Crimen de Rodolfo Orellana: la despedida familiar y el comienzo del pedido de justicia

Crimen de Rodolfo Orellana: la despedida familiar y el comienzo del pedido de justicia
17 diciembre, 2018 por Redacción La tinta

A tres semanas de su asesinato, la familia pudo velar el cuerpo del cooperativista de la CTEP muerto en medio de una represión de la Policía Bonaerense en un intento de toma de tierras en La Matanza. Lo despidieron en su casa en Villa Celina y con una procesión por las calles del barrio. Por qué su muerte desnuda el deficit habitacional en la provincia de Buenos Aires. Crónica y reportaje fotográfico de un crimen que refleja la doctrina Bullrich sobre las organizaciones sociales en el conurbano bonaerense.

Por lavaca.org

¿De cuántas formas se puede ver la violencia de Estado?

Desde este banco de madera en esta casa del barrio 17 de Noviembre, Villa Celina, La Matanza, surgen algunas imágenes: 57 velas encendidas distribuidas en cuatro bandejas de chapa sostenidas sobre seis cajones de cerveza, entre múltiples coronas acomodadas junto a una pechera de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y una bandera de las Organizaciones Libres del Pueblo (OLP), rodean el ataúd donde descansa el cuerpo de Rodolfo Ronald Orellana, asesinado el 22 de noviembre en medio de una represión de la Policía Bonaerense a un intento de toma de tierras.

Al lado del féretro, Lia Mamani, su compañera, toda vestida de negro, saluda con doble beso a vecinos y vecinas que se acercan y abrazan un pésame. Desde el día en que un llamado la despertó y se enteró que su esposo había muerto, pasaron 22 días.

Tres semanas donde Lía sólo pedía el cuerpo -el cuerpo- para poder despedirlo en paz.

Ahora Lía saluda, abraza y ordena. Entre las 50 personas sentadas en los bancos de madera, pasan mujeres con ollas llenas de cebollas y morrones. Arriba, en un primer piso, otras 20 mujeres cocinan Picante de Pollo en cinco ollas de metal para las 100 personas que están en su casa. El plato -típico en Bolivia- era el favorito de Ronald. Es una costumbre preparar la comida favorita del difunto y dejarla al lado del féretro. Allí también colocaron un plato con hojas de coca -que convidan-, una botella de JB y una sidra, junto con dos fotos, algunos rosarios y una whipala.

Debajo del ataúd hay una perra durmiendo. Es La Chueca, una de las mascotas de Ronald. “Desde que trajeron el cajón, no se movió de ahí”, cuenta una vecina. Se emociona, como si la sensibilidad del animal cacheteara algo del motivo que nos reúne en esta sala. La mujer bebe vino mezclado con Manaos en un vaso de plástico. Se levanta, reza un padrenuestro y vuelca un poco al pie de las velas.

No es la única.

“Es un tributo”, precisa.

Otra mujer sale de la cocina con el Picante de Pollo, humeante, que deja al lado de una Virgen de Luján. “Es la virgen piquetera”, explica un vecino. “Nos acompaña siempre”.

Y un niño con una remera de Boca entra a la casa con un ramo de flores.

Se acerca a Lía.

“Flores para mi papá”, dice el niño.

El hijo de Ronald, entre lágrimas, se acerca al cajón y lo abraza.

“No puede ser que lo maten como a un perro”

MU visitó la casa de Ronald a una semana de su asesinato, para la crónica que salió publicada en la edición de diciembre de la revista. Allí Lía contó la última vez que vio a su marido con vida: fue el jueves 22 de noviembre, cuando por el barrio se corrió el boca a boca de una toma de predios en la zona de Puente 13, en Ciudad Evita. “Decían que la gente iba a pedir esos terrenos, pero para pagarlos en cuotas. A eso de las tres de la mañana él entró en el cuarto, rápido, agarró un gorrito y una mochila. Yo estaba dormida. ´Me estoy yendo´, me dijo. ´No vayas´, le dije. No tuvimos tiempo para hablar. Salió. Y no volvió más. Después, alrededor de las seis de la mañana, me llaman diciendo que estaba mal. Que la policía no dejaba entrar ambulancias. Lo llevaron al hospital en auto particular. Pero ya estaba fallecido. Murió en el momento, me dijeron”.

Rodolfo Ronald Orellana -37 años, papá de tres varones y dos niñas, cooperativista textil de la OLP que fabricaba 6000 guardapolvos para el Ministerio de Desarrollo Social- fue asesinado de un balazo de plomo que le entró por el omóplato y le salió por la nariz en medio de esa represión de la Bonaerense. El diario Clarín publicó que la muerte se había dado por una herida de arma blanca en el marco de un enfrentamiento entre vecinos por la ocupación del predio. El procurador general bonaerense, Julio Conte Grand, lo desmintió al día siguiente: “La autopsia preliminar determina el ingreso de un proyectil de arma de fuego por la zona del omóplato de la espalda y orificio de salida en la zona facial a la altura de la nariz, luego de penetrar el maxilar y la zona dentaria”.

Los vecinos afirman que los disparos salieron de una sola dirección: la Bonaerense. La causa por el asesinato tramita en la Unidad Fiscal de Homicidios Dolosos de La Matanza, a cargo de Jorge Daniel Yametti.

Durante la represión, la Bonaerense detuvo a cuatro personas. Una de ellas es Mirian Calizaya, del merendero Sol y Tierra, de la OLP, que da de comer a 300 niños y niñas cada tarde. Estuvo presa durante cinco días sin que pudiera amamantar a su hija de tres meses de forma regular. La beba tuvo que ser llevada al Hospital Garraham por un cuadro de deshidratación. Ahora enfrenta una causa por “usurpación”. En la edición de MU se cuenta cuál es la estafa que creció en esos terrenos a costa de la necesidad de los vecinos del barrio, y por qué el crimen de Ronald desnuda el déficit habitacional de la provincia de Buenos Aires: según el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP), en Argentina hay 4400 sitios que involucran villas o asentamientos informales en el que -estiman- viven 4 millones de personas. Casi el 38 por ciento se encuentra en el conurbano bonaerense.


Lía resume: “La policía está para cuidar, no para matar. Tengo miedo de que esto quede en la nada. Tiene que hacerse justicia. Tiene que saberse quién lo mató. Dicen que, al escapar de la represión, mi marido se cayó al correr y que ahí me lo mataron. Directamente. No lo dejaron levantarse. No puede ser que lo maten así como a un perro. No puede ser”.


La doctrina Bullrich

Ahora, en Celina, la violencia de Estado también se torna explícita en el momento en que llega el coche fúnebre. Son las 13:27 y seis hombres se organizan en torno al cajón. Lía rompe en un llanto, el mismo que tuvo atravesado hace 22 días. Las cien personas se reúnen en la puerta de la casa y comienza una procesión por las calles del barrio, hundiendo la suela de cada calzado en charcos de barro por la tormenta del día anterior.

Luego, cargan el cajón al coche. En uno de sus laterales lleva la corona de flores que envió el merendero Sol y Tierra.

Dice:

«Rodolfo. Q.E.P.D. Vive en la lucha de cada compañero/a”.

Las cien personas se suben a diversos autos y camionetas. El entierro es en el Cementerio de Villegas, en San Justo, ciudad cabecera del partido. Durante el viaje, las vecinas hablan del asesinato de su compañero.

“Nadie es quien para asesinar a alguien”, dice una.

Otra apunta: “Este crimen es parte de una política de Estado”.

Otra, sobre las detenciones: “Es para que no hablen ni declaren. Quieren utilizar el silencio como un arma para que te quedes callado”.

La caravana llega al cementerio a las 14:34. Una banda de músicos acompaña la última parte de la procesión hasta la fosa, que cavan dos hombres con la gorra celeste de la Cochería Ciudad Evita. Por allí caminan -también- el máximo referente de la CTEP, Juan Grabois, y el de la OLP, Pablo Puebla. Una mujer, mientras, lleva en sus manos el plato con las hojas de coca y el JB para enterrarlo junto al cajón.

Es entonces cuando toda la violencia de estos 22 días -la emergencia habitacional del país, el hambre en los barrios, la represión estatal, la Bonaerense, el balazo de plomo que mató a Ronald por la espalda- se cruzan en una misma imagen.

Las mujeres contienen a Lía.

Los hijos de Ronald se abalanzan sobre el cajón.

“Papá, no”, lloran.

Arrojan flores.

Un cura habla: “Estamos enterrando un cuerpo, pero no su vida. Ronald va a seguir en su familia, en sus hijos. En su lucha. Por tantos que pelean por el techo, por el pan, por el trabajo. Él murió ahí. Para nosotros, va a ser fuerza para poder seguir luchando”.

El cajón queda tapado de tierra y cubierto por las coronas de flores.

Las cien personas salen y forma una larga fila para abrazar y saludar a la familia.

Una de ellas es Brígida, una mujer del barrio Hernández, en Celina, ubicado detrás del Mercado Central. Milita en el Partido Piquetero. “No puede ser cómo esta familia está sufriendo por este Gobierno. No tenía porqué ser así. Esto no tenía porqué haber pasado. Es muy triste todo lo que nos deja Bullrich como política de Estado”.

Mientras la fila avanza en el cementerio de Villegas, la violencia de Estado cobra forma en imágenes y palabras.

Brígida, mientras espera el saludo, lo politiza.

Y sintetiza: “Ahora comienza el momento de pedir verdad y justicia”.

*Por lavaca.org / Fotografía por Nacho Yuchark

Palabras claves: CTEP, policía bonaerense, Rodolfo Orellan

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