Una Rosa para la primavera por venir #2: Rosa Luxemburgo y la formación política como apuesta integral

Una Rosa para la primavera por venir #2: Rosa Luxemburgo y la formación política como apuesta integral
23 mayo, 2019 por Redacción La tinta

“No hay insulto más grosero o calumnia más infame contra la clase obrera que la afirmación de que las controversias teóricas son sólo una cuestión para ‘ácadémicos´’. (…) Únicamente cuando las amplias masas trabajadoras empuñen el arma afilada y eficaz del socialismo científico habrán naufragado todas las inclinaciones pequeñoburguesas. (…) Entonces será cuando el movimiento se asiente sobre bases firmes”.
Reforma o revolución, 1900, Rosa Luxemburgo.

“Una Rosa para la primavera por venir” es nuestro pequeño aporte para que el canto de Rosa Luxemburgo no se deje de escuchar e incomode a quienes queremos pensar y construir mundos nuevos hoy, como ella lo hubiera querido. Este canto está plasmado en su tumba con la firma de un “Zwi-zwi”, haciendo referencia al sonido de un pájaro que anuncia la primavera por venir.

Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una mujer que combinó pensamiento y militancia de una manera admirable, fue marxista, feminista, ecologista, internacionalista y una llama que encendía (y enciende) grandes debates en todos los movimientos revolucionarios, sociales y sindicatos a los que concurría o con quienes establecía una relación.

En el aniversario número 100 de su femicidio, desde La tinta, agradecemos a quienes nos brindaron sus conocimientos en los temas que decidimos desarrollar en este dossier. En el mismo, debatiremos sobre su importancia para la historia del socialismo; formación política y pedagógica; debates para las luchas actuales en Argentina; los aportes a los feminismos; la crítica de la economía política para entender el desenvolvimiento del capitalismo; y las formas organizativas de la clase trabajadora.

Con esto, no esperamos más que promover una serie de debates necesarios que ayuden a recolocar a Rosa y su legado en el lugar que siempre le ha correspondido: al lado de las inagotables y variadas luchas de los oprimidos y oprimidas del mundo para la primavera por venir.


Una Rosa para la primavera por venir #2: Rosa Luxemburgo y la formación política como apuesta integral

Por Hernán Ouviña para La tinta

No son muchos los estudios e investigaciones dedicadas a la vida y obra de Rosa que destaquen su faceta como educadora e impulsora de proyectos político-culturales y de sus ideas y propuestas centradas en la lucha en este plano, a pesar de haber sido una arista clave en su derrotero militante. Sin embargo, gran parte de las iniciativas revolucionarias de las que participa tienen a lo formativo -entendido en un sentido amplio e integral- como columna vertebral que contribuye al proceso de autoconciencia de las clases populares y forja las condiciones subjetivas para el cambio revolucionario. Por ello, se atreve a aseverar que “el socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una gran y poderosa concepción del mundo”.

En uno de sus primeros libros, ¿Reforma o revolución?, además de impugnar con argumentos sólidos las hipótesis reformistas de Eduard Bernstein, que intentaban evidenciar el carácter caduco de ciertos preceptos marxistas, explicita la centralidad del estudio y la discusión teórica al postular de manera contundente que “no se puede arrojar contra los obreros insulto más grosero ni calumnia más indigna que la frase ‘las polémicas teóricas son sólo para académicos’”.


Rosa no desestima la lucha por el mejoramiento de las condiciones materiales de vida, pero entiende que ella debe poder engarzarse con el objetivo más general de ruptura y superación del sistema capitalista, de manera tal de trascenderlo en un sentido radicalmente emancipatorio. Por ello, en última instancia, aboga por una articulación orgánica entre reforma y revolución, que logre escamotear tanto el sectarismo (que desestima las reivindicaciones inmediatas y conquistas parciales que puedan lograrse aquí y ahora, en aras de absolutizar el asalto al poder en un futuro remoto) como el pragmatismo (que, de manera simétrica, se ensimisma en las luchas por reformas, perdiendo de vista la necesaria conexión de ellas con el objetivo estratégico y de más largo aliento del quiebre revolucionario).


Esta relevancia otorgada al debate intelectual y a las instancias específicamente formativas la lleva a sumarse y participar -durante más de siete años consecutivos- como educadora en la Escuela de partido organizada en Berlín, entre 1907 y 1914. En los talleres y seminarios que coordina, no permite que se tomen notas en el momento, ya que considera que es mejor que quienes asisten puedan seguir, sin interrupción y con la mayor atención posible, la dinámica de intercambio y exposición que orienta a cada encuentro. “Uno no quiere simplemente repetir”, convertirse “en un fonógrafo”, sino “recoger material fresco para cada nuevo curso, ampliar, cambiar, mejorar”, que se fomente la discusión y “un tratamiento profundo de la materia mediante preguntas y conversación”, confiesa en una de sus cartas. De acuerdo a los testimonios de varios militantes que asistieron a sus clases, Rosa apuntaba a que cada persona analizara y aprendiera por sí misma los temas y núcleos principales.

Este espacio formativo no estuvo exento de disputas y en más de una ocasión vio peligrar su continuidad, producto del desprestigio y las críticas que recibía de parte de los sectores más moderados del partido, así como de los dirigentes y burócratas sindicales contrarios al marxismo revolucionario, que, incluso, llegan a no ocupar las plazas destinadas a sus afiliados a manera de boicot. Lo que les molestaba eran no sólo los contenidos que allí se impartían, sino los cuadros que componían el equipo docente y que expresaban una tendencia de izquierda refractaria al revisionismo y a la perspectiva educativa conservadora propia de gran parte de los sindicatos.

Rosa es particularmente crítica hacia la escuela creada por estos gremios y la confronta con su concepción pedagógico-política, que anticipa los planteos de la educación popular latinoamericana en contra de una concepción bancaria del proceso de enseñanza-aprendizaje. Así, en uno de sus escritos periodísticos, titulado Escuela sindical y escuela partidaria, advierte que “la discusión, el debate libre de los estudiantes con el profesor, aparece como la primera condición de una enseñanza fructífera. Sólo por medio de un intercambio de ideas es que se puede obtener la tenencia, la concentración de espíritu entre los proletarios”. Este método de enseñanza, concluye, “es especialmente recomendado por el hecho de que un instituto de formación para luchadores de la clase proletaria no puede, en primera instancia, considerar como su tarea principal meter en la cabeza de los alumnos mecánicamente una suma de conocimiento positivo, sino la educación para el pensamiento autónomo y sistemático”.

Una parte sustancial de las clases dadas por Rosa en la Escuela del partido, en cuyos borradores trabaja para su publicación, incluso, durante los meses de 1914 y 1915 que está en la cárcel, fue editada tras su asesinato bajo el título de Introducción a la economía política y vale la pena leer estos manuscritos porque no solamente desmitifica en ellos al pensamiento de los “sabios burgueses”, sino debido a que aborda de manera detallada –y hasta reivindica– las formas comunitarias de vida social existentes en la periferia del mundo capitalista, entre ellas, las de los pueblos indígenas que aún hoy perduran en Nuestra América. Rosa traslada imaginariamente a las y los estudiantes de esta Escuela de formación a los más heterogéneos territorios remotos de nuestro continente, de África y Asia, y los hace habitar en ellos tanto en tiempos inmemoriales como en años recientes, hablándoles en primera persona cual campesina e indígena sojuzgada, o en férrea resistencia de un entorno comunitario donde la propiedad privada no existe y el vínculo con la tierra se encuentra en las antípodas del existente en las grandes urbes europeas.

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Priorizar este tipo de ámbitos formativos, en un sentido estricto, no equivalía para ella a desmerecer las acciones militantes en la calle, sino, por el contrario, concebirlas, también, como momentos de profundo aprendizaje, forjadores de autoconciencia en un ida y vuelta con la reflexión crítica y la discusión teórica. Huelga de masas, partido y sindicatos, otro de sus libros más sugerentes, elaborado como sistematización de su experiencia vital de lucha durante el ciclo final de la revolución rusa en 1905/1906, es un claro ejemplo de su concepción dialéctica de la realidad y de la autoformación en torno a ella, donde también insiste en la importancia del debate intelectual surgido de problemas prácticos, en este caso, la huelga de masas como novedosa y potente herramienta de lucha y movilización.

A partir de la reconstrucción y análisis del proceso revolucionario en Rusia, este texto demuestra cómo la supuesta “espontaneidad” de las masas populares en las calles y barricadas de aquel “bárbaro” país oriental tiene mucho para enseñarle a la cómoda y “educada” dirigencia sindical y socialdemócrata de Alemania, e, incluso, al conjunto de Europa, respecto de cuál es el horizonte de lucha al que apuntar: “Un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa ‘educación’ que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no pueden dar artificialmente al proletariado alemán”, sentencia en una de sus páginas más ardientes, donde se mofa de “los burócratas enamorados de los esquemas prefabricados”. Tal enfado generó este material, que la dirección de los burocráticos y adormecidos sindicatos alemanes decidió destruir e incendiar la edición que esperaba ser difundida por esas tierras.

Este libro, en particular, brinda una enseñanza vital en términos formativos, debido a que postula que la experiencia práctica, el aprender haciendo, resulta fundamental en el proceso autoeducativo de las masas en su caminar revolucionario, a punto tal que la organización de las y los oprimidos no es una creación que antecede a la lucha, sino un producto de ella. A esto alude Michael Löwy cuando asevera que “lo que salvaba su argumento de un economicismo fatalista era la pedagogía revolucionaria de la acción”.

Rosa destaca que el proletariado ruso -a través de oleadas- no luchó durante esos convulsionados meses de 1905 meramente por reivindicaciones mínimas, sino que uno de los ejes de su agenda era el derrocamiento del absolutismo, una exigencia que iba a demandar tiempo por su carácter ambicioso, pero también niveles altos de conciencia por parte de la clase trabajadora, que, según su interpretación, no se conseguiría de manera librezca, sino en la escuela viva de los acontecimientos. “Si el elemento espontáneo desempeña un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso sea ‘insuficientemente educado’, sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela”. En este punto, es insistente, en la medida en que el proletariado, de acuerdo a su visión, tiene necesidad “de un alto grado de educación política, de conciencia de clase y de organización. No puede aprender todo esto en los folletos o en los panfletos, sino que esta educación debe ser adquirida en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha”, sentencia.


En igual sentido, un principio epistemológico y político de Rosa es entender que los conceptos y reflexiones no son jamás elucubraciones antojadizas gestadas detrás de un escritorio, ni tampoco el pensar insurgente puede crearse sólo a partir de otros pensamientos o reflexiones meramente teóricas, sino que resultan un genuino producto de aquella praxis crítico-transformadora que despliegan las masas en su andar colectivo. De ahí que sean siempre “categorías-de-lucha” o “ideas-acción”, forjadas al calor de la intervención militante, el diálogo de saberes y las resistencias emancipatorias que se libran a nivel cotidiano. Esto la lleva a revitalizar al marxismo como brújula orientadora, que contiene según ella dos elementos esenciales: “El elemento de análisis, de la crítica, y el elemento de la voluntad activa de la clase trabajadora como factor revolucionario. Y el que realiza sólo el análisis, sólo la crítica, no defiende el marxismo, sino una lamentable parodia de esa enseñanza”.


En el contexto del desencadenamiento de la primera guerra mundial, Rosa utiliza su pluma -bajo seudónimos varios y en tanto presa política– como arma de combate contra las fuerzas nacionalistas que instan al intervencionismo militar alemán en el conflicto bélico. La crisis de la socialdemocracia (firmado con el nombre de Junius) es quizás uno de los más originales folletos de denuncia de la guerra imperialista, donde, además de efectuar una sincera autocrítica a raíz de las debilidades y limitaciones que impidieron evitar este conflicto bélico fratricida, advierte sobre una disyuntiva civilizatoria que pasará a la historia como consigna de las causas populares a nivel global: ¡Socialismo o barbarie!

Lejos de propiciar una neutralidad absoluta que implique desentenderse de esta tragedia bélica, considera que “jamás la actitud pasiva del laisser-faire, laisser-passer ha sido la línea de conducta de un partido revolucionario”, por lo que el papel de las y los socialistas “no es el de situarse bajo la dirección de las clases dirigentes para defender la sociedad de clases existente, ni permanecer silenciosamente al margen, esperando que la tormenta pase, sino seguir una política de clase, independiente”. La clase trabajadora, aclara, “sólo alcanzará su liberación si sabe aprender de sus propios errores. Para el movimiento proletario, la autocrítica, una autocrítica valiente, cruel, que llegue hasta el fondo de las cosas, es el aire y la luz sin los cuales no puede vivir”.

Esta actitud de radical autocrítica irá cobrando cada vez mayor dimensión al calor de la actitud chauvinista y pragmática de un sector mayoritario de su partido y de los sindicatos obreros, a contramano del internacionalismo y las convicciones éticas que ella considera vitales. Rosa reivindica “una autocrítica despiadada, de verdad sin disfraz”, ya que “sólo así se puede hoy prestar servicio al socialismo”. Se torna por tanto acuciante apelar a “esa importantísima tarea de esclarecimiento crítico que actualmente hace falta al movimiento”, debido a que “no basta que un puñado de personas tenga la mejor receta en el bolso y que ya sepa cómo las masas deben ser dirigidas. Esas masas precisan ser intelectualmente arrancadas de las tradiciones de los cincuenta años pasados para liberarse de ellas”.

Rosa no teme ejercitar de manera fraterna y honesta esta autocrítica, en aras de evitar un desencuentro cada vez mayor entre libertad e igualdad, algo que vislumbra como peligro en la Rusia soviética: “La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre libertad para el que piensa de manera diferente”, se atreve a advertirles de manera premonitoria a los camaradas bolcheviques en uno de los párrafos finales de un manuscrito escrito entre rejas en 1918, conocido como La revolución rusa, en el que advierte acerca de la falta de canales de participación real de las masas y la ausencia de debate público en torno a los principales problemas que aquejan al proceso revolucionario. “El dominio de clase burgués -dirá- no tenía necesidad de una instrucción y de una educación política de las masas populares, por lo menos, más allá de ciertos límites muy estrechos”. En contraste, durante la transición al socialismo, ambas cosas “constituyen el elemento vital, el aire sin el cual no podría subsistir”.

En efecto, tenía claro que, sin una ardua disputa cultural y educativa, que es, al mismo tiempo, teórico-práctica en la medida en que combina reflexión (auto)crítica, capacidad organizativa y acción transformadora, las masas terminarían subsumidas a los valores, prácticas e ideas propias de las clases dominantes. Por eso, prestó especial atención a esta dimensión de la lucha que es profundamente pedagógico-política, ya que apela al convencer, para poder vencer. De ahí que haya afirmado que “para que el socialismo pueda llegar a la victoria, es necesario que existan masas cuya potencia resida tanto en su nivel cultural como en su número”.

A la vuelta de la historia, desde ese alter ego con un destino igualmente trágico que fue Antonio Gramsci, podemos interpretar hoy su planteo como un pilar fundamental en la ardua dinámica de la creación, aquí y ahora, de una nueva hegemonía, que logre romper de manera integral con la dependencia ideológica, organizativa y política que las clases populares mantienen respecto de la burguesía, condición ésta imprescindible para cualquier proyecto socialista que se precie de verdaderamente liberador. Al fin y al cabo, como supo expresar en uno de sus tantos escritos de combate nuestra querida militante espartaquista, “el único medio de presión que puede llevar a la victoria es la formación política dentro de la lucha cotidiana”.

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*Por Hernán Ouviña para La tinta.


Compiladores del Dossier

Pablo Díaz Almada. Docente FCE UNC. Integrante Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE).

Gonzalo Ávila. Estudiante de Lic. En Economía, integrante del Encuentro de Organizaciones (EO) y del Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE).

Palabras claves: Dossier Rosa Luxemburgo, Rosa Luxemburgo

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