Cartas al rey de la cabina, el dolor de la ausencia 

Cartas al rey de la cabina, el dolor de la ausencia 
10 julio, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Cartas al rey de la cabina es un libro de Luis María Pescetti, publicado en el año 2010. La joven Paloma escribe cartas dirigidas a Antonio. Quiere comprender, saber, explicarse qué ocurrió y qué fue lo que alejó al Rey de la Cabina de su lado.

Con imágenes muy evocativas que recuerdan a los diarios íntimos y los cuadernos de notas, las cartas son parte esencial del escenario de una historia de amor y desamor, de temor al compromiso. 

cartas-rey-pescetti“Querido Rey de la Cabina: ¿Es verdad que llevas la otra carta en el bolsillo, a todas partes? Nunca dejarás de sorprenderme (no te preocupes, no le vamos a contar a nadie que querías que te escriba más, ¿tanto me conoces?). Ayer iba por el camino viejo al cementerio (¿otra vez? Lo sé, pero no lo busqué, quiero decir, sí, iba a llevarle flores) y pasé frente al desarmadero de autos. Me acordé que decías que era un supermercado al revés con sus pilas de coches oxidados.  Te sentí cercano y me detuve (¿no recuerdas si ayer, además de estar en tu alta grúa con su caña de pescar, estabas buscando algo en el desarmadero?).  Quise ayudarte en lo que fuera que estuvieras haciendo, y entré con la excusa de buscar una pieza para hacer una escultura (el dueño dijo que podía acompañarme, ya sabes, y no te lo cuento para… sólo que me fastidió, porque miraba con esa carta, como cuando pasaba contigo). Por fin me dejó sola. ¿Por qué nunca entramos al desarmadero? (¿te daba miedo que me mirara así? No pasa nada, no se hubiera atrevido, como no se atrevió ayer). Caminé por los pasillos. ¡Cómo te hubiera gustado verlos! descansando en sus momentos oxidados. Cualquier cosa menos muertos (libres, por fin, de ser útiles, ¡qué alivio!). Se me ocurrió mirar adentro de los coches para ver las familias paseando, congeladas, con sus sonrisas para siempre. Encontré unas llaves puestas como si el dueño se hubiera bajado sólo por un momento y no para siempre, (¿o habrá momentos eternos?, ¿y eternidades breves?). Las tomé y me fui sin decir que las llevaba, al dueño no le servían de nada, y hubiera vuelto a mirarme, ya sabes”.

Cartas al Rey de la Cabina nos habla del amor que queda tras el desamor. Dónde hay que tener mucha valentía para aceptarlo. 

Con una prosa poética, la joven Paloma interpela a su amado para entender y comprender. Siente que el modo de distanciarse del mundo, en lo alto de una cabina de una grúa, se parece bastante a su desapego amoroso.

“Tú, que ves trabajar a los satélites, vanos e imprescindibles, (¿es verdad que tu grúa tiene una pantalla de televisión? ¿Y que una cámara en la punta de su lanza transmite, sólo para ti, un primer plano de lo que debes levantar y dónde dejarlo?). Te ofrezco (topo de las alturas) yo que veo el lado de abajo, el piso de todas las casas, las cañerías que alimentan la ciudad, los túneles ciegos del metro, las suelas de los caminantes, la línea que trazan las ruedas de la bicicleta, te propongo llevar mi cámara de mano, a cada lado que vaya (¿con un casco en mi cabeza?) y filmar el mundo para que llegue a la pequeña televisión de tu grúa, en blanco y negro (imagino que es una pequeña pantalla en blanco y negro). Para darle mis ojos, el ojo de mi cámara de mano, al tímido ojo de cíclope, de tu grúa (tu unicornio amarillo). Tú verás llegar los vientos, yo te mostraré la escalera del departamento hasta la calle (enfocaré el buzón lleno de propagandas), la hamburguesería de la esquina. Tú verás llegar los vientos. Rey de los caracoles del cielo, verás, en blanco y negro, la parada del 12, la panadería, y la señora del pelo teñido y los labios gruesos y mal pintados, como si en la imprenta no hubieran hecho coincidir los colores, pero no la hicieron en una imprenta, (pero no coinciden sus colores). Con su delantal verde claro, casi de hospital, tomando los panes y mirando con desconfianza a la cámara. El kiosco de periódicos, las baldosas rotas, la estación del tren, el alumbrado que se enciende, como un montón de gallinas confundidas, por esas placas fotosensibles, aún cuando no sea el atardecer. El río, la costanera. El humo que sale de los restaurantes y las tintorerías, el de los autobuses, las fábricas y las coladeras, el del aliento por las mañanas (hace un poco de frío), para que compares, Rey de la Cabina, y sientas que estás preparado, como cuando estudiabas los mapas, (aunque los mapas mientan y nunca se pueda estar preparado). Todo lo transmitiré para el ojo de tu grúa (si la técnica se complica, ahora que lo pienso es muy probable, te enviaré la cinta). También te enviaré un mapa, o muchos, para que los estudies y te sientas preparado. Uno desde el aeropuerto a casa (imprescindible aunque no llegaras en avión, porque todos tenemos algo de turistas). Uno desde la puerta del edificio hasta la parada del 12, pasando por la panadería (con detalles sobre cómo evitar la conversación de “labios corridos”). Uno desde la cama hasta la sala. Uno desde la cocina hasta la cama, (hagamos un zoom más preciso: desde tu lado de la cama, hasta el otro lado sin doblar las sábanas, o doblándolas). Desde mi lado de la cama hasta el reino de tu otro lado, para que regreses todas las veces que quieras sin temor a perder el camino, (o a que el camino te suelte la mano y te pierda).  Finalmente, uno, que salga de ti y regrese a ti, y recorra el mundo (con escalas en un puerto muy parecido a mi pecho, si me permites) pero, en todo caso, que los hilos de tus caminos se disparen como cañitas voladoras, como una bandada de fuegos artificiales, y que nunca, nunca te pase que no sepas regresar, aunque regresar queda más adelante y no más atrás.  Querido amigo (ya te expliqué, ¿recuerdas?) dile a ese terrible perro guardián (que estoy segura duerme en tu falda), que lo saludan huesos escondidos en cinco continentes”.

El libro de Pescetti es un conjuro de poemas dulces, pero también dolorosos. Paloma es una joven que no supera los veinte años y Antonio, un hombre aparentemente mayor de edad. Él la deja sin razón ni explicaciones y se va a trabajar a lo alto de una grúa. Ella, entonces, escribe bellas, dulces y tenaces cartas. Trata de encontrar respuestas. Y mientras más escribe, más comprende el vacío desolador que invade su cuerpo, el sufrimiento por amor.

“Volví a cortarme el pelo. Parezco una manzana. Ven pronto, mi habitante deshabitado. No dejes al guardián feroz. Tráelo a ladrar. A los perros les encanta ladrar si tienen dueño. Aquí hay mucho espacio, querido Rey, ¿recuerdas? mucho mucho espacio. Quiero que llegues ayer. Te iré a buscar con mi cuaderno para que te asustes por mi edad y te preocupes.  Acuérdate de traer los brazos, porque aquí hay mucho por hacer. Un mes no es tanto tiempo. No es nada.  (Gracias, gracias, gracias por mostrar tu apuro, porque, haya sido lo que fuera, eso que despertó en ti te haga ver tan lejos en un mes). Un mes no es ni una gota en nuestro mil doscientos treinta y cuatro vasos llenos”. 

Cartas al Rey de la Cabina de Luis María Pescetti es un libro en el que Paloma escribe las cartas para seguir destilando su amor y entender por qué Antonio la dejó; y también para seguir con él. Porque, en definitiva, ese es el mensaje que Paloma tiene para su Rey en la Cabina: «es más fácil saber por qué te fuiste, que saber por qué te busco».

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Sobre el autor

Luis María Pescetti (San Jorge, Santa Fe, 15 de enero de 1958) es un escritor, músico y cantante. Ha publicado obras para niños y adultos. En el año 2011, recibió un premio Konex por sus trabajos en el ámbito de la literatura y música infantil y juvenil. Además, fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Visitante Ilustre de la Ciudad de Córdoba y Embajador Cultural de la Ciudad de San Jorge.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

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