El mar de la muerte

El mar de la muerte
11 julio, 2019 por Tercer Mundo

Europa refuerza sus políticas contra los migrantes, aunque los necesita cada vez más como mano de obra barata.

Por Lucas Gatica, desde España, para La tinta

“Soy cantor, soy embustero/ me gusta el juego y el vino/ tengo alma de marinero/ qué le voy a hacer, si yo/ nací en el Mediterráneo”, le canta Joan Manuel Serrat al mar Mediterráneo que baña las costas de países de Europa, África y Asia. Ese mismo mar que se ha convertido en un cementerio de miles de migrantes que intentan llegar al viejo continente. En 2018, la cifra de muertos ha superado las dos mil víctimas. En lo que va de 2019, son más de 500 los migrantes que ya murieron en el Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Desde el comienzo del año, han entrado a Europa 19.830 migrantes por vía marítima, un 30 por ciento menos que los 28.325 del mismo período del año pasado. España y Grecia son los países con mayores arribos (7.666 y 9.430, respectivamente), representando al 86 por ciento de todas las llegadas por vía marítima a Europa. La mayoría de los migrantes proceden de países de África, Asia y Medio Oriente, de donde escapan del hambre, la falta de trabajo y los conflictos bélicos. Según la OIM, a nivel mundial, los decesos de este año son 999. Sin embargo, a causa de las dificultades de registro, el número de muertes posiblemente sea mucho mayor.

Ante este panorama, algunos países afectados critican a la Unión Europea (UE) por la lentitud a la hora de reubicar a los migrantes, así como la desequilibrada distribución del colectivo migrante en los países miembros del bloque regional. Algunos estados, como Polonia, Italia y Hungría, rechazan acoger migrantes, lo que ha puesto en jaque la cuestión migratoria, según afirman los expertos.

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Inmigración y supervivencia de Europa

Por un lado, hay un rebrote nacionalista en buena parte de Europa y, por otro, existe una serie de prejuicios crecientes sobre la inmigración, que contribuyen a un fortalecido racismo, en contraposición con los tratados políticos y las instituciones fruto del proyecto común europeo, que nacieron en un clima de confianza, optimismo con el futuro y derribamiento de las fronteras.


Aunque las estadísticas son claras y alarmantes, los prejuicios hacia los inmigrantes se mantienen: con ellos, el delito aumenta, vienen a quitarnos el trabajo, se dispara la violencia, su religión no se puede integrar con el cristianismo, son terroristas. Ese imaginario no tiene asidero, ya que, por ejemplo, los migrantes delinquen en la misma proporción que los europeos.


Estos dos fenómenos, nacionalismo y prejuicios, son una amenaza al pretencioso proyecto de libertad y fraternidad que es la Unión Europea. Es más, si la UE quiere disputar y defender sus intereses de gigantes como Estados Unidos y China, deberá profundizar los lazos entre sus países y admitir la inmigración como una solución. Es decir, si líderes como Matteo Salvini consiguen más “Brexits”, Europa quedará dividida y herida de muerte, porque, en esa Europa, la migración no tiene cabida.

La única verdad es la realidad y la realidad es que Europa necesita trabajadores que provengan de afuera del bloque, y precisa de inmigrantes para poder mantener sus altos niveles de vida. Cada año, el número de personas que deben mantener a una población jubilada es menor y la masa de jubilados engorda cada vez más. España es el país que tiene la tasa de nacimientos más baja en el año y una larga serie de países europeos le siguen de cerca. Hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) le pide a España que, para salvar el sistema de pensiones, duplique el número de inmigrantes que tiene actualmente.

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Por tanto, son los migrantes quienes rellenarán estos vacíos de la UE y, para que la cosa funcione, hay que apuntar a la integración y no a la persecución y rechazo. Para ello, será necesario eliminar los prejuicios y desconfianzas, como también bloquear a partidos políticos que llevan a los juzgados a personas que, por atracar en puertos y salvar a seres humanos, se convierten en criminales.

Carola Rackete

Ese es el caso de la capitana del barco Sea Watch 3, que anduvo a la deriva en el Mediterráneo más de dos semanas con cuarenta inmigrantes a bordo. Desembarcó en la isla de Lampedusa a pesar de la negativa de las autoridades italianas. Inmediatamente, fue detenida por la policía italiana y, como no podía ser de otra manera, el ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, puso el grito en el cielo, advirtiendo a la ONG Open Arms, que también anda por la zona con inmigrantes que rescata del Mediterráneo, que “si se atreve a acercarse a Italia, correrá la misma suerte que la joven alemana Carola Rackete”.

Rackete ya fue liberada, pero podría ser condenada a diez años de cárcel y a pagar una multa de 50.000 euros. Ridículo. La vida humana no puede estar atada a decisiones políticas y burocráticas: si la gente se está ahogando, hay que salvarla. Óscar Camps, fundador de Open Arms, declaró: “De la cárcel, se sale, del fondo del mar, no”.

Es necesario que la comunidad internacional tome conciencia del problema y aborde las causas fundamentales y los motivos de los desplazamientos que obligan a millares de personas a navegar en peligrosos y dantescos viajes.

“Ay, si un día para mi mal/ viene a buscarme la parca/ empujad al mar mi barca/ con un levante otoñal/ y dejad que el temporal/ desguace sus alas blancas/ y a mí enterradme sin duelo/ entre la playa y el cielo”, canta Serrat.

*Por Lucas Gatica para La tinta

Palabras claves: Carola Rackete, migrantes, Unión Europea

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