Los varones “aliados” también somos culpables

Los varones “aliados” también somos culpables
11 diciembre, 2018 por Redacción La tinta

Por Eduardo Nicolás para La tinta

El surgir de la cuarta ola feminista nos tiene a nosotros, a los varones –en su espectro más amplio–, discutiendo, repensando, de/re-construyendo formas, maneras, lógicas de asimilar esta desnaturalización de muchas de nuestras prácticas que realizamos de la manera más cotidiana.

Primero, empezamos por darnos cuenta de nuestros machismos en nuestras frases, en nuestra corporalidad y nuestra manera de expresarla, y empezamos a intentar cambiarlo. Luego, pasamos de repensar lo exterior, a repensar nuestras lógicas internas, ya sea en el trato con compañeras/compañeres de manera afectiva y la manera de relacionarnos en nuestros espacios políticos. Con una de las cuestiones centrales en el feminismo, que es entender que “lo personal es político”, empezamos a politizar también nuestras maneras de relacionarnos, empezando a ser conscientes de las desigualdades y asimetrías; de nuestros privilegios y nuestras facilidades de acceso en muchas áreas. Nos empezamos a dar cuenta de que la mayoría de los espacios que habitábamos/habitamos tenían mayor apertura para nuestra incorporación que para las compañeras y disidencias sexuales. Nos era más fácil destacar en la política, en la música, en los deportes, en los trabajos, en las aulas y muchos etc.; nos dimos cuenta de que el reclamo de “feminizar los espacios” tenía que ver con “abrir un poco el juego en todos los lugares”.


Algunos empezamos a ceder, quizás, en un principio, sólo por ser “políticamente correctos” y por querer estar a la altura de lo que la etapa nos demanda, y pensábamos que con eso ya estábamos surfeando esta nueva ola. Mientras aparecían escraches a otros varones, quienes nos creíamos con la conciencia limpia de no haber hecho nada “escrachable”, seguíamos tranquilos. A veces, los escraches eran a personas desconocidas, conocidos lejanos y, hasta a veces, a quienes compartían con nosotros ciertos círculos de relacionamiento.


La desnaturalización de cada una de las prácticas, y esta mayor visibilidad en nuestras lógicas, trajo consigo una suerte de hartazgo, ante la reiteración de casos de chabones escrachados, de acosos en la calle, de nuestros machismos, micro-machismos o lo que fuese, parecía que las mujeres tenían menos tolerancia con nosotros, los que “no habíamos hecho nada”. Y, ahí, cuando creíamos que veníamos haciendo las cosas “medianamente bien”, nos volvieron a surgir miles de dudas que decidimos abordar en silencio, por miedo a hacer un cuestionamiento o una pregunta que vaya a ser malinterpretada por nuestras compañeras, entonces, nuestra cabeza nos hacía repensar cada pregunta que íbamos a hacer, en una suerte de búsqueda algorítmica, para que no contenga ninguna palabra o frase que “haga ruido”.

Ahí, vinieron varios reclamos de nuestras amigas que nos pedían “no usarlas de terapeutas de la deconstrucción”, ya que eso era depositarles nuestra deconstrucción y que ya bastante tenían con las suyas. O que esa distribución patriarcal de las tareas del hogar, donde estaban incluidas las tareas del cuidado, no distaba mucho de hacer que sean las compañeras las que deban cuidar nuestra deconstrucción, nos llevó a darnos cuenta de que la salida tenía que ser colectiva y hacer que nos empecemos a preguntar entre nosotros mismos, los varones. El tema se volvió tan mediático que hasta salieron spots de publicidad donde chabones “tinchos” cortaban con la complicidad machista en el acoso.

La deconstrucción tiene que ser colectiva o no puede ser. Hasta que no podamos entender que el acosador, el abusador también son culpa nuestra, no vamos a poder cambiar nada. Y no, no es que me quiera atribuir una carga más para sumar un punto en el “feministómetro” ni creerme juez moral de la deconstrucción, pero si no entendemos que tiene que hacerse hasta en nuestros propios espacios -los más íntimos, por más grado de politización o despolitización– donde se tejen los modos de relacionamiento y de aprendizaje, entre nosotros y con les demás, no hay horizonte de deconstrucción posible.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Es importante que nos sigamos juntando a hacer las cosas que solemos hacer, pero empezar a contarnos nuestras inquietudes, dudas, certezas de lo que viene pasando; ver cómo nos afecta y toca a cada uno de nosotros; ver cuántas veces tuvimos que reafirmar nuestra masculinidad para no quedar excluidos entre nosotros; ver cuántas veces usamos un privilegio, siendo consciente, para obtener algo; pero también qué hacer con nuestro conocido que sabemos que abusó a alguna piba, con el que insistió por demás, con el que usó la excusa del “estaba en pedo”, con el que se borró y fue un forro con la piba. Dejar de marcar una distinción entre un “ellos” y un “nosotros” no hace más que ponerle un techo a nuestra deconstrucción.

Nos quedan importantes tareas pendientes, que juntarnos entre nosotros y entre quienes decirse feminista no sea motivo de aplausos, preguntarnos y re-preguntarnos cada práctica, usar los espacios que habitamos para introducir inquietudes que se tornen productivas, no caer en medirnos a nosotros mismos en estos espacios, sino realmente utilizarlo para el mutuo crecimiento, interpelarnos de la manera más sincera posible.

Sin apropiación colectiva, no hay tránsito en la deconstrucción posible.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Eduardo Nicolás para La tinta.

Palabras claves: Masculinidades

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