Arabia Saudí y Occidente: Más allá de los derechos humanos

Arabia Saudí y Occidente: Más allá de los derechos humanos
3 mayo, 2019 por Gonzalo Fiore Viani

La monarquía saudí ejecutó a 37 personas, que se suman a la larga lista de personas asesinadas en el país más conservador y ultraortodoxo del mundo.

Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

Arabia Saudí ejecutó la semana pasada a 37 personas en las ciudades de Riad, La Meca, Al Sharquia, Al Qasim, Asir y Medina. Los disidentes estaban acusados de “terrorismo” y de sostener “ideologías terroristas extremistas y formar células terroristas para corromper y perturbar la seguridad, así como propagar el caos y provocar conflictos sectarios”. Del total, 36 fueron decapitados mientras que la otra persona fue crucificada, pena que en los últimos años había caído en desuso, pero que todavía se reserva para delitos con los que se pretende “ejemplificar”. Tan solo en 2018, la monarquía saudí ejecutó a 149 personas. Dos días antes de las ejecuciones, las fuerzas saudíes informaron sobre un ataque terrorista en el que murieron cuatro de los participantes.

La monarquía ya había aparecido en todos los medios en octubre del año pasado tras el brutal asesinato al periodista saudí Jamal Khasoggi. Exiliado en Estados Unidos, Khasoggi desapareció tras ingresar al consulado de su país en Estambul con el objetivo de solicitar papeles para casarse con una mujer turca.

En Arabia Saudí, se ubican los dos lugares más sagrados para el Islam: la Gran Mezquita de La Meca y la del Profeta en Medina, ambas prohibidas para los no practicantes. El reino es uno de los principales exportadores de petróleo del mundo, con poco más de 32 millones de habitantes, y un PBI per cápita de 20.042 dólares, de mayoría sunita -en contraposición a Irán, cuya población es mayoritariamente chiita-, y gobernado por una monarquía absolutista desde su creación en 1932.

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Jamal Khasoggi había llegado a ser un periodista relativamente cercano al régimen, sobrino del traficante de armas Adnan Khasoggi, cuyos lazos con la monarquía siempre fueron fluidos. Apoyó la lucha de los muyahidines contra los soviéticos en la guerra de Afganistán de finales de la década de 1970, entrevistó a Osama Bin Laden a principios de 1990 y, si bien ocupó diversos cargos en medios saudíes, se vio obligado a renunciar en 2003 como jefe de redacción del periódico Al Watan, debido a ser considerado demasiado progresista. Aunque se encontraba desde 2017 escribiendo para el Washington Post, tenía vínculos con el príncipe Al Walid Bin Talal, quien fue detenido junto a numerosas personalidades entre finales de 2018 y principios de 2019 por orden del príncipe heredero Mohamed Bin Salman.


Según los reportes de los medios turcos, todos controlados por el gobierno de Recep Tayyip Erdogan, Khasoggi fue descuartizado vivo; otras versiones aseguran que sus falanges fueron cortadas antes de ser degollado. Todo esto se habría producido dentro del consulado saudí, ya que las filmaciones muestran que el periodista ingresó al establecimiento, pero nunca salió. Estambul ha decidido mantener una posición ambigua al respecto, ya que venían en proceso de mejorar las relaciones, históricamente malas, con el reino. Por su parte, la monarquía saudí difundió versiones del asesinato relacionadas a una supuesta pelea que se habría ido de las manos, lo cual, más allá de tener varios puntos ciegos, tampoco explica dónde está el cuerpo del periodista. El poderoso príncipe heredero llamó a la prometida de Kashoggi para ofrecerle sus condolencias, mientras aseguró que la investigación se extenderá hasta las “últimas consecuencias” para encontrar a los culpables.


La figura del joven príncipe Bin Salman, un abogado de 33 años, cobró notoriedad en los medios occidentales durante 2018, tras los encarcelamientos de más de 200 personalidades saudíes acusadas de diversos cargos, especialmente de corrupción. Entre ellos, se encontraban varios de sus hermanos, ministros de gobierno, hombres cercanos a la monarquía y empresarios multimillonarios. Al mismo tiempo, comenzó una serie de reformas con el objetivo de llevar al país hacia un “islam moderado” y hacerlo más amigable a los ojos de Occidente: reabrir los cines, permitir que las mujeres conduzcan automóviles o compartan algunos lugares públicos con hombres, y reducir el poder de la temida policía religiosa; otro de sus objetivos es el de lograr que el país diversifique su economía, ligada al petróleo, cuyas exportaciones representan el 90 por ciento de los ingresos del país y el 45 por ciento del PBI; mientras, la tasa de desempleo es de 10 por ciento, medida únicamente sobre los hombres, ya que las mujeres no tienen permitido trabajar.

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Bin Salman era visto como un hombre aperturista y amigable a los mercados internacionales. De hecho, este año, estuvo en Estados Unidos y se entrevistó con distintos empresarios y políticos, entre ellos, Mark Zuckerberg, en un intento de mostrarse como un dirigente joven, interesado en las nuevas generaciones y en modernizar Arabia Saudí. Khasoggi venía denunciando abiertamente el creciente autoritarismo del príncipe, los encarcelamientos arbitrarios y su política exterior cada vez más agresiva, con el objetivo de consolidarse como contrapeso de Irán en la región, llegando a intervenir militarmente en Yemen, sumida en una cruenta guerra civil, ordenando un bloqueo a Qatar o deteniendo en Riad al ex primer ministro del Líbano, Saad Hariri, acusado por sus vínculos con Irán y Hezbollah, considerado un grupo terrorista por el reino de los Al Saud.

En su momento, Trump buscó evitar endilgar responsabilidades del caso a Bin Salman. Más allá del papel estabilizador que cumple en la región, la monarquía es un socio clave de Estados Unidos, tanto en lo comercial como en lo político: a comienzos de este año, idearon un Plan de Acción Integral Conjunto para contener a los grupos yihadistas operando en Yemen y Siria, tras lo cual se consolidó un acuerdo comercial que suma, solo en armamento, 110.000 millones de dólares. A su vez, 19 empresas estadounidenses obtuvieron permisos para operar en Arabia Saudí este año. Además, el reino le compra armas a Europa: es el segundo país -tras Argelia- al que más ventas se le aprobaron entre enero y septiembre de 2018. Sólo el gobierno alemán realizó ventas por 416 millones de euros. Tras el caso de Kashoggi, la canciller alemana Angela Merkel había llamado a bloquear las ventas y solicitó a sus pares europeos que hicieran lo mismo.

Arabia Saudí tiene una de las tasas de pena capital más altas del mundo, tan solo por detrás de China e Irán, y seguido por Vietnam e Irak. El medio de ejecución más común es la decapitación o ahorcamiento, pero también se utiliza la crucifixión, el pelotón de fusilamiento o la lapidación para casos de adulterio. Otros delitos sin consecuencias letales como el robo a mano armada, la “apostasía”, la violación, el tráfico o tenencia de drogas, e incluso la “brujería”, pueden ser penados con la muerte. Más allá de los boicots económicos o las declaraciones altisonantes en casos puntuales como el asesinato de Khasoggi, o las ejecuciones masivas de disidentes, la relación con el reino saudí es demasiado valiosa tanto para Estados Unidos como para la Unión Europea (UE). A estas alturas, es poco probable que Occidente recién se esté enterando de las violaciones a los derechos humanos en el país islámico. En un contexto donde la guerra en Siria y Yemen no parecen tener fin, y Rusia e Irán están omnipresentes en la región, ni Trump, ni Merkel, ni Macron, no podrán, ni querrán, desprenderse de su principal socio en Medio Oriente.

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*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

Palabras claves: Arabia Saudita, Derechos Humanos, Estados Unidos

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