Una Casa, una Comunidad: Autodefensa y autocuidados desde abajo

Una Casa, una Comunidad: Autodefensa y autocuidados desde abajo
31 julio, 2019 por Redacción La tinta

Frente a la violencia patriarcal, son muchísimas las experiencias a lo largo de la historia que las identidades no masculinas nos hemos dado para defendernos y cuidarnos. Juntes, desde abajo, tejimos redes solidarias y amorosas para resistir y existir en un mundo que nos quiere explotadas y muertas. Con la creciente visibilización de la violencia machista a partir del primer Ni Una Menos hace sólo unos pocos años, somos más les que nos animamos a desafiar al sistema y salirnos de los círculos de opresión, porque sabemos que no estamos soles. Sin embargo, la respuesta no ha provenido del arriba, sino que, bien desde abajo, las mujeres y las identidades disidentes hemos creado y recreado herramientas de autodefensa y cuidados que nos permiten no sólo sobrevivir, sino vivir de manera digna. Una de ellas es cordobesa y se llama «Casa Comunidad». Enmarcada en el Encuentro de Organizaciones, una organización social que trabaja en barrios de Córdoba y del interior de la provincia, esta herramienta se ha convertido, de a poquito, en una estructura fundamental para quienes habitamos estas tierras.

Por Redacción La tinta

“Resista. Exista. Encuentre entre sus afectos la ciudad habitable.
Organice la solidaridad. Cuide a los suyos, teja redes.
Comparta el plato de comida cuando falte. Abrace y contenga.
Déjese abrazar y pídalo cuando haga falta.
Lo quieren quebrado. Lo quieren asumiendo el imposible.
Lo quieren muerto por dentro y esclavo. Grite cuando haga falta,
mascullar hace mal al alma y a los dientes.
Renuncie a la resignación. Anuncie la exasperación.
Contagie.
(…)
No se acostumbre.
No se acostumbre.
No se acostumbre.
Exista en la identidad.
Resista la autoridad.
Encuentre entre sus afectos la ciudad habitable”
Fragmento poema de Natalia Carrizo

La organización desde abajo para resistir a la violencia machista no es nueva, menos en Argentina: las experiencias de grupos de mujeres en los años 60 y 70 son vastas. Frente a un Estado opresor, y encontrando en sus propias organizaciones también violencias machistas, las mujeres empezaron a darse espacios de autoconciencia y a generar redes de autocuidado. Ya en los 90, estas redes se ampliaron e incluyeron a identidades disidentes frente a la avasallante pobreza y desigualdad. Han sido siempre las mujeres las que se ponen al hombro la subsistencia familiar, incluso en contextos que impulsan la violencia hacia sus cuerpos, siempre resisten y se reinventan. Ollas populares, comedores y copas de leche se convirtieron no sólo en estrategias contra el hambre, sino también en espacios “entre mujeres”, como plantea Raquel Gutiérrez, que permiten el encuentro y el reconocimiento de nuestras historias en otras. Ahí comenzó a gestarse la idea de que no estamos soles, de que lo que sucede en nuestra casa también sucede en la de la vecina. Y en la calle, y en el trabajo, y en la escuela.

En Argentina, nuestros corazones explotaron de tanta bronca y dolor, y, en 2015, dijimos basta tan fuerte que no les quedó otra que escucharnos. El Ni Una Menos como grito colectivo, frente a los números avasallantes de feminicidios, logró poner en la agenda estatal y mediática lo que nosotres ya sabíamos. Nos matan, nos explotan y nos violentan todos los días. Sin embargo, nunca llegaron suficientes respuestas del Estado. Algunas, superficiales, sirven para anunciar rimbombantemente que se tiene “perspectiva de géneros”, pero todo sigue igual.

Todos los cambios conseguidos fueron a través de la lucha colectiva de las identidades no masculinas en las calles. Que se reconozca a la violencia de género de manera amplia, como la violencia que se ejerce contra nosotres por el sólo hecho de ser mujer o identidad disidente, y que puede ser no sólo física, sino también psicológica, económica, sexual, entre otras. Que se reconozca que, cuando nos matan, nos matan ejerciendo sus privilegios de varones en un sistema que nos ubica como ciudadanes de segunda. Que dejen de ver a la violencia sólo como algo “del ámbito privado” o “crimen pasional”, y que comiencen a desandar las construcciones violentas de nuestras formas de vivir el amor y la pareja. Pero todavía falta mucho.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Abordajes comunitarios desde abajo

El saber que no estamos soles nos dio la fuerza para plantarnos frente a la situaciones de violencias cotidianas. Pero, al no tener contención adecuada en las estructuras institucionales tradicionales, se reavivaron con más fuerza aquellas estrategias comunitarias y autogestivas.

En los barrios de Buenos Aires, por ejemplo, organizaciones populares crearon casas de mujeres para encontrarse, contenerse y cuidarse. Desarrollaron estrategias de autodefensas comunitarias para alertar sobre los violentos. En Córdoba, algunas mujeres de la Zona Sur de la ciudad se empezaron a encontrar, preocupadas por la creciente violencia en sus barrios, y, a partir de todas las experiencias anteriores y las propias, crearon un “protocolo”, un escrito que recopila algunas de las formas que se dieron para trabajar en estas situaciones.

Desde allí, esa herramienta fue creciendo hasta asentarse territorialmente como Casa Comunidad en el año 2016, un espacio específico para acompañar situaciones de violencias machistas, anclada en lo comunitario como su eje vertebrador.

Las violencias machistas no se ejercen siempre del mismo modo, ni tienen el mismo impacto en todes. En los barrios, se entrelaza con la violencia de clase y el racismo, por eso, la respuesta tiene que ser/transversal y amplia en numerosos frentes: ser pobres, mujeres en su mayoría y subalternas convoca a respuestas comunitarias, aquella forma en la que resistimos y existimos en la larga noche de los 500 años de conquista y colonización. El estar juntes como principio de cada comunidad y contemplar las particularidades de cada situación son las estrategias que se van tejiendo en los barrios.


Con un equipo específico que, hace ya casi 4 años, se encarga de recibir a les compañeres y desarrollar en conjunto estrategias para las situaciones de violencias, se fue estructurando una casa que no sólo contiene, sino que crea otras herramientas que complementan y comprenden a la violencia como una integralidad. Porque no sólo una denuncia puede salvarnos, necesitamos también apoyo emocional, salirnos de la dependencia económica y cuidar a nuestres hijes en el mientras tanto de todo eso.


Hace dos semanas, las compañeras de esa misma zona que gestó la idea sufrieron la pérdida de una de ellas en manos de un femicida. Giuliana Silva, una joven que estaba viviendo en barrio Suárez (parte del Encuentro de Organizaciones) huyendo de una situación de violencia extrema, perdió la vida en manos de su ex pareja, a quien había denunciado en reiteradas oportunidades, incluso unos días antes del hecho.

Las herramientas que el Estado provee quedaron expuestas: no alcanzan, no entienden las complejidades de las violencias, más aún en barrios pobres en donde el Estado no llega de ninguna manera. En ese marco, Casa Comunidad, junto con la solidaridad de muchísimas organizaciones de Córdoba, marchó el 17 de julio pasado hasta el Polo de la Mujer para reclamar por políticas integrales de atención a las violencias.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Más allá de que falta mucho, la experiencia de este espacio en estos casi 4 años muestra un panorama complejo, pero esperanzador, para estrategias desde abajo:

-Han acompañado a más de 80 mujeres e identidades disidentes, de les cuales el 85% se encontraba en situaciones de violencia física, psicológica y emocional.

-Han acompañado 5 casos de abusos o intentos de abuso sexual a mujeres y niñas.

-Trabajan, desde hace poco, con un equipo jurídico con perspectiva de géneros, que ha asesorado a 20 mujeres en el último año en cuestiones de vivienda, familia, cuota alimentaria, entre otras.

-Han trabajado en red y asesorado a más de 20 organizaciones sociales de la provincia de Córdoba.

-Se alcanzaron más de 23 barrios y ciudades de Córdoba Capital y el interior provincial.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Multiplicar(se) para que todo cambie

Este año, las compañeras de Casa Comunidad encararon, gracias al financiamiento del Fondo Mujeres del Sur (Casa Comunidad es aliada del FMS a través de su Programa Redes y Alianzas Libres de Violencias – REDAL), una Escuela de formación en acompañamiento comunitario, para multiplicar la herramienta y formar a personas de distintos barrios y organizaciones sociales en herramientas específicas de acompañamiento. Antes, habían trabajado con Promotoras Comunitarias de No violencia, que encararon en sus barrios proyectos de visibilización y prevención.

Para terminar con la violencia, la mirada debe ser integral: los varones violentos conviven en nuestros barrios y crían a nuestres niñes. Las herramientas estatales sólo abordan la urgencia y lo individual, no trabajan con las comunidades con la prevención. La mirada de las compañeras nos invita a repensar esa lógica, ya que somos en comunidad y nos salvamos en comunidad. Esta mirada recoge la experiencia de tantes en todo nuestro continente, reconoce nuestra historia, nuestra cultura y las formas de organización desde abajo.

Pero la autogestión es dura: trabajar fuera del Estado y de manera independiente, con situaciones tan complejas y con tanto trabajo por detrás, implica darse constantemente herramientas de financiamiento que permitan sostener y hacer crecer el proyecto. Por eso, nos convocan hoy a las 18 en el espacio Cultural Museo de las Mujeres (MuMu), para que conozcamos su trabajo y apostemos a este proyecto.

En esta actividad, se proyectará el capítulo “Dayhana Gorosito” de la serie Atrapados sin salida al mar, que relata el caso de Dahyana, encarcelada injustamente y que fue acompañada por Casa Comunidad en el proceso de liberación, juicio y pedido de absolución, que todavía sigue vigente. Estará presente Andrés Dunayevich, realizador. También habrá un cierre musical a cargo de Camila Sosa Villada y Marcos Bueno. Esta actividad se realiza en el marco de la muestra Liderazgos Entrañables, de Natalia Roca y el Fondo de Mujeres del Sur (FMS).

Muchas son las experiencias desde abajo que nos enseñan cada día que se puede dar vuelta este sistema de muerte. La autodefensa como herramienta comunitaria que apela al sentirse parte de un colectivo mayor, de hermanarse con les otres y cuidarse, nos muestra que hay un camino alternativo al que nos ofrece el Estado, cuyas herramientas son importantes, pero nunca suficientes. Es en este camino que esta Casa nos permite ver qué significa el ser una comunidad, activando redes feministas que salvan vidas. Resisten. Existen. Sueñan.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Redacción La tinta.

Palabras claves: Casa Comunidad, Dahyana Gorosito, Encuentro de Organizaciones, feminismo comunitario, Violencia de género

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