“La foto sirve tanto para crear una fake news como para desbaratarla”
Es un viernes primaveral de abril y en La Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en el barrio porteño de Constitución, ya se respira el fin de semana. En la placita de la entrada, con sus paredes cubiertas de murales -Santiago Maldonado, la crisis de 2001, las pañuelos de la madres- unos pocos alumnos toman mate, fuman, repasan apuntes, miran el celular, charlan. Adentro, los pasillos y las aulas están semidesiertos.
Por Guido Piotrkowski para Almagro Revista
Cora Gamarnik, Doctora en Ciencias Sociales graduada en esa misma universidad, llega puntual a la cita. Buscamos un aula para conversar, y de paso, miramos rincones y fondos para hacer las fotos. «Mirá las cosas que te encontrás tiradas acá -comenta entre risas, y se agacha a buscar una fotocopia-. Te la regalo», dice y extiende un juego de hojas con manchas de café, del texto La dialéctica de Marx, de Norberto Bobbio.
Gamarnik es profesora titular de la materia Didáctica de la Comunicación, y Coordinadora del Área de Estudios sobre Fotografía de la Facultad de Ciencias Sociales. También es profesora asociada de la Universidad Nacional de Moreno, a cargo de la materia Teoría de la Comunicación, co-directora del Grupo de Estudio sobre arte, cultura y política en la Argentina del Instituto de Investigaciones Gino Germani. Investiga la historia del fotoperiodismo en la Argentina, escribe artículos en libros y diversas revistas académicas de investigación sobre los vínculos entre la imagen e historia. De todo eso, lo que más parece entusiasmarla hoy es el flamante Programa de Actualización en Fotografía y Ciencias Sociales, que en un rato nomás, tendrá su primera clase.
«Armar un curso de postgrado que nos permita profundizar y sistematizar todos los temas que venimos trabajando en investigación y producción e intervención con fotografías, y que al mismo tiempo esté abierto a gente que no tiene estudios universitarios, es un sueño que teníamos hace tiempo», dice. El programa dura un año y en esta primera convocatoria se anotaron unas cincuenta personas que asistirán todos los viernes por la tarde-noche a las clases que impartirá un equipo de trabajo con distintos saberes y especialidades. «La idea es poder compartir y brindar mucho de lo que estudiamos y produjimos en estos años. Mostrar de alguna manera que hay múltiples y variables maneras de pensar las fotografías, de intervenir con ellas y de producirlas», informa.
Gamarnik, además, tiene una perfil muy activo en las redes sociales. Postea fotos constantemente, interpelando la imagen, la actualidad y a sus seguidores. De alguna manera, en una suerte de trabajo de hormiga, contribuye a desbaratar, también, algunos falsos discursos que se crean a través de la imagen.
-¿Como comenzaste a interesarte en la fotografía y en la historia del fotoperiodismo en la Argentina?
-Yo daba clases de Historia de los Medios en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, y teníamos una sola clase de historia de fotografía en el programa. Había material, bibliografía, algunas clases destinadas a la historia de la televisión, la prensa y la radio en la Argentina. Pero no había prácticamente nada sobre la historia del fotoperiodismo. Me puse a averiguar y encontré material sobre la historia de la fotografía en la Argentina a fines del siglo XIX, principios del siglo XX, que llegaba hasta el año treinta. Era un vacío de investigación impresionante. Venía leyendo bibliografía sobre dictadura, en donde se analizaba solo el texto y había un montón para decir sobre la fotografía de prensa, pero no había nada investigado, ni por el lado de los que estudiaban fotografía ni por el de los que estudiaban prensa. Era un agujero negro. Entonces, presenté un proyecto de beca de doctorado para estudiar durante cinco años, con un sueldo de la universidad, la historia del fotoperiodismo en las décadas del ’60 al ’80. Salió aprobado, y me abrió un mundo impresionante. Además, se dio un momento histórico en el que las diversas disciplinas, incluso la historia, empezaron a mirar la imagen de otra manera.
-¿Cómo es para alguien que no es fotógrafo abordar la fotografía desde un lugar académico?
-Tal vez hubiera sido mejor ser fotógrafa para entender algunas cosas, pero no lo sentí como una falta. Mis preguntas respecto de la fotografía no son sobre el quehacer técnico. Me interesa como funciona la imagen en relación a la historia, a las distintas formas de recepción, a las construcciones intrínsecas que tiene la imagen en sí misma. Lo que yo me permití es hacerle preguntas a la imagen desde las ciencias sociales. Tuve que aprender muchísimo de fotografía, pero no redunda en que salga a sacar fotos, no va por ahí mi desarrollo. Me parece que está bueno el diálogo, de que una mirada externa mire a los fotógrafos y fotógrafas. El oficio, sus características, las posibilidades, el lugar de trabajo, la relación de dependencia o el free-lance, casi una mirada antropológica. Miro a los fotógrafos como una alteridad, como un objeto de estudio.
-¿Cómo analizás la situación del fotoperiodismo hoy? Señalabas por ahí que el fotoperiodismo afronta severos desafíos de mercado, periodísticos y tecnológicos…
-Es un momento de crisis total del mercado laboral, que no tiene que ver solo con el fotoperiodismo, sino con el macrismo. ¿Y por qué digo macrismo? No solo es un punto de quiebre tecnológico y en los medios, sino que ese cambio podría haber sido más llevadero y mejor resuelto sino hubiese una política de desguace al interior de los medios. Lo que se dio es la sumatoria de un gobierno que intentó desguazar, despedazar a todos los medios que no le eran afines, favorecer los monopolios mediáticos, descabezar cualquier medio con un contenido alternativo al oficial. Y a eso se le sumaron los cambios que implica el mercado laboral en sí mismo. Entonces tenés los cierres de DyN (la agencia de noticias Diarios y Noticias), los despidos masivos en todos los medios, el diario en papel que prácticamente deja de existir y como consecuencia se reducen los staffs en los principales diarios, que eran los principales contratadores de reporteros gráficos. DyN no perdía, ganaba, podía tener más fotógrafos y más periodistas, era una agencia súper exitosa, y cerró porque a los dueños no les interesaba tener una agencia, no les interesaba el periodismo verdadero, financiar periodistas que investiguen. Tenés la crisis de Télam (la agencia nacional de noticias) que es una destrucción sistemática de la agencia en sí misma. Es algo realmente dramático, que en el fotoperiodismo tiene sus agravantes agudizados, porque hoy todo el mundo con un celular puede sacar fotos. Entonces, los medios que no están interesados en una fotografía profesional, en pagar en blanco un trabajador con derechos, dicen: ‘¡Ma’ sí! ¡Contrato un pibe que saque las fotos o agarro una foto cualquiera, total es lo mismo!’. Hay un desprecio por la profesión, por la actividad, por la calidad periodística. Es grave la situación. Dicho todo esto, creo que como en toda época de crisis, surgen y florecen imaginaciones y construcciones diversas que dan cuenta de la vitalidad del fotoperiodismo. Para mí, es increíble lo que se está viviendo en términos de creación y de imágenes nuevas, de multiplicidad de imágenes, de búsqueda a través de las fotografías. Desde la autoría individual a los colectivos fotográficos, la búsqueda de nuevos medios, nuevas formas de difusión, nuevas lecturas, nuevas estructuras de trabajo. El problema de esa diversidad y riqueza, que es valiosísima, es que no te dejan vivir de eso, muy pocos logran sobrevivir. Estamos en ese reacomodamiento, que tiene que ver con cuál es la nueva estructura del periodismo, si van seguir existiendo medios con planteles estables de periodistas, con periodistas que tienen un sueldo en blanco. Es una reestructuración del mercado periodístico que parece indeclinable, entonces hay que resignificar el periodismo, reinventarlo. En ese sentido, el desafío lo plantea el mercado, el propio campo en el que te desarrollás: el fotoperiodismo dentro del periodismo y un desafío tecnológico, y qué es lo que pasa con la proliferación infinita de imágenes, qué haces vos como fotógrafo para distinguirte dentro de esto. Cualquiera saca una foto en cualquier momento, y ahí hay todo un debate y un desafío tecnológico. Justamente, la posibilidad del celular y esta democratización de la tecnología a disposición de la gente tiene como consecuencia una dificultad grande para el profesional. Ahora, sigue habiendo un abismo entre la foto que saca el profesional de la del aficionado. Ahí hay un plus, que es donde hay un mercado para que eso se valore.
-No solo por la técnica sino por el bagaje cultural y el oficio del fotoperiodista…
-Por todo. Por ejemplo, en la foto de Bernardino Ávila de la señora con las berenjenas (en referencia a la foto que se hizo viral tomada durante el verdurazo), había un montón de gente ahí sacando fotos con celulares. Pero esa foto la sacó un fotógrafo de prensa con años de experiencia. Un fotógrafo de un diario que tenía una mirada política, estética, una calidad técnica, una velocidad de decisión. Tenía todo lo que tiene que tener un gran profesional. Eso no lo tenemos los que no lo somos.
–¿Cómo creés que decantará todo esto?
-El problema es de qué viven los reporteros, vivir del fotoperiodismo, ese es un grave problema. No se si eso va mejorar, por ahí quedarán algunos que podrán vivir del fotoperiodismo y otros tendrán que buscar otros trabajos y al mismo tiempo hacer fotoperiodismo. Pero hay algo en la búsqueda de la imagen… por ejemplo, trabajar para Clarín o Telam, y que te tengan siete horas sentado en un escritorio. O te manden hacer notas que son una porquería. Sabes que de ahí no vas a sacar nada. O te manden a hacer un trabajo chato y aburrido, que no te entusiasma, que no le encontrás sentido o que va a contramano de tus propias formas de pensar y sentir.
–Como pasaba en la dictadura…
-Por ejemplo. En dictadura estaba el que trabajaba adentro de La Razón (el diario). ¡Imaginate lo que sería ser fotógrafo adentro de La Razón en dictadura! Sobrevivir en esas redacciones, su trabajo era una porquería, y así te lo dicen. Pero al mismo tiempo sacaban unas fotos impresionantes que después nos permitieron contar la dictadura de otra forma. El problema es de qué viven los que eligen esto como profesión y trabajo. Por eso hay dos carriles separados. Creo que hay una explosión de creatividad en la profesión impresionante. ¿Cómo se traduce en formas de vida? Es el gran debate.
-¿Creés que se vuelve cada vez más necesario el rol de los fotógrafos?
-Sí, pero siempre fue necesaria. En la década del ’60, del ’70, del ’80, en cada momento fue muy necesario que haya fotógrafas y fotógrafos comprometidos con un mirada crítica y aguda, con un distanciamiento de la realidad que les permita objetivar los sucesos, mirarlos con distancia, hacer encuadres particulares, poder correrse de las líneas editoriales de los medios y hacer su propio trabajo. En esta época, esa proliferación de imágenes permiten mirar al gobierno y sus actos de otra manera. Mirás las represiones desmedidas, inconcebibles, en las manifestaciones. Los fotógrafos vuelven a ser un blanco de represión específica en las calles. Este grado de persecución, con este grado de torpeza y de crueldad para reprimirlos e impedir que saquen fotos es algo que no se veía desde el año ’82.
-Fotografía y fake news: ¿las fotos ayudan a esclarecer, aportan a la confusión general o ambas?
-Las fotos son un instrumento poderosísimo, efectivo, de mucha llegada, directa, rápida. Entonces, esta cosa tan efectiva, de tanta llegada, de tanta permeabilidad…porque su mensaje es homogéneo, directo ¿no? El lenguaje sin códigos, decía Barthes (Roland). O sea, vos ves la foto y te llega, no es que tenés que leer un texto para pensar a ver qué dice. Es una llegada inmediata, como un buen título. Al tener esa capacidad, la foto sirve tanto para crear una fake news como para desbaratarla. Ahí hay un gran trabajo que hacer, creo que es una súper tarea que nos tenemos que dar, porque además las tecnologías digitales permiten manipularlas y que la gente no se de cuenta. Y es todo un trabajo porque después de que está manipulada, digitalizada, y subida a medios digitales, ¿cómo haces para demostrar que es falsa? Tenes que hacer una reconstrucción, y los usuarios comunes no tienen tiempo de hacerla. A mí me parece que en ese caso es tanto el arma como la defensa.
–Es un poco el trabajo que hacés vos en las redes. Compartís una imagen y a veces puede que ayudes a desbaratar ese discurso. Pero debería haber alguien que se dedique específicamente, sino esa falsa imagen se le escapa al común de la gente, y queda instalada. Es muy difícil luchar contra eso….
-Sí, es muy difícil, no existe un lugar que lo haga sistemáticamente. Está el sitio de Chequeado por ejemplo, pero al mismo tiempo tiene sus limitaciones, porque la dueña es la esposa del alguien del PRO.
–¿Un observatorio? Un organismo estatal…
-Exactamente, necesitas que exista eso. Obviamente que estatal ahora no va a ser, porque las usinas del estado son los que construyen las fake news, pero podría ser una Universidad. Creo que sería necesario un trabajo sistemático desde un lugar con la legitimidad como un observatorio de medios de una universidad con mucha credibilidad. Porque tenés que sustentar con mucha credibilidad que esa imagen fue falsa y construida así y asá. Y construir esa credibilidad no es fácil. Necesitas que la gente te lea, necesitás medios. Las redes sociales son un pequeño medio, pero tenemos una limitación en nuestra capacidad de llegada. Ahí hay un tema para seguir pensando.
–¿Qué es lo que más te atrae o interesa de una imagen? ¿Que tiene que tener esa imagen para que la reproduzcas entre las miles que ves a diario?
-Muchas veces me pregunto eso. Porque cuando hay un acontecimiento importante veo un montón de imágenes que los fotógrafos suben a Facebook. De repente, tenés 200 fotos para mirar al toque, y hay que tener timing para subir algo rápido, porque al otro día ya no interesan. Miro, miro, miro, y digo: esta. Es súper intuitivo, porque lo hago a velocidad, a veces desde el celular. Tendría que hacer un ejercicio consciente de reelaboración a ver qué es lo que miro. Es cuando la imagen me punza, que es un término de Roland Barthes, la foto te punza, o algo adentro de la foto te punza. Yo las miro y digo: de esta quiero decir esto. Y a veces hay fotos que son maravillosas, pero son muy obvias o fueron repetidas muchas veces, entonces no me interesan. Pero hay otra más sutil, o de un segundo plano, o de una parte marginal del acontecimiento, de un detalle, que me dan ganas de decir algo, y entonces elijo esa, no la más efectista. A veces, también, hago lecturas políticas. Si hay represión, pero a su vez 300 mil personas en la calle, yo no voy a hablar solo de la represión, porque es lo que se está buscando. Hago una lectura política del acontecimiento, no solo analizo imágenes, también tengo mis lecturas sobre la realidad, la sociedad, la política, la cultura, la comunicación. Trato de contextualizar, editorializo, deconstruyo o doy datos para que anclen la foto, para que se entienda. No sirve compartir una foto si no ponés de qué marcha es, qué se debatía o qué pasaba, así no tiene sentido.
–Hablemos del rol de la imagen en las redes sociales, fuera de lo estrictamente periodístico. Estamos en un momento en el que esas imágenes intentan definirnos. Con los filtros todo parece homogeneizarse. ¿Podrías explicar cómo eso está presente en la vida cotidiana?
-El tema de las imágenes personales, de las fotos de perfiles, de las selfies, no es mi especialidad, es una rama de la fotografía en donde hay gente estudiando particularmente. Leí muchos trabajos súper interesantes, y me parece que hay ahí algo respecto de construcción de subjetividad en tiempo de redes sociales. Digamos, el triunfo mediático en el sentido de una forma de construirnos como objeto de consumo, o transformarnos nosotros mismos como medio de comunicación. Tenés que armar una foto de perfil, y es todo un tema. Porque es el cómo te presentás a los demás. Es una pregunta psicológica, filosófica, súper profunda. Pero te puedo decir que no me parece un tema menor, banal, superficial. Hay algo ahí de la construcción de la identidad, de la forma de pensarnos a nosotros mismos en función de los demás. Se juegan temas súper profundos, como la construcción de la propia imagen, que merecen investigaciones muy profundas.
-Las fotos en el marketing político tienen gran relevancia hoy en día. ¿Creés que las derechas las usan mejor que los progresismos o las izquierdas? Es como si los sectores progresistas aún no hayan podido sacarle provecho a ese recurso. ¿Hay algo de culpa, de cuidado extremo, de preocupación por la ética?
–Ojo, que ni Macri ni Bolsonaro ganaron solo por los usos que hicieron de imágenes. Primero, hay que hacer una lectura política, histórica, y después ver cómo jugó este caso particular, que sí tuvo un peso. Como Macri ganó por muy poquito, sí creo que pudo ser diferencial el buen uso de las imágenes para que haya ganado. Dicho esto, creo que sí, que la derecha, el macrismo, tuvo mucha habilidad, asesores muy capacitados, y muchos recursos. Y le siguen poniendo, lo que gastan en publicidad, en generación de equipos para trabajos en redes digitales, lo que trabajan en análisis de opinión pública, en focus group. No tengo la cifra exacta, pero es sideralmente mayor que los que gastan en construir escuelas o mejorar hospitales. O sea que ahí te da una clara idea de donde están sus objetivos. Dicho esto, la izquierda, el amplio progresismo, lo nacional- popular, tiene que saber que lo prioritario es construir escuelas y hospitales, pero para eso tenés que pensar también tu política de imágenes. Y que no es contrapuesto, no es que es poco ético, es que tenes que llegar al pueblo, al público, a la opinión pública, a los sectores sociales con tu mensaje, también con la imagen. Hay ahí temas para pensar y debatir.
-¿Por qué el progresismo no maneja bien el tema?
-Creo que hay muchas cosas. Si volvemos a la última campaña presidencial, que es la de 2015, el kirchnerismo no acompañó a Scioli, no le puso sus recursos y Scioli hizo lo que pudo con sus propios recursos. Y entonces fue súper limitado. Después sí, para la campaña de Cristina senadora en 2017, hubo una campaña respecto de la construcción de la imagen de Cristina bien distinta. La izquierda creo que está aprendiendo mucho de políticas de imagen. Si mirabas las publicidades de la izquierda de hace unos años, había como un retraso en el tema de las nuevas tecnologías y del uso de la imagen respecto de las políticas de izquierda. Y ahora creo que hay un ajuste, que lo están repensando. De hecho, la existencia de la Izquierda Diario como medio, que tiene un equipo de fotógrafos que van a cubrir sus temas imbuidos dentro de la filosofía del propio medio. Creo que ahí hay una buena búsqueda por superar eso. Nunca es una sola parte, sino una suma de factores. Hay mucho desconocimiento, por algo Macri contrata a Durán Barba. No es que acá hay decenas de equipos de gente sabiendo muchísimo del tema.
–A diferencia de la obra de músicos, escritores, pintores, dramaturgos, que no puede ser utilizada sin autorización hasta setenta años después de la muerte de su autor, en la Argentina las fotografías pasan a dominio público luego de veinte años de haber sido publicadas. O sea: hay gente viva que no puede cobrar por eso. Pero a su vez, están los que abogan por la libre circulación en internet. ¿Qué opinás al respecto?
–La legislación en la Argentina tiene una deuda con el campo de la fotografía. Hay mucho por hacer y reclamar en este aspecto. Hay un grupo de gente que está trabajando muy bien en el tema y creo que han avanzado. El tema es que en esta etapa de retrocesos en todos los derechos sociales es difícil saber si se podrá lograr a la brevedad el cambio en la ley. De todos modos es tan flagrante la desigualdad entre los derechos de autor de fotografías y lo que sucede en otras artes que tarde o temprano, como la legalización del aborto, va a ser ley.
*Por Guido Piotrkowski para Almagro Revista / Fotografía: Guido Piotrkowski