Brasil vive un escenario de “cristofascismo”
Entrevista a la defensora de los derechos de las mujeres, Camila Mantovani, obligada a dejar el país para garantizar su seguridad.
Por Lu Sudré para Brasil de Fato
Exiliada hace cerca de dos meses, Camila Mantovani, evangélica que actúa en defensa de los derechos de las mujeres, fue obligada a dejar Brasil para salvar su vida. Fundadora del Frente Evangélico por la Legalización del Aborto, la joven recibía constantemente mensajes de odio y amenazas de muerte.
La situación empeoró con la intensificación de las intimidaciones contra su vida y la de su familia en el segundo semestre del año pasado, en retaliación por su actividad religiosa. Después de notar que la seguían personas armadas, la joven dejó el lugar en que vivía y pasó a no tener dirección fija. Aun así, las amenazas no cesaron.
Ante el peligro inminente, se formó una red de apoyo con el objetivo de viabilizar la salida de Camila del país para mantenerla segura. “Perdí el derecho de vivir mi vida como la vivo hoy. Perdí ese derecho porque el fundamentalismo que gobierna Brasil hoy asesina a cualquier profeta que denuncie el pecado de los grandes líderes. Estoy saliendo del país al exilio después de agotar todas mis posibilidades de quedarme aquí y permanecer viva”, escribió Mantovani en una carta de despedida publicada en su red social.
Hoy la activista religiosa reconstruye su vida en otro país de América Latina, continente que, en su opinión, también es blanco del fundamentalismo religioso.
“El fundamentalismo no tolera la pluralidad, no tolera la diversidad. Se pretende único, y, para ser único, necesita eliminar a todos los otros. Al trabajar con esa eliminación del otro, el fundamentalismo elimina a quien piensa diferente dentro de la propia religión, dentro del propio cristianismo. Ese es mi caso y el caso de varias otras personas, hermanas y hermanos de fe”, afirma Camila en entrevista con Brasil de Fato.
Ella cuenta que, a pesar de difícil y dolorosa, dejar el país fue una estrategia acertada. “Haber salido del país disminuyó bastante la intensidad de las amenazas. Aún existen, una que otra vez llega alguna cosa, pero lo que de hecho me colocaba en riesgo cesó, porque era concreto, era físico. Las personas me perseguían armadas por la calle, se quedaban paradas en la puerta de mi casa. Ese es el tipo de cosas con la que no tengo que lidiar aquí, gracias a Dios. Estoy bien, estoy en paz. Una paz que yo ya no tenía hace mucho tiempo para caminar por la calle tranquila”, relata.
Según la activista, el término “cristofascismo”, desarrollado por la teóloga alemana Dorothee Sölle, ha sido usado por religiosos progresistas para definir el avance del fundamentalismo religioso que tiene lugar en Brasil. “Ella (Dorothee Sölle) percibe que la base social que legitimó el nazismo en Alemania era cristiana y acuña ese término, ‘cristofascismo’. Un fascismo asociado al cristianismo. Es exactamente lo que hemos vivido hoy: un escenario catastrófico de ‘cristofascismo’”, lamenta.
—Después de dos meses exiliada, ¿cómo evalúa todo ese proceso? ¿Cómo se está adaptando?
—Este proceso de adaptación está siendo muy complejo. Suele ser difícil ser refugiada, tener que comenzar la vida de cero, es bastante solitario. Es complicado, es bien difícil. La nostalgia aprieta. Pero estoy con la agenda llena aquí, haciendo muchas actividades públicas de denuncia de lo que está pasando en Brasil, de denuncia de violación de los derechos humanos, y está siendo muy importante para mí.
Primero, estoy interactuando con muchas personas que quieren saber qué es lo que está pasando en Brasil, y por otra parte también para alertar a los otros países latinos, porque las personas nunca esperan que las cosas sucedan. Nosotros tampoco esperábamos hace poco tiempo atrás que fuéramos a llegar donde estamos hoy en Brasil.
Las historias que tengo para contar y las denuncias que tengo para hacer dejan a los otros países latinos en alerta también, porque el proyecto fundamentalista es un proyecto latinoamericano. Casi dos meses después de que vine para acá, poder hablar tanto sobre Brasil, sobre todo que está pasando ahí, ha sido importante para mí.
—¿Usted ha recibido amenazas? ¿Cuál es la situación por la que pasa Brasil, cuál es el origen de esta persecución?
—Gracias a Dios la estrategia funcionó. Al haber salido del país disminuyó bastante la intensidad de las amenazas. Aún existen, una que otra vez llega alguna cosa. Pero aquello que de hecho me colocaba en riesgo cesó, porque era concreto, era físico. Las personas me perseguían armadas por la calle, se quedaban paradas en la puerta de mi casa. Ese es el tipo de cosa con la que no tengo que lidiar aquí, gracias a Dios. Estoy bien, estoy en paz. Una paz que yo ya no tenía hace mucho tiempo para caminar por la calle tranquila.
Lo que lleva a ese tipo de absurdo que sucedió conmigo es exactamente la iglesia hegemónica, que es fundamentalista religiosa. El fundamentalismo no tolera la pluralidad, no tolera la diversidad. Se pretende único y, para ser único, precisa eliminar a todos los demás. Al trabajar con esa eliminación del otro, el fundamentalismo elimina a quien piensa diferente dentro de la propia religión, dentro del propio cristianismo. Ese es mi caso y el de varias otras personas, hermanas y hermanos de fe, que han sido perseguidos en Brasil. (El fundamentalismo) también trabaja con la eliminación de otras religiones. No es casual la intensificación del proceso de persecución a las religiones de matriz africana, es exactamente por no tolerar el otro. No se tolera la diferencia.
Existe una teología hegemónica construida encima de ese Dios, de ese Dios que es el único Dios a ser adorado y que, por lo tanto, pretende eliminar a todos los otros, todas las otras creencias, todas las otras formas de ver el mundo. Eso es muy triste, es muy preocupante.
—¿Cómo se está dando ese proyecto fundamentalista en el continente?
—En los años 1960 y 1970, principalmente, tuvimos procesos de dictaduras militares en América Latina, y uno de los factores que contribuyó mucho para la insurgencia, para la redemocratización de los países, fue exactamente la construcción de una teología que era para la liberación del pueblo. La teología de la liberación y sus bases, que fueron las comunidades eclesiales de base, fueron centros de organización popular para el proceso de redemocratización y eso se dio en toda América Latina.
Esa teología surge en América Latina y se difunde. En contrapartida a ese movimiento que tuvimos que, inclusive, ayudó bastante a la izquierda para llegar al gobierno de Brasil años atrás, vino de los Estados Unidos otra teología, que es la Teología de la Prosperidad, con la propuesta opuesta.
Esa teología se va difundiendo por varias iglesias y hoy es mayoritaria en el escenario evangélico latinoamericano. Es más que la Teología de la Prosperidad, es la teología del odio mismo, es una teología fascista. Esta se difundió, no es una realidad sólo de Brasil. Conversando con las personas de diferentes países latinos, percibimos que esa es la realidad de la mayoría de las iglesias en América Latina. Es esa teología que es del odio, que no tolera las diferencias, que no soporta la pluralidad, que pretende eliminar el otro.
Inclusive en muchos de ellos, así como Brasil, hay ese proyecto de escalada de poder de los evangélicos. Entonces hay cada vez más parlamentarios evangélicos, personas que se candidatean a la presidencia y se declaran evangélicas, y hay un proyecto de poder que es evangélico. Y ahí percibimos que eso está muy asociado también al imperialismo norteamericano, a ese proyecto fundamentalista para América Latina.
—Estamos llegando al fin del primer semestre del gobierno de Bolsonaro, que tiene una actuación muy próxima a la bancada evangélica. ¿Hay riesgo para la laicidad del Estado?
—La escalada de poder de los evangélicos, del fundamentalismo religioso, no es de ahora. No es una novedad y tampoco llegó con el gobierno Jair Bolsonaro. Es algo que está sucediendo en la última década en Brasil e, inclusive, la izquierda falló mucho en actuar en el sentido de frenar eso que estaba sucediendo.
La laicidad del Estado está amenazada, se la pisotea, se la rompe todos los días en Brasil hace muchos años. La bancada evangélica actúa hace mucho tiempo en el país y es claro que cuando tenemos un presidente de la República -en este caso, Jair Bolsonaro probablemente tiene doble pertenencia religiosa, es católico cuando conviene y evangélico cuando conviene-, es impresionante. Cuando tenemos un presidente que todos sus hijos son diputados y también son evangélicos.
Cuando se tiene tantos ministros que son evangélicos y una cantidad absurda de senadores y diputados también evangélicos, que concuerdan con ese proyecto de poder fascista del gobierno de Jair Bolsonaro, es de hecho preocupante, sin sombra de duda.
Las personas cristianas en el campo progresista han usado mucho la palabra “cristofascismo” para definir lo que está sucediendo en Brasil. Se trata de un término acuñado por la teóloga alemana Dorothee Sölle. Ella percibe que la base social que legitimó el nazismo en Alemania era cristiana y acuña ese término, cristofascismo. Un fascismo asociado al cristianismo. Es exactamente lo que vivimos hoy: un escenario catastrófico de cristofascismo.
—¿Cómo se daba su actuación religiosa? ¿Cree que su trabajo con las mujeres fue lo que molestó tanto y despertó esa intolerancia?
—Estoy segura. Mi trabajo era de organización de mujeres evangélicas en la lucha por justicia reproductiva. Eso, sin dudas, molestó bastante. Fue la primera vez en la historia de Brasil, quizá de América Latina, que tuvimos iglesias evangélicas protestantes firmando un documento favorable a la despenalización del aborto. Eso es un marco histórico en la lucha de las mujeres de América Latina.
Conseguimos eso justamente con el trabajo que hacemos de concientización, de conversar sobre lo que sucede, de demoler los mitos que la mayoría de los grandes líderes mediáticos evangélicos difunden sobre eso. Conseguimos aglutinar un buen número de iglesias que firmaron ese pedido de despenalización, y eso es un marco histórico. Sin duda, hizo que la iglesia hegemónica se sintiera amenazada en su proyecto de control de los cuerpos de las mujeres. Ese trabajo es la razón de tanto odio en mi contra.
Otro trabajo que he hecho con las mujeres en la iglesia -la mayoría de esas iglesias son iglesias pentecostales de las favelas, principalmente de Rio de Janeiro-, era un trabajo de pastoral. Ruedas de charla donde nos abrimos, contamos experiencias, hablando de traumas de nuestros cuerpos, de los traumas emocionales. Tenemos un espacio de acogimiento, lidiando con la Biblia, leyendo con las mujeres evangélicas, tenemos siempre psicólogas, abogadas que daban orientación en los casos que era necesario.
—¿Puede haber un retroceso aún mayor con relación a los derechos de las mujeres específicamente?
—Corremos un riesgo muy grande de retroceder muchos siglos y volver a ser un objeto, uno que pertenece a los hombres. Eso es muy serio. Cada día se intensifica más el escenario de vaciamiento de las mujeres en tanto sujetos de derechos. Ya no escogemos sobre nuestro cuerpo. Los hombres deciden. El Estado decide y el Estado es mayoritariamente masculino. En la práctica, los hombres deciden sobre nuestros cuerpos.
Es un proceso muy profundo que se está intensificando. Tenemos que estar alerta. Es un control sobre quién puede tener hijos. Existen proyectos de castración de mujeres pobres y negras, que es un proyecto higienista, y tenemos ese proyecto de criminalización de las mujeres que no quieren ser madres y no quieren tener hijos. El circo se va cerrando para nosotras. Es un riesgo muy real de vivir El Cuento de la Criada.
—¿Cuál es la perspectiva para los activistas y defensores de los derechos humanos en Brasil?
—Hace ya algunos años que Brasil es el país que más asesina defensores y defensoras de derechos humanos en el mundo. No hay cómo subir más en ese ranking, infelizmente ya estamos en el tope. Con toda certeza, el escenario empeoró mucho desde que el presidente asumió, pero creo que a corto plazo no veo un cambio tan radical de escenario. Es eso: estamos trabajando en riesgo, sabemos que estamos en riesgo.
Son personas muy valientes. Todos los que asumen para sí la bandera de los derechos humanos en Brasil, tienen una valentía que necesita ser valorada. Cómo llegamos a este punto en que defender derechos humanos -la cosa más básica del mundo- puede colocar vidas en riesgo. Pero, al mismo tiempo, creo que ese es el trabajo que en alguna medida puede asegurar que la barbarie no corra suelta y sin resistencia. Son esas personas que se han organizado, y cuidado de otras personas en situación de violación de derechos. Es gracias a esas personas valientes que, incluso ante un momento político en que pueden morir en cualquier momento, porque es un riesgo de vida, insisten en cuidar de los otros. Trabajar con derechos humanos es eso. Cuidar del otro.
—¿Usted tuvo una red de apoyo a lo largo de ese proceso para salir del país?
—Sí, recibí muchos mensajes. Inclusive aún estoy respondiendo algunos porque no conseguí contestar todos. Eso me dio mucha fuerza, me hizo muy feliz ver esa red de solidaridad, me dio mucha fuerza, porque realmente fueron muchos mensajes de apoyo, muchos mensajes de solidaridad y cariño. Sin duda, fue esencial para que tenga el coraje de entrar en aquel avión, para tener el coraje para llegar aquí y estar ahora retomando mi vida. Fue muy importante para mí.
Estoy muy agradecida con todas las personas que me mandaron mensajes, con las páginas y organizaciones que compartieron notas de apoyo. Estoy muy agradecida con todo eso, me dio una fuerza gigante.
*Por Lu Sudré para Brasil de Fato / Traducción: Pilar Troya