Barón Biza: el olvido y el rescate

Barón Biza: el olvido y el rescate
20 agosto, 2019 por Gonzalo Fiore Viani

Mucho se ha escrito sobre Raúl Barón Biza. En el marco de su aniversario de muerte, 17 de agosto de 1964, recordamos por qué hay que olvidarlo.

Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

Mucho se ha escrito sobre la figura trágica de Raúl Barón Biza, nacido en Villa María cuando se apagaba el siglo XIX. Ardió tanto que fue una figura tan importante como olvidada para las letras y para la política Argentina durante las primeras décadas del siglo XX.

Su vida terminó un 17 de agosto de 1964, tras un disparo en la cabeza luego de un acto tan infame y trágico que lo eliminó para siempre de la historia: durante una de las tantas separaciones con su esposa, Clotilde Sabbatini –hija de un histórico gobernador radical cordobés, funcionaria de Frondizi y feminista temprana-, sirvió unos cuantos vasos con lo que supuestamente era whisky y lo arrojó a la cara de la mujer, cuyo rostro comenzó a desintegrarse.

Esa escena da comienzo a la que seguramente sea la mejor novela argentina de los últimos treinta años, El desierto y su semilla, de su hijo Jorge Barón Biza, también suicidado tras arrojarse de un balcón en su departamento de Nueva Córdoba. El hijo se encontraba presente al momento de la agresión y acompañaría a Clotilde durante su periplo por Milán, intentando enmendar su rostro destrozado con los mejores cirujanos europeos.

La sombra del padre desencadenó una ola de suicidios tan brutal que Jorge describía la situación familiar de esta manera en su obra maestra: “Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como esta quedó atrapada mi soledad”. El escritor logró, con esta novela apabullante, superar, aunque sea por unos momentos, la historia negra del progenitor. Un hombre más recordado –u olvidado- por sus actos vitales, sus anécdotas más o menos simpáticas, muchas veces infames, y, sobre todo, por aquel truculento acto final. Poco más de una década después del suicidio de Raúl, haría lo propio Clotilde, mientras que, en 2001, la seguiría Jorge. 


La literatura de Barón Biza, si bien por momentos cursi, casi siempre excesiva, merece una re lectura. Especialmente, tres de sus obras, ya de adultez: «El derecho de matar» (1933), «Punto Final» (1942) y «Todo estaba sucio» (1963). De ninguna existen re-ediciones físicas y, tras muchas búsquedas, es posible encontrar PDF en algunos rincones de internet, lo cual hace su lectura doblemente complicada. «El derecho de matar» narra una historia llena de sexo, escenas de lesbianismo, necrofilia y drogas varias, que el gobierno de Agustín P. Justo, a quien el villamariense había llamado “un fofo y grotesco tiranuelo”, censurara la obra e iniciara un proceso de obscenidad contra el autor. Hay que tener en cuenta que la publicación, con una publicidad impresionante para la época, fue realizada en 1933, una época extremadamente conservadora en Argentina. Muchas de sus páginas harían sonrojar incluso al más sexual Henry Miller o a Charles Bukowski.


Todo estaba sucio, que comienza con un prólogo del abogado del autor cubriéndose por futuros procesos judiciales, es, como lo definió Jorge, “un torrente de resentimiento absoluto”. Escrito un año antes del final, ya no quedaba absolutamente nada valorable para el autor. En sus páginas, se ataca por igual a comunistas, conservadores, reaccionarios, revolucionarios, monárquicos, religiosos, ateos, nada se salva. Por momentos, la oscuridad y la crudeza es tan grande que el lector siente asco, repulsión y, aunque quiere abandonarlo, lo sigue leyendo. Las comparaciones, en este caso, en lugar de con Bukowski o Miller pueden ser con un nazi confeso como el francés Louis Ferdinand Celine, a quien otro nazi como el escritor alemán Ernst Jünger calificó como un nihilista absoluto.

Si bien los ideales de Barón Biza habían sido cercanos a la izquierda en algún momento, terminó derivando en un individualismo absoluto que tenía más en común con Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, que con Mijaíl Bakunin.

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Siempre que se escribe sobre él, se hace hincapié en su dandismo incorregible, proveniente de una de las familias más ricas de Córdoba, pasaba largas temporadas en Europa y le gustaba realizar fiestas en Buenos Aires donde mezclaba a mendigos con aristócratas sin que lo supieran. Su vida está repleta de anécdotas espectaculares: cuando murió Irigoyen, pagó de su bolsillo un tren lleno de militantes radicales que salió desde Córdoba a Buenos Aires para despedir al caudillo; cuando su primera esposa, la suiza Myriam Stefford, murió en un accidente de aviación, mandó a construir el monumento más alto de Argentina, siete metros más alto que el obelisco, hoy en Raul-Baron-Biza-02un estado total de abandono. Pero una de las más interesantes es cuando, en 1933, hizo revestir de plata una edición de El derecho de matar para enviársela al papa Pío XI. Obra de un Marqués de Sade criollo y completamente pasado de revoluciones que pretende pelear con Dios “de canalla a canalla”. Lo más probable es que el “regalo” haya sido ignorado por las autoridades de la Santa Sede, sin embargo, nadie sabe si aquella mítica edición todavía se conserva en algún lugar del Vaticano.

Comencé y descarté este texto varias veces, como si algunas cosas se resistieran definitivamente a ser escritas. Consciente de que, intentando rescatar al escritor, se le hace un flaco favor al olvido definitivo de un personaje que, afecto a los excesos y las llamadas de atención en vida, se sigue empeñando en no terminar de desaparecer varias décadas después de muerto. 

Raúl Barón Biza parece destinado a caer en los agujeros negros de la historia de la literatura argentina, como una salpicadura de ácido que es mejor enterrar de una vez. Probablemente, lo mejor sea no volver a recordar.

*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta.

Palabras claves: cordoba, literatura, Raúl Barón Biza

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