Argelia: Dieciocho viernes al sol

Argelia: Dieciocho viernes al sol
5 julio, 2019 por Tercer Mundo

Las mayores protestas en la historia reciente de Argelia hicieron caer la “gerontocracia” gobernante y ahora los interrogantes sobre el futuro crecen día a día.

Por Jacub Azoulai para Público

Un día cualquiera entre semana cuesta creer que el país esté sumido en el mayor terremoto político de su historia reciente. Las tiendas y cafetines del centro de Argel siguen subiendo la persiana a eso de las nueve, justo cuando el tráfico de esta ciudad que no madruga se empieza a volver correoso. No busquen mayor presencia policial de la habitual porque no la encontrarán, pero sí unos corrillos más numerosos frente a los quioscos. Un día entre semana son esos sonoros titulares en la prensa local los que dan la temperatura del país. Y van ya cuatro meses desde que nada vuelve a ser lo mismo en Argelia.

La cronología de los hechos es tan desconcertante como vertiginosa. El día “D” fue el pasado 22 de febrero, cuando una multitud se echó a la calle exigiendo que Abdelaziz Bouteflika -el hombre que llevaba más de veinte años en el poder- renunciara a su quinto mandato. La movilización popular fue tan contundente que el longevo presidente -postrado en una silla de ruedas tras un ictus en 2013- acabó dimitiendo. Le sucedió en el cargo Abdelkader Bensalah, presidente de la cámara alta del Parlamento.

El tren de la gerontocracia en el poder desde que Argelia se emancipó de Francia en 1962 parece ir perdiendo sus vagones por el camino: el presidente del Consejo Constitucional, Tayeb Belaiz, tiraba la toalla el pasado 16 de abril, dos semanas antes de que Ghaid Salah, el todopoderoso jefe del Estado Mayor del Ejército, ordenara arrestar al hermano de Bouteflika. Se le acusaba de “reunirse y conspirar contra los deseos de los manifestantes y poner en peligro la estabilidad del país”.

Argelia protestas banderas la-tinta

También se detuvo a otros dos poderosos generales a quienes se imputó “alta traición al Estado”. Y la “caza de brujas” continúa: además de militares, la larga lista de “conspiradores y corruptos” incluye también ex ministros y funcionarios a su cargo, empresarios, e incluso al director del Banco Nacional de Argelia.


El país más grande de África; “el mayor misterio” del continente (en palabras de Ryszard Kapuscinski); el último en liberarse del yugo colonial en el Magreb, regurgita hoy a los fantasmas que lo habitan desde entonces.


Euforia

Es el jueves a la tarde, víspera de fiesta (el viernes es el día santo de los musulmanes) cuando uno nota que algo se mueve en el centro de Argel. Los jóvenes cantan y gritan sacando medio cuerpo por las ventanas de los coches que circulan por la céntrica avenida Didouch Mourad; si uno se acerca hasta la plaza de la Grand Poste, podrá ver cómo la esquina de la oficina del Banco Nacional de Argelia se convierte en un improvisado ágora en el que un puñado de individuos guardan su turno para lanzar un discurso. Puede parecer algo nimio, pero que el pueblo se haga dueño del espacio público, aunque se trate de unos pocos metros cuadrados, en un Estado policial como este, es algo que nadie podía ni imaginar pocos meses atrás.

En cualquier caso, el gran día es siempre ese viernes que arranca con un helicóptero volando en círculos sobre una capital, que se despierta sin transporte público: ni tren, ni metro ni bus. La gente que camina desde el extrarradio entona cánticos que tienen su réplica en pancartas y banderas argelinas gigantes enarboladas entre varios manifestantes.

Esos individuos de paisano apostados en las esquinas y hablando por el móvil a través de auriculares son ya parte del paisaje, lo mismo que los que hacen su agosto con sus puestos de zalabia (una especie de churros de miel huecos). Por supuesto, también están los que ofrecen banderas, banderines con la enseña nacional, además de muñequeras, mecheros, e incluso la máscara de Guy Fawkes que popularizara la película V de Vendetta, y que acabaría convirtiéndose en símbolo de protesta global. Aún está por ver si se puede hablar de una “primavera argelina”, pero el merchandising lleva a la venta desde el día uno.

Argelia manifestantes en las calles laa-tinta

“El sistema debe caer”, es uno de los lemas más recurrentes en unas protestas que presumen de ser pacíficas. La memoria reciente de la salvaje guerra civil que vivió el país durante la década de 1990, así como la de la violencia desatada tras las protestas de 2011 en países vecinos como Libia, parecen haber convertido toda acción violenta en tabú. Incluso hay una brigada de voluntarios vestidos con chalecos naranjas que se encarga proteger a la policía, y otra de recoger los desperdicios al final del día.


La versión argelina de los “viernes de la ira”, popularizados en 2011 por los países del mundo árabe que sufrieron sus “primaveras”, es más una performance coral en la que una multitud corea soflamas y discursos varios por todo el centro de la ciudad. Hay familias y gente de todas las edades, pero la media de edad apenas rozará los treinta y ellos son muchísimos más que ellas. Todos se retratan unos a otros con sus móviles, y a sí mismos, como si necesitaran volver a ver esas imágenes para creerse lo que están viviendo. No es para menos. El punto más neurálgico ha venido siendo la plaza de la Grande Poste, donde la escalinata del imponente edificio de correos vacío se convertía en una especie de anfiteatro invertido desde el que un grupo marcaba los tiempos.


Pero todo esto ya empieza a ser historia: el ambiente se ha ido quebrando y ensombreciendo con el tiempo, y la protesta ya no es la que era.

Acoso

El pasado viernes comenzó con un lento goteo de gente que se iba sumando al grupo concentrado a la entrada de la plaza. A diferencia de en ocasiones anteriores, la Grande Poste amanecía vetada al pueblo por un cordón policial levantado por todo su perímetro y docenas de vehículos seccionando el círculo por la mitad. “No he faltado ningún viernes y siempre tengo la sensación de que hacen lo que quieren con nosotros”, explicaba Chawki Omar, un manifestante del barrio de Bab el Oued, al oeste de la ciudad.

Además de por la presencia policial, el análisis de Omar era también corroborado por una red de barreras de hormigón y concertinas para evitar que los manifestantes desplegaran pancartas desde el esqueleto de un edificio sin construir, a pocos metros de la plaza. Uno más entre muchos lugares estratégicos que permanecían sellados. Sea como fuere, la caída en la participación resultaba palpable a simple vista; nada que ver con las cubiertas por este corresponsal durante el mes de abril.

Argelia manifestantes policias la-tinta

Entre las victorias hasta la fecha se cuenta el aplazamiento sine die de las elecciones convocadas para el 4 de julio: que el poder se legitimara a sí mismo en unos comicios farsa (los únicos candidatos eran un veterinario y un ingeniero aeronáutico desconocidos) era un peligro del que muchos reconocidos intelectuales venían avisando.

“Mucha gente pareció conformarse con aquello y ahora se queda en casa. Parecen no ver la necesidad de mantener el pulso”, lamentaba Yacine, un funcionario del ferrocarril jubilado, que también presume de no haber fallado ni un solo viernes a la cita desde aquel 22 de febrero. “Ghaid Salah: eres un soldado de la república, no su presidente”, rezaba la cartulina que se había traído desde casa este argelino. Las protestas, decía, también son un escenario para la guerra de clanes que se disputan el poder.


“Tawfik tiene a toda su gente infiltrada desde el día uno para tumbar al clan de los Bouteflika”, dice alzando la voz entre las consignas de unidad que lanza la multitud. “Tawfik” es el sobrenombre de Mohamed Mediene, uno de los generales detenidos junto al pasado mes de mayo. El que llegó a ser considerado como el segundo hombre más poderoso del país tras Bouteflika -llegó a decir de sí mismo que era “el dios de Argelia”-, se mostró reacio a apoyar su cuarta reelección ya en 2014, un gesto que le llevaría a ser relevado como cabeza de los servicios secretos en 2015.


La teoría de la infiltración en las protestas es una más de entre las que se rumian en mezquitas y barberías. Hasta que se pueda confirmar, se podrá achacar a la paranoica imaginación de una sociedad dolorosamente acostumbrada a que las paredes escuchen. Sin ir más lejos, el interrogatorio al que los extranjeros somos sometidos aquí por algunos taxistas (“¿Dónde se aloja?”; “¿Cuánto tiempo se quedará?”) invita a pensar que muchos de ellos maximizan los beneficios de cada carrera con una oportuna llamada de teléfono. “¿Es usted periodista?”, suele ser una pregunta habitual. Y es que las siempre draconianas condiciones a los informadores en Argelia se han agudizado tras el inicio de las protestas.

Periodistas locales denunciaron a este medio recibir “más presiones de las habituales”, entre las que se incluye el requisamiento de material y los arrestos de un número no confirmado de periodistas. Asimismo, el número de informadores extranjeros en espera de un visado que no llega sigue creciendo, y también el de los expulsados. Los pocos que consiguen pisar el país llegan con un permiso de cinco días y la prohibición de abandonar la capital. Javier Martín, director de la agencia EFE en el norte de África y delegado en Argelia, apunta a un acoso “tan sibilino como efectivo” contra la prensa extranjera. “Los obstáculos burocráticos son tan grandes que acaban por cortarte el paso”, trasladaba Martín a Público desde Túnez, vía telefónica.

Argelia movilizaciones contra el gobierno la-tinta

División

A pesar de las cortapisas a la prensa, hay detalles que difícilmente pasan desapercibidos. El pasado viernes llamaba la atención la casi total ausencia de banderas amazighs entre los asistentes y los vendedores callejeros. Si la gran presencia de las reivindicaciones de este pueblo norteafricano que se extiende desde la costa del Atlántico hasta el oeste de Egipto era la norma en pasadas convocatorias, ahora parecían haberse esfumado de la protesta.

Un joven era arrestado por policías de paisano a los pocos segundos de sacar la enseña tricolor amazigh del bolsillo; unos metros más adelante, un manifestante arrancaba con violencia otra bandera de las manos de una anciana. “¡Argelia es una!”, le espetaba el hombre a gritos, tras arrojar la enseña y pisotearla. “Soy argelina y amazigh. Arabia Saudí queda muy lejos de aquí”, le respondía la mujer. “Nuestro país es Argelia. Nuestra identidad, amazigh”, corroboraba la pancarta que portaba un joven a pocos metros de ahí. Fueron dos incidentes de los que Público fue testigo, de entre los muchos reportados al final del día a través de los propios activistas y sus redes sociales.


Los llamamientos a la unidad son constantes, pero a las diferencias puramente identitarias entre árabes y bereberes se les suman también las ideológicas entre los islamistas, cada vez más visibles en las marchas, y los que defienden un Estado laico. Aunque hoy ilegalizado, el anteriormente todopoderoso Frente Islámico de Salvación (FIS) sigue existiendo, con líderes que predican contra el gobierno pero que también señalan a los islamistas que piden participar en la vida política. Entre estos últimos, algunos se alinean con el gobierno y otros con la oposición, abriéndose aún más la falla en el Islam político argelino.


La amplitud del espectro ideológico y social de las protestas las convierte en multitudinarias, pero también las priva de un líder que pueda hacer de interlocutor válido ante una eventual negociación con el gobierno. A pesar de la credibilidad de la que goza el abogado y defensor de los derechos humanos Mustafá Bouchachi, aún está muy lejos de aglutinar todas las sensibilidades, si es que eso es realmente posible. Por el momento, las fuerzas políticas autodenominadas “progresistas” se reunían junto a sindicatos y representantes de la sociedad civil el pasado jueves 27 de junio exigiendo una “transición política y un diálogo serio”.

En un documento suscrito por todos los asistentes, se exigía la “liberación inmediata de todos los presos políticos y de opinión, así como el cese inmediato del hostigamiento judicial y las amenazas contra los ciudadanos”. “Que todos sepan que el Ejército Nacional Popular permanecerá vigilante, e incluso extremadamente vigilante”, respondía Ghaid Salah en su discurso desde una academia militar. La transición, avisaba el jefe del Ejército, no es una opción.

Por el momento, ni las reuniones de unos ni los contundentes mensajes del otro disipan las discrepancias sobre la estrategia a seguir. Durante el resto de la semana, un comité creado al calor de la protesta convoca paros alternos; hoy son los maestros, mañana los médicos, pasado el personal del ferrocarril, e incluso el de Sonatrach (la compañía estatal de hidrocarburos).

Argelia mujeres protestan contra gobierno la-tinta

Los estudiantes son especialmente activos, y más aún tras el polémico examen de Matemáticas de la Selectividad hace dos semanas. No obstante, cada vez son más los argelinos que se preguntan hasta dónde se puede llegar con protestas exclusivamente pacíficas más allá de cambios puramente “cosméticos”: con caras nuevas, o no tanto, y sin que la de Salah desaparezca. No pasa semana sin un discurso suyo a la nación mientras que el presidente interino sólo ha dado uno desde que ocupara el cargo. “Es un golpe de Estado y todavía no nos hemos enterado”, espetaba un manifestante el pasado viernes en un discurso espontáneo más en plena calle.

Voces autorizadas como la de Kamel Daoud, escritor y periodista argelino, vienen alertando del riesgo de que Salah aproveche el vacío de poder y se convierta en una réplica local del egipcio Abdelfatah al Sisi. Se trata de un paralelismo muy acertado, máxime cuando retratos de Mohamed Morsi -el recientemente fallecido presidente electo egipcio desbancado por al Sisi- se dejaban ver en la protesta del pasado viernes en Argel.

“Unidad entre árabes y amazighs”; “Ghaid Salah es uno más de la banda”, y “El pueblo quiere que se vayan todos”, coreaba la multitud. El “Viva Argelia unida e indivisible: amaziguidad-arabidad-islam”, no convencía a todos. Si no con banderas, los bereberes se hacían notar en los coloridos trajes tradicionales de muchas mujeres; en chapas y colgantes que asomaban por encima de la camisa, o en símbolos pintados en los mofletes de los niños. A eso de las tres de la tarde, la discreción resultaba ya redundante: un grupo compacto de bereberes enarbolaba decenas de enseñas amazigh, atravesando la Didouch Mourad ante policías que contemplaban la escena impotentes. Eran muchos, pero no los suficientes para gestionar todo aquello.

Caía el sol cuando la multitud comenzaba ya a desandar el camino hasta casa. La música aún retumbaba desde ese laberinto de callejuelas coloniales, empinadas y desconchadas que es Argel, mientras los voluntarios de las brigadas de limpieza se encargaban de recoger la basura que la protesta había dejado atrás. Para las ocho de la noche, el tráfico estaba totalmente restablecido por todo el centro de la ciudad, incluida la Grande Poste. “Debemos permanecer unidos”, rezaba una pancarta colgada desde un balcón con las mejores vistas sobre la icónica plaza. Mañana todo volverá a parecer normal en este rincón del Mediterráneo.

*Por Jacub Azoulai para Público

Palabras claves: África, Argelia, protesta

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