La Novena, el amor en tiempos de dictadura

La Novena, el amor en tiempos de dictadura
5 junio, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

La Novena es una novela de la escritora chilena Marcela Serrano, publicada en el año 2016. En ella, se narra una historia de amor atravesada por la dictadura de Pinochet y las constelaciones femeninas.

Miguel Flores, un estudiante universitario, es detenido producto de un accidente absurdo en una marcha opositora al dictador Pinochet. Luego de pasar unos días en un calabozo de una comisaría, es trasladado a una zona rural aislada de toda actividad política. Ese “relegamiento” era un tipo común de condena en los últimos años pinochetistas. En ese lugar alejado de todo y en donde la gente teme acercársele, Amelia, la dueña del fundo La Novena, le ofrece una ducha en su casa y así se convierte en su protectora.

novena-marcela-serrano-3“Hacia finales de la dictadura los militares no encontraron nada mejor que abrir un libro de geografía, apuntar con el dedo hacia la zona central del país, y así elegir los lugares donde relegar a sus prisioneros. Territorios perdidos de la Región Metropolitana o cerca del mar, en la Quinta Región, todo bien cerca de la capital; un balneario, por ejemplo, o un caserío oculto en medio de un valle, como si se hubieran aburrido de la lejanía del sur de Chile, asustados de que los relegados se les murieran de frío cerca de los glaciares; también podían sucumbir en los pueblos del norte con la camanchaca del desierto, sin mencionar siquiera el problema de la altura, donde nadie logró nunca respirar como se debe. Miguel Flores pasó cinco días en la sucia comisaría de la calle Santo Domingo, como un estudiante más de los que marchaban en las complicadas fechas de ese invierno chileno, porque cinco días bastaron para que los archivos revelaran su verdadero yo, sus actividades subversivas y su militancia; en vez de dejarlo libre luego de una buena apeleada, como a los otros con quienes compartía celda, decidieron relegarlo.  Miguel Flores abandonó la ciudad de Santiago en un furgón de la policía civil y fue trasladado, con las manos esposadas, por dos detectives jóvenes -uno, alto y fortachón, al volante, y el otro, el que llevaba el mapa en la falda, con la cara picada de viruela-. Parecían ajenos a la acción que realizaban, cumpliendo órdenes sin cuestionarlas.  Avanzaban por el camino de San Antonio. Sin embargo, no era el puerto su destino, tanta suerte no tuvo, solo vio que doblaban por unos caminos de tierra en la provincia de Melipilla y que se enfrascaban, quejumbrosos, en la subida de una empinada cuesta sin pavimento. El paisaje le recordó una película del oeste. Cerros enormes, cactus, tierra seca, soledad. A pesar de cómo el ripio golpeaba el vehículo y los enceguecía el polvo, y del intento esmerado de la policía por seguir la ruta que el mapa indicaba -una equivocación leída como una condena-, lograron, después de un buen rato, divisar, como una luz repentina, el comienzo de un valle de intenso verdor, muy largo, repleto de árboles arrodillados. Se internaron por la única vía existente, la que parecía repartir la tierra a diestra y siniestra hacia los cerros. Los tiras miraban asombrados, comentando entre ellos lo raro encontrarse en una zona tan rural, tan apartada, sin embargo a una hora y media de Santiago. Luego de recorrer un par de kilómetros de exclusiva plantación de paltos y cítricos, más cítricos y más paltos, en la mitad de la nada apareció una construcción pintada de verde y blanco a la derecha del camino. De inmediato frenaron el furgón.-Aquí está el retén, aquí te quedai- dijo el alto y fortachón-Aquí, ¿dónde?-No sé, puh- contestó el de la cara picada de viruela- tenemos que entregarte en custodia a Carabineros de Chile. Nosotros no tenemos nada que ver contigo.-Ahí te las arreglái- agregó el fortachón, ansioso por liberarse lo antes posible de este molesto prisionero, y se bajó del furgón muy seguro de sí mismo, sacando pecho, con un sobre cerrado en las manos que le entregó al primer uniformado de verde que apareció -Estái relegado- le informó el otro”.

Amelia es una mujer de la burguesía. Tanto ella como su madre, mantuvieron a la familia gracias a la fertilidad del fundo que heredaron. La relación con su prima inglesa, Sybil, le permite establecer una complicidad fraternal que le da a conocer otros modos de pensar más liberales frente al conservadurismo chileno.

En el pueblo, la presencia de Miguel Flores genera temor y odio entre los lugareños, salvo en Amelia, que le abre las puertas de su casa. Esa apertura también lo acerca a Miguel a un mundo cultural y social que representa todo lo que detesta y aborrece. Hay un estallido entre dos mundos: el acomodado, el del fundo, los caballos y las sábanas de hilo; y el militante, comunista, comprometido y golpeado por la historia.

“Miguel Flores se dirigía a pie por el camino público hacia el retén de Carabineros a estampar su firma -cada día más lánguida- en los registros.  Con sol o con chubascos, con llovizna o con granizo, con tormenta o sin ella, la firma no podía faltar. A veces algún auto que iba en esa dirección se ofrecía a llevarlo.  Dos días después de su ducha en La Novena, se detuvo el Subaru gris oscuro con la ventana trasera abierta a pesar del frío y la lengua del perro colgando por afuera del vidrio. Súbete, le dijo Amelia, voy a comprar el quesillo y te dejo donde los carabineros, a lo cual él accedió muy contento, la distancia entre la choza desocupada que él se había tomado como vivienda y el retén donde firmaba a diario era larga; debo contar los kilómetros, se dijo el primer día, pero aún no lo hacía. -Estás con mejor cara hoy. – Puede ser. Es que ando con mejor onda – ¿Por qué? – Ya tengo un amigo en el valle – Buena cosa – no preguntó quién era – ¿Cómo te ha ido con la revolución industrial?- aludiendo al libro que Miguel había elegido llevarse prestado de la biblioteca enorme el día que había estado en su casa. -Mal, muy pasado de moda. Pero con el diccionario bien, he aprendido varias palabras nuevas. -Debieras leer ficción- No leo ficción – ¿Por qué? – Porque no me interesa la imaginación individual. Me interesan los procesos sociales, las biografías, la historia. -A mí, en cambio, lo único que me interesa es la miseria humana- Y esa, ¿ la encuentra en la ficción? – A raudales, ¿sabes lo que te pierdes? – Puede ser. No sé, no me importa. -Cuando se lee no se aprende algo, se convierte uno en algo. Lo dijo Goethe, no yo – De acuerdo, pero probablemente se refería a la lectura en general, no específicamente a las novelas. -Sí, es probable que sea yo quien lo aplica, no él- siguió conduciendo unos momentos en silencio, dejando regueros de polvo tras el station wagon- Pasa por mi casa después de la hora de la siesta y yo te elegiré un libro. -¿Una novela?- Sí. Cuando se vive como tú estás viviendo, más vale imaginar otros mundos. Te prestaré algo que no encontrarás en las bibliotecas latosas de ese lugar donde parece que estudias. El auto ya partía cuando le gritó: ¡y aprovecho para presentarte a mis animales!”.

La Novena se divide en cuatro partes, un prólogo y un epílogo. Esta estructura permite marcar diferentes planos temporales que atrapan al lector.

Un día, Amelia le presta a Miguel la novela Mary Barton de Elizabeth Gaskell, una escritora inglesa del siglo XIX, que retrata Manchester en plena Revolución industrial. Ese libro marcará todo el devenir del protagonista. No sólo le sirve como refugio simbólico en el tinglado donde duerme, sino que también le da la fuerza necesaria para escapar a Europa. En el extranjero, la literatura se vuele su amparo, su profesión y su modo de vida.

“Se me estrellaban los huesos entre sí, una terciana y otra más, no me daban respiro, transpiraba y al mismo tiempo estaba helado; no soy ningún cabrón frágil ni endeble, pero esta sí que es fiebre, mierda, me dije, sin embargo, lo olvidaba altiro porque empezaba el delirio y me iba de un mundo a otro; gente extraña me hablaba y entre las voces aparecieron los pacos, entraron a la madiagua sin tocar la puerta y se quedaron mirando. Era primera vez que venían ellos a mí, cómo no, si yo cumplía con todo lo que me ordenaban, en los ojos de estos culiados vi lo enfermo que estaba, igual me putiaron por mi falta, no había ido a firmar y la ley así lo exigía, pero al comprobar el estado en que me encontraba me tendieron el cuaderno de registros para que firmara de todos modos, no fuese a faltar la firma, eso sí que es un crimen, el relegado escapando, quizás adónde y a qué, mis putas manos, sin una gota de fuerza, tomando el lápiz Bic azul, la rúbrica, compañeros, la famosa rúbrica y entonces los pacos se compadecieron, siempre el mismo juego, se hacen los cabrones y luego se conmueven, deberíamos informar, le sugirió el cabo al suboficial Sánchez, yo los escuchaba desde muy lejos, pico con lo que decidieran, salió el cabo, siempre con las espaldas muy derechas, achorado él con su metro cincuenta, no sé cómo lo admitieron en la Escuela de Carabineros, y volvió con una cajita de remedios, unos paracetamoles, tómatelos, cabro, y mucho líquido, vas a ver cómo te mejoras, aprovecharon para mirar bien mi mediagua, mi ropa botada en el suelo, el brasero, el hornillo y la tetera, hasta mi desodorante inspeccionaron, y cuando el suboficial vio mis libros al lado del saco de dormir, es decir, los libros de la misma Amelia desaparecida, los tomó con cuidado y los revisó, casi hoja por hoja, así que lector el perla, dijo con sorna, y pasándose la mano por el mechón blanco de su pelo negro, se dirigió al cabo y le comentó con voz de experto,  todos estos extremistas se las dan de intelectuales, le dio con manosear el diccionario, así que estudiando inglés, el chorito, ¿no pensarái escaparte a Estados Unidos?, se río de su propio chiste y por fin dejó los libros en el suelo como a pesar de sí mismo, quizás le hubiera gustado llevárselos, y ya en la puerta me dijo, si no apareces mañana, volvemos, con la intención de controlarme y darme consuelo a la vez, pacos conchas de su madre, si no fuera por ellos nada de esto estaría sucediendo,  por la cresta, caí en un sopor profundo cuando partieron y a través de la ventana, antes de sucumbir, alcancé a ver la luz del día, lóbrega y melancólica, sin ninguna transparencia, pero luz al fin, por eso constaté que ya era de noche cuando me despertó el sonido potente del motor de un auto en la puerta de la casa, puta el auto, cómo sería que me despertó, se me erizaron los pelos del cuerpo entero, la CNI, pensé de inmediato, cagué, quién más puede llegar en una noche de lluvia a un remoto valle en la provincia de Melipilla si no es la policía secreta de la dictadura, el puto miedo me hizo cerrar los ojos, los compañeros, me dije, habrán detenido a alguno y me delató, carajo, y entonces, incorporada al ruido del viento, escuché una voz que trataba de hacerse oír y que gritaba mi nombre, era una mujer”.

La Novena de Marcela Serrano es una novela en la que el estrecho vínculo entre la traición y el perdón es, quizás, el personaje principal. La relación entre Amelia y Miguel va atravesando diferentes paisajes, y la culpa se convierte en un fantasma, una sombra indeleble, mientras se está a la espera del perdón.

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Sobre la autora

Marcela Serrano nació en Santiago de Chile. Licenciada en Grabado por la Universidad Católica, entre 1976 y 1983, trabajó en diversos ámbitos de las artes visuales, especialmente, en instalaciones y acciones artísticas (como el body art). Entre sus novelas -que han sido publicadas con gran éxito en Latinoamérica y Europa, llevadas al cine y traducidas a varios idiomas–, se destacan Nosotras que nos queremos tanto (1991), Premio Sor Juana Inés de La Cruz 1994, distinción concedida a la mejor novela hispanoamericana escrita por mujeres; Para que no me olvides (1993), Premio Municipal de Santiago 1994; Antigua vida mía (1995); El albergue de las mujeres tristes (1997); Nuestra Señora de la Soledad (1999); Lo que está en mi corazón (2001), finalista del Premio Planeta España; Hasta siempre, mujercitas (2004); La llorona (2008) y Diez mujeres. También es autora del volumen de cuentos Dulce enemiga mía (2013).

*Por Manuel Allasino para La tinta. Foto: José Balmes.

Palabras claves: La Novena, literatura, Marcela Serrano, Novelas para leer

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