Trabajamos para ellos

Trabajamos para ellos
11 diciembre, 2018 por Redacción La tinta

El cambio en la naturaleza de los gastos ha puesto en el centro de la escena a las empresas de servicios estratégicos privatizados. Debemos pagar derechos que habíamos conquistado y, hoy, son mercancía, comercializados por ellos, quienes producen y, actualmente, además, gobiernan.

Por Martin Fogliacco para La tinta

Si hay un lugar común en el capitalismo, es la libertad. La libertad es la piedra angular del sistema, al menos, discursivamente, como illusio de los agentes que participan de las relaciones capitalistas. Todos la pregonan y el sistema se defiende en primer lugar desde esta premisa: es el único sistema posible que permite la libertad de todos los agentes. ¿Permite la libertad de todos los agentes? ¿O es la libertad una cáscara vacía que sirve para sostener y reproducir un orden social determinado? Y si es determinado, ¿por quién es determinado? ¿Son libres todos los agentes?

Quizás habría que ponerse a revisar qué es la libertad, quizás deberíamos ver qué surge de la comparación de la concepción de libertar con la realidad práctica. ¿Será que nos vemos como sujetos libres aunque no lo seamos? ¿Por qué? ¿Será que el concepto de libertad que nos resulta útil para sentirnos libres está atado a parámetros de no-libertad que no coinciden con nuestro momento histórico? Si libertad es la ausencia de un látigo sobre mi espalda para obligarme a realizar un trabajo sólo a cambio de no recibir daño físico, podemos llegar rápidamente a la errónea idea de que todos somos libres. Pero es esta una concepción instrumental, porque, en tal caso, ya no hay un látigo físico, pero eso no significa que no existan otros instrumentos menos explícitos que estén cercenando nuestra libertad.

¿Cuáles son los instrumentos modernos? ¿Cuáles son los látigos que la sociedad, hoy, se permite, sin por ello perder el horror por látigos de otras épocas?

2018.09.12_Feriazo de la economia popular_FB_23

Sin prisa, pero sin pausa

Además de una innegable caída del salario real de los trabajadores, enfrentamos, en estos años de gobierno neoliberal, una modificación en composición de los gastos.

Los servicios, por caso, representaban otrora una porción baja del gasto familiar, hoy, sin embargo, es alta. Antes, el combustible era apenas una preocupación menor; hoy, es una cuestión central para cualquiera que tenga vehículo. El alquiler pasó de representar valores cercanos al 20% de los ingresos familiares promedio a casi el 50%, sin contar expensas, impuestos ni servicios, en cuyo caso alcanza al 70% del ingreso y esto, a su vez, sin considerar otros costos de la estricta supervivencia como alimentación, salud y transporte.


Dinero que antes se destinaba al ocio, espectáculos culturales, paseos y otras actividades más bien relacionadas a hacer de la vida un tiempo más ameno, mejor vivido; hoy, se destina al pago de los servicios básicos. Trabajamos para pagar el gas, la luz, el alquiler, el combustible y los alimentos. ¿Qué sucedió en el medio?


García Linera apunta que una revolución es una construcción en olas, con avances y contracciones, y así como lo es para las conquistas de los sectores populares, también lo es para los grupos corporativos. Han avanzado en oleadas a lo largo de nuestra historia, han tenido conquistas que, rápidamente, podemos identificar con periodos concretos. Así como el grupo Macri pasó de tener 7 empresas al inicio de la dictadura a 47 al finalizar, otras grandes corporaciones como Techint y Acindar incrementaron su capital de manera estrepitosa en un contexto en que las pequeñas empresas cerraban. Más tarde, durante la década de los ’90, -el neoliberalismo menemista- grandes empresas se favorecieron de las privatizaciones de los servicios del Estado (Aerolíneas, YPF y Gas del Estado, por mencionar las más representativas).

En aquel entonces, por la necesidad de esos capitales de avanzar sobre los sectores estratégicos de la economía, como el caso de los energéticos y el transporte, se empezó a instalar que el Estado era ineficiente y que, por culpa de esta estructura atrasada y pasada de moda, no podíamos insertarnos al nuevo mundo del capitalismo total ahora que, por fin, había sido derrumbado el muro de Berlín.

El fin del comunismo acabó rápidamente con la necesidad de sostener la idea del Estado de bienestar para tapar los desequilibrios del capitalismo. Ahora, la doctrina del mercado tenía vía libre y era la hora de destrozar el único escollo que quedaba, la administración pública.

La puerta de entrada a ese mundo de maravillosas posibilidades de consumo de productos tan inservibles como bien diseñados era deshacernos del Estado y pasar a las más modernas y eficientes estructuras: las empresas. Se privatizó todo; la luz, el gas, el agua, el petróleo, el transporte terrestre y el aéreo. Se abrieron las importaciones desmantelando la ya escasa industria nacional y el resultado fue nada menos que el único posible. Todo acabó en una crisis económica sin precedentes, un caldo que terminó de explotar en la cara de De La Rúa, pero que, desde años antes, venía dando señales con desempleo, recesión, compresión de los salarios, desnutrición.

Durante el kirchnerismo, algunos de esos servicios estratégicos, ya no rentables para las empresas extranjeras como YPF o Aerolíneas Argentinas, fueron reestatizadas, pero aquellas cuyos capitales se conformaban, al menos en parte, por socios nacionales se sostuvieron en la esfera privada y el Estado, en todo caso, operó como ente regulador de la relación entre las empresas y los usuarios estableciendo ciertas condiciones en la prestación y oficiando de mediador en la conformación de precios.

Lo que ocurrió con la llegada de Macri al gobierno es que, junto a él, llegaron esas empresas al poder y la mediación del Estado pasó a orientarse hacia las necesidades de rentabilidad de los accionistas a quienes representan. Es esta la naturaleza del capital, su fin último no es vender productos, no es brindar servicios, su fin último es la acumulación. Los productos y los servicios son apenas medios.

macri-mindlin-empresarios

La mano visible del mercado

Hasta el hartazgo, se ha buscado instalar que el mercado es el regulador natural de toda la actividad económica y que es la competencia la que garantiza el mejor precio y la mejor calidad para los consumidores. Pero ¿de qué competencia podemos hablar cuando la economía se constituye de oligopolios y monopolios? ¿A qué equilibrio nos referimos cuando hay un solo oferente? ¿Qué sucede cuando ese pequeño grupo de empresas se encuentra, además, sentado en el sillón de Rivadavia?


En Argentina, sólo dos empresas lideran el sector energético y de hidrocarburos: Pampa Energía y Bridas Corporation. Pampa Energía, de Marcelo Mindlin, amigo personal de Mauricio Macri y que consiguió del Estado una ayuda económica de 140 millones de dólares para financiar la compra de Petrobras Argentina y completar, así, un holding que toda la cadena de producción y distribución de energía e hidrocarburos. Bridas Corporation Argentina compete nada menos que a Alejandro Bulgheroni; el hombre más rico de Argentina y que, luego de la fusión con Bp, se convirtió en la mayor petrolera privada del país.


En todas las cadenas estratégicas nacionales, aparecen monopolios y oligopolios que concentran y dominan el mercado, definen las condiciones de juego para todos los demás. Ahí aparecen los Macri y Eurnekian, los Pérez y Pérez Companc, los Roemmers y los Werthein. No más de 100 familias.

¿Será, entonces, que podemos hablar de competencia? ¿O cuando se habla de “las empresas” o “el mercado” como una entelequia que regula una actividad económica, en realidad, estamos hablando de Marcelo y Alejandro (Mindlin y Bulgheroni), de Mauricio y Eduardo (Macri y Eurnekian)?

marx-150-mundo-trabajo-p-collado
Foto: Eloísa Molina

Todos trabajamos para ellos

El cambio en la naturaleza de los gastos ha puesto en el centro de la escena a las empresas de servicios estratégicos privatizados y, hoy, devenidas en gobierno. Trabajamos para pagarles. Ni más ni menos. Ellos han establecido las condiciones y nosotros debemos cumplirlas casi a rajatabla si no queremos quedarnos verdaderamente fuera de un sistema de vida, renunciando a derechos que habíamos conquistado y por los que, hoy, debemos pagar individualmente en lugar de contar con un Estado distribuidor que garantice el acceso universal.

Derechos devenidos, hoy, en mercancía, comercializados por ellos, quienes producen y, actualmente, además, gobiernan. Trabajamos para pagarles. ¿Cuántos días del mes trabajado son destinados a pagar el alquiler? O ¿cuántos días del mes son destinados por el trabajador para que un propietario tenga un mayor nivel de ingresos a costa del suyo? El trabajador produce indirectamente para el propietario de la casa que alquila. De la misma manera que produce indirectamente para el dueño de la empresa de luz y de gas.

No hay más claro ejemplo del origen de las riquezas. Mal aprendemos que las empresas generan riqueza y la derraman sobre los trabajadores. Es exactamente al revés. Los que generan la riqueza son los trabajadores, lo que hacen las empresas es acumular esa riqueza. No importa si estamos en relación de dependencia o si lo hacemos por cuenta propia; un pequeño comerciante, un pintor y un artista, todos trabajamos para pasarles a ellos el fruto de nuestro trabajo.

Y, aún así, si todo el trabajo no alcanza, quedamos debiendo.

* Por Martin Fogliacco para La tinta

Palabras claves: Cambiemos, Servicios Públicos, trabajo

Compartir: