Lo extraño de extrañar

Lo extraño de extrañar
12 abril, 2019 por Redacción La tinta

El periodista Julio Moya murió este jueves 11 de abril después de luchar contra una larga enfermedad que finalmente le costó la vida. Lo honramos con una de esas cosas que mejor sabía hacer, escribir. «El acto de extrañar nunca tuvo tanta importancia como aquel día en que se me acercó Damián al borde de la cama y me preguntó qué era lo que más extrañaba».

Por Julio Moya

En una de sus tantas visitas Damián, amigo, protector y vecino en el pueblo, me hizo una pregunta inesperada y que fue el disparador de un montón de pensamientos que hasta ese momento no me habían invadido. Él es un tipo especial que sabe contener y acompañar y que hasta lo hace con un lenguaje solemne y a la vieja usanza. Es portador de una manera de ser con un modo que está en extinción. Y muchas veces cuando habla lo hace sin tutear.

Se paró al borde de mi cama de hospital, achinó los ojos saludándome con el afecto de siempre, encandiló mi vista con su pelada brillante, y después de un silencio pasajero me dijo: “¿Y usted amigo qué es lo que más extraña?”. Fueron segundos de un viaje larguísimo en montaña rusa. Ante una pregunta tan simple pero tan profunda, entendí eso de que el tiempo puede durar una eternidad en tan solo un puñado de segundos. Y parece contradictorio, pero para esa respuesta mi cabeza demoró mucho, sin embargo, la contestación pareció automática, y le dije: “Lo que más extraño es el mate”.


En realidad, lo que más extraño no solo es tomar el mate, es poner la pava, encender la hornalla, esperar la salida del primer vapor y levantarla del fuego antes que burbujee el agua. Pero lo que más extraño es estar sentado mirando cómo cae el líquido caliente por el orificio tapado de yerba y sentir en la mano la tibieza de la madera. Introspectivamente, hago mi primer ejercicio reflexivo sin saber dónde mi mente terminará con tantos pensamientos al lado de algo tan cotidiano como el mate y la pava.


Después de que Damián se fue y de haber hablado un montón de otras cosas, me quedé pensando con el techo de la habitación como aliado. Miraba perdido hacia cualquier lado sonriéndome y acordándome de Pipo Salguero y de Cholito Laurino. En una noche como tantas que nos cruzaron, donde lo único que se cebaba era un vaso de cerveza, la desinhibición que producía el alcohol en esas reuniones nos transformaba en vulgares intelectuales de la vida. No sé por qué, mientras Pipo desde un puño en alto dejaba caer maníes sobre su vaso lleno de cerveza, el Cholito estaba hablando del mate. De lo que significaba cebarse un mate. Y no estábamos borrachos todavía, hablábamos de que cuando uno comienza a tomar mate y, más en soledad, quizá esta empezando a madurar. Yo abogaba la teoría de que después del mate ya éramos otras personas distintas a las que nunca habían probado un verde. En esos momentos, uno siente que tiene la solución de todos los problemas que nos aquejan y que en un santiamén hemos resuelto los enigmas más insólitos que se nos pudieran ocurrir.

Y a las pruebas me remito. Seba Roggero, amigo y entrañable compañero de laburo, aparte de decirme que me quería, me decía que su vida le había cambiado cuando yo le empecé a cebar mates. Estábamos en la redacción de Día a Día, codo a codo, para nosotros pariendo en nuestras páginas la fórmula de la pólvora o de la Coca Cola por solo meter un título ocurrente, y resulta que el mate era el lazo que nos hermanaba. Ahora Seba me repite a cada rato: “Extraño tus mates, pero lo que más extraño es que vos me enseñaste a tomar mate”.

Entonces, lo extraño de extrañar es simplemente recordar el sentimiento de lo que uno es en determinados momentos. Quizás no solo extraño esas charlas con los amigos, sino lo que yo era cuando estaba con ellos.

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Si hubiera que elaborar un ranking de personas a las que extrañamos, sin duda por robo y por muchos cuerpos, ganarían las abuelas. “Extraño a mi abuela”, puede ser la frase más repetida de la historia de la humanidad. Pero más allá de la persona, extrañás lo que vos eras en ese momento al lado de tu abuela. Extrañás que ninguna otra persona te hacía sentir como ella lo hacía. No la extrañás a ella, extrañás lo que ella producía en tu interior. Desde los olores a los sabores más particulares de sus comidas; sus preguntas insólitas y su imagen protectora sobre tu ser.

En definitiva, no solo estamos extrañando a una persona determinada, sino que quizás lo que más extrañamos es ese momento de transformación que vivimos al lado de cada una de ellas.

Ayer justamente, les decía al Turquito Naum (amigo y recurrente acompañante de este trance que me toca vivir) y a mi hermano Sergio, cómo extraño ir a la cancha. Pero ahora que lo pienso bien, extraño mucho más lo que me genera estar ahí, en ese circo romano, viendo el paisaje de banderas y de gargantas rojas. Extraño ese sonido de la gente que se va haciendo cada vez más fuerte a medida que voy subiendo los escalones del Kempes. Extraño entonces, todo ese conjunto de sensaciones entre previa y pospartido que resulta incomparable y diferente en cada ocasión.


Nuestras situaciones personales suelen ponernos en diferentes escalas. En un acto lastimoso y de poca dignidad, bien podría decir que en este contexto lo que más extraño es estar sano. Pero automáticamente pienso ¿qué es realmente estar sano y qué es realmente estar enfermo? Pero esa filosofía no tiene lugar ahora. Lejos de buscar aliados compasivos, solo creo que lo extraño de extrañar, en este caso, me lleva como primera medida a los lugares más comunes. Por eso los valores individuales cambian de acuerdo con nuestras necesidades.


Extraño barrer el piso. Pensar en cómo agarraba el escobillón con mis manos y removía la tierra hasta juntarla en la palita. Ese acto tan tonto y común puede tener ahora una relevancia inusitada. Extraño la ducha de cada día. Cómo el agua chocaba con mi cuerpo, con mi cara, me invadía los ojos, me tapaba la nariz o me embuchaba la boca. Extraño sacar un corcho, mi sonrisa cómplice del plop, del sonido más hermoso o, por qué no, extraño el caramelo cristalino de ese whisky que bañaba un par de hielos. Y allí en las oscuridades de las noches dejarme llevar por la melancolía.

El acto de extrañar nunca tuvo tanta importancia como aquel día en que se me acercó Damián al borde de la cama y me preguntó qué era lo que más extrañaba. Extraño sentarme. Caminar. Atarme los cordones. Desparramar las brasas. Pasarle el trapo a la mesada. Extraño el chillido de las frituras o pensar en qué tengo ganas de cocinar. Extraño abrir una puerta. Cerrarla con llave. O luego volver a abrirla. También extraño cortar un pasto y masticar ese tallo. Tirar una piedra. Y ver la tierra que queda en mis manos.

Lo extraño de extrañar también es transportarse y no solo pensar en esos actos que uno hoy no puede hacer. También es volver a otra persona.

El domingo pasado después del Boca-River, mi tío Pocho me saludó al irse. Aclaro que mi tío no nació, se escapó de una película de Tim Burton. Es un personaje de ficción, como mi padrino. Nunca sabrá ni entenderá por qué al despedirse sentí que sus palabras me envolvían mágicamente. Entonces habían pasado un asado y una jornada de fútbol frente a la tele con mi tío sentado al lado, y a la hora del hasta luego solo me dijo dos palabras: “Te extraño”. Mi tío Pocho me estaba diciendo no solo que deseaba en su inconsciente mi recuperación, sino que él extrañaba lo que él era cuando yo pasaba a visitarlo. Una picada, unas cervezas, hablar siempre algo del pasado, su pasión por la pesca y nuestras discusiones sobre fútbol. Capaz que es una tontera, pero lo que más extraño de esos momentos es pedirle por enésima vez que destapara la botella como a mí me gustaba. Entonces mi tío pocho se paraba, ponía el destapador sobre el pico del envase, lo llevaba por detrás de su cuerpo, flexionaba la pierna y lo apoyaba en su pantorrilla. Cada vez que allí abajo se escuchaba el shhhh, él me miraba y se sonreía otra vez. Como viejo mozo de bar que había sido, siempre se vanagloriaba de sus dotes artísticas en los momentos gastronómicos. Tras pasar el límite de la tercera cerveza, Pochito abría la tapa de su radiograbador y ponía el mismo disco de Gary.

Mi tío Pocho me dijo con un tono especial que me extrañaba y repentinamente ambos extrañamos las personas que éramos cada vez que nos encontrábamos. Entonces lo extraño de extrañar cobra un sentido difícil de explicar si no se experimenta de esa manera.

*(Como siempre mi ahijada Laura Santillán sigue siendo una protectora que tengo a traces de sus manos. Agradezco todos los comentarios y el apoyo permanente. Se los extraña)

Por Julio Moya

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