En cinco minutos levántate María, el viaje mental como refugio

En cinco minutos levántate María, el viaje mental como refugio
22 mayo, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

En cinco minutos levántate María, es una novela del escritor Pablo Ramos publicada en el año 2010. Es el cierre de la trilogía que comienza con El origen de la tristeza (2004) y La ley de la ferocidad (2007). En ella, Ramos, recrea la voz de una madre que en un tiempo vertiginoso condensa los núcleos fundamentales de la vida familiar. Escrita como un gran monólogo, María, madre de Gabriel, aquel hombre que en La ley de la ferocidad tuvo que afrontar la noticia de la muerte de su padre y comenzar una lucha secreta con la vida y la literatura, ahonda en sus recuerdos y tumbada en su cama, desvelada antes del amanecer, se va concediendo cinco minutos más, antes de levantarse.

pablo-ramos-libro“Me falta un poco el aire. Mi habitación nunca tuvo ventanas. Es que la hicimos en el espacio que quedó entre la pieza de los chicos y la pieza y la cocina de mi suegra. Ella adelante, nosotros atrás. Dios la tenga en la gloria pero no la devuelva nunca. Me la hizo difícil, bien difícil. Y ¿para qué? Si a todos nos espera la misma cosa. Los gusanos nos esperan. Pobres gusanos, al menos hubieran puesto unas verduras alrededor de la vieja. María, María, la boca se te haga a un lado. Pero me la hizo difícil. Quince años de matrimonio y este hombre seguía pasando primero por la cocina de la madre antes de venir a saludarnos a nosotros. Para él, así se lo había metido ella en la cabeza, la familia empezaba allá: en la cocina de su madre, por no decir la palabra que se me viene a la mente. Cocina de la conchinchina cochina de su madre. Dicen que el demonio entra por la cabeza y sale por la boca. Será, pero que la lluvia se larga en cualquier momento es un hecho. ¡Qué truenos tan terribles! Los relámpagos habrán iluminado toda la cuadra. Cuando hay truenos también me da insomnio, y cuando me da insomnio yo me levanto enseguida. Pero lo que escuché, me refiero a su voz, tan clara, llamándose a sí mismo, no sé, no me dejó moverme de la cama. Nunca me gustó esto de estar despierta y seguir en la cama, parece de enferma, o lo que es mucho peor, de perezosa.  En un ratito mejor me levanto y me tomo unos mates porque no fue más que mi imaginación. Pero en un ratito, ahora necesito cinco minutos para juntar fuerzas porque siento como si no hubiera descansado nada, como si nunca hubiera descansado nada. Total, hay tiempo, hay mucha noche por delante hasta la hora de levantar a mi familia. Esa voz de Gabriel me angustió. Habrá sido un sueño”. 

María desgrana su vida a través de sus recuerdos. Desde los años de juventud y peronismo hasta el declive social que llega con la crisis económica. El desgaste matrimonial, el peso de los años, y la dolorosa renuncia a otra forma de vida la perturba. Pero la novela En cinco minutos levántate María también nos habla de Gabriel, el hijo amado, frágil y vulnerable, que no se entiende con el padre y que tiene un grave problema con las adicciones al alcohol y la cocaína.

“Gabriel sabe bien de estas cosas, yo misma se las conté. Y sabe también que soy el puente entre él y su padre. Pero ¿de qué sirve ser un puente que nadie quiere transitar? Gabriel es igual al padre, nunca lo reconocería pero es igual. Prefiere ir por el medio del agua que ir por un camino desconocido por más prometedor que parezca. Y tengo miedo de que también se me vaya a ahogar. Es que lo que pasó, no sé, es todo tan confuso en mi mente… Es como si yo hubiera borrado sólo lo malo.  Eso me dicen. Una sola vez participé de una terapia de familia con Gabriel, y no podía creer las cosas que le escuchaba decir del padre, me pareció que se las estaba inventando, y se lo dije, y el psicólogo me sacó, me habló aparte. Me dijo que Gabriel había registrado cosas que casi todos los demás prefirieron borrar de su mente.  Yo, más calmada, reconocí que podía ser, que recordaba imágenes de situaciones que siempre me parecieron sueños malos más que recuerdos malos. No me animo a mirar de frente, nunca me animé. Cada vez que miro algo de frente es muy malo lo que veo, es espantoso. No quiero ver lo que veo y prefiero entonces no mirar. Ni siquiera tuve valor de llamar a Gabriel a la fundación. Él dice que estas internaciones son retiros para olvidarse de las preocupaciones de su vida, para conectarse con lo esencial, con el sentido verdadero de lo que él quiere. Que hace rato que busca una respuesta, un cambio radical de vida, y que por eso mejor que no lo llame. Pero a mí me queda la duda de que en el fondo esté esperando mi llamada, la esté esperando con ilusión. Y esto del retiro a mí no me suena bien. Retiro es una estación, y una internación es un lugar de adictos es una internación psiquiátrica, no es ningún retiro. Porque la enfermedad es de la cabeza, aunque suene horrible admitirlo. -¿Y usted qué hizo para que su hijo no se drogue?- La pregunta me la hizo el psiquiatra de Gabriel, un hombre muy buen mozo y muy inteligente. Fue durante una de las sobredosis que me hizo esa pregunta. Me quedé helada, muda, un rato largo. Qué feo era ese hospital, más frío que cualquier otro. Galesi, se llamaba el psiquiatra. Me lo preguntó y enseguida se fue a hablar con otro médico, tardó una hora y cuando volvió me dijo que Gabriel se había estabilizado, pero que lo mejor era que no recibiera visitas. Lo miré a los ojos y le pregunté si quería que le contestara. Me dijo que sí. -Lo que hago es nada –dije -o muy poco. El médico sonrío, se agachó, tan alto como era, y me dijo, casi al oído, que siempre se podía empezar. Le tendí la mano pero me besó en la mejilla. Eso no lo hace cualquier médico, mucho menos un psiquiatra, sólo ese hombre, que siempre se interesa tanto en la salud de Gabriel. Será ¿pero oírme a mí misma decir “nada” o “muy poco”? Parecen palabras de otra persona, parecen palabras de este hombre. Bueno, de alguna manera son casi idénticas a las palabras que este hombre me dijo la última vez que hablamos de Gabriel, la vez de la fiesta. Siempre se puede empezar de nuevo, es verdad, y hoy es el día, hoy me levanto a cambiar las cosas, le pido ayuda a Laura si es necesario, le pido un poco de esa fuerza que ella tiene. Basta de internaciones sin que yo sepa, basta de murmuraciones, de pase de papelitos en manos que no quiero ver, de olores que sé lo que son pero no digo nada. Basta de hacerse la distraída, nena, por tus hijos, por tus nietos, y si este hombre quiere, por él también. Basta”.

Con más de sesenta años encima, cuatro hijos y cinco nietos, María, nos relata una vida de oscuridades, sólo iluminada por la ternura y la belleza de su voz maternal que, entre la vigilia y el sueño, repasa los claroscuros, las heridas, los silencios, y las pequeñas alegrías.

Con un relato auténtico, Pablo Ramos, le da una vuelta de tuerca a Gabriel, el personaje de infancia en El origen de la tristeza, y el hombre que salda cuentas con su padre en La ley de la ferocidad, para darle voz a María, una madre conciliadora y pilar de un orden familiar humilde, duro y desestructurado.

“No sé si en verdad me hubiera ido, yo hablo pero no sé. Siempre hablo. Me gustaría haber sido más valiente. Igual no acepto que él me lo diga, y menos que me lo diga cómo me lo dice: ‘Vos siempre abrís la boca, siempre abrís la boca’.  No acepto groserías ni de él ni de nadie, no fui criada así, no fui criada para eso. Por más que sea él quien mantenga la casa; él quién me haya dado esta vida, este hogar y juro que me dio todo lo que pudo. Pero soy yo quien devuelve con lo que tiene adentro, con el cuerpo entero, hasta partirme en pedazos, un pedazo por cada uno de ellos. Y no voy a admitir que me hablen de esa manera.  Fue mi cuñado Juan, más tarde, el que le habló a este hombre del lugar que debía darme. Juan le señaló cómo sus hijos lo miraban cuando hacía esas cosas, le señaló sobre todo la mirada de Gabriel. Asustaba ver cómo Gabriel miraba al padre en esas circunstancias. Sé que también le habló del lugar que Juan mismo le daba a su mujer, a Erminda. Y sé que después la agarró a ella, a mi suegra. Juan, el hermano mayor de este hombre, fue como mi hermano también. Cómo lo extraño. Yo sé, me lo contó Erminda, que Juan arrinconó a la madre y le dijo que si volvía a hacer algo así, que si volvía a hacerme sufrir o tratarme de esa manera, él la daba por muerta. Juan sería muy bueno sí, pero era hijo de sicilianos: del lado de él, todo, pero si no estabas con él, estabas en su contra, ojito, y ella lo sabía y le creyó. Juan hablaba en serio. Juan me quería de verdad”.

En cinco minutos levántate María de Pablo Ramos es una novela en dónde cinco minutos son largos y abarcan toda una vida bajo el orden arbitrario de la reminiscencia. María, la madre de Gabriel, sabe que una vez que se levante de la cama y decida afrontar el día nada volverá a ser como antes. Por eso viaja hacia su infancia, su adolescencia y adultez a través de sus recuerdos.

Sobre el autor

Pablo Ramos nació en 1966 en Avellaneda. Ha publicado el libro de poemas Lo pasado pisado, las novelas El origen de la tristeza (Alfaguara, 2004), La ley de la ferocidad (Alfaguara 2007), En cinco minutos levántate María (Alfaguara, 2010) y El sueño de los murciélagos (Alfaguara, 2015) -que recibió el galardón The White Ravens otorgado por la Jugendbibliothek- y los libros de cuentos Cuando lo peor haya pasado (Alfaguara, 2005)

-ganador del primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y del primer premio de la Casa de las Américas de Cuba (2004)- y El camino de la luna (Alfaguara, 2012).

Por su guión de El estaño de los peces obtuvo el Premio Ópera Prima del INCAA (2001) junto con Oscar Frenkel. También fue distinguido con el Premio Tato (2015) y con el Martín Fierro (2016) por el guión de Historia de un Clan. Escribió y condujo “Animal que cuenta” (canal Encuentro).

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: En cinco minutos levántate María, literatura, Novelas para leer, Pablo Ramos

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