«Cada vez más gente demanda alimentos libres de agroquímicos»

«Cada vez más gente demanda alimentos libres de agroquímicos»
13 agosto, 2019 por Redacción La tinta

Por Lucas Villamil para Revista Almagro

El campo argentino es un campo de batalla. No hay trincheras ni armas, pero la puja por la imposición de un paradigma en la producción de alimentos enciende pasiones en toda la sociedad, afecta intereses millonarios y está íntimamente ligada con el destino de la Argentina. El uso de transgénicos y agroquímicos para simplificar la agricultura y aumentar rendimientos es una bandera que hace rato levantó el Estado -sin distinción de gobiernos- con el argumento de que la creciente población mundial exige una mayor productividad por hectárea y que nuestro país está llamado a satisfacer esa demanda. La gran mayoría de los productores agropecuarios adoptó con ímpetu ese leit motiv del hambre mundial y los mayores beneficiarios fueron -son- las empresas de insumos, que multiplicaron sus ventas.

Es cierto, con este sistema productivo el sector agrícola se transformó en la principal fuente de divisas de la economía argentina. La harina y el aceite de soja son, hoy, nuestro producto emblema. Pero la materia prima son granos que se cultivan con un alto costo principalmente en insumos importados o fabricados por empresas extranjeras, y las transacciones internacionales de estos productos emblema son encabezadas por grandes traders norteamericanas, europeas o chinas que ni siquiera están obligadas a liquidar sus ganancias en el país.

Mientras tanto, los hábitos de consumo se transforman a toda velocidad, el debate sobre los modos de producción de alimentos llegó al mainstream y se multiplican los prejuicios y la desinformación en todos los sentidos. Los sectores autoproclamados “conscientes” de las clases medias urbanas acusan a los productores de irresponsables envenenadores, y los agricultores se mofan de los citadinos tratándolos de ignorantes aburguesados. Y todos se llaman a sí mismos “ecologistas”.

En medio de esta guerra comunicacional, un colectivo de profesionales de diferentes disciplinas trabaja con paciencia de hormiga, en distintos puntos del país, con el objetivo de dar vuelta una tendencia avasallantemente adversa. Entre ellos está Marcelo Schwerdt, doctor en Biología, ex director de Medio Ambiente del municipio de Guaminí, en el sur de la provincia de Buenos Aires. Schwerdt ocupó ese cargo durante diez años y en ese período, junto a una pediatra, una obstetra, una enfermera, un ingeniero agrónomo, docentes y otras personas que habían sido afectadas de alguna manera por el modo de producción de alimentos industrial, formó un foro que en un primer momento se dedicó a la educación y luego avanzó hacia la legislación: regulación del uso de agroquímicos, manejo de envases, circulación de las máquinas aplicadoras… “Todo sucedía en plena planta urbana, los depósitos de agroquímicos al lado de los jardines de infantes”, recuerda.

Alimentazo campesinos agroecologia
(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Entre investigaciones y debates, la legislación tardó cuatro años en hacerse. En el proceso, los productores planteaban la necesidad de otras alternativas. “Yo soy especialista en peces, no tenía la respuesta, entonces hicimos una serie de conferencias de especialistas. Uno de ellos fue Eduardo Cerdá, que nos contó la experiencia del campo La Aurora, en Benito Juárez, como una alternativa con más de 15 años sin usar agroquímicos. Muchos productores que estaban en la charla asentían y decían que ellos hacían algo parecido pero que lo habían dejado de hacer porque el modelo los había llevado a eso. A la semana armamos un viaje a La Aurora para palpar lo que era la agroecología, y arrancamos una transición que empezó en 2014, con 100 hectáreas y que hoy alcanza unas 4.000 hectáreas. Esos productores ya están cien por cien volcados a la agroecología”, cuenta orgulloso el biólogo, en diálogo con Almagro Revista.

La nueva legislación sobre uso de agroquímicos para Guaminí fue aprobada en 2016. Para ese entonces, Schwerdt ya no era director de Medio Ambiente y se había ido a trabajar al Centro de Educación Agraria n°30, desde donde armó programas de producción agroecológica intensiva y extensiva. Esos programas fueron aprobados por la provincia y hoy son parte de la currícula de cualquier centro de educación agraria que tenga módulos de educación no formal. Ya llevan más de tres años de dar cursos y de acompañar a productores en la transición. “Estamos viendo que la demanda crece todo el tiempo de una forma increíble”, dice.

—El sistema productivo industrial está muy metido en el entramado social de los pueblos. Todos tienen algún familiar o amigo que produce o que vende insumos o servicios para ese paradigma. ¿Cómo se desanda ese camino?

—La propuesta nuestra siempre fue trabajar con los que querían, por eso arrancamos con seis, no con cien. El sistema está instalado de determinada manera porque está todo armado para que sea así, desde una decisión política, desde la formación de técnicos de la mayoría de universidades en el país que forman en una manera de producir… y los productores, que son los que realmente llevan a la práctica la tarea de producir alimentos, están asesorados por esos técnicos, con un mandato en el que hay mucha mano de las empresas y corporaciones.

—Los productores reciben financiamiento de esas empresas, te ayudan si querés comprar determinado paquete tecnológico.

—Los productores están todo el día en el campo y escuchan la radio o leen el diario y el mensaje es el de un montón de empresas o periodistas a los que ellos les creen -que los informan sobre los precios de los commodities- que cada diez minutos recomiendan “usá este producto o usá este otro”. Todo el agronegocio picando en la cabeza de los productores todo el tiempo. El diario que abren, página por medio tiene publicidad de las empresas. Van a consultar a los ingenieros y los ingenieros están formados para darles una receta, no para hacerlos pensar en estrategias de construcción de fertilidad de los suelos, que es lo que los va a llevar a buenos rendimientos o a una sustentabilidad mayor, un término que las empresas manosearon como ahora van a empezar a manosear el término agroecología, o cultivos de servicio. Nosotros hace cuatro años empezamos a decir que para cuidar el suelo hay que consociar especies, y hoy los grupos CREA, Aapresid y todo el bagaje de los agronegocios ya lo usan como cultivos de servicio y lo suman a sus módulos. ¿Hasta dónde? Hasta pegarle en el palo con los agroquímicos, porque ese es el negocio que les da muchas ganancias.

Alimentazo campesinos agroecologia
(Imagen: Colectivo Manifiesto)

—Igual es bueno que por lo menos se esté dando ese cambio paulatino. Hasta en el Congreso de Aapresid, donde la sala principal se llama Soja Intacta RR2Pro, se debate el agotamiento de ese sistema insumo dependiente.


—Sí, nosotros en Guaminí, en una experiencia de cinco años pasamos de 100 a 4000 hectáreas. Lo que nos costó, por ser uno de los primeros, resulta mucho más fácil en otros municipios. Lincoln, por ejemplo, arrancó hace un año y medio y ya lleva 20.000 hectáreas totalmente reconvertidas a la agroecología. Tienen un grupo de 17 ingenieros que ya están asesorando campos agroecológicos… Se van capitalizando las experiencias. Los productores estaban viendo que sus márgenes eran cada vez más estrechos, que si seguían así se iban a chocar contra la pared pero no podían independizarse del modelo porque era lo único que conocían, pero cuando se empieza a visibilizar, se facilita el cambio.


Junto a otros profesionales involucrados en la batalla, Schwerdt formó la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (Renama), con el objetivo de fomentar y mostrar masivamente, de forma gratuita, la forma de cambiar.

Eso, que sea gratis, les rompió la cabeza a muchos productores. “Para lo otro tengo que pagar todo el tiempo, todas las alternativas son a base de plata, y esta gente me está diciendo que si voy por este camino -con el que estoy cuidando la tierra donde me crié- ahorro el 40 por ciento del costo desde el vamos, y encima mantengo el rendimiento”. Según el INTA Barrow se puede ahorrar hasta el 57 por ciento del costo. Ese margen bruto que se venía estrechando se abre de vuelta, y de ahí no hay vuelta atrás. Lo que vemos en los productores que hacen agroecología es que ganan una tranquilidad enorme, de conciencia. No tenían dimensionado que la situación era tan grave. Hoy se encuentran en Pergamino 18 pesticidas en el agua potable. En nuestra zona, en 2012 ya habíamos encontrado glifosato, atrazina y ampa en agua de lluvia.

En la difusión de esta información trabaja el Renama, con el doctor Damián Marino, las cátedras de Soberanía Alimentaria, Damián Verzeñassi -de la Universidad de Rosario-, todos ellos profesionales que destapan información y despiertan conciencia. La experiencia de Guaminí abrió un camino y se replica con mayor agilidad en muchos otros municipios como Lincoln, Bolívar, Coronel Suárez.

Hoy, en tres años, llegamos a 85.000 hectáreas. Tres años, en 10.000 años de agricultura, no son nada. Y en términos relativos todavía no es nada. Guaminí tiene medio millón de hectáreas, todavía esas 4.000 de agroecología no son nada, pero el avance es tremendo. Hay cada vez más gente interesada y las grandes poblaciones están demandando alimentos libres de agroquímicos.

—Hay algunos actores muy grandes y poderosos que difícilmente adopten otro paradigma en el corto plazo. ¿Ves viable una convivencia de los dos sistemas?


—Hoy tenemos una balanza muy desequilibrada: 99,9 por ciento de agroindustria y muy poquito de agroecología. Pero vemos que el vaso de la agroecología se va llenando a una velocidad sorprendente. No somos fundamentalistas en la transición, pero nos gustaría que todos hagan el click en su cabeza para salir del sistema. La agroecología tiene el mote de que es viable para productores chicos y medianos que estaban al borde de la extinción, pero también tenemos productores de 5.000 hectáreas que eran muy conscientes de ese achicamiento del margen bruto. Los insumos están en dólares, y cada vez precisan más. Se pasó en quince años de usar dos litros de pesticidas en general a casi 10 o 12 litros en la actualidad. El incremento en producción no alcanza a cubrir ese aumento de costo.


—¿Se puede pensar en hacer agroecología para la exportación? ¿Qué trabas hay para la adopción?

—Vemos una ausencia del Estado en facilitar la transición hacia un modelo agroecológico. Nosotros en noviembre del año pasado presentamos un proyecto de ley provincial para el fomento de la Agroecología. No pedimos plata. Cuando se les pregunta a los productores qué quieren para hacer la transición, dicen que no es una reducción de tasas porque están siendo igual o más rentables. Lo que quieren es que haya canales de comercialización que reconozcan y diferencien lo que hacemos a conciencia y de una forma más saludable, que no vaya a un silo común. La mayoría del trigo, el girasol, el maíz termina cayendo en los mismos molinos y mezclándose con los convencionales. Entonces toda esa recuperación de conciencia de generar un alimento saludable se diluye con un alimento envenenado.

—O sea que el cuello de botella está en la comercialización.

—Hay muchos molinos o proyectos que se van generando y que absorben una partecita. Pero cuando vos pasás de 100 a 85.000 hectáreas se termina armando un cuello de botella. Por eso necesitamos generar herramientas de apoyo, de capacitación, que haya fondos pero no para subsidiar a la producción sino para capacitar, para hacer herramientas que a los productores les faciliten el ingreso a la agroecología. Y que entren con confianza, porque muchas veces la prueba la hacen en los bajos, en los lotes con gramón, en los lotes complicados, entonces tienen una mala experiencia y al año siguiente vuelven al paquete porque nadie les dice cómo es la forma de hacerlo más viable. Necesitamos decisiones de Estado. ¿Qué tipo de alimentos queremos producir? ¿Cómo queremos cuidar el ambiente?

—¿Cuál es la posición de Renama respecto a la ley de semillas?

—La semilla ha estado cuidada por los campesinos durante 10.000 años de agricultura, no puede delegarse por la modificación de un gen o cuatro genes y ponerle el sello de que es de una empresa. El componente genético es de la naturaleza y de los campesinos, y la evolución de las semillas es mérito de los campesinos. De última, si patentan y siguen traccionando para las empresas, que también se hagan cargo las empresas de las sustancias que tienen patentadas y que están en la atmósfera, como el glifosato, la atrazina… que nos están lloviendo y están contaminando las napas subterráneas. Entre las cosas que hacemos desde Renama está la recuperación de variedades viejas de trigo, maíz, girasol, cebada, centeno… Las semillas más nuevas están preparadas para funcionar si se las acompaña con todo el paquete tecnológico, pero en contextos de agroecología no funcionan porque son semillas que tienen pocas posibilidades de convivir con otras especies. Nosotros necesitamos variedades más rústicas, capaces de convivir con otras especies, y como agricultores les vamos a dar un ámbito apropiado para que se beneficien mutuamente. En la naturaleza hay mucho más de cooperación que competencia. La idea es recuperar esos 9990 años de mejoradores de semillas, pero con una mirada de convivencia, de cooperación natural, que el cultivo esté acompañado por otras especies que tengan una función -ya sea de ocupación de espacio, de fijación de nitrógeno como es el caso de las leguminosas-, y no ver todo como un problema, como una molestia, como una maleza.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Lucas Villamil para Revista Almagro.

Palabras claves: agroecología, Orgánico

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