Falta una vida para el verano, el peso de las ausencias

Falta una vida para el verano, el peso de las ausencias
12 diciembre, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Falta una vida para el verano es la primera novela de Leandro Gabilondo, recientemente publicada por la editorial Indómita luz. Un grupo de amigos se va a pasar unos días a la costa argentina. A bordo del “Cumbia01”, nombre con el cual fue bautizado el auto en el que viajan, los veinteañeros están dispuestos a disfrutar de aventuras y travesías, pero también alejarse de la rutina sirve para observar lo íntimo, lo esencial, lo profundamente humano. Para atravesar la superficialidad y arder en preguntas que, casi siempre, no tienen respuestas.

Este relato de viaje, con el correr de las páginas, muta en un policial a partir del asesinato de uno de los jóvenes. Leandro Gabilondo, con un ritmo preciso, aborda los amores que van y vienen, la amistad, la familia, los vínculos y las dolorosas ausencias de los seres queridos que ya no están.    

La casa que la Cordobesa había alquilado con sus amigas estaba alejada del centro. Era muy chica, pero tenía dos pisos y techo de chapa a dos aguas. La escalera caracol era finita y negra, de metal, con un caño en el medio. Arriba estaba la única pieza y el baño. Si bien la Cordobesa se llamaba Lourdes, Google le decía “Potra”, por Rodrigo. -Cualquiera, culiao -respondía ella sonriendo. -Es que llevás el acento como marca registrada -le contestaba Google mientras subían la escalera a los besos. Era una siesta con un calor que rajaba la tierra, pero ellos decidieron perderse una tarde de playa para estar juntos. -Mirá si me gustarás, Potra, que caminé hasta acá bajo el sol con una resaca de la concha de la lora. -Callate un poco, por favor -le dijo ella. Se rieron y sintieron sus alientos de la noche anterior. Un deseo total. Las tetas grandes de la Cordobesa se apoyaron contra el pecho bronceado de Google que seguía con la gorra puesta. Ella se la sacó y empezó a besarle el cuello, siguió bajando con la boca hasta su ombligo y Google cerró los ojos acariciándole la nuca. La cucheta estuvo a punto de quebrarse. Google la miraba a los ojos y la Cordobesa se movía con un ritmo preciso, contundente. Media encorvada y agarrada a los tirantes de arriba, sus gemidos tenían una fuerza bellísima.  Acabaron juntos, parecían esas parejas que se conocen todos los lunares. Ella estaba agitada y respiraba como si recién hubiese terminado de correr una maratón. Él la acariciaba y le repetía que qué increíble, que era hermosa, que qué increíble, que era hermosa. Ella sonreía y lo acariciaba. Transpirados, con el ventilador en el punto máximo y el movimiento de una señora mirando tenis, se durmieron.  A eso de las seis y media de la tarde, Google la despertó con un mate. Bostezando, la Cordobesa le respondió con una pregunta: -¿Qué hacés, culiao? -Fui a mear y me pareció que la reina del cuarteto tenía que ser agasajada con un mate amargo. -¿Eh? No entiendo nada. ¿Qué hora es? – Las diez de la noche.- Dale, en serio. – Las siete menos cuarto, Potrita. Ella bostezó  y se acomodó el pelo. Así, miró un punto fijo unos segundos, hasta que miró a Google con una sonrisa y le preguntó. -¿siempre sos así de confianzudo? -Sólo cuando sé que me puedo enamorar. -¡Qué exagerado! Si recién te conozco…-¿Y? – Ah, bueno… vos sos un intenso irrecuperable. -Ayer mi amigo Shuman me habló de eso. Posta. Pero te repito, Potra, sólo soy así cuando sé que me puedo enamorar. -La flasheás fuerte ¿Sabías? Es un quilombo enamorarse, culiao. -Cada vez que me decís ´culiao´ se me viene a la cabeza la canción de Rodrigo que dice. “Y mira qué ironía, querida”. -¿Y eso qué carajo tiene que ver con lo que estamos hablando?-preguntó tentada. -Nada, pero es un temazo y vos me hacés acordar. Me encanta cómo arranca: “Con él eres ciudad, conmigo aldea”. -Qué aparato que sos, culiao, me hacés reír. -¿Viste? Tengo esa capacidad, además de ser muy fachero, te hago reír, soy completo como croto con mutual. La Cordobesa largó una carcajada y le dijo que era una máquina de hablar boludeces. Google le respondió que sí, que lo asumía, pero que a ella le gustaba, que se le notaba en los ojos. Ella, sonriendo y mordiéndose los labios se cambió rápido, fue al baño, se lavó los dientes, la cara y volvió. Google seguía tomando mates en calzoncillo, ella le acarició la espalda y le dijo que tendría que ir yendo porque en un ratito iban a volver las chicas. -Vos me vas a terminar enamorando, Potra, acordate -le dijo Google. Ella lo besó en la pera, le puso un dedo sobre la boca haciendo ´ssshhh´ y bajó las escaleras. Él se cambió, se puso la gorra y la siguió con el termo y el mate. Al despedirse, él le dijo que nunca pensó que iba a pasar una siesta tan linda en estas vacaciones. -Te encanta exagerar todo -respondió ella y agregó -Esta noche te escribo cuando salga del boliche si querés, quizás las chicas otra vez nos dejen un rato la casa sola. Él se le avalanzó, le agarró la cara, le dio un beso largo y le dijo: -Me re cabe, Potra, y más si me los decís con esa tonadita que me vuelve loco. Desde la puerta, ella sonrió y se mordió los labios de nuevo; porque Google, que se iba con las ojotas en la mano, caminaba de espaldas sobre la calle de arena y tierra, imitaba los gestos de Rodrigo y desafinaba la parte del estribillo que dice: En cambio yo te ofrezco mi vida con tan sólo una mirada”.

En esta novela, todos viajan. Los amores de veranos para reencontrarse, los amigos de vacaciones, las chicas y chicos del pueblo para ir a estudiar a la capital, los desplazados para buscar justicia. La música siempre está presente. Hay rock, pero también hay cumbia. Las diferencias de clases aparecen de la manera más cruel y violenta. Porque cuando no hay amor, hay muerte. Y ante eso, sólo queda luchar para lograr justicia.

“En Domínguez llueve mucho, Google. Igual que el día que hicimos un campamento en el club y vos chapaste por primera vez con Juli, en las parrillas creo que fue. Me acuerdo que llegaste empapado hasta la carpa y lo contaste. Teníamos doce ¿o trece? No importa. Cuestión que acá llueve como ese día, pero son casi las siete de la mañana del sábado más triste de mi vida. Te trajeron ayer a la noche al pueblo. Llegaste con nosotros, que nos quedamos hasta que terminó el traslado. Desde que nos enteramos hasta ahora pasaron tres días, pero para mí fueron treinta años, o tres horas, no sé, todo es un flash que se repite y se aleja. No pude dormir en toda la noche. Tengo una tristeza que me desespera. Necesito una explicación. ¿En qué momento te fuiste del boliche, Google? ¿A dónde? ¿Por qué? ¿Cómo fue que terminaste así? No puede ser verdad. Intento reconstruir estos tres días y hay muchas partes que se me pierden, deben estar en algún pozo ciego del cerebro, andá a saber dónde va todo ese infiernito. Quizás es la bronca, la incertidumbre, el dolor, qué sé yo, pero hay partes, horas enteras, en las que ni siquiera me acuerdo dónde estaba. Es terrible, y te juro que no puedo más, no me entra en la cabeza cómo puede ser posible toda esta mierda. Parece una peli, por momentos siento que es mentira, que me volví loco. Por eso lo de Gonza es tan admirable, ante un mambo tan negro, si vos lo hubieses visto, cómo se puso la situación al hombro. Lo que hizo esta vez creo que nunca en mi vida se lo voy a terminar de agradecer. Mientras él se encargaba de todo, absolutamente de todo, Pancuca lloraba como un nene y no paraba de pegarle piñas a las paredes, se peleaba con la yuta, con los periodistas, con cualquiera que se le cruzara. Yo estaba paralizado. Y sigo así, no puedo hablar ni con mis viejos, no puedo hablar con nadie. Entonces te escribo a vos, es mi estrategia para mantenerte vivo, para que tu sonrisa deje de ser una foto en Crónica.  Cuando volvíamos en el Cumbia01 sentí el silencio más zarpado que alguien puede sentir. Los tres sin decir una sola palabra desde San Bernardo hasta Dominguez. Por momentos, el gordo lloraba y no decíamos nada, lo dejábamos llorar. Le pegaba trompadas al techo del auto. Gonza, con los ojos brillosos miraba la ruta, agarraba el volante bien firme y seguíamos avanzando. Atrás, yo apretaba la pelota de la Libertadores y temblaba. Iba con tus cosas al lado mío. Armar tu bolso fue una tortura, Google.  Antes de salir armé el mío y me di cuenta de que había que armar el tuyo. Mientras juntaba tus cosas sentía que me estaban metiendo paralíticas en la sien, pero te traje todo, mañana se lo voy a dar a tus abuelos. Hasta el desodorante te traje. Estaba destapado arriba de la cama. Cuando lo vi, te recordé diciéndome: “Este es el de la cábala, Shummy, con este gano de una”. Siempre decís esas pelotudeces que te hacen el imbécil más maravilloso que haya pisado este mundo. Pero ahora me tengo que conformar con sólo tus anéctotas,y no me entra en la cabeza, quiero que me caguen a cachetadas y me digan que es mentira, que me despierte. Es una locura total, Google. Y no entiendo nada, no caigo, y me duele, me duele muchísimo no saber qué fue lo que pasó. En el pecho tengo una ametralladora, y escribirte es lo único que me sale. Es más, te imagino leyéndome, imagino la cantidad de boludeces que estarás diciendo, que si escribo así soy alto ladri, que me rescate, que le meta más suspenso, más porno, más explosiones, todas esas giladas bellísimas que siempre me decís. Incluso, te imagino en cuero, con tu vaso de chapa lleno de vino, amenazándome: “más vale que si voy a ser un personaje tuyo me hagas bien gato, con alta facha, recontra pillo”. Te juro que daría todo lo que tengo por escucharte hablar una vez más, Google. Tus abuelos y todos los que te queremos vamos a lograr que se haga justicia. Como sea, lo vamos a lograr. Y aunque no tenga fuerza ni para respirar, ahora me voy a cambiar porque en un rato arranca tu velorio. Voy a tener que mirar a tus abuelos a los ojos, y no sé cómo voy a soportar eso, de dónde voy a sacar fuerzas. Por eso, intento pensar que vas a estar con nosotros, que Pancuca se va a tomar toda la gaseosa y se va a comer todas las facturas de crema pastelera; mientras vos, te estoy viendo, Google, seguro te vas a reír y lo vas a boludear hasta el cansancio, como siempre. Porque vos estás acá, recién lo acabo de comprobar. Lo vi desde la ventana que da al patio, el refusilo que cayó sos vos. No tengo duda. Un trueno re pulenta y después la luz ligerísima. Sos vos. Una energía única que nadie puede igualar. Esos sos, una ráfaga de intensidad que alumbra todo lo que se te cruza, no dejás nada sin alumbrar, todos te ven, todos te sienten. Por más fugaz que nos parezca, por más inalcanzable que sea tu velocidad, nunca vas a pasar desapercibido, amigo. Nunca, nunca, nunca”.

La amistad como estandarte, el compañerismo. El ponerse en el lugar del otro. El sentirse acompañado y contenido. El abrazo ante el llanto. Lo colectivo sobre lo individual. El soñar en conjunto. En los tiempos que corren, las incondicionalidades son urgentes y Falta una vida para el verano habla de ellas.  

En la tele siguen diciendo que sos otra víctima de la inseguridad y no sé qué poronga más, también ponen en duda si fue un ajuste de cuentas por drogas. Lo tiran como hipótesis. Así de mercenarios son. Decí que la última vez que prendí el televisor fue antes de irnos de vacaciones, pero sé del humo que venden porque Pancuca está todo el día tirado en el sillón haciendo zapping, esperando que aparezca algo. Me manda audios eternos contándome. Que tal diputado usa tu caso en la radio para decir que falta contención familiar, que los peritos no sé qué pista nueva aportaron para demostrar que fue un robo, que en un programa de chimentos dicen que tendrían que investigar primero en tu entorno, que el conductor de no sé qué programa pone cara de pobrecito para decir que podrías ser su hijo, y así, a cada rato. Me satura. Se saca, me grita que cómo pueden ser tan mentirosos, que no tienen vergüenza, que los mataría, que los quiere ver sufrir. Me tiene para el orto eso, me paraliza, no sé cómo hacer para que se calme, que entienda que no podemos caer en ese juego. Es increíble, a veces me hace sentir responsable de su propio desquicio, me pone en esa posición, no lo puedo evitar. Siento un odio que me desespera, no puedo escucharlo así, no sé cómo ayudarlo. No sé cómo ayudarme a mí, mirá si yo a poder ayudarlo a él.  Me pregunto cuándo se va a terminar tanta mierda y me duele no tener ninguna respuesta que me sirva.  Pekín está leyendo en el sillón con el ventilador al lado. Ella me dice que no es para tanto para que yo no reniegue, pero hace un calor de la concha de la lora en este departamento. Ella rinde el miércoles un final. Está concentradísima, el viento le vuela el flequillo, tiene los anteojos puestos y gesto de resaca. Estar en Buenos Aires y con ella es lo único que me genera cierta paz dentro de tanta mierda”.

Falta una vida para el verano de Leandro Gabilondo es una novela de aventuras que tiene todos los condimentos para atrapar al lector. El permanente movimiento y la melancolía que emana provocan sensaciones encontradas en quienes recorren las páginas con la voracidad que produce lo bello. Este relato de viaje, policial e historia de amor lleva tatuado en la piel la pasión de los que nunca bajan los brazos, de los que siempre aguantan, porque saben que, en este festín, quien abandona no tiene premio.

Sobre el autor

Leandro Gabilondo nació en Arrecifes en 1985. Vivió y estudió en Rosario, pero, desde 2007, vive en Capital Federal. Fue colaborador de Miradas al Sur y de Ni un paso atrás, la revista de Madres de Plaza de Mayo. Actualmente, coordina Torito Cerviño, taller de lectura y escritura.

Publicó: “Delivery con lluvia” (2012), “Retiro” (2013) “La Pertenencia” (2015) “Kerosene de lo posible” (2017) “Treinta” (2017).

Además, se lo puede leer en www.telojuroportuhamster.blogspot.com.ar, donde comparte sus poemas desde 2010.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

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