Romina Apala: migrante quechua, intercultural y lesbiana pública
El «Movimiento Maricas Bolivia» recupera la mirada de una mujer lesbiana Aymara en la búsqueda del suma qamaña, el equilibrio material y espiritual del individuo, y la relación armoniosa con todas las formas de existencia. Una semblanza en torno a las identidades indígenas y las diversidades sexuales y de género en Bolivia.
Por Movimiento Maricas Bolivia para La Tetera
A los nueve años de edad Romina Apala, migrante quechua, descubre, por casualidad, la palabra lesbiana en un libro de la biblioteca de la escuela donde estudiaba. En ese momento las pulsiones homosexuales que habían acompañado su niñez tomaban forma en esas ocho letras que leía y releía; todos los conflictos que generaban sus emociones al observar a esa compañera, por quien guardaba pasiones infantiles, adquirían sentido en esa palabra que decidió expropiarla para explicarse a sí misma. Todo ese señalamiento despectivo que su madre llamaba qhari-macho, por su comportamiento poco femenino, se redimía en otro lenguaje que era capaz de comprenderla. “Lesbiana” retumbaba en su cabeza, con insistencia, y aceleraba su ritmo cardíaco en ese acto, constitutivo, de leer, reconocerse, y nombrarse por primera vez. “Eso diferente” que la niña, migrante potosina, reconocía en sí misma y que no encontraba posibilidad de ser, se esclarecía a medida que la palabra encarnaba en su sexualidad. “Eso diferente”, se transformó en palabra: lesbiana y la ayudó a reconciliarse consigo misma y entender quién era o quién podía ser.
Romina, cuya ascendencia quechua generó una suerte de sincretismo con la cultura aymara, prefiere identificarse como intercultural, sin embargo, como a muchas personas nacidas en poblaciones rurales, se le negó el idioma indígena y sus prácticas ancestrales porque la ciudad demandaba ese desarraigo para poder sobrevivir. La ciudad, su violencia capitalista, obligaba a Romina y su familia a desentenderse de esas prácticas y adaptarse al habitus que genera la urbe. Por otro lado, la ciudad que había hallado violenta e insegura, a su llegada, se había transformado en el espacio que nombraba “su diferencia” y posibilitaba su exploración sexual, a diferencia de la comunidad indígena de donde venía y que imponía, estrictamente, la norma heterosexual.
La exploración en el ambiente homosexual lleva a Romina a confrontarse con la tiranía estética y citadina de la lesbiana blanca, delgada, de aspecto rockera y sin rastro indígena; Romina es todo lo contrario, morena, de contextura gruesa, de perfil étnico y apellido indígena. Lo indígena, sin posibilidad en el ambiente TLGB, era visto como lo inferior, lo extraño y lo indeseable en la discoteca y la movida lésbica. La paradoja de los lugares de ambiente que, se supone deben generar encuentros, convivencia y confraternización entre pares, evidencian racismo, clasismo y parámetros de belleza occidentales en un país donde todavía el 42% de su población reconoce la pertenencia a alguna nación indígena, estando la cultura aymara en segundo lugar, después de la quechua. Frente a ello Romina plantea dos situaciones: o dejarse absorber por esa alienación estética lésbica, violentar el cuerpo, la salud y negar la identidad indígena, o generar un proceso de reconciliación y reconocimiento del origen y la identidad cultural que permita una lucha TLGB coherente con la realidad boliviana.
A los veintiocho años de edad Romina Apala, maestra, lesbiana, confirma, tristemente, las prácticas machistas y violentas en varias comunidades rurales del altiplano paceño. Mujeres indígenas jóvenes que son obligadas a abandonar los estudios y a permanecer en sus comunidades porque eso demanda la tradición, cuidar de sus padres, su familia y ejercer trabajos agrícolas. Adolescentes indígenas que son raptadas por hombres mayores, violentadas y obligadas a convivir en ese sistema de violencia, previo arreglo de terrenos o animales en beneficio de las familias, porque eso demanda, otra vez, la tradición. Esa tradición cuyo epicentro es la palabra y autoridad de los hombres, en esa medida machista, misógina, sexista y homofóbica. Tradiciones que desplazaban a las mujeres y otras sexualidades no alineadas a la heteronorma, Romina recuerda las dudas y miedos de algunas estudiantes que buscaban en ella información para entender sus conflictos de sexualidad. Un miedo que se repetía en historias de las comunidades indígenas que despojaron de todas sus propiedades a hombres que se habían atrevido a vestirse de cholas, a buscar afecto entre hombres o mujeres que se negaban a cumplir los mandatos tradiciones sexistas. El miedo se instalaba en la repetición de esas historias, el castigo explícito y la advertencia a las desviaciones de la heteronorma.
Pero qué podía hacer una maestra lesbiana, obligada a ocultar su homosexualidad, en una comunidad indígena donde la palabra, hegemonía masculina, controlaba y limitaba toda información hacia las mujeres, información sobre aborto, sexualidad y métodos anticonceptivos. Más si la maestra en cuestión, soltera y sin hijos, interpelaba los preceptos morales de la comunidad respecto del matrimonio. Romina se arriesgaba y arriesgaba su cargo, hablaba de diversidades sexuales y de género de manera discreta en los temas que exponía, más de una vez fue reprendida por la dirección de los establecimientos educativos donde trabajaba. Pero, más de una vez, también, fue buscada por alumnas miedosas de resolver sus dudas y la maestra, destrozada también por el miedo y la impotencia, sabía que muchas de sus estudiantes terminarían conviviendo con hombres mayores y serían expuestas a violencia el resto de sus vidas si es que no salían de esas comunidades. Por eso, y por ella misma, decidió tomar otro camino, un camino de lucha en el movimiento TLGB para promover la educación con enfoque de género en lesbianas jóvenes y acompañar procesos de empoderamiento de la homosexualidad.
A los 32 años de edad Romina Apala, intercultural, lesbiana pública, asume la presidencia del Colectivo TLGB de la ciudad de El Alto. Pero también asume el reto, en una colectividad con mayor presencia y visibilidad gay que subestima la presencia lésbica, de plantearse con su propia voz, lesbiana e indígena, para ser escuchada y generar empatía en toda la población TLGB para ser considerada la representante. La primera medida fue aglutinar a compañeras lesbianas que no se sumaban a la colectividad porque no se sentían representadas, había que generar presencia, visibilidad y trabajo para sumar a todas ellas. El trabajo de Romina y su directorio ahora está enfocado en la persona, que la persona TLGB asuma y se reconcilie con su sexualidad, deconstruir la norma heterosexual que genera miedo, auto culpa y rechazo a sí misma. Posteriormente, acercarse a la familia, Romina cree vital generar aliados y aliadas en las familias de las personas TLGB, “si la familia respeta y apoya los casos de violencia disminuyen y se abren otras oportunidades para las personas TLGB”, concluye.
Romina habla de empoderamiento en derechos humanos de las personas TLGB, considera que la ignorancia en este tema lleva a las personas a una situación de indefensión frente a situaciones de violencia homofóbica. Sus gestiones en la presidencia del Colectivo TLGB en la ciudad de El Alto han estado marcadas por la mayor movilización y acompañamiento de compañeras lesbianas, acciones de gestión con el municipio de El Alto para lograr el involucramiento de esas instancias del estado y formación técnica, en diferentes ramas, para iniciativas de la población TLGB. Hoy Romina es una referente de la población lésbica de la ciudad de El Alto, se representa a sí misma, como indígena y lesbiana pública, y representa la voz de las personas que piensan que la diversidad hay que vivirla sin miedo.
*Por Movimiento Maricas Bolivia para La Tetera / Fotografías: Wiphala.