Un fantasma recorre Córdoba

Un fantasma recorre Córdoba
31 mayo, 2019 por Redacción La tinta

La distancia que nos separa de los hechos del 29 y 30 de mayo de 1969 llega a los 50 años. Pronto, el Cordobazo se verá como la luz de una estrella distante. Cada vez serán más microscópicas las siluetas de lxs estudiantes, lxs obrerxs y lxs vecinxs que enfrentaron la represión de la dictadura de Onganía. En esa distancia, creemos, se empieza a ver la silueta del monumento en el que se pueden convertir Agustín Tosco, el Goyo Flores, Elipidio Torres, Atilio López, Soledad García Quiroga, profesora de Letras y sindicalista docente, Susana Romano Sued y Ana Noguera, estudiantes y militantxs universitarixs junto a tantxs otrxs que confluyeron en la revuelta. Advertidxs de ese riesgo, nos proponemos pensar en sus espectros como una forma actual de presencia. ¿Dónde y cómo están hoy, en nosotrxs, aquellxs que lucharon?

Por Interferencia

Los fotomontajes de Fantasmas de Córdoba muestran una superposición que nos interesa: el pasado en blanco y negro, el presente a full color. Nos hace pensar en lo que dice Toni Simó Mulet sobre Heartfield: “La yuxtaposición en Heartfield trabaja hacia una unidad de los opuestos evocando una ilusión escénica que hace ver la contingencia de los acontecimientos en una unidad simulada.”

 

Nos damos cuenta, entonces, de que el poder de estas imágenes está en la intrusión de las imágenes monocromáticas en el territorio del color. No hace falta mucho análisis para comprender que el pasado se mueve y el presente está quieto. La unidad obrera, estudiantil y barrial contra la dictadura de Onganía frente a las movilizaciones multicolores de la CGT actual con las instituciones de la clase trabajadora divididas, desprestigiadas, acorraladas. Incluirlas en el mismo plano es mostrar su contingencia, es decir, su carácter no fijo y, por lo tanto, no definitivo.

Volviendo a Toni Simó Mulet: “Con respecto al uso del material de archivo, Heartfield manipula las imágenes factuales extraídas de la prensa o hechas por él mismo, se libera de la estricta relación semiótica de la imagen y su contenido inicial y determinado para construir otros modelos de significación visual”.


La pregunta es cómo liberarnos del contenido inicial, cómo pensar en esas luchas que ya llevan 50 años deambulando entre nosotrxs no como un evento cerrado, sino como una suerte de acumulación originaria para nuestras propias luchas. Cómo salir de la mecánica del archivo o el museo de la revolución para convertir ese pasado en hecho activo del presente. 


Las anomalías temporales que muestran las fotos podrían indicar que el tiempo se detuvo. Como si un mismo cuadro congregara distintas temporalidades en un punto que ya no avanza. La ciudad fantasma es la ciudad que mezcla las líneas históricas y confunde el ayer con el hoy. La ciudad fantasma puede ser una forma de hablar de la cancelación del futuro. Cualquier futuro. La retrospección, como técnica central del capitalismo tardío, es una forma de quedar atrapadxs en la pura observación del pasado.

Pero la figura del fantasma puede ser también -nos dice Mark Fisher- “no un ser en sí mismo, pero señala una relación con lo que ya no es más y con lo que todavía no es”. No es un evento sobrenatural, sino aquello que actúa sin existir. El fantasma, alguna vez, fue el que recorrió Europa llenando de horror al enemigo. Una virtualidad cuya amenazante llegada ya juega un rol socavando el estado presente de las cosas.

¿Cómo devolver el color, entonces, a las fantasmagóricas luchas que hoy están retenidas por el blanco y negro?


Queremos pensar al Cordobazo como un hecho estético en sí mismo, como muestra o paradigma del movimiento reversible que hace de la política y el arte revolucionarios una transformación de las formas de aparecer, decir y estar juntxs. Interrumpir los consensos, manifestar lo irreconciliable, actualizar el blanco y negro en cada instante de riesgo recordándonos que, a menudo, en la historia, se trata de nosotrxs o ellxs; del blanco y negro al blanco o negro como elemento real que obtura el consenso policromático. 


Allí, bruscamente, un policía montado resbala sobre bolitas de ruleman, aquí estallan pruebas de molotov contra el paredón del fondo de un sindicato. Lxs estudiantes hacen con sus cuerpos, lxs trabajadorxs piensan y dicen. La policía solo sirve para reprimir. Ranciere dice: “reconfigurar el paisaje de lo perceptible y de lo pensable es modificar el territorio de lo posible y la distribución de las capacidades y las incapacidades”. Organizar el disenso es alterar la evidencia de lo que nos toca hacer a cada unx, pero, sobre todo, hacer de nosotrxs el factor inaudito de una nueva organización sensible del mundo que se aloja dentro de un mundo escandido: hacer estallar la univocidad de lo sensible. Otra vez, Ranciere: “el disenso pone nuevamente en juego, al mismo tiempo, la evidencia de lo que es percibido, pensable y factible, y la división de aquellos que son capaces de percibir, pensar y modificar las coordenadas del mundo común. En eso consiste un proceso de subjetivación política: en la acción de capacidades no contadas que vienen a escindir la unidad de lo dado y la evidencia de lo visible para diseñar una nueva topografía de lo posible”.

Presentes en negativo, pasados vivos en la reconstrucción, en la re-visión, en ese “volver a pasar por”, en este caso, las calles, las retinas, los recuerdos. Anacronismos nada ingenuos que indefectiblemente invitan a sincronizar relojes históricos, bombas tal vez.

“Hoy es un paro, pero mañana seguimos peleando”, reza un zócalo televisivo también full color que transcribe los textuales de los distintos referentes sindicales, en la conferencia de prensa en Camioneros el pasado miércoles 29, durante el paro. Se enciende el cronómetro y una foto del cordobazo se guarda en el cajón.

¿Qué es lo que pendula en los matices de la historia? ¿Qué es lo que se congela en la policromía de la memoria, de la praxis? ¿Qué es eso que para, eso que lucha, eso que oscila? Lo documental “no miente” y comprueba que los hechos tuvieron lugar, algún lugar -en un pasado que también fue a color aunque no se evidencie- y cuya evocación, a veces fortuita, de los hechos, a veces arbitraria, a veces manipulada, a veces colectiva, a veces incomprobable, a veces anunciada, a veces llena de polvo y manchas, nos insiste inevitable con permanecer, con recordar, con “volver a pasar por”.

En los fotomontajes de Fantasmas de Córdoba, la ilusión escénica del blanco y negro no sólo indica una ausencia: no estamos hablando desde la melancolía de izquierda que advierte la dimensión gigantesca de sus xpadres y se siente empequeñecida -y huérfana-.

Preferimos decir que si hay fantasmas es porque hay posibilidad de actualizarlos en cada momento de riesgo, en cada instante de peligro, no como un hábito insistente de reaccionaria remembranza, sino todo lo contrario. Que sean fantasmas que activen un tic tac que apure el pulso por descongelar la quietud del tiempo, fantasmas que funcionen como la urgencia de sacar a colorear las fotos del cajón, de romper el reloj, y que, a cada segundo de la fuerza presente, recorran las calles otra vez.

*Por Interferencia /  Fotografías Fantasmas de Córdoba

Palabras claves: Agustín Tosco, Cordobazo, Fotomontaje, Onganía

Compartir: