Kentukis, el costado más real de la tecnología

Kentukis, el costado más real de la tecnología
21 noviembre, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Kentukis es la segunda novela de Samanta Schweblin, publicada en octubre de este año. A través de su estilo único y un ritmo rápido, la escritora nos lleva a lugares tan mundanos y cotidianos como tenebrosos y perturbadores. Los personajes encarnan el costado más real e imprevisible de la compleja relación que tenemos con la tecnología. Los Kentukis no son fantasmas ni robots, sino ciudadanos reales que dejamos entrar en nuestras vidas.

“Lo primero que hicieron fue mostrar las tetas. Se sentaron las tres en el borde de la cama, frente a la cámara, se sacaron las remeras y, una a una, fueron quitándose los corpiños. Robin casi no tenía qué mostrar, pero lo hizo igual, más atenta a las miradas de Katia y de Amy que al propio juego. Si querés sobrevivir en South Bend, le habían dicho ellas una vez, mejor hacerse amiga de las fuertes. La cámara estaba instalada en los ojos del peluche, y a veces el peluche giraba sobre las tres ruedas escondidas bajo su base, avanzaba o retrocedía. Alguien lo manejaba desde algún otro lugar, no sabían quién era. Se veía como un osito panda simple y tosco, aunque en realidad se pareciera más a una pelota de rugby con una de las puntas rebanadas, lo que le permitía mantenerse en pie.  Quienquiera que fuera el que estaba del otro lado de la cámara intentaba seguirlas sin perderse nada, así que Amy lo levantó y lo puso sobre la banqueta, para que las tetas quedaran a su altura. El peluche era de Robin, pero todo lo que tenía Robin era también de Katia y de Amy: ese era el pacto de sangre que habían hecho el viernes y que las uniría para el resto de sus vidas. Y ahora cada una tenía que hacer su numerito, así que volvieron a vestirse. Amy regresó el peluche al piso, tomó el balde que ella misma había traído de la cocina y se lo colocó encima, tapándolo completamente.  El balde se movió, nervioso y a ciegas por el cuarto. Chocaba con cuadernos, zapatos y ropa tirada, lo que parecía desesperar aún más al peluche. Cuando Amy simuló que su respiración se agitaba y empezó a hacer gemidos de excitación, el balde se detuvo. Katia se unió al juego y ensayaron juntas un largo y profundo orgasmo simultáneo. -Eso no cuenta como tú número- le advirtió Amy a Katia, en cuanto lograron dejar de reír. -Por supuesto que no -dijo Katia, y salió disparada del cuarto -¡Prepárense!-gritó, alejándose por el pasillo. Robin no solía sentirse cómoda con esos juegos, aunque admiraba la soltura con la que Katia y Amy actuaban, la forma en la que hablaban con los chicos, cómo lograban que el pelo siempre oliera bien y que las uñas se mantuvieran perfectamente pintadas todo el día. Cuando los juegos cruzaban ciertos límites, Robin se preguntaba si no estarían poniéndola a prueba. Había sido la última en entrar al <<clan>>, como lo llamaban ellas, y hacía grandes esfuerzos para estar a la altura”.

¿Te imaginás conectando más con desconocidos que viven a miles de kilómetros, y de los que conocés prácticamente nada, más que con tus amigas o pareja? Kentukis de Samanta Schweblin trabaja sobre algo que es familiar, que, desde hace unos años, lo venimos viviendo la gran mayoría diariamente. Un mundo en que lo virtual comienza irremediablemente a reemplazar a lo analógico y donde lo que no se muestra y no es visto por los demás, no existe.

A partir de atrapantes y diversas historias, Schweblin expone al lector y lectora a los límites de sus prejuicios, al deseo de querer más y a repensarnos cómo exponemos nuestra intimidad en las redes.

”-Deje de mirarme así -dijo Enzo-, deje de perseguirme por toda la casa como un perro. Le habían explicado que el kentuki caminaba entre sus piernas, Enzo protestaba, pero era solo un juego, empezaban a llevarse bien. Aunque no siempre había sido así, al principio les había costado acostumbrarse y a Enzo su sola presencia bastaba para incomodarlo. Era un invento cruel, el chico nunca se ocupaba y había que andar el día entero esquivando un peluche por toda la casa.  Su ex mujer y la psicóloga del chico se lo habían explicado juntas, en una instancia de mediación, enumerando en detalle por qué tener uno de esos aparatos sería bueno para su hijo. <>, había dicho su ex mujer.  Su sugerencia de adoptar un perro las dejó atónitas: Luca ya tenía un gato en casa de su madre, lo que necesitaba entonces era un kentuki en la casa del padre. <<¿Tenemos que explicarle de nuevo?>>, le habían preguntado a la psicóloga. En la cocina, Enzo juntó sus herramientas para el vivero y salió al jardín de atrás. Eran las cuatro de la tarde y el cielo de Umbertide estaba gris y oscuro, no faltaba mucho para que se largara a llover. Oyó que, adentro, el topo daba golpes contra la puerta. No tardaría en llegar otra vez hasta él. Se había acostumbrado a su compañía. Le comentaba las noticias y, si se sentaba a trabajar un rato, lo subía a la mesa y lo dejaba circular entre sus cosas. La relación le recordaba a la que su padre había tenido con su perro, y a veces, solo para sí mismo, Enzo imitaba algunos de sus dichos, el modo en el que se agarraba la cintura después de lavar los platos o barrer, su forma cariñosa de protestar, siempre con media sonrisa, mientras se divertía repitiendo “¡Deje de mirarme así!¡Deje de perseguirme por toda la casa como un perro!.” Pero la relación del kentuki con el chico no estaba funcionando. Luca decía que odiaba que lo siguiera, que se metiera en su cuarto “a hurgar cosas”, que lo mirara como un tonto el día entero. Había averiguado que, si lograba agotarle la batería, el “ser” y el “amo” se desvinculaban, y el aparato ya no podía reutilizarse”.

¿Te imaginás a un desconocido observando tu vida, tu privacidad, lo que hacés o dejás de hacer? Kentukis es una obra deslumbrante que atrae y conecta desde las primeras páginas. Es una novela insólita y oscura, pero, sobre todo, muy sensata.

“Marvin cerró la puerta del escritorio y encendió su tablet sobre los libros. Ya no se cuidaba de tener siempre el cuaderno abierto y un lápiz en la mano por si acaso su padre entraba y había que saltar de la pantalla a los libros. Desde que lo habían encomendado tres horas al día a esa habitación, ni una sola vez el padre ni la mujer a cargo de la casa se habían molestado en pasar a controlar. En la cena, su padre preguntaba cómo iban las cosas, si las notas estaban bien. Las notas llegarían en tres semanas y serían espantosas, pero a esas alturas Marvin ya no era un chico que tenía un dragón, sino que era un dragón que llevaba dentro a un chico. Las notas era un tema menor. Su ama había cumplido su promesa y lo había dejado bajo las escaleras de la galería, arriba de su cargador.  Marvin la vio alejarse y esperó para mover el kentuki. Bajó del cargador y movió el dragón a lo largo de la galería, hasta asomarse a la vereda. No había nadie en la calle. Se alejó unos cuantos metros del negocio, pegado a la pared. El pueblo se veía más chico de lo que había imaginado. Pensó que el cordón podría ser un problema, pero casi no había diferencia de altura entre la vereda y la calle. El kentuki bajó al primer intento, apenas trastabilló. No había edificios de más de dos o tres pisos y las construcciones, aunque parecían de una calidad superior y mucho más modernas que las de Antigua, se veían cuadradas y sencillas. Cuando giró hacia su izquierda, para comprobar que no viniera ningún coche antes de cruzar, descubrió el mar. ¿El mar? Era algo demasiado extraordinario para ser el mar, o al menos, para ser el mar como él lo conocía. Este era un espejo verde y luminoso, enmarcado por blancas montañas de nieve. Marvin se quedó ahí un rato, simplemente mirando . Las luces tenues y doradas del pueblo bordeaban la orilla y trepaban apenas sobre el pie de las montañas”.

Kentukis de Samanta Schweblin es un laberinto, que, como la tecnología, es muy difícil de descifrar. Lo rico de la novela no está en el qué se dice, sino en el cómo se dice. Tiene la tentación de lo enigmático y lo profundo.

Sobre la autora

Samanta Schweblin nació en 1978 en Buenos Aires, donde estudió cine y televisión. Sus libros de cuentos El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca y otros cuentos (Literatura Random House) y Siete casas vacías obtuvieron, entre otros, los premios internacionales Casa de las Américas, Juan Rulfo y Narrativa Breve Rivera del Duero.

Su primera y celebrada novela, Distancia de rescate (Literatura Random House), fue nominada en 2017 al Man Booker Prize. En 2018, ganó el premio Shirley Jackson y fue elegida por Tournament of Books como el mejor libro publicado en Estados Unidos.

Traducida a más de veinticinco idiomas, Samanta Schweblin ha vivido brevemente en México, Italia y China; actualmente, reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios.

*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: Lina Iris Viktor.

Palabras claves: Kentukis, literatura, Novelas para leer, Samanta Schweblin

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