Qué sistemas de dominación legitimamos con el uso del lenguaje

Qué sistemas de dominación legitimamos con el uso del lenguaje
26 abril, 2019 por Redacción La tinta

Por Susana Morales para La tinta

*Advertencia: el presente artículo contiene palabras que pueden herir la sensibilidad de quienes están leyendo.

“¿Alguien más necesita ayuda con el carry on?”, dijo la azafata cuando nos estábamos acomodando en los asientos del avión. Por un momento, creí que había tomado un vuelo de Washington a California, no de Buenos Aires a Córdoba.

Me pregunte qué hubiera dicho la Real Academia Española de haber escuchado a la azafata mezclar el español con el inglés. ¿Cuál hubiera sido el veredicto acerca del uso correcto del español (o, más exactamente, del castellano, como afirmó Teresa Andruetto en la conferencia de cierre del Congreso Internacional de la Lengua Española en Córdoba, 2019)?

Comencé a escribir estas líneas para calmar mi propia contradicción. Quiero aclarar que no soy lingüista ni profesora de Lengua. Soy simplemente una usuaria de la lengua. Esa es la única autoridad que me atribuyo.

Se sabe que una cosa es la lengua (las palabras y las reglas que las organizan para hacer comprensible un intercambio lingüístico entre las personas) y otra cosa es el habla (cómo las personas y las comunidades a las que pertenecen utilizan la lengua en la vida cotidiana).

La lengua es una construcción social y el habla es una práctica social. Es decir, no provienen de ninguna ley natural. Por lo tanto, son construcciones arbitrarias. Son de una determinada manera, pero podrían ser de otra. Toda relación entre un objeto y su representación (las palabras, por ejemplo) es arbitraria¹. Si fuera necesaria/inmóvil, no habría diferentes lenguas y tampoco habría cambios en una lengua a través del tiempo.

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El lenguaje como construcción y como instrumento de legitimación

La realidad, tal como la designamos, es el modo en que percibimos el orden social y éste, el orden social, es el modo en que se organiza la sociedad. Ese orden social, aún si es percibido como realidad objetiva y, por lo tanto, inamovible, es una construcción humana. No deviene ni de Dios ni de la naturaleza. Por eso, cuando perdemos noción de que el orden social es una construcción humana, se produce la naturalización: atribuir un origen natural a una construcción humana. Para que ese orden posea eficacia y sea percibido como natural, debe ser legitimado permanentemente. La principal herramienta de legitimación es el lenguaje. Existen diferentes niveles que aportan a la legitimación. Todo esto dicen Peter Berger y Thomas Luckmann en La construcción social de la realidad².

Hay un nivel de legitimación del orden social que es incipiente -dicen los autores-, inscripto en el propio lenguaje. Podríamos interpretarlo como legitimación no consciente. Cuando decimos “el Rey de España vino a Córdoba a inaugurar el Congreso Internacional de la Lengua Española, organizado por la Real Academia Española”, estamos dando por hecho que España es un Reino y posee un Rey como Jefe de Estado; que nuestro idioma actual es el español (o el castellano), impuesto a partir de la conquista de nuestros territorios por parte de este Reino; que, a pesar de haber alcanzado la independencia de España, muchos países (en lo que se refiere al uso de la lengua, por lo menos), seguimos bajo el monitoreo/control por parte de esa monarquía a través de la Real Académica Española; y que ofrecemos nuestros territorios (Córdoba, como en 2004 lo fue Rosario) para que ello siga sucediendo. Esa es la legitimación incipiente que de incipiente no tiene nada.

Otro nivel de legitimación del orden social es el nivel teórico. Serían todas las teorías que explican por qué las cosas son como son y deben seguir siendo así. En el caso de la lengua que hablamos, salta a la vista que es todo lo que prescribe la Real Academia Española, que se divulga y re legitima a través de los manuales de lengua que se utilizan en las escuelas.


Y, así como no hay que confundir la realidad que percibimos a través de nuestros sentidos con la representación de la realidad, tampoco hay que confundir las reglas que una sociedad construye para poder convivir con el uso que un grupo determinado hace de esas reglas para consolidar sus propios privilegios.


¿Hay, por lo tanto, alguna razón de peso para impedir que un grupo de hablantes -que podríamos caracterizar como fundamentalmente jóvenes (pero también mayores), mayoritariamente mujeres (pero también varones) e integrantes de la comunidad LGBTIQ- utilice lo que se ha denominado lenguaje inclusivo?

La respuesta es claramente no. No hay ninguna razón para negar el uso de lenguaje inclusivo por parte de esa comunidad, por pequeña o grande que sea, como no la hay para impedir que una azafata se refiera a las valijas de mano como «carry on» (aunque pudiera no gustar a quienes la escuchan).

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Usos incómodos

La disidencia e incomodidad con el uso del masculino como universal no es nuevo. Recuerdo que, hace unos diez años, Mauro Cabral puso el tema en agenda a través del poema «*¿Por qué el asterisco?»³:

Podríamos escribir siempre los.
Podríamos escribir as/os.
Podríamos escribir las y los.
Podríamos escribir las, los y les.
Podríamos usar una arroba.
Podríamos usar una x.
Pero no. Usamos un asterisco.
¿Y por qué un asterisco?
Porque no multiplica la lengua por uno.
Porque no divide la lengua en dos.
Porque no divide la lengua en tres.
Porque a diferencia de la arroba no terminará siendo la conjunción de una a y una o.
Porque a diferencia de la x no será leído como tachadura, como anulación, como intersex.
Porque no se pronuncia.
Porque hace saltar la frase fuera del renglón.
Porque es una tela de araña, un agujero, una estrella.
Porque nos gusta. ¡Faltaba más!
Ahora bien, El asterisco No aparece siempre y en todas partes.
No se usa para todo, ni tod*s lo usan.
En este libro la gente escribe como quiere y puede.
El asterisco no se impone.
De todas las cosas,
Esa.
Esa es la que más nos gusta.

Históricamente, la única función del lenguaje es permitir que las personas nos comuniquemos, que compartamos una representación del mundo y que podamos actuar en conjunto (interactuar).

Por lo cual, el lenguaje, como todo lo que ha sido construido por la comunidad humana, puede ser transformado, aunque haga sentir incomodidad a algunas personas que son testigos de esos cambios. Sin duda, también hay muchas personas que pueden sentir temor frente a estas nuevas situaciones. Para quienes tienen ese temor, una buena pregunta es ¿qué puede haber de malo en decir todes en lugar de todos, cuando nos referimos a mujeres y varones, y otras identidades no binarias? ¿Se corre el riesgo de que alguien no entienda el lenguaje inclusivo? No. En todo caso, puede generar desconcierto, que dará lugar a un diálogo/debate. Lo cual es lo más sano que nos puede pasar como sociedad.

Como contrapartida, cada vez son más quienes sienten incomodidad de hablar utilizando el supuesto universal “o” para incluir la diversidad de interlocutores. De ese grupo, un importante número ha decido tomar las riendas de su lengua y hablar reemplazando la “o” por la “e”.

Hay quienes sostienen que una de las dificultades respecto del uso de la “e” es que en el habla cotidiana se resuelve más fácilmente, pero en el discurso escrito intercepta la lectura. De hecho, lo que se observa es que en el habla se utiliza más frecuentemente la “e”, pero en la escritura hay quienes incluyen el asterisco *, la arroba @, la x… que no tienen una traducción fonética.

Pienso -y es lo que voy a hacer personalmente-, que se podría utilizar la e cursiva (porque remite a la idea de movimiento, de proceso) y negrita para indicar que se trata justamente de un modismo (al menos por ahora), al igual que se hace cuando se utiliza una palabra en otro idioma. Decir por ejemplo amigues. Una grafía con esas características no solamente indica que no se trata de un error, sino, por el contrario, estamos advirtiendo a quien nos lee que queremos llamar su atención sobre un uso deliberado del lenguaje inclusivo. Es una decisión consciente. Se trata de reconocer que, siendo el castellano el idioma de los conquistadores (ahora sí con o), en el mismo acto de su desacato, se procura su apropiación. La apropiación del lenguaje por parte de quienes se proponen transformarlo para expresar con ello la emergencia de nuevos valores, de nuevas relaciones sociales, afectivas, sexuales y políticas: más abiertas, más solidarias, más igualitarias.

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La lengua, siempre la lengua

En cualquiera de sus formas, el lenguaje inclusivo no es un problema (únicamente) lingüístico. El lenguaje es performativo, porque hay enunciados y palabras que, al pronunciarse, implican la realización de lo que significan, sea por el propio contenido o por el efecto que producen.

Algunas palabras son mas “performativas” que otras. La palabra “puta”, por ejemplo, dicha a una mujer o a un varón. En el contexto actual, sostengo la hipótesis de que la letra “e” es clara y decididamente performativa. Puesta en una palabra, la palabra es un acto: es un acto político. La e se ha convertido en una contraseña, un santo y seña para una comunidad de hablantes que crece cada día.

La e, siempre en minúscula porque va al medio de las palabras, por su forma incluso, y refiriendo a metáforas similares a las de Andruetto o Cabral; la e -repito- es una hendija, un agujero (con todo lo atemorizante, pero, a la vez, sugerente que la palabra agujero puede significar) por donde entra la lengua inquieta. Por donde se filtra, se escurren muchas cosas más que la incomodidad. Se derrama una visión del mundo. Y es por ello que el uso de la “e” es una declaración, un Manifiesto que hay que comenzar a escribir.

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¿Qué podemos hacer en las escuelas?

Así como enseñamos el uso correcto de la lengua, pero también enseñamos que existe el lunfardo como parte de la mixtura cultural derivada de la inmigración o el origen de ciertas palabras que remiten a los pueblos originarios, o el uso de los idiomas originarios por parte de algunas comunidades, sería bueno enseñar que, en los contextos contemporáneos, hay, al menos, tres movimientos de transformación del lenguaje.

El primero, resultado de los procesos de globalización e “invasión” cultural a través del idioma por parte de algunas potencias mundiales (EEUU y el Reino Unido), que se ha esparcido en nuestras conversaciones cotidianas. Y que alcanza incluso al campo de la diplomacia, la ciencia y la tecnología. El inglés es el idioma universal.

El segundo está referido a las modificaciones que, de la mano del uso de las tecnologías digitales, está instaurando nuevas palabras, nuevas prácticas y nuevos modos de uso de la lengua.

Y, finalmente, el lenguaje inclusivo como un intento de poner en evidencia y subvertir las relaciones de dominación de varones sobre mujeres (y no solamente) en el contexto del patriarcado (figura que también enseñamos en las clases de historia, por ejemplo, hablando de sociedades que son o han sido más patriarcales que otras).

¿Debemos enseñar que ese, el lenguaje inclusivo, es el uso más correcto en lugar del masculino universal? No. Pero tampoco sindicar ese uso como incorrecto. Por el contrario, quien lo utiliza no debería ser objeto de hostigamiento y quien no lo utiliza, por tener una convicción o sensibilidad diferente, tampoco debería ser objeto de pre-juzgamientos.

Si el primer nivel de legitimación del orden social es el incipiente, no consciente, es hora de hacer consciente los sistemas de dominación y el orden social que legitimamos con el uso del lenguaje.

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*Por Susana Morales para La tinta.


¹ Castoriadis, C. ([1975] 2007): La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets, Buenos Aires.
² Berger, P. y Luckmann, Th.([1966]1994): La construcción social de la realidad. Amorrortu. Buenos Aires.
³ https://es.scribd.com/document/13649799/Interdicciones-Escrituras-de-la-intersexualidad-en-castellano

Palabras claves: lenguaje inclusivo

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