El nadador en el mar secreto, el poder curativo de la literatura

El nadador en el mar secreto, el poder curativo de la literatura
26 junio, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

El nadador en el mar secreto es una novela del escritor William Kotzwinkle, publicada en el año 1975, y es la reconstrucción verídica de una tragedia sufrida por el propio autor. A través de una prosa simple y lineal, Kotzwinkle reflexiona sobre el azar, la paternidad, la desgracia y la literatura como vía de sanación. 

william-kotzwinkle-2“Caminó  sobre la nieve. La camioneta ahora funcionaba sin problemas, así que aflojó el botón de arranque para que el motor estuviera en su punto justo. Se dio vuelta y vio a Diana a través de la ventana del piso de arriba, con su inmensa panza delante suyo. Se movía lenta y cuidadosamente, y él supo que ella iría por la ropa que quería, encontrándola exactamente donde debía estar. Su vida, en cambio, era un pilón de ropa lanzada en cualquier dirección, zapatos en lugares improbables, nada en su lugar correspondiente. Volvió a la casa y se acercó a la habitación, donde estaba ella. -¿cómo te sientes? -Han empezado las contracciones -¿cómo son? -No lo puedo describir. La ayudó a bajar las escaleras y la acompañó hasta la puerta, y luego miró a los alrededores y a la cocina.  Ella había dejado cada cosa en su lugar, no había nada más para hacer allí.  Cerró la puerta de entrada con llave y acompañó a la mujer hasta la camioneta. Ella se deslizó hacia adentro y Laski la cubrió con una manta. El motor ya estaba caliente y la camioneta se movía con facilidad por el camino cubierto de nieve, a través del bosque de altos pinos. Cuando llegaron al final del camino, Laski giró en dirección a la calle más estrecha. La misma calle que habían recorrido a pie durante todo el invierno, y en la que habían jugado un juego en el que hacían como si el bebé ya hubiera nacido y se columpiaba entre ellos dos, como un pequeño trapecista, agarrado de las manos de sus padres, hacia un lado y otro de la carretera. En el camino cruzaron un vasto campo cubierto de nieve, en el que había una vieja furgoneta arruinada, en medio de su propio viaje a ninguna parte, pudriéndose en el tiempo, con sus ruedas mitad enterradas en la nieve. -Me sentiría mejor si no fueras tan rápido -exclamó Diana. Bajó la marcha. Un minuto, diez minutos ganados, no harían la diferencia. Ya se sabe lo largas que son las primeras cinco etapas del trabajo de parto”.

El nadador en el mar secreto es la historia del arduo nacimiento de un niño contado por su padre: el escritor estadounidense William Kotzwinkle. La novela describe un episodio en la vida de una pareja, Diana y Laski. Algo que pudo haber sido hermoso y se convirtió en una experiencia horrible, en una tremenda frustración.

Lo corto no quita lo intenso. «Escribí ese libro con lágrimas en los ojos desde la primera a la última página», contó el propio Kotzwinkle unos años después de la publicación.

“Su bata estaba empapada y su pelo completamente aplastado, como si el mar se hubiera roto sobre ella. Cerró los ojos y se le formaron patas de gallo, líneas que él nunca antes le había visto, arrugas de la edad y él supo que habían pasado muchos años. -De vuelta- dijo ella, con su voz como un sollozo, pero no un llanto, estaba demasiado cansada para lagrimear. Y él la levantó una vez más mientras la marea los arrastraba de vuelta hacia las aguas salvajes e inexploradas. Él la sostuvo, su amor por ella expandiéndose con cada temblor de su cuerpo. Parecía como si nunca antes la hubiera amado, que todo su pasado juntos no había sido más que un ensayo para este momento en que sentía resonar en su interior todos los días de la vida de ella, incluso sus días antes de conocerla, los días de cuando ella era tan sólo una niña asustada que ahora veía ante sí, días lejanos de la mujer sabia que ahora llamaba para que le transmitiera toda esa fuerza desconocida que necesitaba.  Toda la frustración de los treinta años de Diana estaba presente y ella parecía estar pidiéndole un deseo al pozo del tiempo, que todo saliera bien, que finalmente algo hecho por ella saliera como debería ser.  -No puedo tener hijos -le dijo -por la forma de mi panza. –Tonterías -Es un ginecólogo de Park Avenue. Bueno, nos llevó diez años, pero finalmente lo hicimos, pensó Laski. La bajó de la cama, secándole la frente con la toalla. Ella sonrío, pero era de nuevo una máscara, formada ahora por el alivio momentáneo de la angustia. En esa sonrisa no había ningún rastro de coqueteo, de paz, de ninguna de las cosas que él solía ver en sus sonrisas. Pero sabía que ella había hecho esa sonrisa para él, para calmar su preocupación. Está mirando a través mío; quizás vea todo el cuidado de mis días, como yo la veo a ella. Sintió que estaban muy unidos ahora, en un nivel nuevo, más viejo, más sabio, con el dolor como nexo de esa unión. Hemos recorrido más de cien kilómetros esta noche, hemos cruzado el océano”.

La prosa de Kotzwinkle es bella y poética. La novela está narrada en tercera persona, pero siempre desde el punto de vista de Laski, uno de los miembros de la pareja. 

El libro hace eje en la pérdida, que es tan importante como la comida. De alguna manera, toma cuerpo en nuestro interior, se convierte en parte de lo que somos y, de esa forma, está siempre con nosotros. Borrar la tragedia sería borrar un pedazo de nosotros mismos y nadie es capaz de eso. Lo que sí podemos es calmar el dolor y la literatura es un camino. 

“El semáforo se puso en verde debajo del velo de nieve y Laski manejó por la avenida principal de la ciudad hasta la calle del hotel, donde estacionó la camioneta. La nieve caía cada vez más fuerte. Caminó hasta el hotel. No es el mejor, pero es todo lo que necesito, solo un lugar donde descansar por la noche. Le dolía todo el cuerpo y tenía los ojos cansados. Todas las tiendas de la calle estaban cerradas y exhibían la mercadería bajo los tenues focos de luces mientras él caminaba a su lado con sus fatigadas piernas. El hotel tenía una única puerta que daba a un pequeño y atiborrado vestíbulo. Entró y se quedó mirando al recepcionista nocturno. El empleado, que leía un periódico, no levantó la vista. Un televisor sonaba de fondo y dos hombres estaban sentados frente a él, sonriendo ante una imagen parpadeante que Laski no alcanzaba a ver, pero sí podría percibir la soledad de esos hombres y su desesperada lucha contra ella, amontonándose juntos  frente a la tele. Como atraído por un imán, volvió a salir por la puerta hacia la calle. La nieve caía sobre él mientras caminaba de vuelta hacia la camioneta y se metía adentro y manejaba fuera de la ciudad por la carretera que llevaba al bosque. Entró a la cabaña a regañadientes, como si estuviera habitada por fantasmas. La cocina a leña estaba casi apagada y tuvo que atizarla. Cuando la superficie se calentó, colocó una sartén y preparó la cena. Comía despacio, observando por la ventana la nieve arremolinada. Cuando terminó de cenar, lavó los platos sin apuro, trabajando tranquilo, concentrado, sin dejar espacio a los pensamientos morbosos, a los fantasmas, a los miedos. No había nada más que agua caliente, el plato, sus manos y la esponja con detergente. La escalera que conducía al segundo piso se veía oscura, y tuvo un mal presentimiento, ¿qué habrá allí arriba, entre la ropa del bebé y la cuna? No hay nada, se dijo, y subió la escalera y se desvistió en la pequeña habitación. Dejó la luz prendida por unos minutos y luego, resignándose a la oscuridad y el sueño, la apagó.  Solo en la casa oscura, lejos, en el medio del bosque, con una tormenta agitándose afuera y la sombra de la muerte dentro, se encogió debajo de las sábanas. Los espectros se levantaban ante sus ojos cerrados, extraños y amenazantes. Observó su mente jugar con miedos antiguos y, temblando se quedó dormido y en sus sueños se vio afuera de la cabaña, caminando en un bosque de fantasías.  Detrás de un árbol vio una figura con una capa y una capucha. La figura se volvió hacia él y debajo de la capucha pudo ver un cráneo de piedra que le sonreía. La muerte le entregó su bastón y Laski lo agarró con su mano”.

El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle es una novela intensa y potente en la que nacimiento y muerte se dan la mano para contar una historia desgarradora y real. 

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Sobre el autor

William Kotzwinkle es un escritor norteamericano, dos veces ganador del National Magazine Award for Ficttion, ganador del World Fantasy Award, del PETA Award for Children’s Fiction, y escribió el tema musical que Michael Jackson grabó para la canción de E.T, el cual ganó un Special Children’s Grammy. Divide su tiempo entre la costa de Maine y un pequeño rancho en Arizona. Está casado con la novelista Elizabeth Gundy.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

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