India: La guerra más remota del mundo

India: La guerra más remota del mundo
31 julio, 2019 por Tercer Mundo

La guerrilla naxalita controla extensos territorios en la India. Las poblaciones más desprotegidas se suman a la insurgencia ante la represión estatal.

Por Guadi Calvo para La tinta

Desde hace más de 50 años, en India, se libra una guerra secreta y remota, prácticamente desconocida fuera de las férreas fronteras donde se dan los combates. Aunque prácticamente extinguido, el conflicto militar y las razones que lo generaron siguen incólumes: la pobreza, la marginalidad y la desatención estatal de los más de 800 millones de ciudadanos hindúes que viven en la pobreza absoluta, de los cuales más de 100 millones habitan lo que se conoce como “el Corredor Rojo”, unos 225 distritos de 20 estados que se corresponden a los más pobres de India.

Las áreas rebeldes se encuentran en las zonas boscosas y montañosas del sur, centro y este de la India, donde se asienta una importante concentración de ciudadanos que pertenecen a castas inferiores, como los dalits (parias, impuros o intocables), una “minoría” de 120 millones sobre una población total de 1400 millones de hindúes, además de grupos tribales marginados como los adivasis (hombres de los primeros tiempos), unas 84 millones de personas establecidas en el subcontinente desde antes de las invasiones indo-arias, entre tres mil y cuatro mil años atrás, que hoy son absolutamente segregados en las regiones más desarrolladas del país, lo que alentó la concentración en el Corredor Rojo por la incorporación de nuevos militantes, provenientes de los sectores de los humillados y ofendidos.

El naxalismo operó con el concepto clásico de la guerra de guerrillas, ya que el campo de operaciones se daba en territorios escarpados, de abundante y muy densa vegetación selvática, lo que dificulta las incursiones militares a gran escala y que permitía la movilidad y daba refugio a los insurgentes, que, en su gran mayoría, se mantenía en un constante estado semi-nómade, lo que permitía también interactuar con aldeas en regiones inaccesibles, incomunicadas desde siempre y víctimas de un pavoroso abandono estatal. Estas características fue lo que impidió, durante prácticamente 40 años, que sus actividades no fueran contrarrestadas eficazmente por parte de las fuerzas de seguridad estatales. Sus ataques se concentraron especialmente contra vías férreas y rutas, saqueando camiones en tránsito, emboscando las tropas del gobierno, financiándose con el secuestro de personalidades políticas, sociales y poderosos terratenientes, también conocidos como doraas o deshmukh, de la región. Luego, comenzaron cobrar impuestos y a ejecutar a terratenientes, tras someterlos a juicios populares inspirados en la China revolucionaria.

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La situación socioeconómica de la India está basada en el cerrado y hermético sistema social de las castas, profundamente jerárquico, que, obviamente, benefició, desde siempre, a las clases altas y a los grandes terratenientes, prácticamente señores feudales según la región, lo que, hasta hoy, continúa imperturbable. Este sistema fue el gran recurso que explotaron los británicos para imponer su Raj (gobierno colonial) entre 1859 y 1947 que, además de India, ocupó Pakistán, Bangladesh y Birmania.


A este régimen severamente estratificado de castas, se le debe añadir la pauperización de las áreas rurales respecto a las urbanas y también un desequilibrio notable dado en la división territorial, con fuertes competencias en cada región, con casi 700 sultanatos y principados, prácticamente independientes entre sí, hasta la llegada de los británicos. Estas divisiones políticas, que provienen de los mismos orígenes de la nación india, han dificultado la aplicación de programas emanados por el gobierno central, que son usufructuados por un sistema corrupto que cae en cascada desde los niveles más altos de la política y la empresa privada hasta llegar a los escalones más bajos de la sociedad a lo largo de todo el país, en que las diferentes policías son el más claro exponente de un sistema de corrupción, todavía más inalterable que el de las castas.


Cualquier aldea de lo que se conoce como el Corredor Rojo contradice el tan mentado crecimiento económico de la India. Los servicios básicos de salud y educación son escasos, mientras que las grandes empresas -principalmente de actividades extractivas- cuentan con tecnología de punta, altamente sofisticada, que tienen mayor atención que las comunidades que viven en su entorno.

El movimiento naxalita, que se inicia en marzo de 1967, se retrotrae a las luchas agrarias iniciadas en las décadas de 1950 y 1960 en diferentes partes del país, que todavía mantenían fuertes características feudales y coloniales, lideradas por el Partido Comunista de la India (marxista-leninista) que, tras diferentes divisiones, finalmente, devino en un movimiento campesino de tendencia maoísta representado en dos o tres organizaciones, que generaron una interpretación local del concepto de la Nueva Democracia creado por Mao Zedong en 1940.

Tras una disputa entre campesinos y un terrateniente productor de arroz, en la aldea Naxalbari (Bengala Occidental), al noroeste de la India, de lo que resultó un muerto y varios heridos, la respuesta a esa querella por parte del gobierno fue una represión descontrolada en la que murió un número todavía desconocido de aldeanos. Además del incidente de Naxalbari, los problemas estructurales que se repiten en todo el país fueron los que alentaron y propagaron fácilmente la insurgencia y, en su momento de máximo esplendor, alcanzó a contar con unos 20 mil combatientes y 50 mil colaboradores entre la población civil, llegando a controlar el 45 por ciento de los bosques y tener una importante influencia en 160 de los 604 distritos, que, desde Bengala, se extendió a diferentes regiones de los estados de Bihar, Madhya Pradesh y Andhra Pradesh.

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El naxalismo comenzó a perder terreno a comienzo de la década de 1970, después de que dos de sus principales líderes fueran detenidos; para 1972, casi todos los comandantes habían sido apresados o asesinados. Sin embargo, el movimiento no dejó sus operaciones de guerra. Cuando, en 1980, algunos de sus comandantes fueron liberados, la organización contaba con unos 40 grupos en toda India. Pese al número y las diferencias regionales, se mantiene con una gran cohesión ideológica que se encuadra en el maoísmo, con gran penetración en estados como el de Andhra Pradesh, donde los campesinos estaban luchando por el derecho de posesión de la tierra.


En 1980, en Andhra Pradesh, se conforma el Grupo de Guerra Popular (PWG), que alcanzó una gran presencia en vastas regiones, llegando a instalar “tribunales populares” ejerciendo la autoridad seudo-legal, armando, además, las tribus locales oprimidas por funcionarios y terratenientes. Al mismo tiempo, surge el Centro Comunista Maoísta, una facción naxalita que se compone con activistas sindicales. El PWG explota la situación social y enfoca sus campañas de reclutamiento en las áreas que más sufren las privaciones económicas. Los naxalitas, como lo hicieron en Bengala Occidental, concentran sus campañas de reclutamiento entre los sectores tribales pobres, los dalit y los adivasis. Además de Andhra Pradesh, la insurgencia se expandió al estado de Bihar, con una estructura social similar de castas y feudalismo.


En algunas zonas desde finales de 1990 y, en general, en todo el territorio indio hasta 2004, los naxalitas fueron adquiriendo una fuerte influencia política y una importante capacidad militar; incluso, un mayor reconocimiento entre los sectores de intelectuales nacionales, como de otros partidos políticos de izquierda y antiglobalización.

Las fuerzas de seguridad estatales comenzaron a actuar con más violencia, registrándose multitud de crímenes contra la población civil y el desplazamiento forzoso de 420 aldeas, además de saqueos, desapariciones, torturas y violaciones. En 2011, el grupo fue oficialmente prohibido.

En la actualidad, la insurgencia ha sido debilitada, aunque los partidos políticos como el Partido Comunista de la India (Maoísta), conocido como CPI (M) -una fusión de diversos bloques combatientes en 2004-, han asumido sus objetivos. El gobierno nacional indio impulsa planes y programas de desarrollo meramente de circunstancias, con los cuales solo tratan de quitar base social al naxalismo en todas sus variantes, que sigue comprometido con las reivindicaciones que le han dado origen. Para Nueva Delhi, todavía es un reto tomar el Corredor Rojo, donde la insurgencia armada -como el Ejército Guerrillero de Liberación Popular de los IPC-Maoístas (PLGA)- cuenta con cerca de 12 mil combatientes, mientras que otros 38 mil están enrolados en la Milicia de Jan (Pueblo). Aunque cuentan con armamento muy básico, se han producido ataques incluso con lanzas, arcos, flechas y machetes.

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Los diferentes gobiernos tanto centrales como estaduales comenzaron a crear grupos paramilitares, como el Salwa Judum, que se conformó en el estado de Chhattisgarh en 2005, alentado por el congresista anticomunista la Mahendra Karma, quien, finalmente, fue ejecutado por un comando naxalista en 2013. La organización terrorista Salwa Judum fue armada y financiada por sectores del gobierno y empresario. Se explotó las necesidades y rivalidades de algunas tribus por lo que apareció como un movimiento espontáneo de campesinos. La fuerza paramilitar llegó a contar con cerca de 32 mil efectivos, integrada por granjeros pobres. El movimiento fácilmente consiguió amparo legal y acceso a armamento oficial, practicando las normas de rigor en la lucha ilegal de este tipo de organizaciones, como tanto se vio, por ejemplo, en Vietnam y las guerras revolucionarias centroamericanas: ejecuciones ilegales, incendio de aldeas, secuestro y tortura, violaciones, desplazamiento forzado de ciento de miles de campesinos cuyas propiedades fueron saqueadas. Los excesos, finalmente, terminaron por salir a la luz pública y el nefasto Salwa Judum fue desactivado en 2011, aunque, en mayo de 2018, se volvió a conformar un nuevo grupo similar y con los mismos fines, que, en este caso, se conoce como el Batallón Bastariya

En 2010, el gobierno central, presidido por el primer ministro Manmohan Singh, lanzó la operación Green Hunt (Caza verde), con el objetivo de exterminar la insurgencia naxalista. La operación con fuerzas especialmente entrenadas para la lucha anti-insurgente carecieron de todo control legal y su injerencia era libre en cualquier distrito, sorteando antiguos inconvenientes jurisdiccionales que se habían interpuesto en intentos anteriores. Según las fuentes, los elementos paramilitares varían entre 60 y 20 para operar a lo largo de las fronteras de Chhattisgarh, Jharkhand, Andhra Pradesh y Maharashtra. En el marco de esas acciones, fueron asesinados dos importantes líderes de la organización naxalista: Cherukuri “Azad” Rajkumarb, en agosto de 2010, y de Mallojula “Kishenji” Koteswara Rao, en noviembre de 2011. Bajas que infundieron un nuevo espíritu de lucha abroquelando a los diferentes grupos que operaban de modo independiente, lo que dio un nuevo impulso combatiente, por lo que Nueva Delhi debió crear un grupo contrainsurgencia más profesional conocido como COBRA (Combined Battalion for Resolute Action), dentro de la estructura general de la CRPF (Counterinsurgency Force of the Central Reserve Police Force).

El corazón de la batalla fue en la región de Bastar, un área de 40 mil kilómetros cuadrados del Estado de Chhattisgarh, con un despliegue de fuerzas federales nunca visto, conformado por un total de 20 batallones, tropas especiales y de elite, además de seis mil policías. Desde entonces, los naxalitas comenzaron a perder territorios y sus ataques fueron más infructuosos, particularmente desde 2014, cuando una fuerza de 200 mil agentes fueron destinados en su persecución. En ese año, por primera vez en una década, los milicianos causaron más de 100 bajas a la policía.

A pesar de los años que la guerrilla naxal lleva en franco retroceso, las operaciones militares a gran escala y del cerco mediático -que impide conocer las violaciones a los derechos humanos- solo han lograron hacer disminuir el accionar insurgente en un 43 por ciento, comparado con el accionar de los cinco años anteriores.

Más allá de las medidas represivas el gobierno de Modi, ha debido implementar acciones urgentes en desarrollo, derechos personales y de las comunidades locales, además de asistencia para la mayoría de los distritos afectados y cubrir las brechas en infraestructura y servicios públicos, para vencer en una guerra nacida de la desigualdad aberrante de las castas y mantenida en el más absoluto hermetismo, por lo que se convirtió en la guerra más remota del mundo.

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*Por Guadi Calvo para La tinta

Palabras claves: guerra, guerrilla, India

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