Por una genealogía re-pensada desde el cuerpo

Por una genealogía re-pensada desde el cuerpo
27 noviembre, 2018 por Redacción La tinta

En una regresión a la memoria de los pueblos olvidados, a partir de la necesidad de generar dispositivos para re-pensarnos y reafirmarnos desde nuestras experiencias concretas en los territorios, en este artículo, reflexionamos sobre las luchas que venimos dando las mujeres en América Latina y la relación de éstas con el cuerpo y las subjetividades.

Por Delfina Saab para La tinta

“Las miradas feministas no parten de la abstracción, no leemos teoría y creamos pensamiento en el aire. Sino que partimos de nuestras propias experiencias, porque nos atraviesa la vida misma, las tenemos que poner a jugar, porque esa es la forma de ir aprendiendo también”.
Mariana Menéndez Díaz

“Los cuerpos se mueven, de un lado a otro, orilleros, periféricos, escondidos, invisibles, cuerpos habitados por la desgracia de un color otro, de una lengua otra, de un mundo otro”.
Gloria Anzaldua

Desde dónde nos paramos para poder decir, comunicar, dialogar con lxs otrxs, muchas veces, pasa desapercibido o, quizá, ni siquiera se reflexiona ante eso. Cómo miramos el mundo da cuenta de que somos sujetxs situados y que lo que vemos tiene límites y alcances. Miramos desde un lugar y, desde ahí, conocemos. El pensamiento situado, es decir, ser conscientes de nuestro lugar de enunciación, nos permite tener más claridad a la hora de construir conocimiento de manera colectiva.

Siguiendo a Hugo Zemelan, sociólogo y epistemólogo latinoamericano, es necesario destapar la consigna de que “la verdad” solo se comprende desde los límites de la razón instrumental, ya que se puede conocer también desde la emocionalidad y la corporalidad. Es allí donde nuestra mirada tiene que estar y hacer eco: desde el anclaje histórico de las luchas en las regiones/territorios que habitamos, desde las luchas que nos anteceden, desde las memorias individuales/personales y colectivas.

Respecto a esto, retomamos las palabras de Silvia Rivera Cusicanqui en la Cátedra Libre Ideas Menores convocada por La tinta, quien reflexiona respecto a la necesidad de mirar con memoria: “Si no miramos con esta intención, la tendencia del capital es provocar el ‘olvido – la desmemoria’, que son herramientas de ruptura de la continuidad de las luchas para que nos saquemos de encima la tarea de reflexionar sobre nuestros fracasos, derrotas, éxitos y victorias”.

En este último tiempo, que muchos denominan como “la cuarta guerra mundial”, nos encontramos ante conflictos que surgen desde la cotidianeidad y que se reproducen a grandes escalas. Con esto queremos decir -parafraseando a Raquel Gutiérrez Aguilar– que estamos frente a luchas colectivas que procuran ir contra las represas y mineras en defensa del agua; contra las fumigaciones con glifosato y otros venenos de los cultivos transgénicos de las nuevas plantaciones coloniales que ofenden nuestras geografías; contra la destrucción del espacio público o común para la construcción de carreteras y proyectos inmobiliarios; contra las violencias en todos sus sentidos. Es en este contexto donde crecen las luchas que están dando las mujeres en América Latina, donde, a través del cuerpo y las subjetividades, se están materializando los procesos colectivos. A partir de esta idea, hemos generado algunas reflexiones.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Cuerpo y territorio, breve revisión en 3 sentidos

Partimos así, de ciertas premisas como “mi cuerpo es mi territorio” o “ni las mujeres ni la tierra somos territorio de conquista”, entendiendo que estas luchas han tenido en común la puesta en escena de los cuerpos de las mujeres como principales mediadores en los territorios, lugares, espacios. Recuperar el andamiaje histórico de la corporalidad y las subjetividades es entender al cuerpo como vehículo creativo, creador de conocimientos y espacio de memorias; es ponerlo como centro de diálogo para que el cuerpo “hable de sí” y, en esta apertura, poder encontrar otra forma de construcción de “otros” mundos posibles (Delmy Tania Cruz Hernández, 2015).

Para poder partir sabiéndonos cuerpos arraigados, de territorios y luchas específicas, es necesario poder definir qué entendemos tanto por cuerpo como por territorio. Para esto, muchas autoras se han dado el trabajo de sistematizar qué hay detrás de estos conceptos. Profundizaremos brevemente en algunos.

Primeramente, en un sentido constitutivo, el cuerpo es un campo disputado, regulado desde los nombramientos, los discursos de las instituciones, la academia y el mercado. El cuerpo hace a la configuración de los sujetos, a los modos de existencia individuales y colectivos. “Intervenir en el cuerpo es producir al sujeto que el capitalismo desea, pero indagar en el cuerpo es preguntarse por una sociedad o un tipo de sociedad posible que cumpla con características propias de una civilización moderna” (Escobar, C. 2014).

Por otro lado, encontramos un sentido geográfico que articula y piensa al cuerpo con el espacio y el vínculo entre estos. Alicia Lindón entiende que al cuerpo siempre se lo asocia con un locus o es considerado el primer espacio. Ella invita a ir más allá y postula dos premisas: por un lado, se desprende del término cuerpo (ya que lo entiende solo como materia prima) para pasar a hablar de corporalidades como “el lenguaje estructural que traspasa al cuerpo”. Por otro lado, afirma que será en las prácticas cotidianas donde podemos encontrar pistas sobre las relaciones entre corporalidades y espacialidades, puesto que es en la cotidaneidad donde se configura lo social, afirma Alicia.

En un tercer y último sentido, encontramos una mirada desde el feminismo decolonial, particularmente, desde el feminismo comunitario, siendo éste un pensamiento elaborado y sentido desde las mujeres Indígenas Aymaras Bolivianas “Mujeres Creando Comunidad”, que aportan a la pluralidad de feminismos para ser parte del continuum de la resistencia. Aquí, partimos de entendernos -todxs- desde un hecho histórico que atraviesa y que es la colonialidad: “La penetración colonial nos plantea la penetración como la acción de introducir un elemento en otro y lo colonial, como la invasión y dominación de un territorio ajeno empezando por el territorio del cuerpo. Como los discursos y palabras son formas auditivas que toman posición ante las hegemonías discursivas del poder, podemos decir que la penetración colonial nos puede evocar la penetración coital, como la imagen de violencia sexual, de invasión colonial. No decimos con esto que toda penetración coital o sexual, en general, sea necesariamente violenta, no lo es cuando se la desea, pero la violación a nuestros cuerpos, ninguna mujer la deseamos y la invasión colonial ningún pueblo la quiere” (Paredes, Julieta. Las trampas del Patriarcado, 2011).

Lorena Cabnal es quien puso en debate el concepto de cuerpo-tierra para ahondar en el daño que se ha hecho a los territorios desde la invasión, conquista y colonización del Abya Yala. Ella plantea que el patriarcado existe desde antes de la colonia y que, para entender la defensa de los territorios de las mujeres, debemos comprender el proceso histórico del patriarcado: “En el concepto cuerpo-tierra, subyace una demanda política que emana de una reflexión colectiva de mujeres indígenas con el fin de mostrar su visión en la defensa común de sus territorios” (Cabnal, 2010; Paredes, 2011).

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

El cuerpo está metabolizando

Siguiendo a Silvia Rivera Cusicanqui, las agresiones a los cuerpos, las mujeres, los ecosistemas y las memorias provienen de ese nexo entre la opresión masculina y la criolla-mestiza: cómo el capital provoca la desarticulación, la fragmentación, el aislamiento, el negarnos unxs a otrxs a partir de lo discursivo o a partir de ese mercado de ideas que hace al saqueo y a la destrucción. “Hay una ideología oficial de estado y una imposición cultural: una alineación que se ha vuelto normal ya hace mucho tiempo, no hay indios para el capital, sino ciudadanos y para reconocerse así hay que hacerlo como mestizos”.

Silvia ha trabajado la idea de mestizaje problematizándola y planteándola como una imposición. Así, ella reflexiona que el sabernos mestizos es algo que nos parece natural porque fue una imposición a partir de una idea dominante que vino desde fuera: “Hubo violencia, hubo coacción. Salir de la comunidad y abandonar la cultura ancestral fue una forma de no morir, de sobrevivir”. Aun así, es clave poder rescatar la apuesta femenina que surge desde este mestizaje, por sobrevivir al despojo: “Hay mujeres que están recreando un tejido en las mismas ciudades a través del comercio y las artesanías, permitiendo crear una especie de tercera república, volviendo a pensar la comunidad como una utopía”.


Es clave entender que están siendo las mujeres las que están pensando otras formas de seguir construyendo a partir de este mestizaje que descubre y abre a nuevas configuraciones pensando desde la memoria, la autonomía, de lo común, desde las luchas atravesadas por lo que está sucediendo en los territorios que habitamos. Y es en la cotidianeidad donde es necesario parar y poder reflexionar: “Estamos produciendo conocimiento a partir de la vibración con los sujetos, con otros cuerpos; estamos dialogando y se trata de una cuestión de ritmo: de conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e hígado. Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el cosmos”, plantea Silvia.


Así, conocer es una práctica política: “La práctica de la huelga de hambre y la caminata durante días en una marcha multitudinaria tiene el valor del silencio y la generación de un ritmo y una respiración colectiva que actúan como verdadera performance”. El aporte de la compañera boliviana nos remonta a re-conocernos y repensarnos desde otras formas y filosofías que hacen a esa sabiduría oculta que los pueblos amenazados están poniendo en tensión a partir de entender la sintonía entre las partes del cuerpo humano. Entender el metabolismo del cuerpo es comprender que existe una pertenencia, un enraizamiento, un tiempo-espacio que surge no de lo que el capital tiene para darnos, sino desde la propia pacha, desde el suelo y la tierra; eso nos hace rehuir o defendernos de esos planes que nos están metiendo. Re-nombrarnos desde el habitus del cuerpo es una tarea: romper con los barrotes que determinan nuestras percepciones de lo bueno y lo malo, de lo bello y lo feo. Re-pensar la relación con nuestro cuerpo puede que sea un proceso doloroso, aun así, es necesario reescribir un texto propio. Un texto de nuestrxs cuerpos y sus luchas, sus memorias.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

El feminismo como eje articulador de luchas

Siguiendo a Doreen Massey, científica que aportó desde la geografía marxista, es importante comprender que es en los espacios donde se despliegan las formas de poder más peligrosas; es allí donde se construyen relaciones sociales a través de una expresión y un medio de poder. Es en los espacios en donde reproducimos la política que nos estructura y nos construye como sujetxs. Doreen traza un vínculo entre espacio y poder, y concluye que éste último tiene una geografía propia que genera desigualdad entre las personas, países, regiones; y en esos mismos espacios, se profundizan además las desigualdades de género. Si asumimos que no somos iguales y que existen roles de género, clase, raza, etnia y edad que nos “impone” el imaginario colectivo, ¿qué lugares ocupan los cuerpos de las mujeres en los territorios/ espacios? ¿Es un mandato simbólico/cultural?

Las feminidades y las masculinidades se producen y reproducen junto a todo aquello que une simbólicamente a las y los sujetos con su lugar vivido y su representación. Todo lo que hacemos está espacialmente situado y encarnado en cuerpos diferenciados y jerarquizados. En ese sentido, “el cuerpo está asignado no sólo por las determinaciones físicas del contexto geográfico, sino por las construcciones culturales que subyacen a la idea del espacio, lugar, territorio, comunidad y contexto”, sostiene el filósofo Michel de Carteau desde Francia.

Re-cuperar ese cuerpo que nos han arrebatado, sobre el que no tenemos voz o decisión, es un desafío al espacio y al poder. Pensar desde dónde hacerlo es necesario. Hoy, las mujeres estamos desordenándolo todo y eso constituye, para Silvia Rivera, la micropolítica, desde una construcción por fuera del estado; es una política de la subsistencia y, a la vez, una política consistente que agrieta las esferas del capital y del estado en la búsqueda de una nueva episteme que transforme. El movimiento feminista está siendo hoy un articulador de resistencias y demandas que hacen eco en las acciones directas y en las luchas que molestan a los sectores acomodados: “Estamos criticando cómo criar, estamos pensando la educación sexual. Cada respuesta que las clases dominantes hacen de manera reaccionaria, cada respuesta con violencia, está directamente vinculada a las luchas que nosotras y nosotros desplegamos”, afirma Mariana Menéndez Díaz en su pasar por Córdoba los últimos días de octubre.

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(Imagen: Eloisa Molina para La tinta)

¿Síntesis?

Hay una tendencia, por lo general, a las conclusiones de las luchas que vamos dando, las victorias y las derrotas. Pero ¿son necesarias? Parafraseando nuevamente a Silvia Rivera, la síntesis es calma, es dejar de vivir el malestar para llegar a vivirnos calmados, a puerto. Es dejar de hacer caminando, es dejar de seguir pensándonos y sintiéndonos en las relaciones con otros cuerpos que habitan las subjetividades de los ríos, las almas. Es dejar a un lado nuestra memoria olvidada por vivir en las urgencias del presente, siendo esto un riesgo constante de estar descuidando esa memoria histórica de las luchas que nos anteceden.

Por eso, la síntesis tiene que surtir de ese hilo conductor fortaleciendo la conciencia y la continuidad espacio-temporal porque no somos las primeras. Hay luchas que nos anteceden y pensar nuestras experiencias con las de las feministas del pasado es reconstruir los lazos más allá de las fronteras, las regiones y lo que geográficamente está limitando nuestras tierras. Pensar nuestras experiencias mirando los territorios que habitamos como cuerpos sociales integrados a la red de la vida es mirarnos a nosotrxs mismxs allí, pensando nuevas formas que, insiste Silvia, son formas que están ocultas en aquella historia que no nos quisieron contar.

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(Imagen: Eloisa Molina para La tinta)

*Por Delfina Saab de Casa Comunidad para La tinta.

*Integrante de Casa Comunidad.

*Producción en el marco de la Cátedra Libre Ideas Menores. Pensar con los Pies en la Tierra de La tinta.

Palabras claves: feminismo, Ideas Menores

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