Malajunta: El trap que acaricia las neuronas del barrio

Malajunta: El trap que acaricia las neuronas del barrio
26 marzo, 2019 por Gilda

Cuando los MCs de los duelos de freestyle no flasheaban competir en el Luna Park y las batallas de gallos no se transmitían por YouTube, ninguna marca de energizantes de moda sponsoreaba la escena y los raperos no medían su ingenio en seguidores de Instagram. Anamá Ferreira no tenía ni puta idea de lo que significaba la palabra “skere” y los medios masivos de comunicación no hablaban de un “nuevo fenómeno musical”. Pero el trap argento ya estaba ahí y Malajunta Malandro, Mamy, tu chacalito del ghetto, el joven Sandro, nena, lo sabe.

Por Manuela Castro para Almagro Revista

Es un domingo en familia y Matías Ezequiel Mansilla (34) aparece entre la sombra y, de repente, es como si todo sucediera dentro de uno de sus videos. El sol ilumina las calles de tierra rodeadas de árboles y las casas que parecieran estar en construcción permanente. El auténtico Malandro: ropa deportiva negra, la visera recta que enmarca la cara tatuada y, a contramano de los clichés del rapero, no más joyas que un reloj discreto color oro en la zurda. Unos nenitos excitados se le vienen al humo y lo llenan de preguntas: “¿Cuándo grabamos de nuevo? ¿Podemos participar de tu próximo video clip? ¿Te están haciendo una nota?”. Malajunta contesta con paciencia, se ríe. En la esquina, contra una pared de ladrillos, una bandera del Club Atlético Tigre lleva su nombre. Es el escenario perfecto de la mayoría de sus letras: Las Tunas, en la periferia industrial de General Pacheco.

Su barrio, sus códigos.

Invita a pasar a su casa y, ya en su cuarto, pone a temblar las paredes haciendo sonar unas pistas en los parlantes.

—Este es mi estudio.

Su estudio, el “851”: una computadora en un escritorio, un IPad en una mesita de luz de pino, una placa de sonido, otra de efectos, la cama de una plaza de acolchado cuadrillé y una pared con un graffiti del Indio Solari que devela, además de una profunda admiración por el cantante de Los Redondos, algunos dotes para el dibujo.

Además hay Brahma, y está polar.

—Apareció Brahma y me regaló chupi…

—Hace rato que le cantás en tus canciones.

—Sí, pero lo hacía de onda, antes no me mandaban.

Y con antes se refiere a hace no mucho, cuando la industria todavía no había puesto la mirada sobre el trap local. Ahora Ezequiel liga canje bien merecido: es uno de los embajadores locales de la movida. Su época de batallas de freestyle fue entre 2003 y 2007, cuando su apodo no era todavía Malajunta sino el Perroh, las plazas masivas de El Quinto Escalón y la Batalla de los Gallos de Red Bull todavía no existían y los personajes que resuenan hoy en el ambiente no habían terminado la escuela primaria. Después de volverse una de las figuritas de entonces, contemporáneo del Misionero y MC Sergio Sandoval, Malajunta Malandro se puso a componer sus canciones. Son más de 400 las que tiene en su haber entre singles y mixtapes. El amor no muere y vos te querés morir!, editado este año, podría considerarse el primer disco oficial del artista.

—Cuando yo hacía freestyle era por el honor, había chacales chacales. Era la bronca zona sur contra zona oeste, zona norte, capital. Era picante de verdad, ahora es todo para ser youtuber. Hoy todos quieren ganar para ser alguien. A los pibitos les encanta el freestyle y están esperando un ganador todo el tiempo. Si ganás, sabés que vas a subir treinta mil seguidores de Instagram.

—¿Cómo te llevás con esta nueva generación a la que le tocó vivir la explosión del género pero tal vez desde un lugar diferente a como lo sentís vos?

—Ellos hacen una música para el baile y yo hago música para acariciarle la neurona o el corazón a alguno. Son buenos músicos, son talentosos, por algo están donde están, pero a mí no me gusta meterme en esa bolsa.  Pueden tener un montón de reproducciones, pero de todos los raperos que hay, soy el único que la gente se está tatuando logos y frases de las canciones. No lo puedo creer, para vos mandarte una tinta de alguien es porque te hizo bien. No es por moda, porque yo no hago música de moda.

—¿Cómo componés tus canciones?

—Tengo un par de productores que van haciendo pistas y yo elijo. A veces pido que me pasen un par, las dejo para cuando me bajan las ideas y ya voy sintiendo “esta base es para tal cosa”. Lo mismo las melodías, tengo el IPad ahí (en la mesa de luz) porque estoy escuchando una pista y entro a tirar sanata y varias veces dije “después la grabo, me voy a acordar”, y me levanto y no me sale. O cuando compongo una canción con melodía, primero la grabo, porque después me la olvido y ¿cómo encajo la letra arriba de la pista?

—Tus letras tienen un sello propio muy marcado, un vocabulario particular, ¿le das muchas vueltas a la hora de escribirlas o es algo que te sale de forma más bien espontánea?

—No, yo salgo y veo algo que me llama la atención, empiezo a bajar la data y compongo la canción. Casi nunca retoco, siempre lo que sale de toque. Si tengo la instrumental lo compongo ahí, si no cuando me la dan sale la canción entera. La onda es salir a la calle, ver lo que sucede y después de ahí hacer una canción.

—¿Qué te dispara escribir?

—El día a día, las cosas que uno pasa. Soy un chabón que se cargó en la espalda al barrio y tengo que dejar bien parada a la gente mía, tengo que decir cosas que son verdades, buenas cosas. No me gusta cagarla en la música. Me gusta hacer buenas letras con un contenido.

—¿Ves reflejado el contexto actual de crisis en el barrio? ¿Es una cuestión que te afecta?

—La vida me puso en un lugar re loco porque años atrás, cuando todo el mundo estaba bien, yo estaba luchando por esto y no tenía ni diez centavos. En cambio ahora estoy laburando de lo que me gusta y veo a mis amigos preocupados, sin laburo. Pero que yo esté bien no significa que no me duela ver a mis amigos mal. Mi familia también lo vive. Mi viejo labura de sol a sol, mi vieja también.

—¿Te interesa la política?

—No hablo de política porque no sé. A mí lo que no me cabe es dividir. Ayer estaba hablando con mi viejo de eso. Todo el mundo rompiendo las pelotas, haciendo memes con que venga el saqueo y capaz que ni la vivieron y ni saben lo que fue el 2001. Nosotros acá jodidos mal, me acuerdo que con mi vieja sacamos unas maderas afuera e hicimos un guiso en el fuego porque no teníamos ni para la garrafa. Mi viejo, que es mecánico naval y labura para gente de mucha guita, me llevó con él a esmerilar paredes y yo, con la poca edad que tenía, pensé ‘mi viejo sabiendo tanto y estamos acá, re en la lona’. Pero siempre laburó, no se puso a quejar. Hay que buscar la moneda como sea. Hay mucha comodidad y no sé si está bueno porque genera vagancia. La comodidad acomodada, no la que uno se gana. La que uno se gana es la mejor porque sabés que es legal, que esa comodidad es tuya.

—¿Vos sentís que te ganaste esa comodidad?

—Sí, bien ganada. No le metí el dedo en el culo a nadie, no le robé nada a nadie, no anduve apretando gente.

—¿Cómo llega la música a tu vida?

—Por mi vieja y mi viejo. De chiquito, a los seis años, porque acá había un tocadisco y ponían Spinetta, Sui Generis, Leo Dan, Sandro… después, mis vecinos son heavys y cuando ellos tenían catorce años y yo nueve nos juntábamos en el techo a fumar cigarrillos escondidos y a tomar cerveza en las noches de invierno con un grabador escuchando Pantera, Malón, Hermética. Tengo una ensalada de música.

—¿Y cuándo empezaste a hacer tu música?

—Cuando conocí el rap dije “no, esto es lo mejor”. Lo vi más identificado al barrio, vi los videos y pensé ‘es como acá pero con la pilcha un poco más ancha’. Pasaba lo mismo: los tiros, la esquina, los vagos. En el 2004, mi sueño era esto que está pasando: los autos con rap, los locos moviendo la cabeza, los pendejos, el rap sonando en las casas. Igual, ahora que explotó, estoy re desligado, o será que estoy más grande. Me baja más data el rock que el rap. El rap no me está diciendo nada.

—¿Te molesta la masividad que está teniendo hoy la movida?

—A mí no me gusta mucho la exposición. Soy medio paranoico, la cabeza me va a mil. Es como que todo el tiempo pienso que algo malo me va a pasar. Si me va muy bien una semana, pienso que algo malo viene. Hay como una parte de mierda que me perturba. Es algo que yo sufro, pero le encontré la solución. Yo estoy acá en mi barrio y me siento bien, me siento seguro. Sé quién me odia, quién me tiene rencor, todo eso te llega.

—¿En qué sentido te llega?

—La mala energía te afecta, te llega. Prefiero rodearme siempre de la gente que te hace bien, no me gusta sentirme incómodo. Tampoco eso del ‘artista’. Yo quiero que la gente escuche mi música y la valore. No sé si yo soy tan importante. Compongo canciones y lo que te gusta es lo que está ahí; después, lo que soy yo es problema mío. Pero amo cantar, amo subirme al escenario, es lo mejor que me pasó en la vida. Entonces, eso es lo único que me interesa: hacer música y que me deje un billete para vivir.

—¿Cómo empezaste a vivir de la música?

—Laburaba de piletero en Nordelta, porque acá toda la gente trabaja en el country, y renegaba porque tenía que ir con un pantalón cremita y una camisa, como para diferenciar al laburante. Entonces, mi patrón me cagaba a puteadas porque yo le caía en bermudas, zapatillas, anteojos, visera. Y un día entro a una casa, pero una casa zarpada, y la dueña era una mina joven, tendría 40 años. Yo estaba limpiando y ni bola le di, estaba con el auricular meta cantar. Entonces, ella se ríe y le dice a mi patrón: “Che, ¿este es piletero o trajiste a Daddy Yankee?” y me empecé a cagar de risa. Después, ese mismo día voy a otra pileta y aparece un guachín de la nada, un pibito de diez u once años y me dice: “Vos sos Malajunta, ¿no? Los cantantes no limpian piletas”. Ellos imaginan que tenés guita, minas, todo. Enseguida, mi cabeza hizo un click: ‘no tengo que laburar, ese nene tiene razón, pobre niño, le arruiné la ilusión’. Abandoné a la mierda el laburo ese y con la guita que había ahorrado pagué un par de cosas de producción y me decidí a dedicarme a la música al cien por cien. De alguna manera iba a salir, y salió.

—Además de las energías, que mencionaste recién, te gusta la astrología, ¿no? ¿Sos de darle bola a los signos?

—Sí, a full. Yo flasho que con las personas de Leo no me doy: me peleo, me aburro o no me dan ganas de juntarme. Es natural, no sé por qué. La mujer de acuario es mi debilidad, igual que la de piscis y la de tauro. Pero, a la de virgo ‘tocá para allá’, son jodidísimas. Es re posta lo de los signos y con la gente de géminis me llevo de diez. Las mejores personas que conocí en mi vida son de géminis.

—Energías, astrología… ¿crees en dios?

—Soy católico pero fui haciendo mi propia creencia. No sé si Cristo fue una persona mágica. Para mí fue un político que movió masas, un Che Guevara de aquellos tiempos. Después, la gente lo mitificó. No podés creer en La Biblia porque tiene como quince mil años.

—¿Leíste La Biblia?

—Sí, igual me gusta que la gente tenga fe en algo. Creo que la iglesia fue inventada para que el ser humano sea más recatado. Te dicen “no a esto porque el Señor te va a castigar”, y en realidad es para que no hagas cagadas, amigo. Si no hubiera un dios, seríamos todos unos hijos de puta y estaríamos con una ametralladora acá.

—En alguna oportunidad reconociste haberte mandado tus cagadas.

—Y sí. Acá coqueteás con el innombrable todo el tiempo. Mis amigos, la mayoría, estuvieron presos. Otros andan en la delincuencia y hace dos o tres semanas mataron a uno. La policía lo tenía marcado. Vino la mamá y, como saben que sé dibujar, quiere que lo pinte en una pared. Le dije que sí. Convivís con eso. No me siento orgulloso de las cosas que hice cuando era más chico, pero nos mandamos cagadas con mis primos y mis amigos.

—¿Nunca sentiste resentimiento o una sensación de injusticia?

—¿Por qué?

—Por ejemplo, que la policía marque a un amigo tuyo y lo mate. Haber nacido en una situación social sin determinados privilegios, más difícil que otras personas.

—No me genera resentimiento. Si no hubiese vivido todo lo que viví sería un pancho y estaría regalado por la vida. En cambio, estoy re pillo de un montón de cosas. Hoy mi laburo es mío, mi mánager lo creé yo. Era mi amigo y le dije: “Boludo, vamos a laburar”, y ahora el chabón se maneja solo. El otro día nos reíamos porque vamos a tocar al Sur y me dicen “che, tu mánager diez puntos, alto mánager”. Y yo lo miro al Negro y me entré a cagar de risa. El chabón ya se maneja zarpado. Nos codeamos con el mánager de Las Pastillas del Abuelo, con gente de The Roxy, Groove, tengo entradas para ir a donde quiero, laburo todos los fines de semana y ellos se acomodan a mis condiciones. El que manda acá soy yo, soy súper independiente y vamos todos juntos.

—¿Alguna vez te la creíste?

—Cuando era más chico y sonaba para todos los pendejos de acá de Pacheco, pero malísimo. Creo que lo que me ayudó a no creérmela del todo es que no ando en el ambiente de la estrellita de la música. Estoy con mis amigos en un ámbito de vida normal. Aunque no sea normal nuestra vida, coqueteamos todo el tiempo con que sí lo es.

Vida normal: Al fondo de la casa, alrededor de un tablón de madera y un asado que ya fue, hacen sobremesa con un vino su papá y su tío. Una de sus hermanas -son cinco en total: él, el mayor- y una mujer de rastas entrelazadas se pintan las uñas al sol. Malajunta dirá del amor que él espera juntarse con alguien que lo aguante “así, rompepelotas” a los cincuenta años. Que ahora “ni en pedo”, que no se enamora más.

—¿Cómo te imaginás hacia adelante?

—Juntar plata, tener una quinta, mi estudio y vivir con mis amigos o con alguna mujer.

*Por Manuela Castro para Almagro Revista. Fotos: Francisco Odorizola.

**Nota de la redacción: Esta entrevista fue realizada en noviembre de 2018 y forma parte de la edición especial impresa de Almagro Revista publicada en diciembre.

Palabras claves: Malajunta

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