a sus padres después de ver el documental de Brigitte Bardot SOS: Animales. La respuesta a esa pregunta y las imágenes de lo que ocurre en el interior de un matadero transformaron definitivamente su alimentación.

Casi 20 años después llegó su segunda revolución. Trabajaba como creativa publicitaria para grandes marcas y le iba muy bien, pero algo le hacía ruido, sentía que estaba contribuyendo a fomentar un sistema injusto. En esa misma época, también, tiró un poquito más del hilo de su amor por los animales – ocupaban su tiempo principalmente perros y gatos – y chocó otra vez con la realidad: el 99% de los animales que se matan en el mundo son para comida. “Entonces mi trabajo tiene que servir para salvar a la mayor cantidad posible”, se dijo.

Al tiempo fundó Voicot junto a Federico Callegari, otro publicista que tampoco quería pensar ideas para las corporaciones. Así nacían la Malena activista a tiempo completo y la organización artística y comunicacional que defiende los derechos de los animales en Argentina.

El activismo en Voicot transformó su vida. “Fuimos cambiando nuestras metas: ya no importan tanto la casa, el auto, la carrera, la jubilación, el aguinaldo, la obra social. Mis objetivos mutaron completamente. Me siento una herramienta de esta causa. Desde ese momento, hago Comunicación pero por los derechos de los animales”, asegura esta mujer alta, delgada y de mirada intensa.

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(Imagen: Laura Cedeira)

Es la misma que entra a los mataderos a filmar y sacar fotos, la que participó del rescate de gallinas abandonadas sin agua ni comida por la empresa Cresta Roja, la que los fines de semana hace guardia en la puerta de un matadero para, junto a otros activistas, visibilizar lo que padecen las vacas o los cerdos que ingresan en los camiones transportadores. Es la publicista que diseña los afiches – “Basta de matar animales”, “Somos la especie en peligro de extinguirlo todo”, “Violencia es comer animales” –que vemos pegados en las calles del país, encima de las gigantografías de hamburguesas de alguna empresa de comida rápida.

Dice Malena que esas acciones son parte de una lucha política. Porque no se trata solo de empatía o sensibilidad hacia el dolor de otro ser vivo. Se trata de terminar con el especismo, un concepto que muchas personas desconocen y que ella intentará iluminar durante nuestra entrevista en el recientemente inaugurado local de Voicot, en la Galería Patio del Liceo de Capital Federal.

—¿Cómo pasás de tu vegetarianismo precoz a la teoría especista?

—Investigando, preguntando. El especismo denuncia –así como el sexismo la discriminación por sexo y el racismo la discriminación por raza- a la discriminación por especie. Bajo ese paradigma fue que nos enseñaron a oprimir y a esclavizar a los animales. A considerarlos recursos a nuestro servicio. Esta violencia que ejercemos sobre ellos está en todos lados: en el supermercado, en nuestra alacena, en la cama -en las plumas del edredón- en el baño -el champú testeado en animales, en la ropa de cuero, en el calzado, etc. Ahora, yo también cuando era vegetariana alguna vez dije “¡qué exagerados!”, pensando en el veganismo. Me cerraba porque me estaban diciendo lo que tenía que hacer. Me enojaba, sabía todo lo que iba a tener que cambiar, que iba a tener que dejar un montón de cosas que eran parte de mi vida.¿Cuánto más tengo que dejar?, decía, poniéndome en el lugar de víctima cuando la víctima no era yo.


Pero entendí que cuando consumís explotación animal no solamente estás siendo cómplice del martirio de un otro, sino que estás vos mismo generando inequidad. Es tan contradictorio, por ejemplo, estar en contra de Monsanto y comer carne. Ese grano está en su mayor proporción destinado a alimentar el ganado. Tenemos que ver el todo –lo macro y lo micro-, estamos hablando de política, no de animales. Por eso para combatir al especismo creo que no es suficiente el veganismo. Hay que ser vegano y activista. Si no nos hacemos cargo de lo que está pasando a nivel mundial, ¿qué mundo le vamos a dejar a nuestros hijos?


—La clásica crítica al veganismo está centrada principalmente en el aspecto alimentario: que la comida es cara, elitista, inaccesible y que se trata de una dieta deficiente en proteínas.

—Es totalmente falsa la creencia de que comer vegano es más caro y menos aún que no es sano. Fíjense cuánto está un kilo de legumbres y cuánto un kilo de carne. Además, si vamos a hablar de economía, empecemos por lo macro: al consumir carne están financiando a las grandes empresas que son las responsables de generar inequidad a nivel mundial. Para producir un kilo de proteína animal se necesitan 15 kilos de vegetales. ¿Por qué se le da a la vaca el alimento en vez de dárselo a la gente? Si se les diera ese grano a las personas podría terminarse con el hambre en el mundo. ¿Por qué no se hace? Porque la vaca vale más por kilo. Si consumimos carne estamos aceptando este tipo de sociedad y este tipo de empresas que son las que lucran con esto. Por ejemplo, en 2017 el 1% de la población se quedó con el 87% de las riquezas. Esa terrible desigualdad está basada en la explotación animal, o sea en el especismo. En considerar a otra especie como inferior y digna de padecer los peores sufrimientos: secuestro, dolor, encierro y confinamiento, manipulación y experimentación, tortura y muerte.

—¿Y respecto a cuál es la posibilidad real de los sectores de menores recursos de cambiar su alimentación?

—Es que la falsa creencia de que la comida vegana es más cara está montada sobre la falta de información y publicidad que se tiene sobre los productos. Es adrede que no se difunde. Nadie va a venir a tocarnos la puerta para decirnos lo bien que nos hace comer legumbres y frutas, porque eso no es lo que vende. Dicen que la gente no tiene tiempo para pensar qué va a comer, porque llega cansada y no puede ponerse a elegir. Sin embargo, ese momento de la cena es un momento revolucionario, es cuando podés elegir luchar por un mundo más justo. Tenemos el poder de decir no, no voy a financiar la explotación, no voy a pagarle a los grupos de poder para consumir sus productos. Ese es un acto político. Además, está la cuestión de la salud. Las principales enfermedades están relacionadas con el consumo de carne. Los embutidos están ubicados en el grupo de riesgo 1, que es el mismo que el tabaco. Y la gente les hace la fiestita de cumpleaños y les da panchos a sus hijos. ¿Les darían a esos mismos niños un cigarrillo? Pensarían que es un horror. ¡Pero un horror es lo que estamos haciendo! Creer que lo que nos venden está bien. Entonces no solamente es más caro comer carne, sino que encima es nocivo para la salud y financia a las grandes empresas que a su vez provocan la desigualdad.

—¿Cómo pensaron las acciones publicitarias de Voicot para contrarrestar a las de las grandes corporaciones?

—Creo que el mensaje en la calle es super importante, porque tenemos que difundir esa información que le llega a unos pocos. No solo se trata del mensaje sino de dónde hacerlo visible. Poner un afiche que diga Violencia es comer animales, sobre una publicidad de hamburguesas es doblemente impactante porque también te estoy haciendo pensar sobre ese lugar a donde vas a consumir. Entonces, para construir los mensajes y pensar las acciones es nuestra obligación investigar. Saber de dónde viene lo que comemos. Hay muchos chicos que están teniendo esa inquietud, que quieren conocer sobre su alimentación, que están replanteándose sus hábitos de consumo. El tema es provocar el cuestionamiento: quién me está queriendo vender este animal, por qué en la calle las publicidades me dicen mentiras, qué hay en esa cajita de “carne” que compro. En realidad, de lo que el sistema crea como carne, esa representación que le damos al cuerpo desmembrado de otro animal que fue asesinado.

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(Imagen: Laura Cedeira)

—En los rescates o las acciones de activismo, ¿qué fue lo peor o lo más traumático que viviste?

—Una de las más traumáticas fue a principio de año, un vuelco de camión de cerdos en Cardales. Cuando hacemos investigaciones en mataderos sabemos con lo que nos vamos a encontrar, que van a matar a los animales adelante nuestro, así que nos vamos preparando psicológicamente para ver eso. Pero cuando hay un vuelco, que salís de apuro, no conocés con qué te vas a encontrar, entonces es bastante más fuerte. El 8 de marzo me estaba por ir a la marcha y me entero del vuelco. Cuando llegamos con Federico, los vecinos ya habían faenado ahí mismo a los cerdos del piso de arriba, que eran los más fáciles de agarrar. Estaba la ruta llena de sangre y muchísimas personas queriendo pasar -la policía acordonó el lugar y se lo impedía- para llevarse animales o matarlos. El vuelco había ocurrido hacía ocho horas y los cerdos del piso de abajo estaban apiñados en el camión, moribundos, con calor, sed, en shock, aterrorizados, entre otros compañeros ya muertos. Cuando llegaron los del matadero para sacarlos les enroscaban en el hocico un alambre de acero. Imaginate el dolor que les provocaba. Gritaban, estaban en una situación de angustia y miseria absoluta. Hablé con bomberos y policías – uno me dijo: “fui el primero en llegar y por el dolor que me generó tuve que irme y pedirle a otro compañero que venga”- muchos estaban muy conmocionados. Realmente era tanto el dolor que no lo podías negar. No podías decir “no, listo, son animales”. Cuando uno hace rescates tenés que tratar de convencer a los responsables para que te den algún animal. Una de las técnicas que hay es repetir siempre lo mismo, aunque te pregunten cualquier cosa. “Vine a llevarme un animal a un santuario”, repetís las veces que sea necesario. Finalmente uno de los policías paró el tráfico, me dejó cruzar el auto y obligó al de la ganadera a que me diera dos cerdos. Les expliqué que los iba a llevar a un santuario, que los estaban esperando veterinarios, que se iban a fijar que estén bien. Y así fue como se salvaron Cielo y Oscar, que ahora viven en el refugio Los salvajes.

—¿Cómo hacés para presenciar esas escenas y no derrumbarte emocionalmente?

—En esos lugares no muestro mis emociones porque voy a hacer un trabajo. Me expongo a esas situaciones porque creo que es necesario mostrar la realidad que padecen los demás animales a causa de nuestros hábitos de consumo. Yo puedo contarte las atrocidades que hacemos como especie y no vas a dejar de financiar la explotación de los demás animales. Con una palabra no es suficiente para cambiar. Entonces es necesario mostrarlo. Mientras estoy ahí pienso en los planos, los encuadres de la cámara, en reflejar lo más fiel posible la escena que estoy viviendo. Me amparo en el arte, en la cámara, para poder hacerlo. Cuando no estoy con la cámara- por ejemplo, en el vuelco del camión de cerdos la cámara la tenía Fede- y sé que hay posibilidades de salvar algún animal, mi primer objetivo es ese. No es lo mismo cuando vamos a un matadero que ya sabemos que no hay manera de rescatar a ninguno. Ahí me enfoco en registrar. Entonces ese día ese era mi objetivo. Tenerlo claro hace que no esté mirando a los animales y empatizando con ellos. Aunque el día del vuelco en un momento nos cruzamos las miradas con Fede y casi nos morimos. Cuando vos estás con una persona con la que compartís ese sentimiento y los dos entienden qué están haciendo ahí, sabés que estás roto adentro. Sabés que estás actuando, que es todo una farsa; no estoy siendo yo, a flor de piel, empatizando. Además de todo esto, ese día había hombres con machetes que me provocaban porque estaban desesperados por pasar a llevarse animales. Me gritaban groserías, me hacían gestos obscenos. Tenes que estar muy fría para no engancharte. Finalmente es todo parte de lo mismo, el machismo, el patriarcado. Toda la representación de la carne, el asador, el juntarse con los muchachos. Es esta cuestión de que si sos macho, si te la bancás, podés matar un animal, es parte del mismo mar de violencia.

—¿Podrías explicar más en detalle la conexión entre el patriarcado, el feminismo y el antiespecismo?

—El feminismo y el antiespecismo están completamente relacionados. Yo hago el link a partir del libro La política sexual de la carne de Carol Adams. Ella habla de la necesidad de un referente ausente para poder oprimir y violentar. En la carne lo que está ausente es el animal. Esto funciona igual en la opresión hacia la mujer y otros grupos desfavorecidos. En nuestra cultura se cosifica a la mujer convirtiéndola en un objeto sexual, reduciéndola a un «algo» en vez de alguien que merece respeto. Por ejemplo, fíjate que esta relación entre la explotación animal y la cultura patriarcal hace que los términos que se usan para designar las partes de animales para consumo sean intercambiables con las partes del cuerpo femenino. Entonces pienso: ¿cómo siendo feminista me vas a hablar en contra de la opresión, si adelante tuyo tenés el cadáver de un animal? La lucha contra la opresión es una y debe expandirse hacia todos los seres que tengan la capacidad de sentir. Me parece que no se puede pensar al feminismo y al antiespecismo como cosas separadas, ambas navegan por las mismas aguas y son portadoras de los mismos gérmenes, el de la naturalización de la superioridad, opresión, violencia y sometimiento hacia otros considerados inferiores.

—Otra crítica suele ser que “hay luchas más urgentes que la antiespecista”.

—Sí, cuando nos dicen que no nos importan los “chicos de la calle”. Pero si les importaran dejarían de alimentar al animal con el grano que podría alimentar a esos niños. ¿A quién le importa más entonces? Si son ellos los que están agigantando esta brecha de inequidad. Están eligiendo financiar a las ganaderas. El tema es que estamos aferrados a nuestras creencias porque no hay nada más fuerte que lo que nos enseñaron a hacer. Lo más complicado es desaprender lo que creemos que sabemos. Es difícil decir: “me equivoqué todos estos años, acepté comer animales y en ese acto estaba aceptando una industria de violencia y opresión”. Es difícil para el pobre, para el rico, para el que estudia, el que no, para todos. Y mientras tanto, los que siguen enriqueciéndose son siempre los mismos.

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(Imagen: Laura Cedeira)

*Por Laura Cedeira para Revista Almagro / Fotos: Mariano Campetella.

Palabras claves: Alimentación, antiespecismo

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